La serpiente es un símbolo en casi todos los edificios mayas. Esto es asombroso, porque uno podría esperar que un pueblo rodeado por flora exuberante dejara otro tipo de motivos en los relieves de piedra. Pero la serpiente aparece por todos lados. Desde tiempo inmemorial la serpiente se arrastra por la tierra. ¿Por qué alguien le supondría la capacidad de volar? Como primitiva imagen del mal en el Génesis, la serpiente fue condenada a arrastrarse. ¿Por qué alguien adoraría esta criatura como un dios? Entre los mayas, y anteriormente los toltecas, se daba este hecho. El dios Kukulkan presumiblemente corresponde al posterior dios Quetzalcoatl. Pero, ¿qué nos cuenta la leyenda de Quetzalcoatl? Vino de un desconocido país del sol naciente, con un traje blanco, y tenía barba. Enseño a la gente todas las ciencias, artes y costumbres y dejó leyes muy sabias. Se decía que bajo sus directivas el maíz creció alto como un hombre y el algodón crecía ya coloreado. Cuando Quetzalcoatl completó su misión, volvió al mar, predicando y enseñando en su camino, y abordó un barco de fuego que lo llevó a la estrella de la mañana, Venus. Para los mayas y antes los toltecas, Venus era el objeto astronómico de mayor interés. Quizá lo conocían mejor que cualquier otra civilización que no perteneciera a Mesoamérica. Pensaron que era más importante que el Sol. Lo observaron cuidadosamente mientras se movía a través de sus estaciones y se dieron cuenta que tardaba 584 días en coincidir la Tierra y Venus en la misma posición con respecto al Sol. Además, se fijaron que transcurrían cerca de 2922 días para que la Tierra, Venus, el Sol y las estrellas coincidieran. se cuenta que Quetzalcoatl prometió volver. No faltan explicaciones para la apariencia del sabio anciano. Se le atribuye un papel mesiánico, dado que un hombre con barba no era algo frecuente en aquellas latitudes. Cualquiera que hubiera llegado a América desde el antiguo mundo conocería la rueda para transportar gente y objetos. Seguramente una de las primeras acciones de un dios como Quetzalcoatl, que aparece como un misionero, doctor e instructor, hubiera enseñado el uso de la rueda y el carro. De hecho, los mayas y antes los toltecas aparentemente nunca usaron ninguno de los dos.
Las civilizaciones autóctonas del Nuevo Mundo, tanto las de Mesoamérica como aquellas que crecieron más o menos en forma paralela en la región de los Andes en América del Sur, sin duda ocupan un lugar especial en la historia de la humanidad, sobre todo porque se formaron y desarrollaron prácticamente aisladas del resto del mundo. Las eventuales transmisiones culturales transoceánicas siguen siendo tema de discusiones. Formalmente la conquista de América es el proceso de exploración, conquista y asentamiento en el Nuevo Mundo por parte de España, Portugal y otras potencias europeas, especialmente durante el siglo XVI, después del teórico y discutido descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón en 1492, en nombre del Reino de España. La Conquista dio lugar a poderosos regímenes virreinales y coloniales que ejecutaron sin compasión la asimilación cultural de la mayor parte de poblaciones indígenas, así como su sometimiento a las leyes de las potencias conquistadoras. Toda Europa creció enormemente gracias a las riquezas de América, no solo España y Portugal. La Conquista dio lugar a la importación de nuevos productos agrícolas en Europa, antes desconocidos, como el tomate, la patata o el cacao, que tuvieron un gran impacto en la economía y costumbres europeas. Igualmente, se revolucionó el paisaje productivo y alimentario del continente americano con la llegada de las variedades agrícolas y diversidad ganadera de Europa, África y Asia. La introducción de minerales americanos impulsó enormemente la economía europea, pero también creó situaciones de alta inflación. En los siglos posteriores, el oro y la plata desempeñaron una función importante en el nacimiento del capitalismo, principalmente en los Países Bajos, Gran Bretaña y Francia. La Conquista de América fue un proceso casi permanente, ya que algunas sociedades indígenas opusieron una resistencia continua y otras nunca fueron asimiladas completamente. España llegó a conquistar la mayor parte de América, debido a que fue el país que patrocinó el viaje de Colón, patrocinado por los Reyes Católicos, y que inició la colonización antes que los demás países.
Mediante una bula del papa Alejandro VI, se declaró legítima la posesión española de todas las tierras encontradas más allá de cien leguas al oeste de las islas Azores. Una ligera modificación posterior repartió el continente americano entre las potencias de España y Portugal, lo cual quedaría ratificado en el Tratado de Tordesillas. Sin embargo otras potencias europeas se sumaron posteriormente a la conquista y colonización en América, a menudo en competición entre ellas y con los imperios existentes. Entre ellas se encuentran Francia, Gran Bretaña, los Países Bajos, y hasta Rusia y Dinamarca. También se formaron pequeñas colonias efímeras de países escandinavos en la costa oriental de lo que actualmente son los Estados Unidos. Varios pueblos americanos presentaron resistencia a la ocupación de los europeos, a pesar de encontrarse en desventaja desde el punto de vista de tecnología bélica. Las armas y técnicas de guerra españolas eran más avanzadas que las indígenas. Los europeos conocían la fundición, la pólvora y contaban con caballos y vehículos de guerra. Los americanos contaban con una tecnología bélica básica y carecían de animales de carga, a pesar de ser superiores en número y en conocimiento del terreno. Las enfermedades que los europeos llevaron a América, para las que los indígenas carecían de defensas, se cobraron miles de vidas y fueron un factor que pesó en contra de las sociedades americanas, que en medio de la guerra también se enfrentaron a un desastre epidemiológico. La historia de la Conquista de América ha sido relatada principalmente desde el punto de vista de los europeos. Salvo en el caso de los mesoamericanos, se cree que los pueblos indígenas desconocían la escritura, de modo que los registros de los hechos desde la perspectiva indígena consisten principalmente en relatos recuperados algunos años después por los propios europeos. De todos modos existen serias dudas de que no tuviesen algún medio para registrar hechos, como pasa con los quipus incas, sistema mnemotécnico mediante cuerdas de lana o algodón y nudos de uno o varios colores. Se tienen registros de relatos en los casos de Nueva España, Perú y Yucatán.
En sus publicaciones, y sobre todo en Pensamiento y religión en el México antiguo (1957), Un palacio en la ciudad de los dioses (1959), y El Universo De Quetzalcoatl, Laurette Séjourné (1911 – 2003), arqueóloga, antropóloga y etnóloga italiana naturalizada mexicana, se ha dedicado a descifrar las estructuras de la espiritualidad paleomexicana, a base de los monumentos, de la iconografía, de los jeroglíficos de los códices y de los raros textos mitológicos y religiosos que han sobrevivido al desplome de la cultura tradicional causado por la conquista de los españoles. En su obra El Universo de Quetzalcoatl, Laurette Séjourné presenta lo esencial de la religión náhuatl y los grandes trazos de su historia. Laurette Séjourné no olvida que una cultura forma una unidad orgánica y que, por ello, debe estudiarse desde su núcleo y no desde sus aspectos periféricos. Son ante todo las ideas acerca del origen, el sentido y la perennidad de la existencia humana las que nos revelan el genio particular de una cultura. La iconografía representa un lenguaje simbólico. Por ello los objetos arqueológicos piden ser interpretados a la manera como se leen los códices. Como hace notar Laurette Séjourné, a propósito de los frescos de Teotihuacán, “la continuidad del tema que desarrollan los símbolos inscritos en los muros del palacio de Zacuala es tan rigurosa, que el edificio aparece como un inmenso libro cuyas páginas van desplegándose a la manera de las de los códices“. Las figuras pintadas en las paredes no son otra cosa que jeroglíficos que componen un texto. El antiguo México sorprendió a los europeos por el preferente lugar que asignaba a las cosas divinas. Era un mundo en el que la marcha del Cosmos estaba considerada como un asunto de Estado y donde había leyes que regían la búsqueda espiritual de los ciudadanos. De ahí la fascinación que despierta el universo precolombino. Los sacrificios humanos, que siguen escandalizándonos, no pueden explicarse más que en el seno de una comunidad con un gran afán de trascendencia. Los grupos que los aztecas encontraron y sometieron a su llegada al Altiplano, fueron protagonistas de algunas de las “traiciones” en favor de los españoles, sin las cuales la Conquista hubiese sido imposible. Suponer que había una aceptación universal de las proclamas aztecas en cuanto a la antropofagia solar implica no comprender nada de esta antigua visión de la existencia.
Al finalizar la Conquista, la cultura prehispánica parecía haber muerto para siempre. Los conquistadores declararon al pueblo indígena como inferior y susceptible de ser esclavizado. su religión fue considerada como brujería y objeto de persecución. Los manuscritos de las bibliotecas fueron quemados en las plazas públicas como obras del diablo; los viejos sabios, guardianes de la tradición, desparecieron o fueron asesinados; las obras de arte fueron destrozadas, fundidas o echadas a los lagos. Además, los conquistadores acostumbraban a edificar sobre los escombros de los edificios y ciudades conquistadas. De ahí que en el vasto territorio que cubría el antiguo México, no quedase ningún palacio o templo contemporáneo de la Conquista. Para completar el desastre, los documentos de que dispusieron los cronistas posteriores a la Conquista no trataban más que de las manifestaciones culturales desaparecidas. En efecto, la historia que algunos estudiosos españoles y autóctonos se esforzaron por reconstituir, con la ayuda de los últimos sobrevivientes y de antiguos manuscritos, antes de que éstos fueran destruidos, no pudo extenderse más allá del décimo siglo de nuestra Era, ni referirse más que a la parte central de México. Porque, como los aztecas eran el pueblo que dominaba Mesoamérica en tiempos de la Conquista, en el siglo XVI, la historia precolombina se limitaba a relatar las vicisitudes que habían conducido a los aztecas a la cabeza de un Imperio y a recordar las luchas por la hegemonía política que tuvieron lugar, sin interrupción, a partir de esa época entre las tribus nómadas recientemente llegadas, entre las que se encontraban los aztecas, y los herederos de la antigua civilización. Una vez que las ciudades de los últimos vencedores fueron convertidas en ruinas por los europeos, esta región se convirtió en la más estéril en vestigios arqueológicos.
Los últimos cinco siglos de vida precolombina se redujeron a los relatos de actividades bélicas, que marcaron a los indígenas con una vocación sanguinaria. Ello se transformó en un arma en manos de conquistadores. Sus propósitos fueron, además, grandemente facilitados por el hecho de que, una cincuentena de años antes de su irrupción en estas tierras de América, los aztecas habían logrado implantar un régimen de terror comparable a las peores dictaduras modernas. Evitando escuchar las voces de las víctimas y sin tener en cuenta las contradicciones internas que provocaba tal estado de cosas, los españoles pudieron convencer a Europa de la barbarie de los pueblos descubiertos. Basado en sus propias destrucciones, la última fase histórica vino a constituir todo el pasado autóctono. Era un pasado como emergido de la nada, por estar desvinculado de las manifestaciones culturales que lo habían engendrado. Por ello, los preceptos de la antigua religión y la grandeza de la civilización desaparecida fueron totalmente incomprendidos. Sin embargo, gracias a una circunstancia inesperada que vino a frustrar el encarnizamiento de los conquistadores, esta cultura, que parecía condenada a la desaparición, está teniendo una resurrección. Porque si lo ignoramos todo acerca de las ciudades destruidas por las hordas guerreras desde el siglo X, en cambio conocemos, cada día más, los lugares abandonados desde entonces. Estos testimonios silenciosos van emergiendo. La historia de la arqueología de los últimos años no es más que el descubrimiento progresivo de las relaciones que mantenían entre ellos los diversos grupos étnicos. La lectura de las fechas que los mayas inscribieron con profusión sobre sus monumentos permitió situar en el tiempo estos vestigios, hasta entonces perdidos en las brumas de las leyendas. Se logró precisar que la actividad creadora de ese pueblo habitante del sur de México y de la América Central se extendió, aproximadamente, entre los siglos IV y IX después de Cristo, aunque hay indicios de una mayor antigüedad. Por otra parte, las excavaciones realizadas en el país maya permitieron establecer valiosos paralelismos cronológicos sobre toda Mesoamérica. Estos paralelismos demostraron que es en el curso de los ochos primeros siglos de nuestra Era cuando el pensamiento precolombino conoció su más potente esplendor, porque en ese lapso fueron establecidas las bases culturales que subsistieron hasta la llegada de los europeos.
El número de monumentos que los pueblos de Mesoamérica crearon, sin interrupción, durante los ocho primeros siglos de nuestra Era, es prodigioso. El subsuelo de México y de la América Central está literalmente lleno de ruinas provenientes de ese periodo. En cuanto al pensamiento religioso, fundamental para Mesoamérica, es el que ha sufrido más en su integridad- Sepultado bajo el peso de la incomprensión, su mensaje no es de fácil acceso. Su redescubrimiento no puede lograrse más con las distintas clases de documentos de que se dispone, como los textos, los jeroglíficos que abundan sobre el material arqueológico, y los códices, libros pintados según el sistema jeroglífico. Los documentos escritos, analizados por el erudito mexicano Ángel María Garibay, descubren que la literatura prehispánica del Altiplano se revela mucho más rica de lo que se podría esperar, dadas las circunstancias históricas. Además de la abundante documentación conocida, las traducciones modernas forman ya una pequeña biblioteca . Los especialistas afirman, asimismo, que los textos publicados hasta ahora no son más que una mínima parte de los que se esperan. Si bien no emplearon más que los rudimentos de escritura fonética, los antiguos mexicanos poseían verdaderos archivos concernientes a su pasado, tales como libros en cuero o en papel, obtenido de la corteza de plantas, en cuyas páginas, plegadas a la manera de un biombo, los acontecimientos están consignados por medio de figuras simbólicas y de fechas. Son éstos, los libros pintados, los que sirvieron de base a los anales redactados después de la Conquista en que los hechos aparecen desprovistos de todo contexto. Una treintena de anales son conocidos hasta ahora. La mayor parte de ellos son la obra de autores indígenas anónimos que escribieron en su lengua materna. El resto se debe a descendientes de la nobleza autóctona, como Ixtlilxóchitl, Tezozómoc o Chimalpáin, que se expresaron también principalmente en náhuatl, o a clérigos españoles que siguieron de cerca a los conquistadores, como Mendieta, Olmos, Sahagún o Durán.
Hemos visto que la historia se reduce a luchas por la hegemonía política de la parte central de México. Hacia el fin del siglo IX, al entrar en escena tribus nómadas que se supone llegadas del norte, el representante de la cultura y de la autoridad es Culhuacán, gran ciudad situada en los alrededores de la actual ciudad de México. Colhuacan o Culhuacán fue un antiguo señorío que se encontraba en la punta occidental de la península de Iztapalapa, en el valle de México. Las fuentes mexicas y texcocanas dicen que Culhuacán fue fundado por los toltecas, que la convirtieron en su primera capital; sin embargo, Chimalpahin y las investigaciones arqueológicas posteriores ponen de manifiesto que el asentamiento ya existía antes de la llegada de los toltecas al valle de México. Fue fundado al final del período Clásico de Mesoamérica, como resultado de la dispersión demográfica que sufrió Teotihuacan en la época de su declive. Sus habitantes eran portadores de la cultura de la gran metrópoli, y esa era una de las causas de su gran prestigio. La legitimación de los tlatoanis de México-Tenochtitlan se debió a su relación con el linaje gobernante de Culhuacán. Antes que los aztecas construyeran, en 1325, su propia capital, Culhuacán había sido ya destruida por rivales que se sirvieron de los recién llegados como mercenarios. A pesar de su declive político, Culhuacán no dejará, hasta el fin de los tiempos precolombinos, de figurar en la tradición como la fuente de la que los aztecas extrajeron no sólo todo su saber, sino también el origen aristocrático del que no dejarán de vanagloriarse más tarde. Porque es a través de Culhuacán como la civilización náhuatl milenaria fue lentamente asimilada por esos cazadores nórdicos, los aztecas, de los que se afirma que a su llegada ignoraban hasta la costumbre de cocinar los alimentos. Después de la caída de Culhuacán, el poder se transfiere a Azcapotzalco, centro urbano perteneciente al mismo estrato cultural, a pocos kilómetros al norte del primero. Azcapotzalco (“en los montes de hormigas“), curiosamente relacionado con la tradición hopi del Pueblo Hormiga. Hay evidencia arqueológica de que el área que hoy ocupa la delegación Azcapotzalco fue habitada al menos desde el periodo Preclásico formativo.
En el Altiplano central se dice que fue en Azcapotzalco donde se elaboraba la joyería más elegante del área. En cuanto a la orfebrería de esta ciudad, fray Bernardino de Sahagún dedica buena parte de su monumental obra Historia general de las cosas de Nueva España a la descripción del trabajo de los artistas, a quienes genéricamente llama plateros, de acuerdo con la tradición que en Europa se tenía para nombrar a este gremio de artesanos. Los textos de su historia se ven enriquecidos con detalladas escenas que, a manera de viñetas o miniaturas, recrean el laborioso proceso metalúrgico. El Estado mexica, llamado comúnmente Imperio azteca, fue la formación política mexica derivada del proceso de expansión territorial del dominio económico de la ciudad-estado México-Tenochtitlan, que floreció en el siglo XIV en Mesoamérica. Fue encabezado por los mexicas —también conocidos como aztecas—, un pueblo que, de acuerdo con algunos documentos históricos, como la Tira de la Peregrinación, era originario de un sitio mítico conocido como Aztlán, al que se suele ubicar fuera de los confines de Mesoamérica. Sin embargo, parece plausible que los mexicas fueran un pueblo de tradición cultural netamente mesoamericana y no los descendientes de grupos chichimecas dedicados a la cacería y la recolección. México-Tenochtitlan fue la capital del Imperio Mexica. La fundación de la ciudad es un hecho cuya historia se mezcla con la leyenda. La mayoría de las fuentes cita como fecha de fundación de la ciudad el 18 de julio de 1325, de acuerdo con la información proporcionada por los mexicas y que se encuentra registrada en varios documentos. La leyenda de la fundación señala que México-Tenochtitlan fue poblada por un grupo de tribus nahuas migrantes desde Aztlán, lugar cuya ubicación precisa se desconoce. Ésta es una de muchas historias que hacen referencia a la Atlántida en diferentes culturas alrededor del mundo. Según la mitología mexicana oficial, Aztlán fue una isla o islote primigenio y punto de partida de los aún aztecas , representado como una isla en un lago. Su posible existencia y localización ha sido un punto controvertido entre investigadores del tema, siendo la más aceptada por la ciencia histórica la de una idea derivada de la representación simbólica de la propia México-Tenochtitlan, aunque algunos otros investigadores la han situado en diversos sitios. Tras merodear por las inmediaciones del lago de Texcoco, los futuros mexicas se asentaron en diversos puntos de la cuenca de México que estaban sujetos al señorío de Azcapotzalco.
La migración concluyó cuando fundaron su ciudad en un islote cercano a la ribera occidental del lago. Las excavaciones arqueológicas apuntan a que el islote de México estuvo habitado desde antes del siglo XIV y que la fundación de Tenochtitlan pudo ser posterior a la de México-Tlatelolco, su gemela del norte. México-Tenochtitlan se convirtió en una zona independiente tras el establecimiento de una alianza con Texcoco y Tlacopan, que derrotó a Azcapotzalco. La capital de los mexicanos se convirtió en una de las mayores ciudades de su época y fue la cabeza de un poderoso Estado que dominó una gran parte de Mesoamérica. El florecimiento de la ciudad se realizó a costa del tributo pagado por los pueblos sometidos a su poder. Por ello, cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, numerosas naciones indígenas se aliaron con ellos con el objetivo de poner fin a la dominación tenochca. Cuauhtémoc —último tlatoani de México-Tenochtitlan— encabezó la resistencia de la ciudad, que cayó el 13 de agosto de 1521 a manos de los españoles y sus aliados indígenas, todos bajo el mando de Hernán Cortés. Hasta 1428, sesenta y cuatro años antes de la llegada de Colón, los aztecas vivían miserablemente como tributarios de los señores de Azcapotzalco. Conquistaron su independencia al precio de una guerra particularmente sangrienta que duró varios meses. En su odio contra los antiguos tiranos, no sólo arrasan Azcapotzalco hasta la última piedra, sino que condenan el lugar a convertirse en mercado de esclavos. Necesitarán todavía unas cinco décadas antes de convertirse en dueños del Altiplano, después de haber sometido a los diversos pequeños reinos entre los que se distribuía el territorio. Es sólo entonces cuando comenzaron a lanzar los ejércitos hacia el sur. En el momento de la Conquista, su Imperio se extendía hasta la América Central. La independencia azteca se realiza bajo el rey Itzcóatl. Durante el reinado de su sucesor, Moctezuma el Viejo — de 1440 a 1469 — se consolida definitivamente la joven nación por medio de un conjunto de leyes y reformas que cubre todos los aspectos de la vida del grupo, y gracias a las expediciones militares a países lejanos, cuyos productos tropicales enriquecerán a Tenochtitlán. Pero es a otro Moctezuma al que corresponderá la ingrata tarea de recibir a los conquistadores. Prisionero en su propio palacio, será asesinado, en 1520, cuando intentó, desde lo alto de un balcón, reconciliar a su pueblo con los invasores. El joven príncipe que meses más tarde asumió el poder se llamaba Cuauhtémoc. Es el que defendió Tenochtitlan durante el sitio de los españoles. Se rindió después de una resistencia heroica de 75 días, cuando la ciudad había quedado convertida en ruinas. Pero fue traidoramente asesinado en 1524. Por una extraña coincidencia, el nombre que cierra la lista de los reyes del antiguo México significa literalmente Águila que cae.
La llegada de los aztecas al poder absoluto constituye una epopeya de gran dramatismo. Los anales correspondientes a este periodo describen que el proceso de sometimiento social y religioso mediante medidas de gran ferocidad. El análisis de los jeroglíficos permitirá comprender mejor el mecanismo de esta degradación. Con la finalidad evidente de establecer que la historia comienza con los aztecas y que sea en adelante imposible juzgar sus actos según la antigua sabiduría, en el centro de la cual figuraba la prohibición expresa del sacrificio humano , el rey azteca Itzcóatl ordena, hacia 1428, la destrucción de los archivos referentes al pasado. Estos archivos, caídos en sus manos durante la toma de Azcapotzalco, no podían provenir más que de Culhuacán y debían tratar de las sociedades anteriores al siglo X. Privado así de todo testimonio directo, el milenio que forjó la cultura náhuatl no pudo ser reconstruido más que con la ayuda de la tradición oral y de algunos pocos documentos rescatados. Los aztecas se erigen, a través de Culhuacán, en los herederos de ancestros a los cuales atribuyen la invención de todas las artes y de todas las ciencias y que, por ese hecho, pasaron a la posteridad con el calificativo de “Grandes Artistas“, toltecas en lengua náhuatl. Estos ancestros glorificados parecen más bien participar de la leyenda. Y ello tanto más cuando las mismas virtudes por las cuales se señalan, como grandeza moral e impulso creador, no se siguieron. La grandeza moral, por ser incompatible con las actuaciones que los aztecas se permitieron en su nombre. El impulso creador, porque al no reconocer sus obras verdaderas, fue aplicada a manifestaciones que lo despojaron de todo su sentido. Por otra parte, la vida social de los Toltecas aparece totalmente centrada alrededor del prestigioso héroe cultural Quetzalcóatl, cuya naturaleza es realmente ambigua. Es un rey de una rectitud sobrehumana hasta el día en que, impulsado por malos consejeros, se embriaga y comete el pecado de dormir con la bella Xochipétatl. Inconsolable, se castigará abandonando su bien amado reino de Tula y encendiendo la hoguera de la cual su corazón, liberado por las llamas, se elevará al cielo transformado nada menos que en el planeta Venus.
Esta transformación tendrá lugar después de una visita al Señor del mundo subterráneo, de donde rescatará los restos de sus padres. Las aventuras de Quetzalcóatl forman, con mucho, la parte más voluminosa del conjunto de los anales. En un lenguaje concentrado, de una gran belleza poética, ocupan todo el periodo creador. Es el esplendor incomparable de las obras que iluminan su reino y la sabiduría infinita de los toltecas, sus discípulos. Es el combate contra las fuerzas del mal y el renunciamiento doloroso a los bienes terrenales. Son las etapas de una peregrinación que deja improntas en las rocas de las montañas y tiende puentes sobre insondables abismos. Es la muerte voluntaria por el fuego, el pánico del descenso hacia el lugar de los Muertos; el rapto de los huesos y la resurrección de la pareja de ancestros. Es, en fin, el corazón que se eleva escoltado por miríadas de pájaros multicolores. No intentar arrancar algo de verdad histórica de esta vasta epopeya es renunciar a conocer la historia de los hombres que forjaron el antiguo México. De ahí los esfuerzos de los especialistas para obtener un cuadro con cierta coherencia. La precisión con la que los textos nos hablan de Quetzalcóatl como rey de Tula, confiere una innegable apariencia de realidad a la vida de ese reino lejano y legendario. La ciudad y sus ocupantes están minuciosamente descritos, se detallan las innumerables reformas e innovaciones introducidas por su soberano. Quetzalcóatl adquiere dos personalidades distintas, sin relación aparente entre ellas. De un lado, es una potencia de este mundo en lucha con las pasiones y finalmente derrotado por un rival. Del otro es un dios creador, héroe de acontecimientos que escapan a la lógica del sentido común, como casi todos los relatos legendarios. Se llega a la conclusión de que su descenso a los infiernos y su transfiguración deben, por lo menos, ser tan reveladores de su naturaleza como su actividad social.
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