En su alocución tras la aprobación del acuerdo de París sobre el cambio climático, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, celebró el resultado alcanzado y calificó a la cumbre climática anterior realizada en Copenhague como una reunión «caótica».
Ese encuentro ocurrido en 2009 fue calificado en su momento por organizaciones ambientalistas como Greenpeace como un «fracaso». Pero, ¿qué diferencia lo ocurrido en Copenhague de lo conseguido en París?
En primer lugar, el acuerdo político. Aunque la reunión de Copenhague culminó con una declaración llamada el Acuerdo de Copenhague, éste no fue refrendado por todos los países asistentes.
Además, no tenía un carácter vinculante, por lo que quienes lo suscribían no tenían ninguna obligación legal de cumplirlo.
Metas más ambiciosas
El texto aprobado en París es, además, más ambicioso.
Mientras en Copenhague se reconoció la necesidad de limitar que la temperatura no aumente más de 2 grados centígrados sobre los niveles previos a la revolución industrial, el documento firmado en París establece que la meta debe estar bien por debajo de esa temperatura.
De hecho, los países firmantes se comprometen a «hacer esfuerzos» por limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados.
Un compromiso para todos
Hasta ahora los acuerdos separaban al mundo en dos: los desarrollados y en vías en desarrollo.
Esta estructura se consolidó en el protocolo de Kioto, en el que los únicos países comprometidos a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero eran países desarrollados.
El acuerdo de París es el primero que logra comprometer a todos los estados parte a tomar medidas contra el calentamiento global.
El tema era espinoso pues durante años ha habido una disputa entre países desarrollados y países en desarrollo (especialmente potencias emergentes como China) acerca de quienes deben hacer los sacrificios.
Los países en desarrollo destacan que los países desarrollados tienen una «responsabilidad histórica», pues fueron ellos los que empezaron a contaminar desde el inicio de la revolución industrial.
Los países desarrollados, por su parte, destacan que las economías emergentes son las que en la actualidad producen entre 60% y 65% de los gases efecto invernadero.
El acuerdo de París zanja el asunto al establecer que todos los países deben fijar sus propias metas de reducción y control de emisiones.
Aunque no penaliza a quienes las incumplan, al obligar a todos los estados a informar sobre sus avances en la materia, establece un incentivo para que los gobiernos honren su palabra.
De todas formas, en atención a preocupaciones expresadas por estos, el acuerdo prevé que en esto haya cierta «flexibilidad» para los países en desarrollo que lo requieran.
¿Quién pone el dinero?
El financiamiento de la lucha contra el cambio climático ha sido un tema difícil.
En Copenhague se proponía que los países desarrollados debían ponerse la meta de disponer de US$100 mil millones anuales hasta 2020 para ayudar a los países en desarrollo.
Ese monto fue comprometido por los países ricos en los días previos a la conclusión del acuerdo de París, en cuyo texto se insta a los países desarrollados a aumentar su apoyo financiero «con una hoja de ruta concreta» hasta esa cantidad.
Además se les pide aumentar significativamente el financiamiento dado a la adaptación ante el cambio climático, un tema clave para los países en desarrollo.