Para el hombre metropolitano, la naturaleza es una variación meteorológica y cierto número de islas arboladas dispersas en un tejido urbano. Aparte de esto es material para producción y esparcimiento. Para el hombre védico, la naturaleza era el lugar en el que se manifiestan las potencias y en el que se producían los intercambios entre las potencias.
–Roberto Calasso, El ardor
El antropoceno –la era que se define por la injerencia ubicua y más bien funesta del ser humano en el entorno planetario– también podría llamarse «la era del nihilismo», tomando como rasgo distintivo el modo dominante del pensamiento humano. Resulta inquietante que la «era humana», o la era definida por el ser humano, sea también la era de la destrucción: la extinción de incontables especies y ecosistemas. Esto es ya una primer atisbo del nihilismo que predomina. Si el ser humano es el animal que se distingue por ser, fundamentalmente, un animal que piensa, que imagina, que proyecta, que crea mitos y modelos del mundo, entonces, si queremos entender por qué el mundo se encuentra en este punto crítico, debemos mirar cuidadosamente qué es lo que piensa el ser humano, cómo imagina –si es que todavía imagina–, cómo proyecta su existencia, cuáles son las historias que se cuenta y a través de las cuales, si acaso, encuentra una razón para existir y habitar el mundo de una cierta manera.
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