Hace algunos años se creía con entusiasmo que nuestra «era de la información» sería una especie de ilustración a través de la expansión del conocimiento. Se hacía la ecuación de que información y conocimiento eran de alguna manera equivalentes. Esta noción fue fácilmente explotada por las compañías de tecnología con el fin de introducir a los hogares del mundo sus productos, los cuales, desde que Steve Jobs aseguró que la Macintosh era la bicicleta de la mente, no dejaron de utilizar símiles en los que se vendía la idea de que se avecinaba una era de incremento de la inteligencia. A más de un cuarto de siglo de la invención de Internet, hoy resulta claro que identificar información con conocimiento o (más aún) con sabiduría es un error.
Paralelamente a que se designaba a nuestra era como la «era de la información» y que se sugería que la nuestra era la «sociedad del conocimiento», crecía también lo que el poeta W. H. Auden llamó la «era de la ansiedad«, en este caso literalmente, en el número de personas que padecían cuadros de ansiedad. Una de las explicaciones más plausibles para el incremento de la ansiedad y otras enfermedades mentales como la depresión tiene que ver con la explosión de la industria de la atención o de la captación de la atención, en la cual se basa la economía digital, pero que obviamente es parte de un largo proceso que tiene que ver con el surgimiento de la publicidad masiva, a finales del siglo XIX (en este sentido véase el trabajo del profesor Tim Wu: The Merchants of Attention). La publicidad se convirtió en la herramienta perfecta para permitir el crecimiento económico que, a través de la industrialización, podía generar un exceso de productos, es decir, más de los estrictamente necesarios para sobrevivir. Para poder colocar estos productos y dinamizar la economía, paralelamente, se creaban nuevas necesidades, asociando productos con estatus social, deseos, aspiraciones y temores, a veces de manera subliminal.
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