Aida. Piauí (Brasil): tras las huellas del primer hombre americano

Una de las más de 750 pinturas rupestres que decoran los más de 1.350 yacimientos. GERMÁN ARANDA.

Fuente: El Mundo.es | Germán Aranda | 27 de julio de 2015

Entre montañas rocosas, en un entorno árido y rojizo como el Cañón del Colorado, se esconden en el nororiental estado brasileño de Piauí los vestigios más antiguos de vida del país y, según la arqueólogaNiede Guidon (izquierda), responsable y guardián de estos hallazgos arqueológicos, las primeras huellas del hombre americano, de hace más de 30.000 años.

«Aquí vive gente desde hace al menos 100.000 años», lanza osada Guidon, que se basa en los análisis de restos de carbón con unos 30.000 años de antigüedad (según ella procedentes de una hoguera humana) y en piedras lascadas, manipuladas por el hombre hace al menos 20.000 años, según unos estudios que en los años 80 fueron publicados en el periódico científico Journal of Archaeological Science.

La arqueóloga brasileña sabe perfectamente -y le ha generado algunas buenas polémicas- que su versión de la historia choca frontalmente con la dominante teoría de Clovis, que defiende que la entrada de los primeros pobladores americanos se dio hace unos 13.500 años por el estrecho de Behring, procedentes de Asia. Pero esta teoría ya perdió el consenso cuando en los años 70 fue hallado el yacimiento arqueológico de Monte Verde, en Chile, donde algunos artefactos dataron entre 14.500 y 30.000 años atrás las primeras comunidades.

También en contra de este consenso, un estudio liderado por el genetista Eske Willerslev (derecha), de la Universidad de Copenhague, defendió la semana pasada en la revista  Science que América fue poblada por una única oleada procedente de Siberia no antes de 23.000 años atrás. Coincidentemente, otro estudio publicado la misma semana en la revista Nature y dirigido por David Reich (izquierda), de Harvard, sugiere que las oleadas fueron dos, hace más de 15.000 años, una de ellas compuesta por siberianos y la otra por australoasiáticos.

Algo ajena a estos estudios, y siempre con un discurso emocional y agresivo, la arqueóloga Niede Guidon no se contenta con desafiar las teorías dominantes en lo que respecta a los años, sino que también cuestiona la procedencia al asegurar que «los cráneos más antiguos encontrados en la región son africanos, aunque también los hay de tipo asiático». Niede Guidon está convencida de que los africanos llegaron a América por vía marítima hace al menos 100.000 años basándose en los hallazgos encontrados en la Piedra Furada y el resto del conjunto histórico del parque de la región de Piauí. Aunque defensores de la teoría de Clovis han llegado a tildar esta idea de «absurda», otras líneas de investigación han defendido a la brasileña.

«Monte Verde, Pedra Furada y otros yacimientos sudamericanos muy antiguos no invalidan la hipótesis del poblamiento desde Asia a partir del estrecho de Bering, pero sí que obligan a retrasar la fecha de los primeros colonizadores», dijo el pasado mes de marzo Ignacio Clemente, del CSIC (izquierda), a El Periódico de Catalunya, coincidiendo con la publicación de un artículo en el que participó en la revista Antiquity.

Más allá de las polémicas y discusiones científicas, lo que está fuera de debate es la increíble riqueza histórica que guarda la Sierra de Capivara. Estaba Niede Guidon un día en una exposición de pinturas rupestres en Sao Paulo a principios de los 70, cuando un hombre le dijo que su ciudad estaba llena de dibujos así. Inmediatamente, Guidon emprendió un viaje hacia allá en coche, pero un puente roto le impidió llegar, y poco después, con la llegada de los militares al poder en Brasil, se vio obligada a exiliarse en Francia, donde se especializó en arqueología prehistórica en la Sorbonne. En el 79, regresó y finalmente llegó a ese entonces virginal paraíso arqueológico que sería su domicilio para el resto de sus días, al menos hasta hoy, cuando con 82 años todavía se confiesa «enamorada de los restos arqueológicos y del paisaje natural».

Más de 1.350 yacimientos arqueológicos y 750 pinturas rupestres se le aparecen a uno en medio de este camino rojizo y arcilloso en el que primates, armadillos, lagartijas, gacelas y roedores campan a sus anchas ante el poco flujo de turistas, pues el lugar no es de los preferidos para los brasileños. «Los brasileños prefieren Miami», lamenta Niede, que, no obstante, confía en que la construcción de un aeropuerto en el cercano municipio de Sao Raimundo Nonato fomente las visitas que deben atraer el dinero para ayudar a la conservación del parque, que a pesar de que es patrimonio de la UNESCO, se encuentra hoy algo deteriorado.

El Museo del Hombre Americano, en Sao Raimundo, recoge «la cerámica más antigua de América, con 9.000 años», cuenta Guidon, y también explica la evolución de los más importantes hallazgos y esqueletos del lugar. En la Piedra Furada, esqueletos de megafauna como un oso perezoso que llega a pesar cinco toneladas y que desapareció hace 10.000 años, o un armadillo gigante «del tamaño de un Volskwagen Beetle» enriquecen aún más el patrimonio de este paraíso remoto. Las pinturas rupestres que se esparcen por el parque muestran animales gigantes que coinciden con esos enormes bichos, así como escenas que parecen de sexo y otros rituales del día a día.

Estas obras de arte milenarias, pintadas en su mayoría sobre la piedra con el color rojizo del óxido de hierro, fueron ignoradas en la región hasta que Guidon llegó en los años 80. Entre principios del XX y los años 60, los maniçobeiros, procedentes de las regiones más secas y pobres del Nordeste del país, llegaron a estas montañas para vivir de la recolección de la resina del árbol de la Maniçoba, que se utilizaba después para hacer látex. Construyeron incluso cabañas de arcilla y madera, muchas incrustadas en las grutas de las montañas en una especie de retorno a la vida del hombre de las cavernas. Allí, convivieron con esas pinturas sin saber de qué se trataba. «Yo siempre intenté pintar algo parecido, pero no me salía», recuerda pausada Rosa, aún vecina del lugar a sus 83 años y uno de los testimonios vivos de aquella época, que parece hoy tan lejana y difusa como la propia prehistoria contada en las cuevas.

Foto: Un maniçobeiro en su cabaña.

Terrae Antiqvae

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