Oppenheimer, un hombre de consciencia e intelecto que anduvo a caballo entre los mundos de la investigación libre y la seguridad nacional, tuvo una buena posición como para entender el significado profundo de sus palabras.
Y aún así, a pesar de las maravillas de la Web, nuestro mundo no es un lugar en donde la investigación libre sea el denominador común. Es un mundo donde nuestra realidad es pulida y coloreada diariamente por los intereses del poder global, y en el cual la mayoría de lo que sucede realmente es clasificado.
Considera. La Biblioteca del Congreso agrega cada año alrededor de 60 millones de páginas a sus colecciones, una enorme zona de almacenamiento de información para el público. Sin embargo, también cada año, el Gobierno de EE.UU. clasifica casi diez veces más documentos que eso – un estimado de 560 millones de páginas de documentos. Para los eruditos involucrados en la política, historia, ciencia, o cualquier trabajo de archivo, la triste realidad es que la mayoría de sus actividades gubernamentales son secretas.
Lo especialmente irritante del asunto es que la naturaleza del trabajo científico y la actividad académica moderna permiten tal proliferación del secretismo. Esto contradice lo que se supone que hacen, al menos de acuerdo a los que proponen una sociedad abierta.
Una de las razones de esta situación infeliz se debe a cómo opera la ciencia. Toda investigación científica y académica se dice ser capaz de trabajar desde fuentes totalmente abiertas y accesibles. Como Oppenheimer entendió, la investigación científica debe estar disponible para la investigación por parte de cualquier persona. Lo que define esto es el falsacionismo. Es un concepto importante para la ciencia. Si pierdes la oportunidad de “refutar” una proposición – para probar que es incorrecta – entonces no es válida. De hecho puede ser verdadera, pero desde el punto de vista filosófico, no es valida.
El enorme volumen del material clasificado implica que la mayoría de las actividades del gobierno de EE.UU. (y podemos asumir que la mayoría de los otros gobiernos y entidades grandes) son imposibles de verificar de alguna forma. Debido a que casi todos los científicos y académicos están confinados a fuentes públicas para su investigación, terminamos con una versión de la realidad que excluye el mundo del secretismo.
Ciertamente, el historial de los científicos y académicos universitarios en el último siglo confirman la afirmación de que ellos no son los indicados para exponer el secretismo fuera de control. Ya que ellos han hecho muy poco al respecto.
Siendo justos, a los periodistas les ha ido mejor. Pero, no mucho mejor realmente. En la actualidad, la mayoría de los periodistas ocupan el mismo molde que sus colegas en los laboratorios y los cuentos de hadas. Ellos trabajan para grandes organizaciones con una jerarquía definida, les dan pautas estrechamente definidas dentro de las cuales trabajar, y generalmente cumplen la agenda de alguien más.
Los pocos que intentan exponer el mundo del secretismo enfrentan el problema de usar fuentes que no siempre son abiertas, no siempre refutables. Es decir, usando filtraciones, corroborando fuentes múltiples que pueden dar pistas de algo — pero que no siempre las confirman. No dicen nada de las presiones profesionales e incluso la censura que enfrentan al realizar su trabajo.
Y esa, amigos míos, es una de las razones por la cual siempre ha sido, y siempre continuará siendo, una prerrogativa del poderoso.
El Rastro del Secretismo
El mundo del secretismo se ha alejado de nosotros, más allá de la capacidad de examinación y crítica por parte de los ciudadanos libres. Cuando rastreamos la evolución de este secretismo, encontramos que es difícil de hacerlo cuando las cosas giran hacia el sur. Esto ha estado sucediendo durante mucho tiempo. El secretismo moderno no es una consecuencia tan sorprendente de nuestro mundo burocrático, sino que es un desarrollo discutido, lo más probable, hace un siglo atrás por el gran Max Weber (aunque admito que mi habilidades alguna vez perfeccionadas como Weberiano están un poco desgastadas actualmente, sospecho que el Grande tenía unas cuantas cosas que decir al respecto).
Aún así, hay ciertas instancias que aceleraron el proceso. Cuando se dude, siempre se deben mirar las guerras. En el siglo XX, las dos guerras mundiales obviamente fueron importantes al crear las masivas máquinas del secretismo de estado que envuelve a nuestro mundo actualmente. Durante estas confrontaciones se crearon comunidades de inteligencia, y una vez creadas, tales cosas han tenido el sucio hábito de rondar por ahí.
Pero los estudiantes del secretismo a menudo revisan uno de los creadores más importantes de nuestro mundo de presupuestos negros. El fenómeno OVNI.
Si gastas mucho tiempo en este problema, la conexión OVNI se hace evidente. Imagínate como el Presidente Estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. Tu nación acaba de salir victoriosa de la lucha más titánica de la historia humana. Aunque sepas conducir al mayor poder militar y económico del planeta, la guerra ha dejado agotado a un mundo que necesita repararse desesperadamente para continuar con el proceso rutinario de la vida.
En este contexto, te encuentras con que hay “otros” que están aquí. Otros con capacidades que van mucho más allá de lo que tus científicos puedan sondear. Esto se debe a que, a comienzos de la década de los ’40 y hasta nuestros días, EE.UU. y otras agencias militares han estado siguiendo y tratando de interceptar objetos aéreos con capacidades extraordinarias y de origen desconocido. Además, lo más probable es que aprendas algo más: no sólo “ellos” están aquí, sino que tu ejército ha recuperado algo de su tecnología. [Aquellos que quieran más información pueden revisar mis dos volúmenes de historia, que documentan este asunto. Para una revisión corta de ciertos documentos OVNI que son claves, ver aquí].
Olvida a Orson Wells y el pánico de 1938 – bien podría haber pánico entre la intelectualidad que maneja el país y el mundo.
¿Qué harías tú?
Bueno, una cosa que no harías precisamente es revelárselo al mundo. Necesitarías información en primer lugar. ¿Quiénes son estos seres? ¿Tenemos que preocuparnos de algo? ¿Qué podemos aprender de su tecnología y ciencia? ¿Cómo privamos de esto a nuestros enemigos (es decir, a la Unión Soviética)? ¿Qué tan grande sería el pánico público? Todas las preguntas lógicas.
Organizarías a tu mejor gente y les ordenarías crear los grupos y protocolos para estudiar y controlar esta información. Podrías exigirles un estudio preliminar para ver cuál sería el mejor curso de acción.
Tampoco podrías contarle al Congreso, sin importar lo inconstitucional que fuera. Muy simple, el Congreso no guardaría el secreto. Pensarías que de ninguna manera lo debe saber el Congreso.
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