El trabajo del danés Niels Bohr es sin exagerar la base de la comprensión del átomo para la mecánica cuántica, como también una respuesta al determinismo de Albert Einstein. Siendo buenos amigos, ambos premios Nobel de física expandieron sus mentes gracias a debates sobre la causalidad del universo. Un ejercicio, por tanto, tan físico como metafísico, por alterar no solo una imagen del universo, sino de la interacción de una versad con otra.
Bohr aportó una consideración clave sobre la luz y objetos subatómicos como los electrones: pueden comportarse como partículas y como ondas, y solo antes de ser observados. Cuando las cosas llegan a ser “representadas”, siempre dependiendo del experimento y de las elecciones del experimentador, parecen ser de una manera o de otra.
De acuerdo con el “principio de complementariedad” del danés, algo como estas propiedades son complementarias, pero es imposible medirlas simultáneamente. Conforme más precisión se tiene de una de las dos, menos se tiene de la otra, o lo que decimos que “parece ser” no es solo una cuestión de percepción, y algo como la complementariedad “onda-partícula” carece de simultaneidad. Un “objeto cuántico” es una manera de estar que esconde otra.
Si se dice que uno de estos objetos puede ser tanto una onda como una partícula, es porque puede hablarse de dos descripciones complementarias de una misma realidad, “representación-partícula” y “representación-onda”, ambas solo parcialmente correctas porque tienen un limitado rango de aplicación. Esto limitante no es un no, una cancelación de la realidad, sino un “principio de incertidumbre”, una identificación con lo creativo sin talidad:
Las partículas materiales aisladas son abstracciones, siendo sus propiedades definibles y observables sólo a través de su interacción con otros sistemas. Todo lo que llamamos real está hecho de cosas que no pueden considerarse reales.
Niels Bohr durante una conferencia en Iowa (ca. 1950; Archivo Visual de Emilio Segrè/AIP)
Esta noción de complementariedad es dos mil quinientos años más antigua y ha tenido un rol esencial en el pensamiento chino, algo reconocido por Bohr. Si Einstein insistió en que los átomos sí se comportaban con absoluta precisión, se debe a su convencimiento de que cada causa tiene un efecto específico. Sin embargo, la representación de una “causa” es posible por sus consecuencias, otro efecto más como los fenómenos naturales y las situaciones humanas. Aun de manera explicativa, sería errado ver una causa, como una síntesis de todos sus efectos distintos. La complementariedad es la incertidumbre, el marco sin espejo, el sueño sin soñador real, central, único que es “tal”, y que no por eso deja de ser un sueño.
Los conceptos ancestrales chinos para la complementariedad son el “yin” y el “yang”, pero su primera representación gráfica se remonta a apenas el siglo XIV con el nombre de “Taijitu”. Este emblema es un círculo con dos semicircunferencias entrelazadas y separadas por su color. Como oposiciones, la parte blanca y la parte negra se niegan mutuamente, pero su designación como los “peces ying y yang” es una imagen de la afectación recíproca sin imagen, el Tao que nunca podrá ser visto como el verdadero Tao, la fuente de la afección virtuosa o de las propiedades, “taiji”, generación de las diez mil cosas. En el yin hay algo de yang, y viceversa.
Para Bohr, esta armonía está detrás del enigma de la percepción, o es más bien un principio semilla de una manera de estar presente en otra, y de una descripción en una distinta. Una armonía también entre la ciencia moderna occidental y la antigua sabiduría perenne y taoísta. La idea de la “autosimilaridad” es que cualquier parte de un objeto contiene información del todo. Pero este todo total y primero, por ser causal, no existe, pero se genera como mediación, medios y medidas. En palabras del experto en religiones y sinólogo Alan Watts:
Yin-yang, la visión de la sabiduría taoísta del mundo es serenamente cíclica. La fortuna y la desgracia, la vida y la muerte, ya sea en pequeña o en gran escala, van y vienen eternamente sin principio ni fin, y todo el sistema está protegido de la monotonía por el hecho de que, de la misma manera, el recuerdo se alterna con el olvido.
En reconocimiento a sus logros científicos en todo el mundo y a sus contribuciones a la vida cultural danesa, el 17 de octubre de 1947, el rey Federico IX distinguió a Bohr como caballero con la Medalla del Elefante, un símbolo de la casa real y el mayor honor de su país. El físico pudo diseñar su propio escudo de armas, y es interesante que no dudara en incluir el Taijitu y el lema en latín “contraria sunt complementa”, esto es, «los opuestos son complementarios».
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