En la mente de los seres humanos reside un mecanismo que podemos denominar como «reactividad» y que produce mucho dolor y añade sin cesar sufrimiento al sufrimiento. Una cosa es la respuesta viva a lo que sucede en cada momento, en la urgencia y frescura del instante, y otra es seguir acarreando continuadamente algun sentimiento negativo, trauma, frustración o emoción insana.
Por ejemplo, alguien nos insulta. Eso a nadie la agrada, pero después durante días o semanas seguimos pensando en ese insulto y sintiéndonos agraviados, humillados, atemorizados o ultrajados. Alguien nos insultó una vez; nosotros prolongamos el insulto decenas de veces.
¡Qué diferente esta actitud con aquella de Buda que cuando alguien le insultaba, decía: «los demás me insultan, pero yo no recibo el insulto». No se sentía agraviado, porque en el acto evacuaba cualquier sentimiento de resentimiento, rencor o afán de venganza.
Pero la mente reactiva no digiere y evacua, sino que acarrea y perpetúa una situación generando sufrimientos inutil. Con razón en el yoga se ha dicho que la mente es la fábrica de mayor sufrimiento. No cesa de darle vueltas innecesarias a las cosas. Eso es reactividad y no reacción. Y así uno se deja incluso herir por minucias y se siente ofendido por todo. De esa manera uno está siempre al alcance de los demás o de las situaciones ingratas.
En lugar de vivirlas y arrojarlas por la borda, uno las perpetúa mediante el pensamiento tóxico y repetitivo. Pero si uno se ha entrenado lo suficientemente para tener una mente más serena y ecuánime, más sanas y lúcida, no genera reactividades que son como añadir madera al fuego de la insanía, sino que pronto se libera de lo hiriente y no lo arrastra aumentando la masa de dolor.
Volviendo a Buda, que tanto investigó en la mente humana, lo explicaba muy bien con la parábola del dardo. Toda persona recibe un dardo (un impacto doloroso), pero la que no está entrenada, empieza a lamentarse, condolerse, irritarse y amargarse, con lo cual es como quien recibe un dardo y se clava otro. En cambio, la persona entrenada, con una mente más sosegada y ecuánime, recibe solo un dardo, y no se está lamentando ni añadiendo sufrimiento al sufrimiento.
Mi hermano Miguel Angel, que era un gran rapsoda, además de un exquisito poeta, a menudo recitaba en los programas de radio que hicimos juntos a lo largo de veinticinco años el poema de Kipling. Siempre me ha inspirado mucho el verso que dice «Si nadie que te hiera, llega a hacerte la herida». Nos pueden ofender, agraviar, descalificar, dañar, pero si nuestra actitud es de sabiduría, la herida se restaña antes e incluso es como el rastro muy leve que deja el pez al deslizarse por las aguas.