– HuligeAmma, una mujer de unos 45 años, se inclina sobre una máquina de coser y pasa con cuidado la aguja sobre el borde de una camisa. Junto a ella está sentada Roopa, su hija de 22 años, que ríe al leer un mensaje en su teléfono celular.
Ambas son dalits, el grupo de la población que en el pasado era considerado “intocable” por el sistema de castas de India. Madre e hija llevan una vida sencilla pero satisfecha. Subsisten con 50 centavos de dólar al día, cosen su propia ropa y participan en planes educativos comunitarios en el distrito de Bellary, en el sudoccidental estado indio de Karnataka.
Pero no hace mucho, las dos eran esclavas. Para llegar a donde están hoy libraron una batalla agotadora contra dos males que aquejan a este estado rico en minerales, la práctica de la esclavitud sexual en los templos hindúes y el trabajo forzoso en las minas ilegales de Bellary, de donde se extrae 25 por ciento del mineral de hierro de India.
Finalmente liberadas del yugo de la esclavitud, están decididas a preservar su existencia, duramente conquistada, por humilde que sea.
No obstante, nunca olvidarán la desdicha que en el pasado definió su vida cotidiana, ni los sistemas religiosos y económicos arraigados en India que allanaron el camino para su miseria y esclavitud.
Del templo a la mina a cielo abierto
“Tenía 12 años cuando mis padres me ofrecieron a la diosa Yellamma”, que los hindúes adoran como la divinidad de los caídos, “y me dijeron que ahora era una ‘devadasi’”, o esclava del templo, contó HuligeAmma a IPS.
“No tenía ni idea qué querían decir. Solo sabía que no podría casarme con un hombre porque ahora le pertenecía a la diosa”, recordó.
Sus primeras impresiones no se alejaban de la verdad, pero HuligeAmma no podría haber sabido, con la inocencia de su adolescencia, los horrores que le depararían sus años de servidumbre.
La práctica de las devadasis, por la cual se entrega a las niñas de castas inferiores, principalmente, como siervas de una deidad o templo en particular, es una tradición que se remonta a varios siglos en el sur de India.
Si bien estas mujeres llegaron a ocupar una posición encumbrada en la sociedad, la caída de los reinos indios con la llegada del imperio británico privó a los templos del dinero y a muchas devadasis de las estructuras que las respaldaban.
Arrojadas a la pobreza, pero sin poder encontrar otro empleo debido a su vínculo divino, las devadasis en muchos estados del cinturón austral de India se dedicaron a la prostitución, lo que llevó al gobierno a prohibir el sistema de la esclavitud del templo en 1988.
Aun así, la práctica continúa y, como atestiguan mujeres como HuligeAmma, sigue siendo tan degradante y brutal como lo fue en los años 80.
HuligeAmma recuerda que, cuando creció, una fila de hombres la visitaban por las noches, exigiendo favores sexuales. Sin el poder para negarse, tuvo cinco hijos de cinco hombres diferentes, ninguno de los cuales asumió responsabilidad alguna por ella o sus pequeños.
Tras el nacimiento del último niño, casi loca de hambre y desesperación, HuligeAmma abandonó el templo y huyó a Hospet, una ciudad cercana a Hampi, una localidad declarada Patrimonio Mundial en el estado de Karnataka.
No le llevó mucho tiempo encontrar trabajo en una mina a cielo abierto, una de las decenas que se explotaban de forma ilícita en el distrito entre 2004 y 2011.
Durante seis años, de sol a sombra, HuligeAmma abrió agujeros en la tierra con un martillo para extraer el mineral de hierro mediante explosiones.
No se daba cuenta en ese momento de que ese trabajo agotador era la base de una enorme operación de minería ilegal en Karnataka, de donde se exportaron 29,2 millones de toneladas de mineral de hierro entre 2006 y 2011.
Todo lo que sabía era que ella y Roopa, que trabajaba a su lado aunque era una niña, ganaban apenas unos 70 centavos de dólar al día cada una.
Con el fin de combatir esa actividad ilegal, la policía allanaba las minas y arrestaba a los obreros, que tenían que pagarles entre cuatro y seis dólares de sobornos para asegurar su liberación.
En una extraña similitud con el sistema de las devadasis, este ciclo las mantuvo en deuda con los operadores de las minas.
En 2009, cuando ya no toleraba más la aplastante carga de trabajo ni las constantes insinuaciones sexuales de sus compañeros de trabajo, de los contratistas y los camioneros, que veían a la antigua esclava del templo como una presa fácil, HuligeAmma recurrió a la ayuda del Fondo Sakhi, una organización no gubernamental local que resultó fundamental para sacarla a ella y a su hija del abismo en el que se encontraban.
Hoy en día todos sus hijos asisten a la escuela y Roopa trabaja como coordinadora juvenil del Fondo Sakhi. Viven en Nagenhalli, un pueblo dalit donde HuligeAmma trabaja como costurera y enseña costura a las jóvenes de la comunidad.
El sistema de castas, el más insostenible de India
La historia tuvo un final feliz para HuligeAmma y Roopa, pero muchos de los aproximadamente 200 millones de dalits en India no vislumbran la luz al final del túnel.
Antaño considerados los “intocables” del sistema de castas indio, los dalits, literalmente “sometidos”, son un grupo diverso y dividido, que abarca tanto a las llamadas comunidades “descastadas” como a otros pueblos marginados.
El término esconde una jerarquía mayor y algunas comunidades, como los dalits madigas, a veces llamado “carroñeros”, suelen ser discriminados por los demás “intocables”.
Históricamente, los madigas confeccionaban zapatos, limpiaban desagües y desollaban animales, tareas consideradas indignas por los demás grupos de la sociedad hindú.
La mayoría de las devadasis del sur de India proceden de esta comunidad, según Bhagya Lakshmi, activista social y directora del Fondo Sakhi. Se calcula que solo en Karnataka hay 23.000 esclavas del templo, de las cuales más de 90 por ciento son dalits.
Lakshmi, quien trabaja junto a los madigas desde hace unos 20 años, dijo a IPS que las mujeres crecen sin saber poco más que la opresión y la discriminación.
El sistema de las devadasis, añade, no es más que la violencia institucionalizada de las castas, que coloca a las mujeres dalits en un rumbo que prácticamente garantiza su explotación, lo que incluye salarios inferiores y trabajo no remunerado.
Por ejemplo, incluso en una mina ilegal, un trabajador que no sea dalit recibe entre cinco y seis dólares al día, mientras que a un dalit se le paga no más de 1,5 dólares, afirmó MinjAmma, una mujer madiga que trabajó en una mina durante siete años.
Sin embargo, son las mujeres dalits las que componen el grueso de los trabajadores atrapados en el negocio de la extracción del hierro.
“Si entra a cualquier hogar dalit de esta región no hallará a una sola mujer o niño que no haya trabajado en las minas como ‘peón’”, aseguró Manjula, una exminera que se transformó en activista contra la esclavitud, oriunda de Mariyammanahalli, una aldea del distrito de Bellary.
Ella misma hija y nieta de devadasis, Manjula pasó su infancia trabajando en una mina. La activista cree que el sistema de trabajo forzoso y la esclavitud del templo están vinculados por una matriz de explotación que abarca a los estados australes de India, profundizada aún más por el sistema de castas.
Manjula, al igual que la mayoría de las fuentes oficiales, no sabe con exactitud la cantidad de dalits forzados a trabajar en las minas de mineral de hierro, pero confía en que fueron “varios miles”.
Vidas y medios de subsistencia destruidos
Anualmente, India produce siete por ciento del mineral de hierro en el mundo y ocupa el cuarto lugar, tras Brasil, China y Australia. Cada año, el país produce unas 281 millones de toneladas, según un informe de la corte suprema de 2011.
Karnataka alberga más de 9.000 millones de toneladas del total de los yacimientos de mineral de hierro en India, estimados en 25.200 millones de toneladas, por lo cual es un actor importante del sector.
Se calcula que solo el distrito de Bellary tiene reservas de unos 1.000 millones de toneladas de mineral de hierro. Entre abril de 2006 y julio de 2010, 228 mineros sin licencia exportaron 29,2 millones de toneladas, generándole 16 millones de dólares en pérdidas al estado.
Con una población de 2,5 millones de habitantes que dependen principalmente de la agricultura, la pesca y la ganadería para su subsistencia, el distrito de Bellary sufrió considerables perjuicios ambientales debido a la minería ilegal.
La minería envenenó las reservas subterráneas de agua, y los pozos en las inmediaciones de las zonas mineras muestran un alto contenido de hierro y manganeso, así como una excesiva concentración de fluoruro, los cuales son enemigos de las familias campesinas que viven de la tierra.
Estudios realizados sugieren que la bonanza minera arrasó con 9,93 por ciento de las 68.234 hectáreas de bosques de la región, mientras que el polvo generado por los procesos de excavación, detonación y clasificación del hierro recubrió la vegetación en las zonas circundantes con una gruesa película de partículas, lo que inhibió el proceso de fotosíntesis.
Aunque la corte suprema ordenó el cese de toda actividad minera no declarada en 2011, tras un extenso informe sobre sus impactos ambientales, económicos y sociales, los poderosos industriales siguen violando la ley.
Sin embargo, la prohibición oficial facilitó la represión de la práctica. En la actualidad, de las cenizas de dos sistemas en decadencia, la minería ilegal y el abuso sexual con aprobación religiosa, algunas de las mujeres más pobres de India indican el camino hacia el futuro sostenible.
De la servidumbre a la autosuficiencia
Su prioridad es educarse a sí mismas y a sus hijos, conquistar medios de vida alternativos y lidiar con la cuestión básica del saneamiento. En la actualidad, solo hay un baño cada 90 personas en el distrito de Bellary.
En algunas zonas del sur de este país la tasa de alfabetización de las comunidades dalits apenas llega a 10 por ciento, pero las mujeres madigas hacen un esfuerzo enorme para revertir la tendencia. Con la ayuda del Fondo Sakhi, 600 niñas dalits, que podrían no haber ido a la escuela, se matricularon desde 2011.
Hoy en día, Lakshmi Devi Harijana, oriunda de la aldea de Danapura, es la primera mujer madiga en la región que da clases en una universidad, mientras que 25 mujeres de su aldea tienen títulos universitarios.
Para ellas, estos cambios son poco menos que revolucionarios.
Algunas optaron por el camino del progreso intelectual, pero otras retornaron a tareas más humildes, como la costura y la ganadería.
BhagyaAmma, en el pasado una esclava del templo que también trabajó en una mina ilegal durante varios años, ahora cría dos cabras que compró por 100 dólares.
Le cuenta a IPS que las venderá por 190 dólares en el mercado durante la festividad sagrada de Eid al Adha, en la que se sacrifica un cordero y se comparte con la familia, los vecinos y los pobres. La ganancia es escasa, pero alcanza para sus necesidades básicas, asegura.
Aunque el gobierno prometió a las mujeres del distrito de Bellary unos 475 millones de dólares para un programa de rehabilitación que revirtiera los daños de la minería ilegal, las arcas oficiales permanecen vacías.
“Tenemos solicitudes de mujeres locales que buscan fondos para construir retretes individuales, pero no hemos recibido ningún dinero ni instrucciones relativas al fondo de rehabilitación minera”, informó Mohammed Munir, comisionado de la municipalidad de Hospet.
Disconformes con la espera, las mujeres están movilizando sus propios recursos comunitarios, que asignan gradualmente unos 230 dólares a las familias para que construyan pequeños aseos, con el fin de que las mujeres y las niñas no estén a merced de los depredadores sexuales.
También están previstas instalaciones de biogás y de captación del agua de lluvia.
“Queremos construir pequeños modelos de sostenibilidad económica. No queremos depender de nadie, ni de una sola persona, ni siquiera del gobierno”, expresó Manjula.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducido por Álvaro Queiruga
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