¿Has pensado alguna vez que cuando quieres librarte de algo, también quieres libertad para ser y hacer algo más?
Por ejemplo, alguien que tiene miedo a muchas cosas, quiere liberarse del miedo para poder enfrentar las experiencias de la vida con valor.
Lo que deseamos no es solamente libertad del miedo. Antes que nada queremos fortaleza de espíritu. Queremos ser capaces de dar la cara sin temor a lo que sea o a quien sea que nos haya intimidado, y queremos vivir con valentía y de manera efectiva.
Cualquiera que esté lleno de sentimientos de culpa y remordimiento con relación al pasado quiere liberarse de ellos. Sin embargo, más que esto queremos perdonar, ser capaces de expresar el amor que está en nuestros corazones y dejar ir el pasado. Lo que nos domina no es tanto el sentimiento de culpa, arrepentimiento o remordimiento como lo es la incapacidad de olvidar, de perdonar y de aceptar el perdón que siempre es parte del amor de Dios. Queremos la libertad de ir hacia adelante, confiados en el amor de Dios y seguros de nuestro valor como hijos de Dios.
Sin darnos cuenta, algunas veces podemos estar sumidos en pensamientos negativos. De hecho, podemos llegar a encontrar justificación para nuestros sentimientos y, hasta cierto punto, estar orgullosos de ellos. Todos hemos conocido personas que han abrigado resentimientos y sentimientos heridos por años. Alguien los trató mal, traicionó su confianza o les burló algún dinero, y el resentimiento perdura. Pero alguien que está lleno de resentimiento hacia cualquier persona o cosa, no importa cuán justificado pueda parecer el resentimiento, no es verdaderamente libre.
Quizás la mayor atadura que sentimos es con referencia a un lugar o a una persona. Podemos encontrarnos en un empleo que no nos gusta, pero no estamos seguros de que podemos mejorar la situación, así que seguimos resignadamente en él día tras día, sintiéndonos atrapados e infelices.
Lo que necesitamos no es libertad de un trabajo monótono y aburrido, sino la libertad de pensar de maneras nuevas y más positivas acerca de nosotros mismos, de nuestros méritos y la importancia de cada cosa que hacemos. Cuando trabajamos con un sentido de libertad y gozo, apenas importa lo que hacemos, porque trabajamos con un sentido de logro. Sabemos que cada pedacito contribuye al todo.
También podemos sentir que otra persona se interpone entre nosotros y nuestra libertad. A menudo realmente amamos a la persona, pero al mismo tiempo sentimos que no somos libres para vivir nuestras vidas porque la responsabilidad del cuidado de esta persona descansa sobre nosotros. Tal vez no veamos salida y sólo podamos vernos prosiguiendo de la misma forma, subordinando nuestras esperanzas y deseos a la voluntad o necesidad de otros. No necesitamos libertad de otra persona tanto como necesitamos la libertad de saber que somos seres espirituales y reconocernos como tal. Necesitamos libertad para sobreponernos ante los pensamientos viejos y limitados acerca de nosotros mismos. Nuestra libertad puede venir a través del cambio en la manera en que nos vemos a nosotros mismos.
Muy a menudo pensamos que si sólo estuviéramos en un lugar diferente, bajo un conjunto de circunstancias diferentes o con gente diferente, seríamos felices y libres. Posponemos nuestra libertad, pensando que algún día no estaremos atados, algún día no tendremos miedo de actuar, algún día la gente nos tratará de manera diferente y nos respetará y reconocerá nuestros méritos. Pero el “algún día” que estamos aguar-dando ya está aquí. El momento es ahora; la libertad es nuestra, porque “ahora somos hijos de Dios” (1 Jn. 3:2). Nada que esté fuera de nosotros puede restringir la libertad, ni nada ni nadie que esté fuera de nosotros puede dárnosla tampoco. La libertad es el resultado de encontrar nuestra unidad con Dios, de vernos a nosotros mismos como realmente somos—seres espirituales, siempre y eternamente libres, viviendo en un mundo espiritual, gobernados por ideas espirituales.
Regocijémonos en que somos libres para expresar los maravillosos seres que hemos escondido del mundo.
Regocijémonos en que somos libres para vivir y crecer cada día de nuestras vidas, que cada experiencia nos revela más de la bondad de Dios.
No importa cuán limitados parezcan ser nuestros pensamientos, problemas u otras personas, miramos más allá de la limitación y nos vemos como hijos amados de Dios, erguidos y fuertes. Nos vemos como seres espirituales, gloriosos, espléndidos y libres.
http://elamistosojose.blogspot.com.es/