Hace ya más de 20 años tuvo lugar la Asamblea Ecuménica Internacional de Seúl, cuyas conclusiones señalaron que “la pobreza, la ausencia de paz y la degradación del medio ambiente son manifestaciones de las muchas dimensiones del sufrimiento que tienen su raíz en las abrumadoras estructuras de dominación, es decir, el racismo, el sexismo, el sistema de castas y el clasismo, evidentes en todas las situaciones del sufrimiento en sus diversas y perniciosas formas”. Desde entonces, la preocupación por la paz, la justicia y la integridad de la creación está en los programas y documentos de muchas órdenes y congregaciones religiosas. En este marco, la Compañía de Jesús ha publicado recientemente el documento, “Sanar un mundo herido”, con el que se pretende responder institucionalmente a los grandes retos ambientales ligados a la pobreza y a la injusticia global. Por Leandro Sequeiros.
Desde entonces, la preocupación por la paz, la justicia y la integridad de la creación está en los programas y documentos de muchas órdenes y congregaciones religiosas. Recientemente, la Compañía de Jesús ha publicado un documento, Sanar un mundo herido, que pretende responder institucionalmente a los grandes retos ambientales ligados a la pobreza y a la injusticia global.
El marco ecosocial de «Sanar un mundo herido»
La Revista de Fomento Social ha publicado (número 263, julio-septiembre 2011), dentro de la sección de “Documentos”, un extracto del documento «Sanar un mundo herido», acompañado por la carta 2011/16 del Padre General, Adolfo Nicolás, en la que éste presenta el documento. Nos ha parecido que el contenido de este documento marca un compromiso claro para trabajar junto a otros por un planeta más humano para todos.
La Ecología es una disciplina biológica bien formalizada que estudia las interacciones de los sistemas, tanto naturales como sociales. Por extensión del término, se suele utilizar de forma generosa para referirse a la incidencia social de los desajustes ambientales. Pero todavía esta descripción es demasiado vaga. Se suelen diferenciar distintos patrones para enfocar la ecología social:
1) El primero de ellos, es el patrón tecnocrático. Supone que el objetivo de esta disciplina es dar a conocer la existencia de riesgos y desajustes ambientales, consecuencia inevitable del desarrollo técnico e industrial, y que existen tecnologías correctoras de estos desajustes. No cuestiona el modelo de desarrollo global del planeta. Las políticas neoliberales suelen defender este modelo.
2) El segundo patrón es el “cientificista”. Sus seguidores consideran que la ecología es estrictamente una disciplina científica de rango universitario con su propia racionalidad y métodos. Para esta postura, las alusiones a las implicaciones sociales y políticas es simplemente una contaminación ideológica ajena a la ciencia que es necesario evitar por razones de rigor metodológico.
3) El patrón catastrofista de algunas orientaciones de la ecología está cercano al “ecologismo” barato de algunos grupos. Supone que todo desarrollo científico y tecnológico es pernicioso para la “naturaleza”. Sus seguidores consideran la naturaleza al modo aristotélico, como un sistema rígido, inmutable y ordenado, casi sagrado, sin capacidad de comportamiento ecológico adaptativo y que por ello no debe modificarse nada.
4) El patrón sostenible es el que defienden los grupos socialdemócratas. Originado por el Informe Brundtland (1987) supone que la naturaleza es flexible, pero tiene límites de resistencia. Por ello, defienden que se puede modificar la naturaleza hasta las fronteras de la sustentabilidad. Es el patrón vigente que se consolida en la Cumbre de Río (1992) y llega hasta hoy en los programas políticos. Ha sido muy criticado desde posturas más sociales.
5) El patrón político, por su parte, reduce todo el contenido de la problemática del medio ambiente a una cuestión de la política de las altas esferas, dejando en mano de los poderes públicos, a los técnicos ambientales, y en definitiva a las multinacionales la solución a los problemas del planeta. Así, la ideología subyacente al grupo «The Science & Environmental Policy Project», tras la que existen grandes intereses de multinacionales contaminantes, y que pretende demostrar que no hay peligro de cambio climático antrópico, es típica de esta postura.
6) El patrón ecosolidario, acepta la existencia de un mundo de mercado global, pero que este sistema lleva a un abismo de desigualdad entre los seres humanos. Defiende la potenciación de una conciencia ética para un cambio de actitudes, valores y comportamientos con respecto al planeta Tierra. Parte del esfuerzo por conocer y comprender los desajustes provocados por el impacto humano sobre la biosfera. Anima a desarrollar actitudes de comprensión global del ecosistema y a construir actitudes que lleven a colaborar en programas de ética ambiental. Cree que se deben armonizar los aspectos ambientales, con los del desarrollo humano y la salvaguarda de los derechos humanos en un mundo progresivamente más escindido en dos bloques: el más pequeño en población pero más poderoso en economía y poder (el primer mundo) y el más numeroso en población pero empobrecido por el modelo de desarrollo (el Tercer Mundo).
Presentación del documento “Sanar un mundo herido”
Si en el documento de la Compañía de Jesús de 1999, “Un mundo roto”, se encontraban mezclados estos seis patrones, en el documento “Sanar un mundo herido”, se hace una clara opción por el patrón ecosolidario. Esta misma línea está presente en otros documentos de otras congregaciones.
Ya en los documentos de la Congregación General 35 de los jesuitas (2008), sobre todo, en el Decreto 3: “Desafíos de nuestra Misión hoy”, se dice: “Para escuchar, una vez más, el llamamiento a promover relaciones justas con la creación, hemos sino movidos por el clamor de los que sufren las consecuencias de la destrucción medioambiental, por los numerosos postulados recibidos y por las recientes enseñanzas del Santo Padre y de muchas Conferencias Episcopales sobre este asunto” (número 34).
El documento insiste que una parte de la misión de la Compañía de Jesús consiste en responder a los desafíos ecológicos o medioambientales para “apreciar más profundamente nuestra alianza con la creación” (Decreto 3, número 36). El cuidado del medio ambiente “afecta al centro de nuestra fe en Dios y nuestro amor a Él” (Decreto 3, número 32).
Por eso, terminada la Congregación General se constituyó una comisión de trabajo (Task Force), convocada conjuntamente por el Secretario para la Justicia Social y Ecología y por el de Educación Superior. Estaba formada por cinco jesuitas y una persona laica escogidos en representación de las seis conferencias de la Compañía.
A la Task Force se le encomendó la tarea de redactar para el Padre General un informe sobre “la misión jesuita y la ecología”. Y se le instó a que, “inspirándose en lo dicho al respecto por la Iglesia y la Compañía y teniendo presentes las iniciativas ya emprendidas por las distintas conferencias y provincias, presentara recomendaciones prácticas para favorecer la integración de la preocupación por la ecología en todos nuestros ministerios. Igualmente se le pidió que, en la elaboración de tales recomendaciones, adoptara un punto de vista intersectorial o interdisciplinar, acentuando los aspectos globales e internacionales de las distintas cuestiones y centrándose en temas y metodologías en las que la Compañía pueda hacer uso de sus capacidades” (Sanar un Mundo herido, núm. 3)
La Task Force celebró una última reunión en Roma del 15 al 20 de noviembre de 2010 para concluir el informe. Esta es la “visión” (el presupuesto, lo que llamaríamos en terminología de Ignacio, el “principio y fundamento”): “Profundizar en nuestra experiencia de fe en el don de la vida que procede de un Dios creador, nos demanda un cambio en la manera de responder a la urgente tarea de la reconciliación con la creación. La creación, don del Dios de la vida, se ha convertido hoy en un bien material, explotable y comercializable. Nuestro mundo, lleno de paradojas, nos confunde y acusa, aunque al mismo tiempo presenta signos alentadores. Hay miedo, convulsión, sufrimiento, desesperación, pero también expresiones de esperanza y confianza. Todos somos responsables, aunque unos más que otros; todos sufrimos las consecuencias, pero también unos más que otros. Demasiados seres humanos, apoyados en el desarrollo tecnológico y espoleados por la codicia, continúan dominando y expoliando la naturaleza en el avance hacia el «progreso»; son pocos, demasiado pocos, los que toman en consideración las consecuencias de sus acciones” (Sanar un Mundo herido, número 5).
Del documento entresacamos aquellos textos que pueden ser de más interés para los lectores de Tendencias21.
El documento «Sanar un mundo herido» (en el número 40) aporta datos de la tradición del Antiguo Testamento, para fundamentar la responsabilidad del creyente con la naturaleza. En la Biblia, la naturaleza es siempre un objeto de alabanza (Sal 104, 24), porque la naturaleza, la obra de la acción creadora de Dios: “era muy buena” (Gn 1, 4.10.12.18.21.25).
La creación es el don de Dios a los seres humanos; pero, herido por el pecado, el mundo entero es llamado a experimentar una radical purificación (2 Pe 3,10). El misterio de la encarnación, la entrada de Jesucristo en la historia del mundo, culmina en el misterio pascual, en el que Cristo renueva la relación entre Dios, los seres humanos y el mundo creado.
Ni la “pretensión de ejercer un dominio incondicional sobre las cosas”, ni una ideología reduccionista y utilitarista que vea el mundo natural como un objeto de inacabable consumo, ni una concepción del medio ambiente basada en la supresión de “la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y otros seres vivos” pueden ser aceptadas.
En esto, el documento sale al paso de las acusaciones que se han hecho en ocasión al cristianismo de ser una religión “ecocida”. Por otra parte, – continúa el documento – el hecho es que “muchos seres humanos, en todos los niveles, han continuado abusando de la naturaleza y destruyendo el bello mundo de Dios… Asistimos a una irresponsable degradación y a una absurda destrucción de la Tierra, que es «nuestra madre”. Contemplar los “signos de los tiempos‟ es una manera de experimentar la necesidad de esta reconciliación. En último término, es a través de nuestra fe como llegamos a sentir una profunda pena al constatar la destrucción del don de Dios y el sufrimiento de las personas. Nos vemos llevados a preguntarnos a nosotros mismos: “¿No podríamos haber actuado de forma diferente?”
Pero (número 42) si bien la cosmología bíblica es una fuente continua de inspiración en relación a la creación, incluso un imperativo moral reconocido, por sí sola no basta para sostener el esfuerzo humano por cuidar el mundo creado.
Reconocer la integridad de la creación y su existencia en cuanto otorgada por Dios, reconocer como buenas y valoradas por Dios las interrelaciones entre Dios, los seres humanos y otras criaturas, no es suficiente para contrabalancear el papel que desempeñamos en la destrucción generalizada de la creación.
Tales son los límites de la voluntad humana, de la mente y la memoria. Somos conscientes de que se necesita más; lo que se precisa es una metanoia -una transformación del corazón-. Nos quejamos, buscando la acción adecuada que trascienda nuestro egoísmo y nuestra pecaminosidad; buscamos en Cristo, en quien sentido y poder convergen.
Teología de la ecosolidaridad
El documento, por su carácter confesional, incluye una fundamentación teológica del respeto a la naturaleza. “La fe en el Dios del cosmos, en el Cristo sufriente y obediente hasta la muerte y en el Espíritu que inhabita en la realidad nos empuja a hacer la experiencia de metanoia y a convertirnos nosotros mismos en agentes de cambio. De la bondad de la naturaleza y de la visión ética de unas relaciones justas obtenemos la energía espiritual necesaria para vivir vidas de reconciliación entre Dios, sus criaturas y nosotros”.
Y prosigue: “El cuidado del medio ambiente se basa, ante todo, en el reconocimiento de éste como un bien verdadero. El Salmo 104, un himno sostenido a las maravillas de la creación, lleva a la alabanza del Creador (“Cantaré al Señor mientras viva…”). Nuestra principal respuesta humana al bien consiste en apreciarlo; esta es una respuesta contemplativa. Sin tal apreciación, cualesquiera obligaciones éticas que se nos atribuyan parecerán secundarias o incluso opresoras. En segundo lugar, este bien intrínseco es un bien común. “Los bienes de la creación pertenecen a la humanidad en su conjunto”. Así pues, el principio de solidaridad rige en el campo medioambiental en no menor medida que en el campo social, ya que el daño medioambiental es también un mal social; afecta en particular a los pobres, que tienen menos oportunidades de eludir sus consecuencias, mientras que los productos de la explotación medioambiental van en su gran mayoría a países y pueblos más ricos.
Caritas in Veritate, reflejando la doctrina social de la Iglesia católica como un todo, insiste en que la justicia y el servicio al bien común forman parte del núcleo de lo que significa amar. La encíclica aplica al medio ambiente el principio del destino universal de los bienes de la creación en las distintas dimensiones de la vida humana: el comercio, el orden político internacional y las opciones de cada persona, que a menudo se expresan a través de la sociedad civil”.
Responsables del cuidado de la naturaleza y del bienestar de toda la humanidad
El principio ético de la responsabilidad está presente en todo el documento: Dice el número 45: “El aprecio y atención a este bien nos llaman a la responsabilidad. “Es lícito que el hombre gobierne responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita… Pero debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan Sanar un Mundo herido habitarla dignamente y seguir cultivándola”.
Desde una perspectiva judeocristiana, existe una “alianza entre ser humano y el medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios”. En otras palabras, asumimos una obligación, derivada de la fe, de preservar la creación e incluso de mejorarla.
La espiritualidad ignaciana y la solicitud por la creación
Mantener el corazón atento y sensible a la problemática global del sistema Tierra exige unaespiritualidad: En este caso, (número 46) se intenta impulsar un tipo de espiritualidad: “La espiritualidad ignaciana y, más específicamente, los Ejercicios Espirituales (EE) ofrecen una profunda fuente de inspiración para desarrollar ideas y nuevas relaciones en lo que respecta a la creación. La primera consideración propuesta por Ignacio es el «principio y fundamento»(Ejercicios Espirituales de San Ignacio, número 23). Hoy comprendemos que la creación es “tanto un recurso procedente de Dios como una avenida hacia Dios, que posibilita a los seres humanos la comunicación”.
Se nos pide que discernamos cuidadosamente nuestra relación con la creación y que seamos indiferentes, esto es, que desarrollemos una libertad interior para ver las cosas creadas en su relación con Dios y sus planes para el bien común de la humanidad. Una comprensión novedosa y más profunda de la teología de la creación nos lleva a darnos cuenta de que la creación es la primera gran obra de la redención y el acto salvífico fundacional de Dios.
La redención acontece, pues, en el contexto de la creación, donde la humanidad crece y madura en su relación con Dios y en su propio seno. Las contemplaciones de la encarnación (EE, 101-109) y el nacimiento (EE, 110-117) muestran que el mundo creado es el lugar para tener experiencia de Dios. En tanto en cuanto Jesucristo nace en un lugar concreto (Nazaret), comparte con nosotros una profunda relación con la creación, la vida, la naturaleza y el aire que respiramos.
Desde la perspectiva trinitaria que sostiene esta contemplación, somos llamados a vivir en afinidad y comunicación con la creación. La meditación de las dos banderas (EE, 136) nos ayuda a hacer frente a los engaños de “riquezas…, honor… y soberbia”. Resulta difícil no verse uno mismo también interpelado por las implicaciones de la avaricia y el consumo excesivo, por el uso (y abuso) de los recursos naturales y la tierra, por la increíble generación de residuos. La invitación a unirse a la bandera de Cristo es una llamada a la simplicidad y la humildad, a descubrir a Dios en la creación. En la contemplación para alcanzar amor (EE, 230-237), Ignacio pide al ejercitante que considere de qué modo Dios habita y opera en la creación.
Siguiendo la indicación de Ignacio de que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” (EE, 230), hemos de ofrecernos a nosotros mismos con gran generosidad para sanar nuestra relación con la creación.
En resumen, «encontrar a Dios en todas las cosas‟ se halla estrechamente relacionado con la experiencia de Ignacio en el Cardoner en el sentido de que la creación y el mundo, antes que rechazados como malos, deben ser abrazados como buenos.
Desde la perspectiva de la resurrección, desde el punto de vista del misteriopascual, siempre somos conducidos a una experiencia del amor de Dios ‒que impregna todas las cosas y a todas las demás personas‒ y, por tanto, a un amor que refuerza estos tres conjuntos de relaciones con Dios, con los demás y con la creación.
La reconciliación con la creación y la dimensión de la justicia de la misión
Un concepto básico en todo esto es el de “reconciliación” en su sentido más antropológico (re-conciliar, volver a unir diversas partes que estaban enfrentadas por un conflicto):
“En estos últimos tiempos, el concepto de reconciliación ha cobrado mayor importancia en el campo de la resolución de conflictos. Debemos comenzar planteándonos la siguiente pregunta: ¿es posible la justicia sin reconciliación? En otras palabras, en un proceso de reconciliación, ¿cómo debemos abordar las injusticias del pasado de suerte que no sean olvidadas ni lleguen a enconarse?
El término „reconciliación‟ (prosigue el documento en el número 51) significa literalmente una llamada a estar juntos de nuevo; una llamada dirigida a dos bandos en conflicto, a dos enemigos, para que entablen una nueva relación. La reconciliación, teológicamente considerada, es el restablecimiento de las relaciones rotas entre Dios y su pueblo. Dios inicia este proceso de restablecimiento, los seres humanos responden a la iniciativa divina a través de la fe y el resultado es la reconstrucción de la comunidad humana como una nueva creación.
Para los cristianos, por consiguiente, la esperanza de reconciliación se halla estrechamente unida a la fe en la obra salvífica de Cristo en medio de nosotros. Hay que señalar que la interpretación «Sanar un mundo herido» espiritualista de la reconciliación con Dios ha llevado a menudo a una forma individualista y subjetiva de plantearse la vida.
En este punto el documento tiene un significado social muy hondo: prosigue el número 52: “La expresión «establecer relaciones equitativas‟ es equivalente a fraguar relaciones basadas en la justicia. Para comprender la relación entre los términos «reconciliación‟ y «justicia,‟ esta última debe ser entendida en su sentido más amplio. La palabra «justicia‟ incluye las tres dimensiones de la justicia: la conmutativa, que exige que las relaciones recíprocas entre individuos o entre grupos privados se establezcan sobre la base de la igualdad; la retributiva, que exige compensación por las injusticias cometidas; y por último, la restaurativa.
Dilatar la relación entre reconciliación y justicia significa que la reconciliación no puede ser reducida estrictamente a una realidad espiritual que no comporta cambio alguno en las duras realidades fácticas. La reconciliación trasciende las relaciones interpersonales del tú a tú hacia el ámbito político en tanto en cuanto inicia la justicia restaurativa o reparadora.
Este mirar hacia delante opera desde la perspectiva de la „justicia anticipatoria‟. Busca la reconstrucción futura de una comunidad por medio de la reparación de las relaciones y la reintegración en la vida civil de personas injustamente excluidas. Garantiza que todos los miembros de la sociedad puedan participar de forma activa en la vida social, contribuyendo al bien común y participando en él en la medida necesaria para proteger su dignidad humana.
La reconciliación, por tanto, en modo alguno sugiere una merma del compromiso con la justicia. Ni tampoco aboga por el perdón prematuro. La reconciliación exige justicia, si bien puede ir más allá de esta a través de la concesión de perdón.
Los distintos agentes de la crisis ecológica
El documento no se queda en generalidades. Anuncia y denuncia las situaciones de desencuentro:
Leemos en el número 54: “Los hechos revelan que, en diferentes partes del mundo, en particular en países en vías de desarrollo, el derecho a la vida de muchas comunidades pobres y marginadas corre peligro. Si la meta última de la reconciliación consiste en construir una nueva relación de alianza con la creación sobre la base del principio de justicia restaurativa, pero sin perder de vista la justicia retributiva, entonces tenemos que plantearnos la pregunta: ¿cuáles son los desafíos aquí y ahora? ¿Cómo podemos proteger, sostener y promover la vinculación recíproca de tierra, especies, seres humanos, planeta y universo como matriz de procesos de vida dinámicos y transformadores?
La constatación básica es que la creación sufre‟ el saqueo de los ecosistemas, por lo que ha sido calificada como la nueva pobreza que grita reclamando nuestra atención. Es necesario distinguir el papel que desempeñan diversos agentes en esta crisis ecológica”.
Reconciliación con la naturaleza y justicia social
El documento en el número 55 hace ver quiénes son las víctimas de un mundo herido: “Comenzamos por el grupo de personas que viven en los márgenes, los pobres. En el siglo XXI hay dos grandes desafíos: eliminar la pobreza y gestionar el cambio climático, dos aspectos que no son autónomos, sino interdependientes. Los mecanismos que en último término vinculan el desarrollo humano y la disminución de la pobreza con los cambios del clima resultan ahora más evidentes, poniendo de manifiesto los lazos con el empleo, los medios de vida, la salud, el género y la seguridad. Por mencionar tan solo un ejemplo: en el mundo rural, las mujeres dependen en considerable medida del medio ambiente para su sustento, que se ve directamente afectado por la degradación o escasez de recursos naturales por motivos climáticos”.
El consumo excesivo como contaminante
Para el documento (número 56) “El segundo tipo de personas comprende a quienes viven en el centro, los ricos. Estos contribuyen a la crisis ecológica a través del consumo excesivo y la enorme producción de residuos. La febril demanda de alimentos y otros recursos naturales ha originado cambios dramáticos. El mundo está convirtiendo a gran velocidad la naturaleza en tierra de labor agrícola con vistas a satisfacer la creciente demanda, desaguando los ríos para producir alimentos y contaminando el agua con pesticidas y fertilizantes”.
El neoliberalismo como contaminante
(Número 57) “El tercer grupo de personas está formado por la cada vez más numerosa clase media, los nuevos ricos. La liberalización de la economía dilató el horizonte de oportunidades y fue el preludio de un nivel de vida más alto para quienes pudieron permitírselo.
En la India, por ejemplo, los cambios sociales y políticos de las décadas de 1980 y 1990, en las que las clases medias desempeñaron un importante papel, vinieron acompañados de una transformación de los valores. El espectacular crecimiento de la clase media, con su clamor de mayores demandas, es constatable en muchos de los países en vías de desarrollo.
El Banco Mundial estima que es probable que la clase media crezca en el mundo entero de 430 millones en el año 2000 a 1.150 millones en 2030. La distribución geográfica de esta clase media es sorprendente. En 2000, los países en vías de desarrollo albergaban al 56% de la clase media mundial, pero se espera que hacia 2030 esa cifra alcance el 93%. China y la India son responsables por sí solas de dos terceras partes de la expansión, con China contribuyendo con un 52% del aumento y la India con el 12%74.
Mitigación, adaptación y contrato social como programa transformador
El concepto de justicia ecológica restaurativa está muy presente (número 58) “Para hablar de la justicia ecológica restaurativa, recurrimos a los conceptos de mitigación, adaptación y contrato social. En el Norte, la mitigación o reducción es el primordial ‒y muy necesario‒ enfoque para abordar el cambio climático. La mitigación depende tanto de respuestas tecnológicas que reduzcan las fuentes de producción de dióxido de carbono, en particular la asociada al sector energético, como de la búsqueda de alternativas ecológicamente menos perjudiciales.
La adaptación, ya deliberada, ya involuntaria, consiste en la modificación de sistemas naturales o humanos con vistas a hacerlos menos perjudiciales, pero también en la creación de oportunidades beneficiosas como respuesta a sucesos climáticos reales o esperados y a sus efectos. La adaptación de los sistemas naturales incluye la gestión de bosques, cuencas fluviales, hábitats, agricultura, pesquerías y opciones de cultivo marino.
La adaptación de los sistemas humanos incluye cambios en energía y comunicaciones, en contaminación y gestión de residuos, en infraestructuras y transporte, en micro-finanzas y seguridad social, en sistemas de alerta temprana y respuesta a las catástrofes”.
Un nuevo contrato social
Una propuesta reconciliadora es esta: (número 59) “Algunas comunidades y pueblos han establecido contratos sociales que captan la relación cultural con el medio ambiente que existe específicamente en esos lugares. Un contrato semejante no es sino una relación basada en la reciprocidad y el respeto de una comunidad local por la naturaleza. Según este enfoque, toda comunidad está obligada por su concepción del medio ambiente y su responsabilidad sobre él. Esta referencia cultural ofrece una base de partida para buscar acuerdos formales con el gobierno y en el marco más amplio de la sociedad civil”.
La reconciliación con la creación y el diálogo con la cultura y las religiones
“Cuando hablamos de cultura, nos referimos a lo que es profundamente humano y goza de una expresión singular. La cultura es un estilo de vida, un modo de relacionarse, que ‒en su esencia más profunda‒ se expresa en forma de valores. Estos valores son el instrumento a través del cual una cultura crea su propia identidad. La identidad cultural es personal y comunitaria a la vez y confiere fortaleza y reconocimiento local.
La tradicional distribución de las tierras entre las familias, que llevan a cabo los dirigentes de la comunidad, la importancia geográfica de sucesos, celebraciones, ritos, matrimonios y entierros: todo ello está entrelazado con la genealogía y el paisaje. Algunas culturas tienen conciencia de estar desarrollando su actividad a ojos del Creador y en el marco de la gran épica de la creación y los antepasados. Una espiritualidad que vincule al pueblo con la tierra y en la que el relato sea un elemento esencial en la gestión concreta de los recursos no es una dinámica escindida, sino holística”.
Cultura e identidad
“El mundo siempre ha necesitado y continúa necesitando reconciliación, y las instituciones culturales de la religión han sido una importante fuente de esa experiencia. Al transitar de una cultura a otra, las personas se percatan de la sensibilidad y singularidad de los otros con solo observar qué hacen y cómo lo hacen.
Tenemos que ser conscientes de los diversos cambios culturales que acompañan a la crisis ecológica. Mientras que algunos rasgos culturales de nuestra sociedad parecen estar basados en una «cultura de la muerte», otros brotan de una cultura que respeta y preserva la vida”.
El documento, en el número 62, vuelve sus ojos a la sociedad civil: “Resulta imposible escribir una historia social del activismo social durante la segunda mitad del siglo XX sin tomar en consideración la existencia del “movimiento verde”.
Desde los clásicos grupos de “protección de animales” a los activistas antinucleares más combativos, se ha desarrollado un inmenso espectro de intereses, visiones y métodos para involucrar a los individuos, fomentar la conciencia social y, bastante a menudo, abogar por cambios en las leyes. Para miles de ciudadanos, en especial para muchos jóvenes, el movimiento verde es, en su enorme diversidad, la senda a seguir en la práctica de la solidaridad y la participación activa en los asuntos sociales.
El compromiso ecológico tiene numerosos aspectos, como, por ejemplo, asumir tareas locales desde una visión global o participar en acciones que impliquen directamente un cambio de la realidad. Y exige bastante a menudo un comportamiento que afecta a nuestro estilo de vida. En comparación con otros modos de participación social, el movimiento verde suscita, sin duda, un atractivo sin par.
Los conservacionistas han conseguido que algunas áreas geográficas de especial valor sean protegidas, como pueden ser los parques nacionales, para beneficio de toda la sociedad. La creciente conciencia de haber alcanzado ‒a través de la explotación de la tierra, el agua, el aire y los recursos naturales‒ los límites físicos de nuestro planeta, unida a los riesgos nucleares, ha llevado a la formación de innumerables asociaciones, organizaciones no gubernamentales y partidos políticos que han hecho de la protección del medio ambiente su principal foco de atención.
En la actualidad existen partidos verdes por todo el mundo, y en muchos lugares han formado o forman parte de coaliciones de gobierno. Estos partidos son bien conocidos, no sólo por sus inquietudes ecológicas, sino por promover la justicia social, la democracia de base y el pacifismo. La importancia del medio ambiente es tal que hoy no existe ningún partido político que no se posicione al respecto.
Las grandes religiones y la ecología
También el documento «Sanar un mundo herido», en el número 64, aborda el tema interreligioso: “Aunque las tradiciones religiosas no están bien equipadas para abordar la complejidad de la crisis ecológica, existe un creciente consenso en el sentido de que los valores que ellas fomentan pueden desempeñar un papel decisivo en el establecimiento de nuevas relaciones con la creación. Ha habido diversos intentos de involucrar a las religiones en la lucha por establecer nuevas relaciones con la naturaleza».
El tamaño y la complejidad de los problemas con que nos enfrentamos exigen esfuerzos de colaboración tanto entre las distintas religiones como de las religiones en diálogo con otros ámbitos fundamentales del afán humano. Las tradiciones religiosas africanas nos enseñan que estamos directamente vinculados a la creación. En sus prácticas religiosas, los africanos experimentan la vida como un continuo que comprende a la creación, a los antepasados, a los seres humanos y a Dios.
Hay muchos ejemplos de esta tradición. La colina Bomaswa en Tanzania se tiene por sagrada. Aunque hayan despoblado de árboles las zonas boscosas de los alrededores, la gente nunca ha tocado la colina Bomaswa. Cuando promotores inmobiliarios le presionaron para que vendiera sus tierras, el pueblo Kunda del distrito de Mambwe en Zambia Oriental se negó a abandonar sus territorios, actualmente semiáridos e improductivos, porque no podían concebir la vida separados de su tierra ancestral.
La cultura hindú cree en una ética de relación con la tierra que exige mantenerla en fidelidad a Dios y para el beneficio general de la humanidad. En este contexto, el abuso y la explotación son actos injustos e impíos. La naturaleza es un don, un don sagrado. En un plano más cultural, los árboles y las plantas son tratados como sagrados, en especial aquellos que dioses y diosas han convertido en morada suya. Reina una actitud profundamente arraigada de ahimsa ‒no violencia‒ en todas las relaciones y hacia toda criatura viva.
El budismo cree que existe una estrecha relación entre la moralidad humana y el medio ambiente natural. A los seres humanos se les ha confiado la exclusiva responsabilidad de fomentar la ética medioambiental y la no violencia, con la solicitud por todas las criaturas y la compasión como valores importantes.
Según el islam, la relación con la creación y el Creador constituye la base ética (respeto y responsabilidad) para sustentar toda forma de vida. El tao nutre, sostiene y transforma a los seres. Los seres humanos, como parte del universo, están intrínsecamente vinculados tanto al tao como a todo lo demás.
Recomendaciones finales
El documento «Sanar un mundo herido», no se queda en principios generales. Es una invitación a ver, juzgar y actuar. Por ello, hace una serie de “recomendaciones” que pueden aportar esperanza de transformación y de reconciliación.
Las recomendaciones que aparecen en el capítulo cinco constituyen una invitación a actuar ofrecida a todos aquellos que se hayan sentido interpelados por los retos descritos en los capítulos previos.
Las recomendaciones se dirigen a los distintos apostolados de la Compañía y a los diferentes niveles de gobierno. En el capítulo 8 pueden encontrarse sugerencias prácticas para la vida cotidiana de las comunidades y de las instituciones. A modo de introducción del capítulo 5, se han añadido algunas orientaciones que guiaron la reflexión.
(1) Se invita a las obras apostólicas de la Compañía de Jesús a discernir su gestión desde un punto de vista ecológico y a las comunidades a idear e intercambiar prácticas que fomenten estilos de vida ecológicamente más sostenibles.
(2) Se invita a todos los jesuitas y colaboradores en la misión a abordar los efectos de la crisis medioambiental en los pobres, los marginados y en los pueblos indígenas.
(3) Se invita a los responsables de comunicación y de medios de comunicación a idear modos de incrementar la concienciación y la motivación ecológicas.
(4) Se invita a los centros educativos y de investigación a involucrar a los estudiantes en una educación transformadora y a explorar nuevos temas y áreas de investigación interdisciplinar.
(5) Se invita tanto a los centros de reflexión teológica y de espiritualidad como a las obras sociales y pastorales a desarrollar las fuentes espirituales que motivan nuestro compromiso y celebrar la creación.
(6) Se invita a revisar la formación jesuita a la luz de las inquietudes ecológicas.
(7) Se invita a las Conferencias a incluir explícitamente el tema de la ecología en sus planes apostólicos.
(8) Se invita al gobierno central de la Compañía a desarrollar algún mecanismo de seguimiento y evaluación de la puesta en práctica del mandato de la Congregación General 35 de establecer relaciones justas con la creación.
la compañia de jesus, ligado al vaticano. mas mierda , sobre , mierda . quita eso por dios .
Amigo totoye con todos mis respetos; Esta exponiencia la mires por donde la mires, no deja de ser positiva. Reflexiona un poquito y date cuenta de cómo está el Planeta, bajo mi punto de vista está más que herido, está medio moribundo. Y si hay alguien en el mundo con algo de poder para poder activar e incentivar a instituciones políticas y demás…. Lo que hay que hacer es apoyarlos sin miramientos de a quién estén ligados. Además para ti ¿no significa nada el perdón y la reconciliación?. Todo el mundo tiene el derecho de otra oportunidad. Y ésta merece la pena.
A mí personalmente me parece muy valioso y pienso en leerme el documento «Sanar un mundo herido» Saludos cordiales