«Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida solo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar a sus espaldas la responsabilidad de completar lo que nos falta.»
Los hombres y las mujeres tenemos diferencias notables en muchos aspectos. ¿Verdad de Perogrullo? Sí, pero nadie lo recuerda en la vida cotidiana. Las discusiones y frustraciones más frecuentes en las relaciones se dan por estas disparidades, que ninguno registra ni trata de comprender.
La más común es acerca de la comunicación. En general, las mujeres conversamos mucho y los hombres menos. Nosotras hablamos, no para que nos digan qué hacer (que ya lo sabemos), sino para descargarnos o comprendernos. Los hombres prefieren estar callados (con nosotras a su lado, silenciosas) o hacer algo.
La oralidad excesiva de las mujeres es evidente cuando queremos que los hombres entiendan o cambien alguna cosa. Los inundamos con palabras, explicaciones, demandas, emociones, historias, y los perdemos a los cinco minutos. Al final de la cháchara, la pregunta de rigor es: “¿Y qué quieres que haga?”. Sugerencia: aprendamos a editar, a decir “corto y claro” lo que nos pasa y lo que queremos y, en lo posible, a ser concretas en el “cómo”, en la acción.
La confianza descomunal que tenemos con las palabras nos hace creer que lograremos todo a través de ellas. Así, pensamos que sentarnos horas a hablar y reclamar será la solución a los inconvenientes. No lo es. Nosotras somos expertas en detectar los problemas y en poner el énfasis en lo que el otro tiene que hacer. Pero, en una relación, los dos son responsables, por lo que sería más conveniente primero darnos cuenta de nuestra parte y procurar solucionarla internamente, viendo cómo se transforma la relación a partir de ello. Luego, se podrá analizar el rol del otro, si hubiera que hacerlo.
Los hombres tienden a ser analfabetos emocionales. Han sido educados en no llorar, no expresar emociones porque los hacen débiles, proveer sin importar lo que les pase, seguir adelante sin escuchar al cuerpo, no plantearse las cosas porque pensar demasiado es peligroso. Por eso, tienden a mantener el status quo y no levantar olas. Es una forma de defensa. En cambio, nosotras vivimos proyectando cambios, observando cada detalle que se podría mejorar. Simplificando: “una mujer se une a un hombre esperando cambiarlo y un hombre se une a una mujer esperando que nunca cambie”.
Ninguna de las posiciones puede tener éxito. Nadie cambia porque otro se lo pida ni nadie permanece igual por siempre. La concepción de pareja que todavía está vigente es una en la que cada uno se afianza en sus puntos fuertes y descarga en el otro sus debilidades, esperando que se haga cargo de ellas. De esta forma, el hombre busca poder en sus realizaciones laborales y en el dinero y la mujer en las relaciones personales y el mundo emocional y es un acuerdo tácito que el otro asumirá lo que no es su área. Aun cuando la mujer trabaje, esta división sigue operando. Muchos hombres continúan evitando conocerse y sanar sus heridas infantiles, por lo que buscan mujeres que las resuelvan, actuando como madres, terapeutas, enfermeras, soportes sentimentales.
Una clave es que buscamos poder. La mayoría de las relaciones son de poder, no de amor. No nos sentimos empoderados por quienes somos, nos falta autoestima y reconocimiento, seguimos los modelos familiares y sociales, no investigamos el potencial que traemos, descansamos en lo aprendido y no nos atrevemos a madurar y evolucionar. En síntesis, nos perdemos la plenitud de lo que podríamos ser y lo compensamos obteniendo migajas del otro, en una lucha desgastante e inútil.
La energía masculina se inclina al hacer, la femenina al estar. Lo que no hemos explorado extensamente es que tenemos las dos energías dentro de nosotros. Los hombres necesitan encontrar su costado femenino y amigarse con los sentimientos y el mundo relacional. Algunas mujeres precisan sacar su parte masculina y afirmarse en la sociedad con toda su soberanía. Otras mujeres urgen recuperar su femenino y reconocer sus maravillosas cualidades en una sociedad patriarcal.
Las nuevas generaciones vienen más equilibradas. Los jóvenes tienen una conexión con su costado femenino más fuerte que antes, mientras muchas jóvenes están en la cúspide de logros que el feminismo abrió hace décadas (usando mandatos y formas masculinos, a veces), por ello es que algunas de las pautas aquí descriptas a veces pueden darse de forma invertida. Unos como otros están tratando de hallar un equilibrio dinámico, entre tantos cambios acelerados.
Todos nos beneficiaríamos de habitar nuestras energías integralmente y danzar con cada una de acuerdo a cada momento. Somos hijos de la Madre Tierra y del Padre Sol. Materia y Espíritu. Femenino y Masculino. Vivamos con los pies en el suelo, la cabeza en el cielo y el corazón unido en amor a Todo Lo Que Es.