- Su objetivo es lograr una reingeniería social mediante la deconstrucción marxista de la cultura y la destrucción de la familia
- Se sirve del poder coercitivo de los gobiernos para imponer una ética subversiva contraria al interés de los ciudadanos
- Es patrocinada por el poder político de los organismos internacionales y por los intereses financieros de la élite antinatalista ambientalista global
Bien hacen los propagadores de la ideología de género en afirmar que ésta no existe. Tienen toda la razón, ya que no hay, como tal, una sistematización de dicha ideología. Esa corriente de pensamiento está compuesta, más bien, de una amalgama de filosofías y de intereses de poder.
El rompecabezas se integra por tendencias tan dispares como el iluminismo, el post modernismo, el psicologismo freudiano, el evolucionismo de Tylor, Morgan y Darwin (con todas las derivaciones de esa teoría: el progreso indefinido, el naturalismo anticreacionista, la selección natural…), el existencialismo de Sartre, los exponentes de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Habermas, From, Heilderberg), pero sobre todo Jacques Derrida –padre del deconstruccionismo-, Antonio Gramsci –padre del marxismo cultural- y Friedrich Nietzche –padre del nihilismo-.
La ideología de género es pujante pues está impulsada por los grandes organismos supranacionales, el Banco Mundial, la ONU con todas sus agencias especializadas, el Fondo Monetario Internacional, la OMS; por organizaciones mundialistas poderosas como el Club Bilderberg, la Comisión Trilateral, el Council on Foreign Relations, el Club de Roma, Skull and Bones, el Grupo de los 300, Green Peace; está patrocinada por el poderoso lobby de control poblacional antinatalista y ecologista, y por financieros prominentes como George Soros (Open Society Foundations), Rockefeller (Rockefeller Foundation), Jay Coleman (Deutsche Bank), Ted Turner (Turner Foundation), Jeffrey Siminoff (Morgan Stanley), Bill Gates (Gates Foundation), entre otros, además de un sinfín de importantes transnacionales.
La implantación de la ideología de género no es el fin, sino el medio para facilitar el objetivo último que es operar una «reingeniería social» que pueda dar paso al «nuevo orden mundial», un orden centralizado, socialista y ateo.
La «nueva ética» debe ser universal, relativista, inmanente y neo-pagana. Para ello es necesario lograr una sociedad homogeneizada y desarraigada de credos, principios y valores. Eso se alcanza diluyendo las conciencias y estandarizándolas bajo un pensamiento único materialista. Por ello, las bases del «nuevo orden», ideado a finales del Siglo XIX, son ideológicamente subversivos. El nuevo orden debe ser ateo y anticristiano, más aún, específicamente anticatólico.
Ese objetivo lo inspiró a la poderosa orden de los Illuminati. Escribe el masón John Robinson citando al propio fundador de la orden, Adam Weishaupt: «La meta específica de la Orden de los Iluminados es la de abolir el cristianismo y derrocar los gobiernos civiles».
La orden secreta, financiada por la poderosa familia Rothschild, se creó en 1776 con el propósito de llevar a cabo los planes de la alta francmasonería de crear un orden mundial socialista y ateo, introduciéndose en los círculos de poder de los gobiernos y de las finanzas. El primer logro de los Iluminados fue la Revolución Francesa, planeada en logias masónicas en Wilhelmsbad, en 1785. Después siguieron ejecutando y financiando otras revoluciones, entre las que destaca el marxismo.
En 1885, la espiritista rusa Helena Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, escribió su «Doctrina Secreta», en la que configuró el plan del nuevo orden mundial y la única religiosidad universal, tomando sus objetivos de la masonería negra.
Pierre Simón, ex Gran Maestro de la Gran Logia de Francia, en su libro «Porqué abandoné la masonería», confiesa la relación que existe entre la adoración satánica y el plan de emancipar al individuo sin otro límite que el que éste mismo se fije. Y admite que todas las leyes a favor del aborto, el divorcio, la eutanasia, la homosexualidad, fueron maduradas en las logias antes de ser discutidas por los diputados. En la masonería se considera que el hombre es el vértice del mundo, es quien merece adoración, por lo que la religión debe ser suprimida.
Friedrich Nietzche había sentenciado «Dios ha muerto». Y si Dios ha muerto, también ha muerto la naturaleza creada por Él. No hay nada fuera de nosotros que sea objetivo, por lo cual todo está conformado por la voluntad de cada uno. Ya no es siquiera el voluntarismo de vivir de Schopenhauer, sino la voluntad de poder, de auto afirmarse, de prevalecer. Nada me determina, ni Dios –que no existe-, ni la naturaleza, que es evolutiva, yo decido quién soy y nada ni nadie puede decir lo que soy.
Simone de Beauvoir sentenció: «una mujer no nace, se hace», de donde el rol de la mujer como madre y esposa (y su misma naturaleza) no serían más que una construcción social. Y si la mujer se hace, el hombre también se hace a sí mismo. Es el marxismo llevado a un proceso de deconstrucción sexual: no existen sexos biológicos sino solo roles atribuidos por la sociedad, por lo cual es preciso hacer guerra contra la familia.
De Antonio Gramsci, filósofo fundador del partido comunista italiano, tomaron la idea de que la revolución marxista planetaria nunca se realizará mientras no se produzca un proceso dialéctico en la cultura, principal elemento a «deconstruir» y sustituir, al mismo tiempo que se le utiliza.
A Gramsci, Bernstein y Engels el bolchevismo ya no les importa, hay que mutar la naturaleza del hombre para «deconstruir» a la sociedad y conseguir la revolución antropológica sin tener que socializar los medios de producción. Esto se hará después más fácilmente.
Deconstruir el orden social se logra, según la tesis gramsciana, inoculando primeramente en la opinión pública el concepto de «género», el cual pretende establecer que las personas no se identifican por su sexo masculino o femenino, sino por la libre «opción» que se adopte para «autoconstruirse» sexualmente mediante una «preferencia» que incluso puede ser contraria al propio sexo. Y es que para Gramsci todo es creación histórica «construcción cultural» y no naturaleza. Por ello, los homosexualistas y las feministas de género promueven la idea de que el ser humano nace sexualmente neutral, y que luego es construido socialmente en hombre o mujer. Siguiendo esa concepción, los expertos de la ONU se propusieron impregnar dicha idea en la educación y en los medios de comunicación, para que los niños y jóvenes puedan crecer sin que se les impongan «estereotipos» culturales «sexo-específicos».
En 1922, Harry Emerson Fosdick lanzó su famosa diatriba «Shall the Fundamentalist Win?», en la que postuló que el fundamentalismo debe desaparecer: quienes no se atreven a dudar de la revelación y de lo natural son fundamentalistas, y el fundamentalismo es intolerante. De allí nació el modernismo, que es el resumen de todas las herejías y el mayor repudio a la fe.
El nuevo paradigma consiste en emanciparse de todo condicionamiento. La verdad ha muerto y la tarea es recrear una nueva sociedad después de fragmentar la anterior. Es, sin duda, la mayor conmoción cultural que ha habido en la historia.
Después de construir el arquetipo viene la deconstrucción, afirmando que el concepto de «genero» implica clase, y que la clase presupone desigualdad. La meta es llegar a una sociedad sin clases (en este caso, de sexos) objetivo que coincide con los fines de la revolución marxista. Y además tiene el mismo obstáculo a combatir: el lenguaje, es decir, los conceptos universalmente aceptados, los cuales presuponen los conceptos biológicos y de naturaleza. La gente debe convencerse de que sus percepciones son meras construcciones sociales y culturales.
Influenciados por estas corrientes filosóficas materialistas y postmodernas, los creadores de la ideología de género son los siguientes:
Wilhelm Reich, seguidor de Marx y Engels pero sobre todo discípulo de Freud. Fue favorable a la revolución sexual y a la tarea de facilitar el divorcio y destruir la familia por ser parte del «capitalismo represor» del que deriva el «mito de la sexualidad procreadora». Fue impactado en gran parte porque su mamá se suicidó traumada por haber violado a un niño de trece años y haber tenido relaciones con el preceptor. Posteriormente también se suicidó su padre. Toda la obra de Reich es antipatriarcal, criticando la familia como «autoritaria». Fue expulsado del partido comunista alemán y luego perseguido en Estados Unidos por las terapias que aplicaba en sus clínicas, sometiendo a mujeres con problemas psicológicas y abusando sexualmente de ellas. Cometió también actos de bestialismo.
Alfred Kinsey: Recopiló su pensamiento el su obra «El comportamiento sexual en el hombre». En dicho estudio cometió un gran fraude con las estadísticas a fin de demostrar que la mayoría de las personas padece una perversión sexual: el 37% de los hombres tuvieron relaciones homosexuales en la adolescencia, 18% mantuvieron relaciones homosexuales por al menos tres años entre las edades de 16 a 55 años, etc., etc… Lo que Kinsey nunca dijo es que esas entrevistas y estudios las hizo entre la población carcelaria, por lo que no son representativos de la sociedad. Con todo y esa falsedad, los ideólogos de género siguen citando la «Escala de Kinsey» como algo científico. Kinsey practicó el sadomasoquismo y la pedofilia.
A partir de la Escuela de Frankfurt, la homosexualidad deja de de ser una desviación grave, y lo patológico son ahora las culturas «hetero-patriarcales». Esto influyó después en la decisión de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) de desclasificar la homosexualidad como un padecimiento psicológico.
Georges Bataille, admirador del Marqués de Sade, partidario del satanismo orgiástico, propagó las bondades de los sacrificios humanos rituales. Creó la sociedad secreta «Acephale» para llevar a cabo inmolaciones y decapitaciones. Es el teórico del «erotismo narcisista» basado en la consideración de que «el hombre soberano es un asesino en potencia», por lo que el sadismo sexual es la consecuencia más depurada de la sexualidad. De Bataille, los ideólogos de género toman la idea del placer equivalente a transgresión.
Michel Foucault, uno de los más reputados ideólogos de género, seguidor también de Nietsche y Sade, homosexual obseso, también miembro del partido comunista. Fue iniciado en los Estados Unidos en el sadomasoquismo homosexual y en el consumo masivo de drogas de todo tipo. Intentó varios tipos de suicidio y nutrió un intenso odio por su propio cuerpo que le llevaba a despellejarse con una cuchilla de afeitar.
Margaret Sanger, fundadora de Planed Parenthood, la multinacional del aborto. Abandonó a sus propios hijos dejándolos en la indigencia, se la pasaba en relaciones sexuales de forma irrefrenable, fue defensora de la eugenesia. Terminó en delirio alcohólico en una clínica, casada con un multimillonario, si bien tuvo relaciones con otros millonario de quienes obtuvo los recursos para su fundación.
Amelia Valcarcel, quien tematizó el código moral como el «derecho al mal» de las mujeres: éstas deben reivindicarse contra los valores patriarcales y abandonar la dulzura femenina para adoptar su derecho al mal.
Bruno Mattei, quien plasmó el erotismo como expresión de puro odio en un sinnúmero de escenasgore.
Margaret Mead, bisexual, antropóloga, creadora del fraude de Samoa, la idílica isla virgen en la que el sexo se disfrutaba libremente sin las constricciones de la cultura cristiana. En realidad, un gran fraude, pues se trataba sólo de una mistificación, siendo Samoa una sociedad completamente represiva.
Shulamith Fireston, autora de «La dinámica del sexo», texto básico del feminismo. Fireston hizo de la supresión de la familia su objetivo prioritario. Para ella, la maternidad representa la «opresión radical» que sufre la mujer debido a la «servidumbre reproductiva determinada por la biología» misma que es necesario suprimir.
Kate Millet, autora de «Política sexual» en donde escribió su famosa frase «lo privado también es político» y «el amor ha sido el opio de las mujeres». Se convirtió en lesbiana por razones ideológicas, al considerar que el papel de los hombres en el sexo es de dominio. Por ello es preciso cuidar la disposición de los cuerpos durante el acto sexual, cuidando que ninguna de las personas esté encima de otra en la cama, sino en paralelo. Millet, ha tenido que ser ingresada varias veces al psiquiátrico, dictaminada con depresión maníaca y esquizofrenia, y ha intentado el suicidio en diversas ocasiones.
Elisabeth Fisher, amiga de Millet, bohemia radical hippie, fundadora de «Aphra», el primer periódico feminista, se termino suicidando, al igual que su amiga cubana María del Drago, y al igual que su otra amiga feminista Ellen Frankfurt. Son conocidas como «el grupo de las cuatro», constituyendo el punto de referencia ideológico de las feministas.
Germaine Greer, autora de «La mujer eunuco», quien ha trascendido por establecer diferencias entre las mujeres de acuerdo al tipo de orgasmo, el vaginal o el clitoriano, exaltando la excelencia de éste último. Promueve el aborto y el sexo lésbico. Está casada con un transexual.
Como el esquema de la ideología de género es netamente marxista, no hay un sólo defensor o defensora de la doctrina de «género» que no pase por «pacifista», por «víctima» o por «defensor/a» de quienes son víctimas de ataques y discriminaciones por parte de la sociedad. La agenda de la lucha no parece violenta, pero en los hechos violenta las conciencias al imponer el interés de una minoría, lo cual es mucho peor.
El sentido originario de la palabra «discriminar» (distinguir, separar) fue sustituido por uno peyorativo, el de dar trato de inferioridad a ciertos miembros de la sociedad por motivos raciales, religiosos, políticos, sexuales, etc.
Por ello, el criterio de «no discriminación» dejó de ser objetivo. La existencia de cualquier jerarquía es considerada como arbitraria y albergando el intento de disminuir a otros. Con ello renace la idea socialista según la cual toda diferencia hace sufrir al inferior (aunque éste sea tratado dignamente). Para evitar tal sufrimiento, habría que suprimir toda desigualdad y homogeneizar a la sociedad.
Así manipulada, la «discriminación» es la distinción o diferencia de trato ilegítima: ilegítima por arbitraria, y prohibida por ilegítima. El concepto marxista clásico de «explotado» es sustituido por el de «excluido», suponiendo que existen rivalidades sociales por motivo sexual.
Entre las «víctimas» de la discriminación están quienes son excluidos por practicar estilos de vida «alternativos»: drogadictos, travestis, homosexuales, prostitutas, lesbianas, etc., a quienes entonces se procura promover para que no sean «discriminados».
El criterio de «no discriminación», que favorece a esos «grupos minoritarios» para compensar la desventaja de ser «víctimas», los convierte en una clase privilegiada. Pero no en razón de sus méritos, derechos, cualidades o roles en la sociedad, sino por causa de sus desviaciones morales. De esta forma, la «no discriminación» los acaba transformando, bajo el nuevo principio de «tolerancia», en agentes de degradación dentro de la sociedad. No por ellos, sino por la corriente ideológica radical que los manipula.
El principal campo de batalla está en la lingüística, intentando alterar el sentido de las palabras y sus connotaciones emocionales, hasta cambiar los valores, modificar el pensamiento y crear una nueva «cultura». De allí los términos, por ejemplo, de «interrupción del embarazo» (en vez de aborto), «salud sexual y reproductiva» (en vez de anticoncepción), «pareja» o «compañero/a» (en vez de concubina/o), píldora «de emergencia» (en vez de abortiva), «preferencia sexual» (en vez de desviación), «preembrión» (en vez de feto), «género» (en vez de sexo), y otros más. El denominador común es que todos esos términos llevan a la confusión y al error a grandes masas de personas que dejan de llamar a las cosas por su nombre sin la más mínima capacidad crítica. El objetivo es deconstruir el lenguaje, para después poder deconstruir la familia, la educación, la cultura y la sociedad en su conjunto, facilitando la imposición del nuevo orden mundial anticristiano y ateo.
Lamentablemente, la mayoría de los comunicadores no son conscientes del ataque lingüístico e ideológico al que están sometidos, e irracionalmente repiten muchos de los conceptos de la ideología de género y de la nueva ética mundial, a pesar de que esos conceptos son adversos a la cultura e idiosincrasia de la mayoría de la población, y sin calibrar el daño que ocasionan.
La revolución cultural a que nos referimos encontró su equilibrio en la postmodernidad. La postmodernidad desestabiliza y deconstruye a la misma modernidad, la síntesis cultural que había prevalecido en Occidente desde los tratados de Westfalia (1648). Ciertamente, la postmodernidad deconstruye ciertos abusos de la modernidad, como el racionalismo, pero también, al ser antropológicamente reductiva, impulsa una apostasía de la verdad sumamente sediciosa y amenazante para la civilización humana.
El alzamiento de mayo del 68, su rechazo de la moralidad y de la autoridad, su exaltación de la libertad y la secularización, precipitaron la transición de las sociedades occidentales a la civilización «no represiva» que defendía Herbert Marcuse, otro de los padres de la revolución cultural posmoderna.
La postmodernidad implica una desestabilización de nuestra percepción racional y sobrenatural de la realidad, de la estructura antropológica que dio Dios al hombre y a la mujer, del orden del universo tal y como fue establecido por el Creador. El principio básico de la postmodernidad es que toda realidad es una construcción social, que la realidad no tiene un contenido estable, que no existe la verdad objetiva. Por tanto, la misma existencia del Creador puede ser puesta en discusión.
La realidad viene a ser una construcción que se puede interpretar. No hay una verdad objetiva y no hay reglas para la interpretación de la realidad, todas las interpretaciones son igualmente válidas. Es la dictadura del relativismo: si no hay nada «dado», entonces las normas y estructuras sociales, políticas, jurídicas y espirituales pueden ser deconstruidas y reconstruidas a voluntad, según las transformaciones sociales del momento.
La postmodernidad exalta la soberanía arbitraria del individuo y su derecho a elegir lo que desee. La nueva ética mundial postmoderna y la ideología de género celebran las diferencias, la «pluralidad» de opciones, la multiplicidad y libertad cultural, la diversidad sexual con todo tipo de «orientaciones». Es la «liberación» del hombre de las condiciones de existencia establecidas por Dios, es la posición de rebeldía radical respecto a lo dado por el Creador. Es la adoración del hombre, quien ha venido a convertirse en el centro del universo.
El radicalismo postmoderno estipula que el individuo, para ejercer su derecho a elegir, debe liberarse de todo marco normativo, ya sea semántico (definiciones claras), ontológico (el orden del ser, lo dado), político (la soberanía nacional), moral (normas trascendentes), social (tabúes, lo que está prohibido), cultural (tradiciones) o religioso (dogma, tradición y doctrina de la Iglesia). Esta supuesta «liberación» se convierte en un imperativo de la nueva ética. Pasa por la deconstrucción de las definiciones claras, del contenido del lenguaje, del conocimiento objetivo, de la razón, de la verdad, de las jerarquías legítimas, de la autoridad, de lo natural, de la identidad (personal, genética, nacional, cultural, religiosa, etc.) y, por lo mismo, de la naturaleza, de la revelación divina y de los valores cristianos.
La postmodernidad reclama el derecho a ejercer la libertad personal contra las leyes de la naturaleza, contra las tradiciones y contra la revelación divina. Fundamenta el imperio de la nueva «ley» y la democracia sobre el derecho a elegir, en el que incluye, en nombre de la nueva ética, el derecho a tomar decisiones intrínsecamente malas: el aborto, la homosexualidad, el «amor libre», el suicidio asistido, el rechazo de cualquier forma de autoridad legítima o jerarquía, la «tolerancia» obligatoria de todas las opiniones, en general un espíritu de desobediencia que se manifiesta de múltiples maneras. El derecho a elegir interpretado de este modo se ha convertido en la norma fundamental que rige la interpretación de todos los derechos humanos, y es la referencia principal de la nueva ética mundial. Suplanta y «trasciende» el concepto tradicional de universalidad. Se posiciona en un meta-nivel. Se impone y reclama para sí mismo una autoridad normativa mundial.
La ausencia de definiciones claras es el rasgo dominante de todos los términos y expresiones del nuevo lenguaje global en todos los paradigmas postmodernos. Los expertos que han forjado los nuevos conceptos se negaron explícitamente a definirlos claramente, alegando que una definición concisa limitaría la posibilidad de cada uno de elegir su propia interpretación, lo cual contradice la norma del derecho a elegir. En consecuencia, los nuevos conceptos no tienen un contenido estable o único: son procesos de cambio constante que se amplían tan a menudo como cambian los valores de la sociedad, tan a menudo como surge la posibilidad de nuevas opciones.
La deconstrucción del ser humano como hombre y mujer lleva a una sociedad asexual, a una sociedad neutra, sin masculinidad ni feminidad, que sin embargo coloca la libido en el centro de la ley. El proceso de deconstrucción preconiza una sociedad sin amor. El concepto de género es la caballo de Troya de la revolución feminista occidental en sus aspectos más radicales, una revolución que se logró extender exitosamente a las cinco partes del mundo. La perspectiva de género está en pleno centro de las prioridades de desarrollo global, y en particular de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU.
Existe una conexión directa entre el deconstruccionismo de género y la ideología de «orientación sexual» (bisexualidad, homosexualidad, lesbianismo, heterosexualidad). La ética mundial posiciona todas estas «opciones» en el mismo nivel. La Conferencia del Cairo impuso el concepto de familia bajo todas sus formas: este concepto supuestamente holístico incluye no solo a la familia tradicional, sino también a las «familias» con «padres» del mismo sexo.
En la postmodernidad, el individuo se convierte en el creador «libre» de su propio destino y de un nuevo orden social. Puede elegir ser homosexual hoy y ser bisexual mañana. Los niños pueden elegir su propia opinión, independientemente de los valores que reciban de los padres («derechos del niño»). Son tratados en pie de igualdad como «ciudadanos» y participan en las decisiones políticas que afectan a sus vidas (Parlamentos de Jóvenes). Los estudiantes se educan los unos a los otros mientras que los profesores actúan como «facilitadores».
Las mujeres desempeñan roles sociales tradicionalmente de hombres (igualdad de géneros, sociedad unisex). Las ONGs determinan políticas mundiales, y los gobiernos se conforman a esos valores. Laicos y ministros católicos promueven la «nueva» Iglesia, introduciendo la idea de democracia (contra el esquema monárquico fundacional), de co-gobierno (obispos con y al mismo nivel del Papa), y de permitir la contracepción, el sacerdocio de la mujer y la homosexualidad tolerada. Incluso se da el absurdo contradictorio de grupos organizados como «Católicas por el Derecho a Decidir» que se pronuncian a favor del aborto, a pesar de que es totalmente condenado por la Iglesia y su promoción misma implica la excomunión latae sententiae (automática, sin necesidad de declaración). Esto revela el gran deseo que tienen de minar los cimientos de la Iglesia desde dentro. Y en la mera columna vertebral, que es la fe de los creyentes.
También la promoción del aborto («maternidad segura») demuestra el radicalismo ideológico de la nueva ética mundial, al decretar que el embrión no es persona humana, ignorando los avances bioéticos de la Academia Alemana de de las Ciencias, o de la Australiana, o de la Española, o la Francesa sobre el embrión humano, academias en las que el meollo del debate ya no consiste, desde hace mucho tiempo, en la identificación de indicios tempranos o tardíos de «humanidad», sino en el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales, particularmente del derecho a la vida y a la integridad física, desde el primer instante de la existencia, el cual debe ser respetado en virtud del principio de igualdad. De esos avances científicos han surgido leyes, en varios países, que protegen el embrión, como ser humano indefenso, desde el primer instante de su existencia.
Tras la caída del Muro de Berlín, las circunstancias históricas facilitaron la toma de poder por parte de los agentes de la revolución. A principios de los 90s, la ONU desempeñó un papel esencial, aunque no exclusivo, como catalizador de los cambios culturales de la «nueva ética».
Introducir el concepto de «género» en los organismos internacionales fue un paso importante en el proceso de deconstrucción, pues sutilmente fueron eclipsando el carácter biológico de los dos sexos, masculino y femenino, abriendo la puerta a la aceptación de la más variada actividad sexual desordenada: homosexual, lesbiana, bisexual, transexual, etc., etc.
El proyecto de la UNESCO, por ejemplo, incluye la promoción de la homosexualidad entre los adolescentes y jóvenes, a través de la ideología de género, la libertad de «preferencia» sexual y el principio de «no discriminación». Los principios de la nueva ética están por encima de la tutoría de los padres de familia, sobre todo cuando se ha legislado a favor de las «preferencias» sexuales y la «no discriminación», por lo cual en varios países se sanciona cada vez con más rigor a padres que educan a sus hijos en los principios morales clásicos, incluso limitando penalmente su ejercicio de tutela. Esta es una muestra de la intolerancia y de la tiranía de la nueva ética mundial respecto a quienes no están en la línea del pensamiento único imperante.
Para forzar la aplicación de los programas abortistas utilizan la coerción económica de los organismos internacionales, sobre todo contra los países en vías de desarrollo. Ya desde la Conferencia de Bucarest se comenzó a exigir a las naciones a adoptar las medidas antipoblacionales del Memorandum 200 elaborado por Henry Kissinger. En la conferencia llevada a cabo en México, en 1984, no solo se exigieron programas, sino también metas de reducción poblacional.
En la Conferencia de Suiza, en 1991, se propuso que «se deberá establecer un nuevo organismo internacional que vigile la observancia de la nueva ética mundial» con el objetivo de poder vivir «de forma sustentable».
En, Viena, en 1992, el documento establece que «se deberán cambiar los roles de género en orden a reducir la fertilidad». Es decir, implantar el «nuevo tipo de familia» equivale a lo que se logra mediante la esterilización y el control poblacional.
En la Conferencia de El Cairo, en 1994, se llegó ya a las amenazas, sobre todo en el momento en que el director del Banco Mundial, J. T. Preston, advirtió claramente que si los países en vías de desarrollo no aplicaban las políticas antinatalistas, se les retirarían los créditos financieros.
La meta de la Cumbre del Cairo de «lograr la sustentabilidad» en realidad ponía en marcha un sistema totalitario en menoscabo de la esfera privada trastocando el modelo de familia y el comportamiento de las personas. «Hay que cambiar el paradigma de familia» se lee desde el documento previo. Desde entonces, la ONU se propuso suprimir en las legislaciones los derechos de los padres de familia de influir en materia de educación, reproducción y sexualidad de los menores. Y fue allí donde se lanzaron los «nuevos derechos», como el derecho al aborto (a instancias del presidente Bill Clinton).
El «género», que fue el concepto clave de la Conferencia de Beijing de 1995, logró imponer plenamente el concepto de «salud reproductiva», redefiniendo la inalterable función reproductiva por «el rol variable del hombre y de la mujer». La intención detrás de esta vaga definición es la deconstrucción de la estructura antropológica del hombre y de la mujer, de su complementariedad, de la feminidad y de la masculinidad.
En la Conferencia «Habitat 2» celebrada en Estambul en 1996, el secretario general dijo admitió: «Lo que se busca es el cambio en el estilo de vida, y el reemplazo de la familia por nuevas formas de familia, es un proceso de reingeniería social».
En el foro de La Haya, en 1999, conocido como Cairo+5, se declaró que los padres de familia y las escuelas constituyen «el primer obstáculo» para hacer llegar a los adolescentes y jóvenes los «servicios» que ofrece la ONU. Por ello, se decidió que el FNUAP (el fondo de la ONU para las Actividades de Población) se encargaría de difundir y financiar el proyecto «Los jóvenes educan a los jóvenes». Los cursos, se acordó, tendrían carácter «confidencial», sin el consentimiento de los padres de familia, aplastando el principio de patria potestad. También se especificó que el argumento de la «prevención del SIDA» sería utilizado para presionar a los gobiernos a adoptar el programa.
En el año 2000, en la sede de la UNESCO, en París, se aprobó la llamada «Carta de la Tierra» un documento ecologista panteísta de corte marxista que tuvo por redactor principal a Mijail Gorvachov. En esa ocasión declaró: «sustituiremos los 10 mandamientos por el código moral de esta carta». Esa carta ha sido llevada en procesión, dentro de la llamada «arca de la esperanza» en las cumbres de Nueva York y Johannesburgo, para que ésta «ilumine» a los presentes por su mera presencia.
En Ginebra, en 2001, con Carolyn Hannan como directora de la División para el Adelanto de la Mujer, la ONU empezó a estigmatizar la maternidad. En el documento de la Cumbre se lee que «Las diferencias sexuales fueron construidas para que el hombre dominara a la mujer; el trabajo reproductivo es una carga o impuesto que limita a la mujer».
En esa Cumbre, se establecieron los cinco comités para los «nuevos derechos», con la consigna de aplicar la perspectiva de género en todos los comités, estableciendo que las resoluciones deben aplicarse en todas las políticas públicas de los países.
El radicalismo de la corriente antinatalista es tal que el magnate Ted Turner, paladín y financiador de la eugenesia racial moderna, llegó a proponer, durante la Conferencia de la ONU «COP 16» organizada en Cancún en 2010, que la política China de un solo hijo sea impuesta obligatoriamente a nivel mundial, pues es preciso reducir la población mundial a dos mil millones de personas (de siete mil 500 millones que hay actualmente). Turner intentó fortalecer la falsedad de que existe un «calentamiento global», y de que el cambio climático tiene origen humano. Joaquim Shellnhuber, promotor del gobierno mundial y de la reducción poblacional, fundador del Instituto para el Impacto Climático, a quien Jorge Mario Bergoglio pidió presentar su Encíclica«Laudato Si» en El Vaticano, declaró que es preciso reducir la población mundial a tan solo un mil y medio millones de personas.
En mayo de 2016, el Fondo Monetario Internacional abrió para México una línea de crédito de 88 mil millones de dólares. Lo condición para el otorgamiento fue que el presidente Enrique Peña Nieto enviara a diversas dependencias del Ejecutivo federal un paquete de medidas que instituyen la ideología de género, y al Congreso de la Unión una iniciativa de ley para aprobar los «matrimonios» homosexuales.
Todas las cumbres de la ONU y las legislaciones impuestas a la naciones han sido enfocadas a una reingeniería social. Las sociedades humanas han quedado desarmadas para ninguna defensa. Se ha tratado de imponer a todo el mundo un nuevo sistema de valores contra el cristianismo, de forma que éste se pueda erradicar por vía legal. Así es como se han abierto las puertas a un totalitarismo mucho más amenazante que ninguno anterior.
La amenaza que se cierne es la supresión de la libertad de expresión, como sucedió en Buenos Aires cuando se aprobó el aborto y el matrimonio homosexual: toda opinión que vaya en contra de la ideología de género será considerada delito.
Así declaró Hillary Clinton en Nueva York, en 2015, con ocasión de la Conferencia sobre el Feminismo: «Los códigos profundamente enraizados, las creencias religiosas y las fobias estructurales han de ser modificados; los gobiernos deben usar todos sus recursos coercitivos para redefinir los dogmas religiosos». ¿Se puede llamar tolerancia al uso de «todos los recursos coercitivos? Si algo caracteriza a la ideología de género es precisamente su intolerancia. Tratan de dinamitar la sociedad, pero la mayoría debe permanecer callada.
Un grave error fue, en México, el haber elevado a rango constitucional el derecho a la «preferencia sexual». Con esto, los legisladores han quedado «a la moda» de los dictados que marcan intereses extranjeros particulares, dirigidos a minar la institución de la familia y del matrimonio. Pero demostraron su ignorancia respecto a la moderna discusión que existe sobre el tema de la así dicha «preferencia» sexual, desde la óptica psicológica, genética, o de implicaciones legales o sociales.
En el aspecto genético, el debate científico actual es acerca de los derechos del embrión, considerando a éste como nuevo ser humano, independiente desde que el óvulo fecundado posee su código cromosómico completo, momento en que ya se pueden definir cerca de 1,500 características desde el color del pelo, los ojos, el carácter, y, desde luego, el sexo. Este último es una definición que es dada por nacimiento. No se «escoge» ser hombre, o ser mujer. Se nace uno u otro.
Peor aún cuando uno acude a cualquier enciclopedia para ver lo que son las «preferencias sexuales». Allí aparece: heterosexualidad, homosexualidad, transexualidad, zoofilia, pederastia, onanismo, fetichismo, vouyerismo, sadismo, masoquismo. Cualquiera puede ahora presentar una controversia constitucional entre las leyes que prohíben la pederastia, por ejemplo, y el nuevo articulado que protege las «preferencias sexuales».
Por otra parte, al hablar de «preferencia» homosexual y no de padecimiento o desviación psicológica se comete una injusticia con esas personas, pues se les oculta la posibilidad de acceder a una terapia para su curación.
Adicionalmente, se abre un peligro serio para los padres de familia, ya que no podrán impugnar ahora planes de educación o libros de texto, que muestran la homosexualidad como una posibilidad que sus hijos pueden elegir. Esto está sucediendo ya en programas para niños de primaria. Los padres ven limitado su derecho a educar a sus hijos según sus principios debido a que las «preferencias» ya son un «derecho constitucional».
Semejante unilateralidad ya había quedado manifiesta cuando, en vísperas de la conferencia de El Cairo, el Departamento de Estado estadounidense envió un cable confidencial a todas sus embajadas para que trataran de convencer a los respectivos gobiernos de usar en ese foro «un lenguaje más fuerte sobre la importancia de acceder a los servicios del aborto en todos los países». El cable no duda en llamar al aborto un «asunto prioritario para los Estados Unidos».
Otro argumento utilizado, para imponer esa prioridad, fue el de relacionar retraso económico con crecimiento poblacional. Para ello manipularon los indicadores de población y las cifras demográficas. Pero jamás lograron probar su argumento. Los estudios más bien sugieren que sí se relaciona bienestar económico con crecimiento poblacional.
Jaqueline Kasun, autora de «Guerra contra la población», explica que los estudios económicos fallaron en demostrar que el crecimiento poblacional tiene efectos negativos en la economía. El mismo Banco Mundial, paradógicamente una de las principales instituciones antinatalistas, realizó varios estudios que demuestran cómo la evidencia estadística lleva a pensar que más bien se puede relacionar desarrollo poblacional con crecimiento económico.
Recordemos la confesión de quien fuera conocido como el «rey del aborto», Bernard Nathanson (realizó más de 75,000 abortos, incluso el de su propio hijo), cuando reconoció que «Para la legalización del aborto nos sirvieron de base dos grandes mentiras: la falsificación de estadísticas, y encuestas que decíamos haber hecho».
Los argumentos de la ONU fueron tomados de las teorías malthusianas. Para el clérigo anglicano Thomas Malthus, «el mejor modo de controlar social y demográficamente a la humanidad es la difusión del vicio y la inmoralidad». De allí surgió la llamada «cuarta revolución», o «revolución sexual», la cual está está en la base de la ideología de género.
Las teorías de Malthus fueron retomadas por Margaret Sanger, fundadora del Planned Parenthood, quien escribía que «los seres sanos deben procrear abundantemente, y los ineptos deben de abstenerse: este es el principal objetivo del control natal». Planned Parernthood ha sido objeto de un penoso escándalo en 2016 cuando se descubrió que sus directivos lucran vendiendo órganos de los niños abortados.
De Marie Stopes surgió la idea de la eliminación racial eugenésica, que también es inspiradora de la nueva ética mundial. El gobierno del Distrito Federal de México otorgó a las clínicas Marie Stopes la licencia para poder realizar abortos como negocio privado.
La unión de la Planned Parenthood con la Family Planning dio origen a lo que después sería la International Planned Parenthood Federation, brazo operativo del Population Council creado bajo el patrocinio Ford-Rockefeller, cuyo principal objetivo es modificar las legislaciones nacionales para adecuarlas al proyecto de control natal.
La ética postmoderna de la elección se jacta de eliminar jerarquías. Sin embargo, al imponer la supremacía de la elección arbitraria, engendra de hecho una nueva jerarquía de valores. Coloca el placer por encima del amor, la salud y la riqueza por encima de lo sagrado de la vida, la ganancia inmediata sobre la integridad, la participación de grupos de interés particular en los asuntos públicos del gobierno por encima de la representación democrática, los derechos de la mujer por encima de la maternidad, la atribución de poder al individuo o grupo caprichoso por encima de cualquier forma de autoridad legítima, el derecho a elegir el bienestar inmediato autónomo por encima de la Ley eterna escrita en el corazón del hombre, en pocas palabras, lo inmanente por encima de lo trascendente, el hombre por encima de Dios.
Las nuevas jerarquías de «valores» expresan una forma de dominación sobre las conciencias, hasta conformar una verdadera dictadura del relativismo. La aseveración puede parecer paradójica: totalitarismo es normalmente una imposición de arriba hacia abajo, mientras que el relativismo implica la negación de absolutos y reacciona contra cualquier tipo de imposición desde arriba, como la verdad, la revelación, la realidad, la moralidad. En la dictadura del relativismo lo que se nos impone es una deconstrucción radical del humanismo y de la fe desde abajo, a través de un proceso de transformación cultural aparentemente neutro e inofensivo. Con todo, el relativismo no puede ocultar la identidad que esconde detrás de la máscara: es dominante y totalitario.
En el fondo, nos enfrentamos a una crisis epistemológica neokantiana por la que se vuelve a poner en duda la capacidad de la mente de alcanzar la verdad objetiva. Esa teórica «incapacidad» de cognición metafísica se tradujo, en el campo moral, en una fractura que deriva en un acentuado subjetivismo por el que no solo no se está de acuerdo sobre lo bueno y lo malo, sino que incluso se pone en duda la validez de esa distinción.
En el pasado, lo que el Occidente consideraba el «enemigo» (como, por ejemplo, el comunismo o las dictaduras sangrientas) solía ser algo claramente identificable, único, externo a las democracias occidentales. Ese «enemigo» utilizaba métodos subversivos o autoritarios, brutales, como la toma del poder por la fuerza y la represión política.
En el mundo postmoderno, el enemigo es indefinido, oculto, sutil, silencioso, global, y está dentro. Sus estrategias son suaves, informales, operan desde la base. El resultado final de la dictadura global del relativismo es la deconstrucción del hombre y de la naturaleza, y la propagación de la apostasía y de un orden global socialista neo-pagano.
Al igual que los sistemas ideológicos del pasado, la ideología de género terminará derrumbándose: al estar repleta de contradicciones, simple y sencillamente es insostenible.
Pero los cristianos no deberían dar por hecho que la civilización mundial, después de colapsar por su fallida emancipación del Creador, volverá por sí misma al sentido común y a los valores cristianos. No, la nueva ética que se nos quiere imponer debe ser rebatida, desmontada y evangelizada. La humanidad está llamada a vivir la civilización del amor, no la falsedad de la «nueva era».
En todas partes del mundo los cristianos se ven tentados, casi siempre por ignorancia, a mezclar los paradigmas de la nueva ética mundial con la doctrina cristiana, confundiéndolas por la aparente bondad de los novedosos conceptos.
Se requiere de un esfuerzo de autocrítica y desprogramación sistemática para revisar con atención nuestro propio lenguaje, refutando y desmintiendo los conceptos de la nueva ética mundial y retomando con valor y certeza los de la doctrina cristiana.
Muchos cristianos no distinguen entre el nuevo sistema ético, construido y supuestamente «holístico», y los designios de salvación de Dios, que son realmente holísticos y además eternos. Las dos lógicas van en direcciones diametralmente opuestas.
La aberración, por ejemplo, de equiparar matrimonio con homosexualidad es posible únicamente porque el deterioro de la razón de los legisladores les lleva a perder de vista que el derecho positivo existe para salvaguardar el derecho natural. De esta forma, si el legislador observaba que la persona humana requiere de comer, establecía que todos tenemos derecho a ser alimentados.
Igualmente, el legislador, a lo largo de miles de años y en todas las culturas, observando que el matrimonio es una institución natural que se construye mediante el amor complementario y fecundo entre un hombre y una mujer, y es lo que construye la sociedad, estableció que es necesario preservar esa institución natural dentro del derecho positivo. Tanto así que en el derecho de todos los pueblos quedó así establecido.
La palabra «matrimonium» es mucho anterior a Cristo y a la Iglesia, viene del derecho romano que estableció esa institución para que la mujer pudiera tener hijos dentro de la legalidad, por lo que incluso etimológicamente es un monumental contrasentido relacionar «matrimonio» con «homosexualidad». La palabra misma en latín, de matrem (madre) y de munus (calidad), implica los derechos propios de la mujer y de la madre dentro de la unión con un hombre, mientras que el «patrimonio», formado de pater (padre) y el sufijo munus, refleja los bienes y derechos adquiridos por herencia.
El que un legislador ignorante pretenda establecer que a partir de ahora dos personas del mismo sexo podrán constituir un «matri-monium» implica, en el campo de la lógica, lo que se llama un «absurdo en términos» y, en el campo del derecho, una total aberración jurídica por la que cualquiera sería reprobado en la carrera de derecho en una universidad. La ignorancia de los legisladores llega a ser realmente monumental.
El 15 de julio de 2016, el más importante tribunal mundial de Derechos Humanos, el Tribunal de Estrasburgo, aprobó en el pleno, por unanimidad de los 47 países que conforman el Consejo de Europa, que «no existe en absoluto un derecho al matrimonio homosexual». El Tribunal sentenció que la noción de familia no sólo contempla «el concepto tradicional del matrimonio, a saber, la unión de un hombre y una mujer» sino que no se debe imponer a los gobiernos la «obligación de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo». En cuanto al principio de discriminación, el Tribunal añadió que no hay tal discriminación dado que «los Estados son libres de reservar el matrimonio únicamente a parejas heterosexuales».
En el Distrito Federal se aprobó, en noviembre de 2006, la Ley de Sociedades de Convivencia. Esa figura, de gran avanzada, otorgaba ya todos los derechos civiles y sociales a cualquier pareja que quisiera unirse para vivir bajo un techo común. Bastaba replicar esa ley a nivel nacional para que todas las parejas homosexuales pudieran unirse bajo la protección de la ley y con reconocimiento social. Pero no: lo que pretenden los promotores de la ideología género es provocar la destrucción de la institución del matrimonio como tal, por lo cual pretenden que a fuerzas esa palabra sea usada para designar sus uniones.
Pero el engaño y la manipulación afecta en primer término a los interesados, pues el derecho positivo no puede anular el derecho natural, por el simple hecho de que las leyes no pueden cambiar la naturaleza humana. Equivaldría a aprobar una ley estableciendo que ahora los hombres van a parir hijos, ya no las mujeres, porque así lo establece la ley.
Hay un elemento adicional a la manipulación ínsita de las «preferencias sexuales» y es que la promoción de la disolución sexual también es promovida como medida de control político de las personas.
Desde los acuerdos de Basilea, y hasta llegar a las diversas corrientes del materialismo histórico y la eugenesia del siglo XX, personas y grupos de poder han financiado la «revolución sexual» como un medio de control político, y ello porque la explotación financiera de los vicios sexuales de los seres humanos, bajo la forma de «liberación», provoca la disolución social, lo que justifica el intervencionismo y facilita el control global de la población.
A ello se debe que esos grupos de poder, entre los que destaca la familia Rockefeller, inspiren y suministren ingentes medios económicos para la demolición programada de la natalidad, del matrimonio, de la familia y de la cultura. Con su enorme poder financiero han logrado, a través de la ONU, de la OMS y de diversas fundaciones, que sus objetivos subversivos se conviertan en doctrina oficial de gobiernos y organismos internacionales.
La estrategia, como expusimos arriba, ha sido manipular la ideología considerada «liberal» y «de izquierda» para introducir en la opinión pública el concepto de los «derechos sexuales» con la intención, no confesada, de promover la promiscuidad y el divorcio, de favorecer la anticoncepción y la esterilización, así como alterar la función del matrimonio y de la paternidad dentro de la institución familiar.
Como ideología, la revolución sexual nació a principios del siglo XVII, cuando el oligarca anglo-holandés Bernard Mandeville sentó las bases de la escuela económica británica cuya premisa sostiene que los vicios privados de los seres humanos son los que generan el mercado. Al igual que el laissez-faire en economía, las primeras ideas de explotar el sexo como forma de subversión y control social surgieron también durante la mal llamada «Ilustración».
Las tesis de Mandeville cobraron fuerza con la ideología hegeliano-straussiana y con el marxismo. De Hegel y Strauss adquirieron la dialéctica social: destruir para construir, «liberar» para esclavizar, provocar el caos para imponer el orden, fabricar los problemas para obligar a la opinión pública a aceptar la solución.
De Gramsci, como ya dijimos, tomaron la idea de que la revolución marxista solo se realizará con la deconstrucción de la cultura.
Una vez definida la nueva ideología se emprendió, desde los 70s, una campaña para que la homosexualidad dejara de ser considerada como desorden psiquiátrico y se comenzara a considerar como un comportamiento normal, y para que se borrara del catálogo de las prácticas antinaturales y se convirtiera en una «preferencia» u opción.
La explotación económica de los seres humanos, que fomenta la «liberación sexual» como instrumento para el control social global, fue magistralmente analizada por John Heidenry en su libro What Wild Ecstasy, y por Michael Jones en su monumental obra Libido Dominandi: Sexual Liberation and Political Control. Ambos desentrañan la historia y las estrategias de las redes internacionales para reducir el sexo a placer, y para abrir la puerta a un sinfín de relaciones antinaturales.
Si algo queda claro en esos tratados es que los supuestos intelectuales «de izquierda», que critican la globalización impulsada por los ricos del mundo son, en realidad, sus aliados estratégicos más incondicionales. El marxismo al servicio del gran capital.
Un paso decisivo se alcanzó en 1973, cuando lograron que la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) irresponsablemente y sin ninguna razón científica quitara la homosexualidad del catálogo de los desórdenes psicolócos; otro fue 20 años después, cuando la OMS también la eliminó, por decreto, del catálogo de sus enfermedades mentales. La revista TIME comentó, en 2001: «Un sector de la población, hasta entonces considerado sexualmente patológico, fue declarado, de un golpe, mentalmente sano». Durante esos años, millones de dólares se destinaron para que, a través de la ONU y de diversas fundaciones, se redujera la homosexualidad a un asunto privado de elección. Los principales inversionistas fueron nuevamente los Rockefeller.
Conseguido esto, la estrategia para imponer legislativamente las uniones homosexuales en las naciones se ha basado en tres pasos: primero, se usa la presión mediática para cambiar la ley mediante el sofisma de que ésta atenta contra los derechos humanos de una minoría. Segundo, se cambia la definición de matrimonio. Tercero, se bombardea a la opinión pública para hacer creer que tal cambio es positivo, hasta que la sociedad aprueba que se ataque y silencie a los opositores bajo el argumento de ser «discriminadores» y «retrógrados». A partir de allí se comienza a forzar a las escuelas y a los medios masivos de comunicación a transmitir información que promueve la homosexualidad como forma de vida que se debe inculcar entre niños y jóvenes. El paso siguiente, la adopción de niños por parte de uniones homosexuales. El último paso, la aprobación y definición de matrimonio ya no como unión «entre dos personas» del mismo sexo, sino entre «varias personas» de cualquier «género», como se comienza a proponer en varios Estados de la Unión Americana.
La homosexualidad es una conducta anormal adquirida, salvo muy raros casos en los que existe una cuestión hormonal, si bien nunca genética, La teoría genética que se quiso imponer fue científicamente descartada por completo. Más aún, la evidencia empírica reciente demuestra que la orientación homosexual puede cambiarse terapéuticamente. La misma APA, autora del irresponsable cambio de la definición de esa enfermedad, lo ha empezado a reconocer. En su publicación, en 2009, la APA reconoció que «los psicólogos pueden ayudarle (al paciente) a construir una identidad que rechace el poder de esas atracciones (homosexuales)», añadiendo que «el terapeuta no es quien les pone una meta respecto a su identidad, sino que es el paciente quien llega a consulta con su meta a tratar».
Cualquier forma de aceptación jurídica de la unión homosexual trae graves consecuencias, tanto para las personas homosexuales como para la población en general. Y los argumentos no son religiosos. Es necesario invocar las evidencias científicas más avanzadas, como las publicadas en el ensayo «Matrimonio y bien común», publicado por el Social Trends Institute, suscrito por 53 académicos de varios países.
Lo primero a señalar es que la legalización de las uniones del mismo sexo, definiéndolas como «preferencia», implica condenar al olvido a todas las personas homosexuales que podrían superar su padecimiento, al impedir cualquier tipo de ayuda psiquiátrica o psicológica. Las instituciones de salud pública discriminan a la población homosexual, ya que brindan terapias para otros desórdenes psiquiátricos pero no para la atracción hacia el mismo sexo.
En segundo lugar, entraña la imposición, a la sociedad entera, de una conducta sexual intrínsecamente desviada, con todas las consecuencias negativas que esta tiene, lo que implica una verdadera y grave discriminación contra la mayoría.
Pero, lo peor de todo, supone efectos sociales muy negativos, al desaparecer casi todos los beneficios derivados de la unión entre un hombre y una mujer, provocando daños muy perniciosos.
El matrimonio es una matriz de relaciones humanas arraigadas en la complementariedad de los dos sexos y en las posibilidades de procrear, así como en la necesidad de los hijos de tener unos padres que los alimenten física, espiritual y emocionalmente. Romper o alterar esa matriz trae consecuencias nocivas tanto para los adultos como para los menores, y posteriormente para el tejido social en su conjunto.
En especial, los matrimonios casados satisfacen la necesidad de sus hijos de conocer sus orígenes biológicos, los une a su padre y a su madre, y forman un ambiente de amor estable en el que determinan su identidad. Además, el matrimonio sostiene a la sociedad civil y promueve el bien común. Ante todo porque la relación de confianza que se establece de generación en generación entre las familias de los cónyuges es un componente clave del conjunto de la sociedad. Está comprobado que cuando existen rupturas o anomalías, la sociedad se ve perjudicada por un gran número de patologías sociales, aumenta la delincuencia, la pobreza, el uso de drogas, las depresiones y los suicidios.
La economía y el estado democrático modernos dependen de las familias para formar a la nueva generación de contribuyentes y trabajadores productivos. Esta renovación en el desarrollo del capital humano es uno de los ingredientes principales de la economía nacional, la cual está en peligro en las sociedades con una población cada vez más envejecida y con índices de natalidad más bajos que los de mortalidad.
El vínculo con el padre y la madre proporciona a los niños vínculos de confianza y capital humano que son como los cimientos de una pequeña empresa, o de grandes sociedades anónimas, y que son clave para el vigor de la economía de una nación.
Cuando el matrimonio es atacado y éste se debilita o se altera, aumentan las desigualdades, ya que los niños sufren las consecuencias de crecer en hogares sin unos progenitores comprometidos con su familia. Los hijos de parejas disfuncionales o alternativas, o en familias monoparentales, tienen más posibilidades de ser víctimas de la pobreza, de la dependencia, del uso de substancias adictivas, del fracaso escolar, de la delincuencia juvenil, y de otros muchos comportamientos que conllevan a la destrucción personal y social.
La evidencia empírica demuestra con claridad que las familias formadas por personas de padre y madre casados son mucho mejores para los adultos mismos, y en especial para los niños, que las familias alternativas o monoparentales.
En todas las sociedades humanas el matrimonio ha tenido, y continúa teniendo, tres propósitos públicos importantes: primero, el matrimonio es la institución a través de la cual las sociedades se organizan para tener y educar a los hijos. Por ello es importante que los hijos reciban el amor y la protección de sus progenitores. Segundo, el matrimonio orienta y proporciona orden y estabilidad a las relaciones sexuales adultas y a sus consecuencias económicas, sociales y biológicas. Tercero, el matrimonio educa cívicamente, otorgando razón de ser, normas, y el rango social que orienta la vida de los hijos. Cuando el matrimonio es sano, tanto niños como adultos tienden a prosperar; cuando el matrimonio es patológico, todos los elementos de la familia y de la sociedad sufren.
Durante las dos últimas décadas han surgido gran número de investigaciones científico-sociales que indican que los niños obtienen mejores resultados si son educados por sus padres y madres dentro del matrimonio. Un informe reciente de Child Trends, un órgano de investigación imparcial, resume el nuevo consenso académico sobre el matrimonio: «Las investigaciones demuestran que la estructura familiar es importante para los niños, y que la estructura familiar que más ayuda a los niños es una familia dirigida por sus dos padres biológicos en un matrimonio sin muchos altibajos».
En «Family Structure and Children’s Educational Outcomes», la doctora Elizabeth Marquardt demuestra que los niños que han crecido en familias cuyos padres están casados tienen el doble de probabilidades de graduarse que aquellos niños que viven en una situación irregular.
El matrimonio también favorece la salud emocional de los niños. Los hijos de papá y mamá casados y estables tienen menos probabilidades, cercanas al 50%, de padecer depresión o ansiedad, de consumir alcohol o drogas, o de padecer enfermedades psiquiátricas graves. Una encuesta reciente realizada por estudiosos estadounidenses y publicada en «Parents Absence or Poverty: Wich Matters More?» demuestra que la estructura familiar es más importante que la pobreza, a la hora de determinar el comportamiento psicológico de los niños. En general, los hijos que han crecido con sus propios padres y madres están más preparados para afrontar el mundo con esperanza, confianza y dominio de sí mismos, que aquellos que viven en una situación anormal.
El matrimonio también es importante para vincular a los niños con sus padres biológicos y obtener una base sólida para su propia identidad, como lo revela Kyle Pruette, psiquiatra de la Universidad de Yale.
También se ha demostrado que la presencia del padre y de la madre es clave para el bienestar psicológico, afectivo y sexual de los hijos. En las niñas, la ausencia del padre hace más propicio el abuso y quedar embarazadas en la adolescencia, como demuestra Bradford Wilcox en «Why Marriage Matters», y los niños sin familia íntegra tienen más posibilidades de tener problemas de agresión, falta de atención, delincuencia y tener que abandonar la escuela que niños en situación normal, como lo demostró, en 2005, el Dr. Paul Amato, sociólogo de la Universidad de Penn State, en su estudio «The Future of Children».
Otro estudio, de los doctores Cynthia Harper y Sara McLanahan, intitulado «Father Absence and Youth Incarceration» y publicado en 2004 en la revista «Journal of Research on Adolescence», descubrió que los niños que crecen en familias desintegradas o alternativas tienen el doble de probabilidades de acabar en prisión que los que crecen en familias integradas.
El matrimonio también es importante para que padre y madre se vinculen biológicamente con los hijos de forma diferenciada y complementaria. Durante el embarazo y la lactancia, las madres experimentan un alto grado de oxitocina, un péptido con función hormonal que fomenta el sentimiento filial, propiciando una mejor educación física y sentimental. Los padres en cambio, con mayor nivel de testosterona, propician el animar a los hijos a realizar tareas difíciles y superar los problemas sin rendirse. La diferencia biológica y complementaria también es importante para el desarrollo sexual de los adolescentes y jóvenes de forma diferenciada y ordenada.
En resumen, las pruebas demuestran que los niños que crecen en familias formadas por parejas de padre y madre casados, superan cada etapa de la vida con más éxito que aquellos que crecen en familias con estructuras rotas o alternativas. Es decir, tanto los mecanismos biológicos como los sociales, según se demuestra cada vez más de forma científica, justifican el valor del matrimonio y la presencia de padre y madre en la vida de los niños.
Por otro lado, las consecuencias públicas y del sistema judicial, sobre todo en términos de costos para el Estado, debería mover a los políticos a defender el matrimonio y a evitar que se facilite el divorcio o se promueva la legalización de la unión entre personas del mismo sexo. Aquí también, las investigaciones empíricas sugieren documentadamente que la situación anormal en el matrimonio induce gran parte del delito.
George Akerlof, premio Nobel en Economía, argumenta que el aumento de delitos está directamente relacionado con el declive del matrimonio. Robert Sampson, sociólogo de la Universidad de Harvard, a partir de su investigación sobre el delito urbano, concluye que los índices de asesinatos y robos guardan una estrecha relación con la estructura familiar.
Es esta estrecha relación la que deriva en un aumento del gasto en la lucha contra el crimen, las cárceles y el entero sistema penal, siendo que también ha provocado que México se convierta de ser país de paso del narcotráfico, a ser país de consumo de droga, sobre todo por parte de jóvenes.
Otro estudio elaborado por los doctores Smeeding, Moynihan y Rainwater demuestra que países con elevado índice de matrimonios irregulares, como Suecia y Dinamarca, invierten más dinero en bienestar social, como porcentaje de su PIB, que países con índice más bajo. También estudios realizados por David Popenoe y Alan Wolf indican que el aumento de gastos estatales se asocia a una disminución en la fuerza del matrimonio y de la familia.
En definitiva, la alteración del matrimonio parece suponer la existencia de un Estado más caro y más intervencionista; además, la ruptura de la familia conlleva el aumento en la miseria sobre todo de las comunidades desfavorecidas, lo que parece provocar una mayor intervención por parte del Estado. «Es un círculo vicioso, concluye la publicación del Social Trends Intitute, que sólo se puede acabar con la recuperación del matrimonio».
Por ello es importante tener presentes algunas conclusiones:
1- El matrimonio es sexualmente diferenciado y complementario por naturaleza. Hombre y mujer dan un significado de unión a la libido sexual y a todas sus facultades individuales. La proximidad emocional, espiritual y psicológica de los cónyuges sobreviene cuando tiene lugar la extraordinaria unión biológica entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio. Hombre y mujer están hechos para complementarse entre ellos, con el fin de encontrar unidad en complementariedad, y complementariedad en la diferencia sexual. El amor conyugal encuentra su mayor realización y expresión en la procreación, y se prolonga en la educación y la estabilidad psicológica y emocional brindada a los hijos. Los niños encuentran en su padre y en su madre la seguridad y el apoyo que necesitan para desarrollar su mayor potencial.
2- La homosexualidad es una enfermedad adquirida, una patología que puede ser curada mediante una terapia adecuada, sabiendo que hay algunos casos cuyo origen es hormonal. Las personas homosexuales necesitan ayuda, comprensión, respeto y caridad cristiana, no promoción, y quienes merecen el rechazo total de la población son los homosexualistas, que quieren imponer a nuestra sociedad la homosexualidad como opción de vida. Los homosexuales tienen todo el derecho de vivir como quieran, pero no tienen el derecho de redefinir el matrimonio para todos los demás.
3- Los académicos, escritores, científicos, artistas, líderes de opinión y todos aquellos que se guían por la razón, no deben dejarse llevar por prejuicios intimidantes y subversivos que obedecen a intereses económicos extranjeros y que llevan a una esclavitud política con el pretexto de «liberar». Por el contrario, deben exponer incansablemente las evidencias científicas que derivan del precioso bien del matrimonio y de la familia.
4 – Los ciudadanos, en virtud de que el matrimonio está pública y estrechamente relacionado con el bien común, con una sociedad sana y próspera, y con un Estado justo y probo que no tenga que fiscalizar adicionalmente a sus contribuyentes a causa del perjuicio ocasionado al matrimonio y a la familia, deben retirar su voto, sin miramiento alguno, de todos aquellos políticos que no defiendan el matrimonio y la familia, para dárselo en cambio a aquellos que sí lo hagan. Está de por medio nuestro bienestar presente, y está de por medio el futuro de nuestros hijos.
El reto es el de permanecer al margen del programa radical y de su lenguaje, interiorizando y difundiendo los contenidos de la ciencia, de la ética cristiana y su lenguaje. Una línea sutil pero vital separa la nueva ética mundial, pagana e inmanente, del humanismo cristiano impulsado por la salvación en Cristo.
En la práctica, esa línea divisoria ya no se aprecia con claridad, por lo cual es tarea urgente:
1- recobrar la identidad cristiana y,
2- disociarla de los ambivalentes programas y conceptos del nuevo orden mundial.
Confundir la especificidad cristiana con la nueva ética mundial conlleva un doble peligro. En primer lugar, los nuevos conceptos tienden a ocupar el espacio que debería ocupar la evangelización. Resulta penoso constatar que muchos cristianos preconizan los derechos humanos, el desarrollo sustentable, la libertad de decidir y los Objetivos de Desarrollo del Milenio, en vez de predicar los conceptos y valores del Evangelio. Poco a poco, se dejan seducir por valores seculares y pierden finalmente su identidad cristiana.
En segundo lugar, si los líderes cristianos utilizan los conceptos de la nueva ética sin aclarar explícitamente qué los distingue de la doctrina evangélica, los creyentes se quedarán desorientados y no podrán distinguir la diferencia. La confusión resultante puede llevar insensiblemente a un progresivo abandono de la fe y a la apostasía.
Este es uno de los mayores retos de la cristiandad, pero uno del que es preciso caer en la cuenta concientemente y con estudio dedicado. En los primeros siglos, la oposición al cristianismo era externa, los mártires derramaban su sangre por Jesucristo ante las torturas y suplicios.
Hoy día, la persecución es ideológica, sutil, silenciosa, por lo que es más fácil sucumbir sin darnos cuenta. La sangre no se derrama físicamente, sino mediante el martirio interior cotidiano en el esfuerzo por no asimilar el lenguaje «moderno» y «de género», y por no dejarnos contaminar por los criterios, principios y antivalores de la nueva ética mundial.
Sólo hay una ética que subsiste la prueba de los siglos y de las culturas, la ética integral cristiana. Ella subsistirá cuando desaparezca y pase a la historia la deconstrucción ideológica de la falsa nueva era. «El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» prometió Jesús.
Las contradicciones internas de la nueva ética mundial son una llamada de alerta para actuar rápido, con decisión y sin titubeos. Es preciso deconstruir la nueva ética mundial con decisión y empeño. Ese es el reto que hoy nos ha tocado vivir, reto que debemos aceptar con firmeza y convicción. De esa semilla surgirá la nueva e inconfundible civilización del amor.
Acerca de la ideología de género decía Benedicto XVI en su discurso a la curia romana en diciembre de 2012: «Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: «Hombre y mujer los creó» (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza. Ahora él es sólo espíritu y voluntad. La manipulación de la naturaleza, que hoy deploramos por lo que se refiere al medio ambiente, se convierte aquí en la opción de fondo del hombre respecto a sí mismo. En la actualidad, existe sólo el hombre en abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia creacional de ser formas de la persona humana que se integran mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso, también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y la particular dignidad que le es propia. Bernheim muestra cómo ésta, de sujeto jurídico de por sí, se convierte ahora necesariamente en objeto, al cual se tiene derecho y que, como objeto de un derecho, se puede adquirir. Allí donde la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser. En la lucha por la familia está en juego el hombre mismo. Y se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre».
Muy interesante… Lastima que su extensa lectura completa, me ha dejado sin energías para opinar al respecto. A pesar de la necesidad de matizar ciertos aspectos abordados por el articulista, desde la perspectiva de los intereses religiosos Vs ideológicos… Semántica, de la cual, no estoy dispuesto en este momento en introducirme en el.
Gracias Maestroviejo.