Balada triste del nostágico y del prófugo de su entorno político inmediato

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Hace mucho tiempo que los observo y, por más que entiendo sus mecanismos psicológicos, los veo cada vez más como extraterrestres del mundo en el que viven.

Encapsulados en la burbuja de su “verdad”, parecen ajenos al dolor social más próximo. No creo que, de verdad, sea eso lo que les pasa; al menos no conscientemente para quienes dicen indignarse con la injusticia, la desigualdad, la opresión y la explotación. Pero da la impresión de que éstas les cogen siempre demasiado lejos en el tiempo y/o en el espacio.

Su distancia, en mi opinión, obedece a una renuncia consciente o inconsciente a intervenir en la realidad social, económica y política de su propio país y, más en concreto, de allí dónde viven -el barrio- o trabaja -la empresa- porque consideran muy difícil o inútil el hacerlo. No es raro escucharles el discurso de que la gente está adocenada, de que los obreros no tienen conciencia de clase -qué gran descubrimiento hacen- o de que “aquí la gente no despierta ni a tiros”. Olvidan que la primera obligación de quien quiere cambiar el mundo es precisamente centrar la mayor parte de su acción en el lugar y el momento en el que están y contribuir a elevar la conciencia de clase a quienes no la tienen.

Tanto los que continuamente alaban los tiempos pasados y perdidos como aquellos solidarios con toda causa que esté a miles de kms de sus casas comparten una misma actitud: el escapismo de quienes se sienten impotentes para cambiar la realidad.

Unos han convertido sus esperanzas y creencias en algo muerto, de tanto acudir al museo de la historia, olvidando el presente. Otros, dejan a los próximos de su misma clase social al desamparo del sistema económico en el que viven, al mirar mucho más lejos del entorno en el que se encuentran.

No se trata en absoluto de ignorar la conexión entre pasado y presente. El propio Marx afirmaba esa relación

La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.” (Karl Marx. “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”. Capítulo I)

Tampoco se trata de desconocer que lo local y lo internacional se dan la mano en un único mundo capitalista e imperialista. Mucho antes de que la mundialización se hubiese puesto de moda, “El manifiesto comunista” proclamaba: “Proletarios de todo el mundo [o de todos los países, según traducción y preferencias], uníos”

Pero ningún revolucionario debiera ignorar que jamás atraerá para su causa a nadie -y estos son siempre quienes tenemos en nuestro entorno más próximo y forman parte de los vivos, no de los muertos, ni de los del porvenir-, si no está dispuesto a compartir sus problemas, sus necesidades y reivindicaciones inmediatas, que son las que le afligen, para elevar su conciencia más allá de la inmediatez y de sí mismos. Ningún explotado ni despojado de sus derechos sentirá apego o interés por la condena que nadie haga del imperialismo que arma al yihadismo en Siria, Libia o Irak, si quien difunde sus denuncias no centra la mayor parte de sus lucha junto al que tiene más cerca, sencillamente porque le estará mostrando un absoluto desprecio por su realidad.

Del mismo modo, centrarse de modo casi exclusivo en la defensa de lo que fueron las realizaciones de los países socialistas, en denunciar las conspiraciones que contra ellos existieron o en defender una coalición política que está muerta por méritos propios y ajenos, sirve para constituirse en guardián de las esencias del museo, pero sirve de muy poco cuando a su vez no hay compromiso con la creación de la alternativa al capitalismo hoy, con la lucha política concreta o con crear organización para esa lucha.

No estaría de más que los defensores de las realizaciones -que las hubo y enormes- de lo que algunos llaman “civilización socialista” tengan en cuenta que ya hay una generación que nació años después de la caída de la URSS y que pronto serán dos. Por mucho empeño que pongan en limpiar de polvo y paja la basura que sobre aquellos sistemas echó la propaganda capitalista, no lograrán más que convencer a los previamente convencidos, si no son capaces de poner en primer lugar la defensa de las condiciones de vida y el rechazo a la explotación del conjunto de la clase trabajadora y especialmente frente a la enajenación que los nuevos flautistas transversales de Hamelín les han producido con su empalagosa música de sonrisas, corazones y negación de las clases sociales y la lucha de clases. Pero eso, repito de nuevo, exige propuesta, proyecto y organización para aquí y, aunque no para el ahora, si ir poniendo las piedras hoy. Y dejarse de mirar con lágrimas en los ojos a un ayer que no volverá en la forma en la que lo conocimos. Ese es el homenaje y la fidelidad al ayer. Trabajar desde lo que nos afecta hoy para lograr lo que fue válido del pasado. Y dejar de relamerse morbosamente en las heridas, buscando reafirmarse y refugiarse en una comunidad de soldados derrotados. Es hora de construir porque el resto son pamplinas que, pretendiendo ser revolucionarias, acaban siendo reaccionarias al negarse a hacer la primera tarea de todo antiimperialista en su propio país: trabajar para romper la cadena que une a éste al sistema imperial.

Y por último, insisto para que se me entienda y no se manipulen mis palabras. No se trata de dejar de defender las causas solidarias por la soberanía de los pueblos contra el imperialismo y sus esbirros, sea en Siria,el Donbass o en Libia, por poner sólo tres ejemplos, ni de olvidar lo que significó la Unión Soviética como conquista de derechos para la clase trabajadora y de esperanza para tantos desheredados de la tierra -esas son responsabilidades que un marxista no debe abandonar-, sino de reordenar el peso que ha de dar a cada cosa un militante revolucionario. Mientras algunos claman por la nostalgia y el internacionalismo 24 horas al día -en redes sociales-, me temo que no le dedican ni media a luchar junto a su clase y en su país por los derechos de esta. Y ello, vuelvo a decir, exige construcción de proyecto, recuperación de tejido de lucha y organización para llevarla a cabo. Por difícil que parezca, y tentador en consecuencia el dedicarse a otros menesteres en su lugar, la tarea principal es esa. El resto, cuando se olvida ésta, monsergas.

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