Durante más de una década he tenido un estilo de vida por el que me he movido poco de lugar, y cuando me he movido ha sido casi siempre con unos fines muy predeterminados. He aprendido muchísimas cosas, pero si algo echaba en falta era estar más en los lugares “porque sí”, en base a mis propias elecciones.
Las personas en general tenemos tanta libertad de movimiento que no apreciamos lo que esto significa. Tal vez no tenemos dinero ni tiempo para irnos lejos o según dónde, pero no se trata de esto. Se trata de que tenemos una libertad enorme para decidir si hoy vamos a pasar o no por las mismas calles para ir a un lugar acostumbrado, si vamos en metro, en bus o hacemos un tramo a pie, si entramos en ese bar o restaurante o en ese otro y entonces podemos decidir qué tomar, dónde vamos a comprar y cuáles son todas y cada una de las cosas que compramos, hacia dónde nos encaminaremos en nuestra excursión en bicicleta, en tren o en coche, y un larguísimo etcétera.
El tema es fascinante porque también en los sueños nos movemos, constantemente, de un lado a otro. Y estamos tan acostumbrados a movernos por la vida de un lado a otro sin dar importancia a cada cambio de escenario que ahí estamos en el sueño cambiando de escenario continuamente, muchas veces sin coherencia alguna, sin darle importancia ni cuestionándonos siquiera si estaremos soñando.
Entonces nos perdemos la magia de los sueños y la magia de la vida.
Es interesante ir por el mundo cuestionando cada cambio de escenario, a la vez que saboreándolo. Sobre todo cuando estamos en un lugar inusual para nosotros, podemos detener nuestra inercia mental para cuestionarnos por qué estamos ahí, examinar ese lugar y encontrarle todas las gracias, todo aquello que hace de él un lugar único en el mundo, aunque pueda ser semejante a muchos otros.
En una escuela espiritual aprendí la técnica de los tres saltitos. Consiste en lo siguiente: particularmente cuando te encuentres en un lugar nuevo, pero no exclusivamente, cuestiónate si estás despierto o si estás soñando. Busca intimidad y efectúa tres saltos con la intención de permanecer flotando. Estás dando por supuesto que puedes estar en un sueño. Si te hallas en la dimensión física, ni decir cabe que tu cuerpo volverá abajo con cada salto. Sin embargo, si estás soñando, en uno de esos saltos el cuerpo podrá muy bien hallarse flotando. Entonces adquirirás conciencia de que se trata de un sueño, y si tienes la suerte de no despertarte podrás empezar a explorar ese entorno con la libertad de saber que no estás sujeto a un cuerpo físico que te impide hacer muchas cosas. Puedes volar por ahí, saltar de un vehículo en marcha, decir a las personas del sueño que se hallan en un sueño y observar sus reacciones, y un largo etcétera.
Si pretendemos aplicar lo de los tres saltitos tan solo en los sueños pero no en la vida física, tal vez por parecernos ridículo o darnos vergüenza, probablemente no nos acordaremos de hacerlo, porque nuestro cerebro no tendrá la inercia de acudir a este recurso. Por eso es conveniente ir haciéndolo en el estado de vigilia. Además, esto hermana los sueños con la vida “real”. Resulta sorprendente cuando en sueños decides saltar “por si acaso”, convencido de que vas a volver al suelo porque por supuesto que estás en vigilia, y te encuentras en realidad flotando. ¡Nunca lo habrías dicho! ¡Estás soñando!
Y el sueño ¡es tan corto! Particularmente cuando lo has identificado como sueño, es difícil permanecer mucho tiempo sin despertarse. Así que se trata de saborear cada segundo, cada fracción de experiencia, y de aprender algo sobre uno mismo a partir de las pistas que pueden dar lo que esté sucediendo.
Los sueños son fascinantes, y la vida puede ser fascinante si así lo decidimos. Nos basta con desconectar el piloto automático y maravillarnos ante cualquier entorno, no dando nada por supuesto. No es “por supuesto” que vives ahí, que pasas por esa calle, que estás en ese bar o en ese vagón del metro. Todo eso no ocurre por supuesto; cada escena de nuestra vida tiene todas las otras escenas de nuestra vida antes de ella, así que cualquier cosa “por supuesta” tiene tras de sí una larga historia. Es como en aquellas películas en que el protagonista empieza diciendo: “Me hallo en esta situación, pero ¿cómo llegué hasta aquí?”, y el resto de la película está dedicada a explicárnoslo. Toda una película para justificar un momento presente. Pero es que es así como funciona. El mismo lugar donde vivimos puede parecernos anodino, pero imaginemos de pronto que no lo conocemos y que despertamos de pronto en él en un sueño. Entonces nos parecería interesante, y lo exploraríamos.
Los sueños son fugaces; la vida es algo más larga. Más larga; no infinitamente larga. Y ¿qué garantías tenemos de que volveremos a encarnar? ¿Cuándo lo haremos? ¿Cuánto tiempo pasaremos sin un nuevo cuerpo? ¿Volveremos a tocar madera?
Estamos viviendo la oportunidad de un sueño maravilloso; un sueño consistente y tangible llamado vida, en que se produce algo tan mágico que es que no somos nosotros los únicos protagonistas del sueño, sino que compartimos el protagonismo. Si nosotros despertamos en un sueño, adiós sueño; sin embargo, cuando cualquiera de nosotros despierta del sueño de la vida (cuando nos morimos), continúan muchos coprotagonistas manteniendo el sueño vigente. Es pues un sueño especial, con más factores de coherencia que los sueños de la noche, pero acaso nada más que un sueño, como lo demuestra su carácter efímero y el hecho de que las experiencias que tenemos en uno y otro caso tienen el mismo carácter, en base a los sentidos.
Pero podemos soñar dormidos o podemos soñar despiertos. Podemos no dar importancia a nada e incluso aburrirnos o podemos fascinarnos incluso con el trocito de uña sobrante que acabamos de cortar de nuestro dedo. ¡De nosotros depende!
Sepamos que el tedio nos ensimisma, mientras que la fascinación nos hermana. Al fascinarte, conectas, y al conectarte estás menos solo, y eres más feliz. A partir de aquí, mil cosas más pueden experimentarse.
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Francesc Prims Terradas
Compartido por LA CAJA DE PANDORA