(CNNMéxico) — Un día dijeron «sí» a un amor, a una oferta de trabajo o a la ansiedad por cambiar de vida. Desde entonces, viven a kilómetros de casa, ante el reto de adaptarse a una nueva cultura, cuyas diferencias se potencian con la llegada del fin de año. Millones de latinoamericanos pasan la Navidad lejos de su familia, observadores de las costumbres del país que los recibe y con las propias tradiciones en la memoria.
En CNNMéxico quisimos recoger esas historias, por lo que convocamos a los usuarios a través de Twitter, de Facebook y de nuestro sitio. Publicamos una selección de las decenas de testimonios que hemos recibido de los que este 24 de diciembre cenarán en un lugar lejano.
Corizandy, 29 años, mexicana en Suecia
A diferencia de muchos migrantes, que optan por ir a las grandes ciudades en busca de empleo, Corizandy vive en Uppsala, una ciudad con 200,000 habitantes, a 80 kilómetros al norte de la capital sueca, Estocolmo. Una beca otorgada por el Instituto Sueco, una relación sentimental y la decisión de estudiar una segunda carrera llevaron a esta mexicana de 29 años a ese rincón del norte de Europa.
Tras seis años en tierras escandinavas, asegura que los meses de diciembre siempre han sido «particularmente duros». Durante ese tiempo, nunca ha pasado el fin de año con sus padres y sólo volvió a México en verano de 2010.
Conservar las tradiciones mexicanas en esos lugares es difícil. Aunque la Embajada de México en Suecia organiza posadas, Corizandy lamenta que sean en Estocolmo, donde un viaje en metro cuesta en torno a 70 pesos. «Con un empleo de medio tiempo y en el penúltimo semestre de la universidad, cubrir un costo así para ver un espectáculo de esta naturaleza prácticamente es un lujo».
Sin posadas ni piñatas, se ha tenido que adaptar a las tradiciones suecas de la Navidad. «Mantienen algunas similitudes con las mexicanas, como el árbol de ornato, los nacimientos y, sobre todo, la importancia de reunirse con los seres queridos».
En cualquier caso, su nostalgia es más profunda estos días. «Se añora mucho más que en otras épocas. Aunque mantengo contacto telefónico con mis padres, no puede compararse con poder tenerlos cerca. Tratamos de ver la Nochebuena y la Navidad como un día más para aminorar un poco la sensación», dice Corizandy, que esta noche cenará en casa de sus mejores amigos en Suecia.
Leonor, 28 años, mexicana en Canadá
Leonor salió de la Ciudad de México hace tres años por una oferta de trabajo en Ottawa. Desde entonces vive en Canadá, lejos de su familia y amigos, pero en la aventura de conocer las diferencias culturales, entre ellas, la forma de festejar la Navidad.
«El concepto de familia aquí es completamente diferente. Ésta es una sociedad de primacía del individuo, donde los lazos consanguíneos y afectivos siempre están en segundo plano. La tendencia más natural aquí es festejar Noël literalmente en las tiendas», asegura Leonor. Explica que desde el 1 de noviembre la ciudad está invadida de adornos y luces. «Verdaderamente, pienso que en este país, nos imponen, nos venden la Navidad. Y, tal cual, la consumimos», lamenta.
Añora las canciones y los bailes mexicanos, las piñatas, el bacalao, los romeritos y los cohetes. «Aquí no huele a ponche», dice. Describe la tradición navideña canadiense como algo sobrio a base de un árbol, nieve, una cena con pavo y puré de papa, música clásica o navideña, intercambio de regalos y conversaciones básicas en la familia. «Qué triste me siento a veces de vivir en una sociedad tan fría, tan falta de calor humano».
En el lado positivo, aprecia la multiculturalidad del país, con la libertad para que cada uno celebre a su manera. Gracias a amigos de Costa Rica y Colombia, entre otros lugares, su Navidad adquiere un toque latino, aunque con «los olores y sabores de México siempre en mente».
Zayda, 30 años, dominicana en España
La tarde del 31 de diciembre de 2009, Zayda tomó un avión con destino a Madrid, donde le esperaba una nueva etapa. El gobierno de su país, República Dominicana, le otorgó una beca para estudiar un Master en Comunicación Social. «Todos me preguntaban que por qué viajaba justamente ese día. Sólo yo entendía que para mí la despedida sería más difícil si esperaba la noche del 31 de diciembre junto a mi familia».
Los siguientes dos años fueron de experiencias nuevas, descubrimientos, muchas ilusiones, entre ellas, la de pasar la siguiente Navidad reunida de nuevo con su familia en República Dominicana. «Todavía no sabía lo que el destino tenía planeado para mí».
A principios de 2011, Zayda se quedó embarazada y su pareja la abandonó. El 5 de diciembre nace la pequeña Micaela Esther, que, a pesar de haber nacido en España, posee la nacionalidad dominicana. «No puede salir del territorio español, ya que luego no podría entrar. Me veo obligada a pasar otra Navidad en España, sin saber si ésta será mi última Navidad en este país, u otra más de muchas que tendré que estar lejos de casa».
Ante la incertidumbre, ahora extraña más que nunca los merengues que caracterizan la Navidad dominicana, el olor a lechón asado, la decoración de las calles con botellas y envases de leche y las colectas entre los vecinos para pintar el barrio con motivos navideños.
«Deseo sentir el calor de la fogata de la noche del 31 de diciembre para recibir al año nuevo, escuchar los 12 cañonazos, oler el incienso que aleja la mala suerte del año viejo. Añoro el calor de mi gente, la alegría que nos caracteriza y la típica cena navideña», dice Zayda desde Madrid.
Lo que más extraña es «la ilusión de saber que el año nuevo vendrá lleno de alegría, de nuevos planes y sueños por cumplir». Por eso, a la medianoche de este 31 de diciembre, «cerraré mis ojos y abrazaré a mi niña, y viajaré mentalmente al lugar de donde tal vez nunca debí salir: mi país».
Giovanni, 21 años, mexicano en Francia
Giovanni todavía no ha cumplido un año fuera de México, quizá por eso no siente nostalgia por pasar la Navidad solo, casi que le emociona por la novedad. Desde hace cinco meses, vive en Toulouse, Francia, donde estudia un semestre de su carrera universitaria.
La mayoría de sus compañeros de la residencia de estudiantes viaja a casa estos días para estar con sus familias. «Yo no regreso a México porque mi semestre termina en febrero, por lo que no vale la pena ir y regresar un mes después». Hace unos días, todavía no sabía con quién compartirá el comienzo de 2012, pero no le preocupa. «Muy probablemente haga algún viaje y celebraré con las personas que conozca en el camino».
Roxana, 29 años, ecuatoriana en España
Cuando Roxana llegó a Madrid para estudiar un posgrado, sólo tenía en mente permanecer el tiempo de duración del curso. Cuando menos lo pensó, había encontrado al amor de su vida, su futuro esposo. Desde entonces, la víspera de la Navidad tiene otro significado: división. «Cada año debo elegir entre estar con mi familia o con mi novio. Debido a múltiples circunstancias, no me ha sido posible reunirme en esas fechas con ambas partes al mismo tiempo».
Asegura que la primera Navidad fuera de casa «siempre es terrorífica. Deseas que acaben y hasta llegas a pensar que esos días se han borrado del calendario». Aunque su primer fin de año, estuvo «acobijada» por amigos y seres queridos, se sentía extraña. Con el paso del tiempo, ha aprendido que es necesario seguir con sus costumbres e involucrar a los que la rodean para que se integren y aprendan más sobre Ecuador.
Al margen de la diferencia de clima entre Madrid y Guayaquil, Roxana asegura que la mayor diferencia son las costumbres religiosas. «Aquí no se realizan posadas y allí no se vive el 6 de enero con el mismo fervor», el mismo que ya empieza a sentir.
«Con el paso del tiempo, considero que las tradiciones no se pierden, se refuerzan. Hacemos un mayor esfuerzo por vivir las fiestas como en nuestro país. Y a su vez nos enriquecemos porque aprendemos costumbres nuevas».
A pesar de la nostalgia, recibirá estas fiestas con otra predisposición gracias a la «cálida» acogida de su nueva familia.