Los sami, son considerada la última sociedad indígena de Europa. Tradicionalmente, el sistema económico que sustenta sus hogares es la cría de renos y en Noruega, esta comunidad es la única que tiene derecho a tener renos en propiedad, fruto de la herencia de su cultura. Pero a pesar de que se tiene constancia de que casi desde hace diez mil años ya habitaban estas tierras, no fue hasta los años 90, con la creación de un Parlamento sami dentro del estado noruego, que empezaron a recuperar sus derechos como pueblo, arrebatados cuatrocientos años antes.

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Como muchas otras comunidades indígenas del mundo, sus integrantes defienden y preservan su lengua, cultura y tradiciones, además de los conocimientos milenarios que les permiten entablar una relación cosmogónica con la naturaleza. Por eso los criaderos de renos no sólo representan un ingreso económico, sino una forma de seguir conservando ese estrecho lazo con su entorno y sus antepasados.

Lamentablemente, un proyecto que debería ser considerado para el desarrollo energético de la región amenaza con desplazar y despojar a los samis de terrenos que utilizan para el pastoreo de renos. En la península noruega se construyó el parque eólico de Storheia operado por la empresa Statkraft, lo que provocó un irremediable daño al medio ambiente pues, de acuerdo con las familias sami, los renos han dejado de merodear por la zona por el ruido, la contaminación visual y los efecto propios de las actividades humanas.

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Aunque en octubre de 2021, 11 jueces de la Corte Suprema de Noruega declararon inválidos los permisos operacionales y las autorizaciones de expropiación para la construcción de 151 turbinas eólicas, no se dictaminaron las acciones para desmantelar las turbinas y toda la infraestructura.

Foto: Jonathan Nackstrand / AFP

La lucha de los sami es una de las tantas luchas en el mundo que se suma a preservar y cuidar su legítimo derecho a existir en el mundo de su propia cosmovisión. El desarrollo y el progreso no deben ser sinónimos de ecocidio.

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