¿Qué ocurre con la última imagen que registramos antes de morir? ¿Nos acompaña al otro lado? ¿Tiene algún valor sincromístico? Si pudieras decidir cuál fuera esta, ¿elegirías una imagen de tu seres queridos, un exuberante paisaje o algún cliché visual, tipo un amanecer en la playa?
Estas son algunas de las inquietas interrogantes que terminas nutriendo tras una breve reflexión sobre el tema. La muerte, al menos a nivel racional, es un evento aún repleto de misterios. La determinación de este acto, quizá el más tajante de todos, y sus implicaciones biológicas, emocionales, sociales y culturales, hacen de la muerte una especie de jardín indomable –un entramado laberinto de apacibles helechos al cual se nos ha enseñado a temer–.
La optografía es una disciplina dedicada a desvelar aquellas últimas imágenes que registramos, las cuales aparentemente quedan impresas en nuestra retina. Popularmente se apunta a Wilhelm Friedrich Kühne como el precursor pues en 1881, tras dar muerte a una rana en su laboratorio y examinar sus ojos logró distinguir la figura, impresa en su retina, de unos mecheros, curiosamente lo último que habría registrado el animal. Casi un siglo después, el fotógrafo británico M. Warner capturó la imagen de un becerro pocas horas después de haber sido muerto en el matadero. Mientras analizaba la fotografía resultante, notó que en los ojos del animal se mostraba el reflejo de un suelo de concreto, por cierto la última superficie que este había registrado visualmente.
El video The Last Thing They Ever Saw explica a detalle por qué ocurre este fenómeno. Al parecer para que se preserve la última imagen captada por una persona antes de dejar de respirar, el único requisito es que cierre los ojos al momento de su muerte –lo cual recuerda al movimiento del obturador en una cámara, con los párpados actuando como uno–. En el último minuto de este video, el cual sólo se encuentra en inglés y sin subtítulos, se muestran algunos ejemplos optográficos.
Si bien desde una perspectiva científica el destino práctico de esta disciplina apunta hacia su utilidad para la medicina forense, más allá de sus posibles usos prácticos, la optografía presume una esencia notablemente lírica –de daguerrotípica estética–. Y es que no sólo el simple fenómeno puede detonar un increíble flujo de especulaciones imaginarias y coqueteos poéticos; también podrían estas imágenes convertirse en una especie de souvenir de culto o reliquia sentimental, ante la posibilidad de archivar físicamente la última imagen de un ser querido –en sintonía con las prácticas victorianas que incluían fotografías familiares con integrantes ya muertos que eran incorporados, simulando su vigencia biológica, para que la muerte no los dejase “fuera de la foto”.
Respecto a una de las interrogantes con las que comenzamos este texto, si pudieras decidir la última imagen que registraran tus ojos, ¿cuál sería?, en lo personal creo que optaría por ver a los ojos a mi muerte. Y ahora que sé que podría quedar documentada esta visión, me regocijo con la posibilidad de que este cruce de miradas generara una dinámica similar a la que se suscita cuando colocas un espejo frente al otro, es decir, en mi optografía quedaría plasmado lo último que vio la propia muerte y que quedó impreso en su retina. Pero eso ya lo veremos.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis
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