Toda sorpresa se produce siempre adosadamente a un cambio, más allá de que la sorpresa siempre sea un cambio por sí misma. Posiblemente en lo que toca a este casi copernicano giro de Moscú sobre el problema sirio, el sorprendente cambio sea algo ligado al hecho de que la crisis que comenzó en marzo, se acerca a paso de carga a esa línea que separa un proceso de discrepancia de variado voltaje de otro escenario asaz distinto: el que corresponde al principio de una guerra civil. En el espacio sureño de Deraá comenzó la represión de la disidencia por vía de medios militares, y en Deraá aconteció el pasado jueves el choque con las tropas rebeldes a sus mandos, por negarse a continuar la represión. Un choque de cuya magnitud da fe el balance de 27 bajas mortales sufridas por las fuerzas militares – sensiblemente mayoritarias, a lo que parece – que continúan leales al régimen de los Assad.
Sólo un giro de los acontecimientos de esta u otra parecida naturaleza sería capaz de modificar la berroqueña firmeza pro-Siria mantenida por los rusos, fuera el que fuese el imperante en Damasco. A los finos analistas de las FFAA y de la diplomacia rusas no se les escaparía un hecho de armas como el acontecido en Deraá. Es dato de inflexión en el ya largo proceso de la crisis siria, que regionalmente, en lo político, sólo cede importancia a lo sucedido en Egipto, donde el vuelco electoral favorable a los islamistas en la primera parte de los comicios – la de Cairo y Alejandría – se consolidará probablemente en esta otra fase de la consulta, que acaba con el ciclo de la delegación política en el Ejército comenzado a principio de los años 50 del pasado siglo con el golpe de estado del general Naguib al mando de los «Jóvenes Oficiales», que en un momento inmediatamente posterior, derrocaron al propio Naguib tras de la monarquía de el rey Faruk, a quien le hacían los gobiernos desde Londres.
Tras de Egipto y con Irak, Siria conforma el trío de piezas mayores en el mundo árabe. Y siempre mereció Siria a Moscú el mayor interés, además de infinitos cuidados. Era ello tan notorio que en octubre de 1973, en el vértice mismo de la Guerra del Ramadán, la aviación israelí, en vuelo a baja cota por el valle de la Beká, se plantó sobre Damasco y bombardeó la Embajada soviética en Siria. Siempre se supo tanto lo que los sirios esperaban de los soviéticos como lo que éstos apreciaban la importancia geoestratégica de Siria en el Oriente Próximo.
Por todo eso y algunos cosas más habría que entender el cambio de actitud rusa en el Consejo de Seguridad, apuntando a una Resolución severa contra el régimen de Bashar el Assad, como muy fiable señal de que vislumbran la caída de éste, puesto que internacionalmente sólo dispone del apoyo de Siria, tras de haber perdido la buena relación que tenía con Turquía. Moscú está viéndolas venir y caer, y no quiere en modo alguno que el cambio en el probable nuevo Gobierno en Damasco le pille con el pie cambiado. O sea, descolocado.
Asimismo, parece que China seguirá a Rusia en esa misma línea. Con lo que puede darse ya por hecho el desbloqueo del problema sirio en el Consejo de Seguridad de la ONU, y posiblemente, por efecto inercial, inferido de lo primero, ocurra otro tanto con Irán. También en Oriente Próximo el año acaba con escenarios nuevos.