India: eternamente enigmática

Cuando sorprendí en Ahmedabad (capital del estado indio de Gujarat) a un joven europeo comiendo con los dedos en un lujoso restaurante, me atreví a preguntarle por su hábito.

“Me vine a la India de vacaciones para diez días y me quedé a vivir aquí hace ya ocho años”. Con la convicción del que sabe lo que quiere, así me respondió Lászlo Pere, un  húngaro de 34 años que descubrió su particular paraíso en el estado de Kerala, al sur del país, y del que adoptó algunas de sus costumbres.

¿Por qué atrae tanto el estilo de vida de la India hasta el punto de que algunos, como Lászlo, no regresan ya a su lugar de origen? ¿Por qué ejerce la India tan enigmática fascinación a los occidentales, hasta el extremo de convertirlo en un ansiado destino turístico? ¿Por qué otros visitantes, en cambio, se sienten decepcionados al contemplar el impactante contraste que existe entre tanta majestuosidad y la extrema pobreza que presenta la India?.

¿Por qué ejerce la India tan enigmática fascinación a los occidentales hasta el extremo de convertirlo en un ansiado destino turístico?

Shail Kaushal, experto en turismo personalizado, tiene una respuesta simple –que no simplona—para estos interrogantes: “Si uno quiere disfrutar de la India, será feliz, si uno no quiere disfrutar, nunca será feliz”. Acorde con esta idea, el lama Soyal Rimponché asegura que “ser feliz es una decisión”.

Y en parecidos términos opina mi amiga, la periodista búlgara Magdalena Gijova, “adicta viajera” desde hace años a este país: “La primera vez que viajas a la India ya decides si odiarla o enamorarte de ella. A mi me encanta porque la gente es afectuosa, abierta y natural”.

Probablemente, una de las razones por las que también se viaja a este inquietante destino es para tratar de descubrir algo de la esencia misteriosa que encierra su filosofía de vida, basada en la compasión, el conformismo, la tolerancia, el pacifismo y su milenaria disciplina del yoga.

Gente famosa, como Richard Gere o Tom Cruise, o desconocida, regresan de allí afirmando que su vida ha cambiado sustancialmente al haberse alterado su escala de valores. En este sentido, el mensaje publicitario que un famoso actor bollywoodense lanza desde carteles callejeros y autobuses quizá nos proporcione la clave del misterio: “¿Qué quieres encontrar en la India? Depende de lo que vengas a buscar”.

Entre el medievo y el futuro

En cualquier caso, nunca el tópico de país de contrastes resulta mejor aplicado que en la India. Un inmenso territorio alimentado por la fantasía y la realidad. La grandeza y la miseria. Una India moderna, evolucionada, y orgullosa de su progreso económico, tecnológico y social, y otra India antigua, anclada en la tradición mística, los ritos insondables, los encantadores de serpientes y la eterna presencia de esas gentes que (mal) viven en las calles, esas que apenas necesitan equipaje para el viaje de la vida.

Llama la atención este contraste de la India: la del medievo y la del futuro. Mientras su poderío electrónico, tecnológico y farmacéutico vive un auge imparable, más de una tercera parte de la población vive en condiciones paupérrimas. Lo que también llama poderosamente la atención al visitante es el impresionante número de reglas, costumbres, castas y  comunidades.

Probablemente, una de las razones por las que también se viaja a este inquietante destino, es para tratar de descubrir algo de la esencia misteriosa que encierra su filosofía de vida, basada en la compasión, el conformismo, la tolerancia, el pacifismo y su milenaria disciplina del yoga

Allí conviven hindúes, budistas, musulmanes, sijs, cristianos… Esto es, todos los adeptos de las grandes religiones, si bien la más antigua  y mayoritaria es la hinduista. Es ésta la que ha jerarquizado la sociedad hindú en castas inviolables que van del brahaman  al “intocable”.

De ahí que los musulmanes se sientan discriminados y vayan muy rezagados en materia de educación, empleo y condición económica, pese a que existe actualmente hacia ellos una política de discriminación positiva.

Con una simple ojeada a sus vestimentas, se identifica a los diferentes habitantes. Los hindúes se envuelven con mucho arte su dhoti (una ancha tela blanca). A los sijs se los reconoce por la barba y el turbante de color claro; a los musulmanes por el fez o el gulfa que visten, y a los parsis por su sobria levita con estrecho cuello militar.

En cuanto a las mujeres, resulta difícil diferenciarlas. Todas llevan el sari, larga tela de bonitos colores, el choli, que cruza el pecho, y un número incalculable de pulseras y argollas de tobillo que tintinean graciosamente a su paso.

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