El presidente sirio Bashar Asad tiene mejores oportunidades de sobrevivir en el poder que las autoridades depuestas de Egipto y Túnez, siempre que pase pronto de la represión a las reformas.
Asad ha seguido hasta ahora el guión que se ha aplicado sin éxito en varios países árabes. Sus fuerzas de seguridad han reprimido las protestas prodemocráticas en Siria, que comenzaron hace dos semanas, y ha promovido la salida a la calle de contramanifestantes que le han declarado su lealtad.
Además, ha caído en el discurso de culpar de las revueltas a una conspiración extranjera y no ha iniciado, al contrario del tunecino Zine al-Abidine Ben Ali y del egipcio, Hosni Mubarak, ninguna concesión a la reforma.
Bashar Asad ha contado con la lealtad de sus fuerzas de seguridad, el silencio de la mayoría de las potencias de Occidente y el apoyo de las monarquías árabes del Golfo, lo que le ha permitido capear la ola revolucionaria durante algunas semanas.
Sin embargo, la paciencia de los sirios está llegando a su fin y a menos que inicie reformas de peso, como levantar la ley de emergencia que está en vigencia desde hace décadas, mayor libertad política y de comunicación, pronto podría enfrentarse al mismo destino que los líderes derrocados en Egipto y Túnez.
«Asad no debe dormirse en sábanas de seda«, ha explicado Nabil Boumonsef, un comentarista de diario ‘An-Nahar’ de Líbano. «Debe implementar reformas para capear el descontento y no tomar riesgos».
Las protestas comenzaron en el sur del país, en la ciudad de mayoría sunní de Deraa, aunque más tarde se extendieron a otras ciudades como Latakia y Hama. Lo primero que pedían los ciudadanos era libertad y menos corrupción pero la violencia que se ha desatado en las represiones les ha llevado a ir directamente contra el presidente sirio.
Se puede abrir la caja de Pandora
Los países que hacen frontera con Siria, Irak, Jordania, Líbano, Turquía e Israel están también sufriendo, en mayor o menor medida, las consecuencias de los conflictos regionales.
Quizá por eso, sus vecinos se han abstenido de criticar a Asadpor temor de que el conflicto sectario «pueda estallar en Siria y se extienda a sus propios países».
En cierta medida, dentro de Siria también se ha manifestado el malestar de la comunidad chiita frente a la mayoría sunita que, según las críticas, es protegida y beneficiada por las políticas económicas del máximo dirigente sirio, que intenta, a toda costa, mantener la paz entre los distintos sectores.
«Si estalla Siria, Irak va a explotar, va a explotar Jordania y el Líbano se verá afectado igual. Podríamos ser testigos de conflicto sunita y chiíta que se extendería inmediatamente«, según analiza el politólogo Hilal Khashan de la Universidad Americana de Beirut. «Con Siria, se abriría la caja de Pandora«.
EEUU por su parte, enredado en los largos conflictos de Irak y Afganistán, y ahora en la campaña contra Gadafi, no ha querido mostrar su línea más dura respecto al Gobierno sirio. Su presidente, Barack Obama, se limitó a pedir que se escuche al pueblo.
Un día después de estas palabras, Damasco anunció varios comités para estudiar las denuncias de los civiles y un censo de 1962 en la Región Oriental de Hasaka que niega la nacionalidad a 150.000 kurdos. También conformó un comité para investigar las muertes en Deraa.
A diferencia de lo que ocurrió en Túnez o Egipto, donde el ejército se negó a atender la orden de usar sus armas para el poder presidencial para contener a los manifestantes, las fuerzas de seguridad sirias, hasta el momento, no han mostrado reparos en disparar para reprimir las protestas.
Grupos de derechos humanos dicen que 61 personas han muerto, mientras que el opositor sirio Mamun al-Homsi ha elevado la cifra hasta los 105 muertos.
Un pasado represor
Siria tiene una historia de represión despiadada de la disidencia. El padre del presidente, Hafez al-Asad, acabó con años de levantamientos islamistas en Hama en 1982, matando a unas 20.000 personas.
Esto podría explicar por qué los manifestantes en lugares como Latakia o Hama se han reunido únicamente unos cientos de protestantes y a veces unas docenas, frente a las grandes multitudes que se han visto en los levantamientos de Túnez, Yemen, Egipto y Bahrein.
Siria incluso ha dado un paso más dentro de esta represión y ha detenido a varios disidentes políticos. «Aunque algunos han sido liberados, hay informes de detenciones masivas en los últimos días«.
Más allá los conocidos activistas civiles y de derechos humanos, abogados y periodistas, no se conoce la «capacidad de organización de una estrategia o de manifestaciones masivas» por parte de la oposición.
«Las fuerzas de seguridad están íntimamente ligadas a la elite mientras que las manifestaciones tienen un alcance limitado. Sin embargo, todo esto puede cambiar», ha aclarado el comentarista político Rami Khouri.
Para Khashan, «el cambio no está todavía maduro en Siria».