Una decisión de la Asamblea General no es vinculante, pero constituye un pronunciamiento formal que tiene el mérito de mostrar al gobierno sirio que el conjunto de países de Naciones Unidas, incluidos los de la Liga Árabe, reprocha el comportamiento brutal, que ha dejado más de tres mil 500 muertos en lo que va del año, según cifras de la ONU. En este foro, Rusia -que vende armas a Siria- y China son apenas dos votos que no restarán presión sobre Damasco.
La situación en Siria está cada vez más violenta, a medida que más desertores del ejército logran armarse y atacar a las fuerzas de seguridad. Con todo, en estas circunstancias los ataques parecen condenados al fracaso, pues no tienen la capacidad de infligir más que un daño mínimo a las bien armadas fuerzas sirias y, por el contrario, le dan argumentos al régimen para responder con ferocidad a estas provocaciones.
La oposición es diversa y no tiene un referente único, si bien se ha formado un Consejo Nacional Sirio (CNS), que no es reconocido por ningún gobierno como representante del país, pero tiene apoyo de Turquía y ha podido participar en reuniones de la Liga Árabe.
Bashar Al Assad está cada vez más aislado. Recibió dos duros golpes políticos, cuando los países de la Liga Árabe -que no se caracterizan precisamente por ser democracias, sino que, por el contrario, representan autocracias hereditarias- decidieron la suspensión de su membresía, y cuando el rey de Jordania, quien intenta transformarse en un monarca constitucional, pidió directamente su renuncia. Esto es aún más duro si se considera que Siria siempre ha tratado de mostrarse como el emblema del nacionalismo árabe.
Hace algunas semanas, la Liga presentó una «hoja de ruta» que Damasco aceptó en principio, pero no puso en práctica ni siquiera el primer punto: el cese de la violencia contra civiles. Desde ese momento, decenas de sirios han sido muertos en las calles, cientos fueron detenidos o heridos, mientras manifestantes a favor del régimen atacaban algunas embajadas, en rechazo por las declaraciones contra Assad.
Los gobiernos europeos y de Estados Unidos hacen gestiones con los gobiernos de la región, pero han evitado involucrarse directamente en el conflicto. Es evidente que quieren establecer férreamente que Siria no es Libia, que las condiciones son distintas y que sin una resolución del Consejo de Seguridad no se puede actuar a favor de los civiles. De ahí que busquen un pronunciamiento de la Asamblea General.
La UE, en todo caso, decidió aplicar sanciones contra ciudadanos sirios pertenecientes a las altas esferas del régimen, quienes no podrán obtener visas, hacer negocios ni retirar depósitos de instituciones europeas.
Todo esto indica que las potencias occidentales están muy cautelosas ante la opción de abrir un nuevo frente bélico en el mundo árabe, tras la caída de Jaddafi, en medio de la debacle financiera en Europa.
Turquía enfría relaciones
Turquía trata de jugar un papel importante en la crisis siria. Habiendo sido un buen aliado de Damasco, el gobierno turco cambió radicalmente su postura a partir de marzo, al inicio de la represión, y hoy es uno de los más duros críticos del régimen. No sólo ha recibido miles de refugiados civiles en la frontera -se calcula que hay unos 24 mil en Turquía y Líbano-, sino a desertores del ejército y a su líder, responsables de los ataques recientes a instalaciones militares, así como a los miembros del CNS, quienes se organizaron ahí y se reúnen en su territorio.
«Queremos que (el régimen sirio) que está en el filo de la navaja no entre al camino de no retorno, que lleva directo al abismo», dijo el Premier turco, Tayyip Erdogan. Su gobierno ha sido activo en condenar a Assad, y después de que su embajada en Damasco fuera atacada por manifestantes oficialistas, ha insinuado que podría aplicar sanciones directas. Una de ellas se refiere al corte de suministro eléctrico, que podría afectar a ciertas poblaciones sirias. Las intensas relaciones económicas y comerciales entre Siria y Turquía se han visto muy mermadas desde el comienzo de la crisis, y probablemente se reducirán más; ya se anunció una medida concreta: la suspensión de un proyecto de exploración petrolera que estaba programada con la estatal siria.
A pesar de este activismo, Turquía se ha manifestado contraria a cualquier intervención extranjera, y ha apoyado los llamados de la Liga a la contención y al diálogo entre las partes en conflicto. Pero, dadas las duras críticas turcas, es difícil que Erdogan pueda hacer de puente entre la oposición y el régimen de Assad.
Con Siria suspendida de la Liga Árabe, la mediación de esta estructura regional también se complicó, pero las líneas de comunicación con Damasco no se han cortado. Deben ser los países de este grupo los que propongan y negocien una salida a la crisis, y si la misión de observadores logra su cometido, podría ser un primer paso positivo.