Escuchaba a Antonio Escohotado en La Convención liberal que el parámetro “izquierda-derecha” se ha difuminado, lo que confirmaba lo que hacía ya tiempo me había dicho Dalmacio Negro, y yo mismo, modestamente, había concluido. Es el resultado del éxito del consenso socialdemócrata.
Uno podría pensar que tras el derrumbe del Muro de Berlín, el evidente fracaso del comunismo y la oleada liberal y conservadora anglosajona de los 70 y 80, a estas alturas de la película, la derecha ya habría ganado la batalla de las ideas. Sin embargo, aquel interregno derechista de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, fue eso, un paréntesis de un mundo que ya pasó. La Nueva Izquierda creció a expensas del sustrato socialdemócrata, convertido en paradigma y dogma de los países de la Unión Europea, y las derechas imitaron las políticas socialistas.
Los partidos se convirtieron en una masa líquida, previsible e intercambiable, atentos a los resortes emocionales y al electoralismo, y acabaron encontrando desafección y rechazo. El nuevo mapa, particularmente claro desde 2011, ya no gira en torno a cómo hacer frente a la cuestión social, aquel ciclo que comenzó en 1848. Ahora, la palanca de un opción política con hambre de poder es la oferta de una identidad fuerte, y por eso la política actual tiene cuatro ejes: estatismo, corrección política, libertad y populismo. Escribiré ahora solo sobre los dos primeros.
El estatismo
La expansión de la intervención del Estado en la vida pública y privada para el control de los comportamientos y pensamientos, no parece tener fin. La solidez del Estado como proveedor universal y constante del bienestar a cambio de la cesión de la libertadindividual y de la responsabilidad que conlleva, es incuestionable. “La gente”, sea lo que sea eso, reclama más servicios públicos, y se les presentan como derechos, asuntos que antes solo eran opciones particulares.
La administración se retroalimenta con más impuestos generando más necesidades y expectativas. Es vendido como un proyecto colectivo, un contrato social consistente en un Estado que funciona como una caja común a la que todos contribuyen y de la que todos se benefician porque sacan más de lo que meten.
El sueño mussoliniano de “todo en el Estado, nada sin el Estado” se ha cumplido. En las encuestas de opinión no deberían preguntar a la gente dónde se sitúa en el eje izquierda-derecha, sino en el de estatismo-libertad. Sin embargo, esto no se pregunta porque el Estado se ha convertido en un Dios inmortal, y nadie osa hacer apostasía en esta sociedad de la corrección política, la segunda clave.
En España, el Estado de las Autonomías se construyó como un dogma de los parabienes económicos e identitarios, el cemento armado que uniría un desavenido país compuesto de sujetos colectivos heterogéneos, a las que la Historia, con el epítome franquista, había confundido, reprimido y tapado. Fue un error. Nadie habló de individuos, sino de pueblos. Se multiplicó la administración y el gasto. Aparecieron nacionalismos y regionalismos donde antes no los había con la única intención de dar legitimidad al poder de las oligarquías locales.
El autonomismo se convirtió en una ideología, en un medio para un fin: la felicidad general asociada a la democracia de la Constitución de 1978. La consecuencia fue, y es, que cualquier crítica a la mala e ingenua construcción del Estado se convierte en sinónimo de fascismo o franquismo.
La corrección política
La dictadura de lo políticamente correcto surgió casi como una broma de minorías que pasearon su indignación por universidades y medios de comunicación. Detrás, como es sabido, hay un control de los márgenes de la política, el comportamiento y pensamiento permisibles.
La corrección política es la imposición de la moral única y verdadera, homogénea y modernizadora, frente al ‘error del pasado’
La corrección política va ligada al dominio del establishment internacional, ese mismo que controla las instituciones de la globalización que pretende imponer un muy especial melting pot estatista sin cristianismo y demoliendo las tradiciones. Es la imposición de la moral única y verdadera, homogénea y modernizadora, frente al error del pasado. Esa corrección ha convertido la Historia en una sucesión de equivocaciones sociales y políticas, morales y de género, biológicas y económicas, que ahora se vienen a corregir.
La reacción contra la corrección política suele ser el silencio autoimpuesto y la censura, pero está dando lugar en otros países europeos a movimientos políticos comunitaristas, populistas e identitarios. Tampoco en estos se habla de rescatar la individualidad, sino de reconstruir comunidades, de recuperar soberanía, cultura propia, cierre de fronteras, con discursos nacionalistas, victimistas, deliberadamente agresivos contra “lo establecido”.
La reacción contra la corrección política está generando en algunos países europeos movimientos políticos comunitaristas, populistas e identitarios
Ese pulso entre globalización y soberanismo afecta a derechas e izquierdas. El discurso público se está llenando con una fuerte retórica identitaria, con palabras como “patria”, “pueblo” o “nación” que apelan a las emociones, a las injusticias, a la solidaridad colectiva de “los suyos” frente a “los otros”, con un lenguaje propio, y una facilidad inusitada para convertir cualquier aspecto de la vida en un conflicto político.
La globalización no es capaz de controlar esa reacción, solo poner parches, fabricar partidos-movimiento de la nada, como el de Emmanuele Macron en Francia, al tiempo que esas nuevas fórmulas políticas utilizan la democracia para hacerse legalmente con el poder. Ya no hacen falta pronunciamientos ni golpes de Estado como en el siglo XX: el mecanismo de esta nueva sociedad masa es mucho más sencillo.
Atentos, porque lo político está cambiando, mientras la política, lo fútil, que es lo único que queda para los que viven en los viejos parámetros, no se oye con el estruendo de los acontecimientos.
Foto de Vlad Tchompalov
La corrección, política, de todos los errores de la historia