“ Quien mira en el ‘espejo’ del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo porque lo cubrimos con la ‘persona’, la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Esa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro con uno mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita mientras pueda proyectar todo lo negativo sobre su mundo perturbador”, escribió Carl Gustav Jung en “Arquetipos e inconsciente colectivo ”.
La palabra “persona” se utilizó originalmente para referirse a la máscara que usaban los actores de teatro para representar diferentes roles, pero en el modelo de la psique de Carl Jung, la Persona ocupa un espacio entre nuestro ego y la sociedad.
El ego es el centro de nuestra conciencia, el responsable de nuestro sentido de la identidad a lo largo de la vida mientras que la Persona es la máscara social que nos ponemos. Todos usamos máscaras distintas según las circunstancias ya que es nuestra forma de adaptarnos a las demandas de la sociedad, por lo que estas juegan un papel importante en la configuración de nuestro rol social y en la forma en que nos relacionamos con los demás. Sin embargo, usar esas máscaras también encierra algunos peligros.
¿Quién es la Persona?
“La Persona es aquello que en realidad no es, pero que uno mismo y los demás creen que es” , escribió Jung. O sea, es una construcción para adaptarnos a las exigencias sociales. La Persona es el sistema de adaptación del individuo o la manera en que asume su relación con el mundo.
“ La persona es un complicado sistema de relaciones entre la conciencia individual y la sociedad, muy apropiadamente una especie de máscara, diseñada por un lado para causar una impresión definida en los demás y, por el otro, para ocultar la verdadera naturaleza del individuo ” , según Jung.
En la época de Jung, esa dicotomía era más evidente para los hombres, quienes a menudo desarrollaban una personalidad en el trabajo y otra para el espacio doméstico ya que se veían obligados a adaptarse a las exigencias de dos entornos diferentes, cada uno de los cuales emitían además un conjunto diferente de señales y expectativas.
Cada vocación o profesión, por ejemplo, también tiene una personalidad característica. La sociedad les impone cierto tipo de comportamientos y los profesionales se fuerzan por estar a la altura de esas expectativas cambiando su forma de relacionarse en el ámbito laboral.
Generalmente la Persona se ejecuta discretamente bien en esos contextos, siempre y cuando seamos conscientes de que se trata tan solo de una máscara, una de nuestras muchas facetas. El problema comienza cuando no realizamos esa diferenciación y nos identificamos demasiado con la máscara, en cuyo caso nuestro crecimiento se detiene y podemos sufrir una desintegración de nuestra identidad que conduce a un estado de caos y desorientación.
De hecho, hay que tener en cuenta que tenemos la tendencia a construir rasgos aceptables en la Persona y mantener ocultos o reprimidos los rasgos que consideramos inaceptables. Estos aspectos indeseables acaban pasándonos factura a medida que maduramos, formando nuestra sombra, el lado “oscuro” de nuestra personalidad, por el que podemos ser poseídos en cualquier momento, en súbitos arrebatos emocionales.
¿Por qué nos sobreidentificamos con la Persona?
El mayor peligro de la Persona es que nos identificamos de manera excesiva con su máscara, lo cual suele ocurrir cuando nos adaptamos tanto a las demandas de la sociedad, que muy probablemente se suprime la individualidad. Como escribió Jung, “ el peligro es que nos volvamos idénticos a nuestros personajes ”.
Jung especificó que la Persona se alimenta de dos fuentes. “De acuerdo con las condiciones y requisitos sociales, el carácter social se orienta, por un lado, por las expectativas y demandas de la sociedad, y por el otro, por las multas y aspiraciones sociales del individuo”, señaló.
Por una parte, la Persona se conforma a raíz de las expectativas y demandas del medio, que incluye las exigencias para convertirnos en determinado tipo de persona, comportarnos adecuadamente, seguir las normas y costumbres sociales del grupo o incluso creer en determinada visión de la naturaleza y la realidad, como las religiones.
Por otra parte, también se alimenta de nuestras ambiciones sociales. Para que la sociedad pueda influir en nuestras actitudes, decisiones y comportamientos, debemos querer pertenecer a esa sociedad, ser aceptados por ella. O sea, el ego debe estar motivado a aceptar las exigencias y demandas, encarnar los roles que le asignan y cumplir con las normas. Eso significa que la Persona es una especie de acuerdo tácito entre la sociedad y el individuo.
De hecho, Jung apreció que cuanto más destacado sea el rol social que desempeñemos, más fuerte será nuestra tendencia a identificarnos con esa máscara. Esa identificación no depende únicamente de la presión social, sino de nuestras ambiciones y aspiraciones.
Por ejemplo, una persona que desempeñe un rol de alto valor colectivo y enorme prestigio que le informe fama, honor y alta visibilidad social, será más propen- sado a fusionarse con ese papel, hasta el punto de llegar a desaparecer bajo esa máscara. Jung espera que ese conflicto en el ego entre la individuación y la separación genera en gran medida nuestra ansiedad.
¿ Convivir o aniquilar la Persona ?
La Persona nos impide lo que Jung percibirá la tarea más importante de la vida: el proceso de individuación, acercarnos al Ser tomando conciencia de nuestros contenidos inconscientes. “ Uno no puede individuarse mientras esté desempeñando un papel para sí mismo ”, examinar. ¿Cómo podemos ser libres, únicos y auténticos si nos plegamos a las normas, deseos y necesidades de los demás para recibir aceptación y aprobación?
La respuesta no radica en salir de la máscara, según Carl Jung porque en realidad una Persona funcional forma parte de nosotros mismos y está conectada a nuestra esencia. En realidad, la Persona actúa como un “contrapeso” necesario para la relación ánima/animus con el mundo interior. Así como el ánima/animus son el puente hacia el inconsciente, la Persona es nuestro puente hacia el mundo exterior.
De hecho, si crees que no necesitas una Persona, lo más probable es que te identifiques inconscientemente con tu Persona o que subestimes termine el efecto del mundo externo. La Persona es necesaria para movernos en la sociedad. Si queremos vivir con los demás, debemos adoptar actitudes que sean funcionales y adaptativas según el contexto. No es algo malo. La Persona nos permite aclarar nuestros roles ante los demás y, en cierta medida, preservar nuestra intimidad.
Para Jung, todo pasa por la aceptación de nuestras sombras, un proceso que dura toda la vida y forma parte de nuestro crecimiento personal ya que es lo que nos permite ser honestos sobre quiénes somos y rescatar esas cualidades que yacen latentes en nuestra psique ya que aunque la sombra suele percibirse como negativa, también su lado positivo. Se vuelve hostil sólo cuando se ignora o se malinterpreta.
“ El encuentro adquiere el mismo significado en primer término el encuentro con la propia sombra. Es verdad que la sombra es un angosto paso, una puerta estrecha, cuya penosa estrechez nadie que descienda a la fuente profunda puede evitar. Sin embargo, hay que llegar a conocerse a sí mismo para saber quién es uno ”, advertía Jung.
Ser conscientes de nuestras sombras y aceptarlas resta poder a la Persona, de manera que comenzamos a verla simplemente por lo que es: una máscara funcional en determinadas situaciones. De esa forma logramos “salir de la máscara” pero, al mismo tiempo usarla cuando sea necesario.
Fuente:
Jung, CG (2009) Arquetipos e inconsciente colectivo. Barcelona: Paidós Ibérica.
La Persona, la máscara que oculta tu verdadero “yo”, según Jung