¿Qué aportan los modelos cosmológicos recientes a la posibilidad de encontrar un “propósito cósmico”?
Desde siempre, los seres humanos se han planteado el sentido y el propósito del universo y de la propia vida. Se trata de preguntas cuyas respuestas siempre han parecido fuera del alcance y capacidad del método científico. ¿Qué aportan los modelos cosmológicos recientes a la posibilidad o no de encontrar un “propósito cósmico”, a partir de los datos de las ciencias? Por Enrique Iáñez.
Universum, Grabado Flammarion, xilografía, publicada en París en 1888. Fuente: Wikipedia.
En el presente artículo pretendo revisar brevemente los modelos cosmológicos recientes, sobre todo por lo que hace al debate sobre la justificación del ajuste fino de los parámetros básicos del universo (y del principio antrópico). El objetivo es contribuir al diálogo sobre la posibilidad o no de encontrar un “propósito cósmico” a partir de los datos de las ciencias, y mostrar cómo se crean y se usan ciertos modelos de base científica para apoyar o socavar visiones filosóficas y teológicas contrapuestas.La idea teológica de creación es compatible (pero no se identifica) con la visión científica sobre el origen físico y evolución del universo, aunque esta última puede ser relevante para la acotación de aquella y para la idea que los creyentes puedan tener sobre la relación y acción de Dios con el mundo material.
Introducción
Introducción
El único dios verdaderamente bien muerto es el dios tapa-agujeros. Y nadie llora su muerte. Tenemos todas las razones para creer que las cuestiones científicamente estables llegarán a recibir respuestas científicamente estables, por difícil que sea a veces encontrarlas. Pero tenemos también todas las razones para creer que hay muchas cuestiones llenas de sentido y dignas de preguntarse, que van más allá del poder interpelador auto-limitado de las ciencias. Se trata de meta-cuestiones, para las que el Dios de la explicación total puede resultar la respuesta adecuada.
John Polkinghorne (2000)
Desde siempre, los seres humanos se han planteado una serie de cuestiones relacionadas con el sentido y el propósito (del universo y de la propia vida personal). Se trata de preguntas en las que, aunque la ciencia puede esclarecer y purificar la búsqueda, las respuestas finales parecen quedar fuera del alcance y capacidad del método científico.
En primer lugar, tenemos todo ese mundo de intenciones, deseos, pensamientos, afectos, relaciones, etc. que impulsan la búsqueda de sentido y significado a la vida humana. Las neurociencias pueden estudiar el cerebro, soporte de la actividad mental, pero a lo más que llegan es a ver los correlatos neuronales o cerebrales de la consciencia, sin dar cuenta completa del mundo de la intencionalidad tal como se vive en primera persona (ese es el núcleo del viejo debate mente-cerebro, antes conocido como alma-cuerpo).
Ningún experimento, ninguna tomografía o resonancia cerebral nos va a mostrar el mundo interior, afectivo y espiritual del ser humano concreto, incluyendo el sentido de finalidad y motivación tan característico de los individuos de nuestra especie. Es muy improbable que la ciencia llene nunca el hiato entre la descripción física del mundo y la experiencia subjetiva, en primera persona, que todos tenemos de él. Ahí, aparte de los aspectos “inefables”, quien quiera dar cuenta y razón de tales experiencias, tendrá que recurrir a otros tipos de racionalidades (filosóficas, estéticas, éticas, etc.).
Por otro lado, tenemos el mundo de los fines. Incluso para productos tecnológicos es imposible probar científicamente su razón de ser, que solo puede venir de la expresión de un agente consciente. Ahora bien, podemos inferir alguna finalidad a partir del estudio de sus propiedades. Es importante no caer en los errores de la vieja teología natural del diseño al estilo de William Paley, ya que una cosa es atribuir diseño consciente y fines impuestos a un producto tecnológico y otra distinta es deducir fines externos a los organismos o a seres concretos de la naturaleza, por el hecho de que tengan diseños “adaptados” a su mantenimiento, supervivencia y reproducción.
Finalmente, tenemos la pregunta de por qué hay algo en vez de nada, que nos introduce en la cuestión de la creación. “Si ha de darse una realidad material allí donde se comienza con nada, es preciso admitir la actividad de un infinito no material, un Creador de potencia trascendente que no encaja en la descripción de realidades físicas, por no estar siquiera en el marco espacio-temporal en que actúa la materia” (Manuel Carreira) [1].
Así pues, no podemos remitirnos a otra causa de esa causa (cadena de causas materiales) ni caer en una regresión matemática infinita, sino a algo totalmente nuevo, no constreñido por mecanismos ni leyes. Incluso un universo infinito y eterno, por el hecho de ser material, tendría que tener un Creador que le diera el ser para comenzar a existir y lo mantuviera en su existencia, como ya vio Tomás de Aquino. La idea de Creación no alude a un proceso material, sino que se refiere a la razón explicativa de la existencia del universo.
Por lo tanto, la idea teológica de creación es compatible (pero no se identifica) con la visión científica sobre el origen físico y evolución del universo, aunque esta última puede ser relevante para la acotación de aquella y para la idea que los creyentes puedan tener sobre la relación y acción de Dios con el mundo material.
En el presente artículo pretendo revisar brevemente los modelos cosmológicos recientes, sobre todo por lo que hace al debate sobre la justificación del ajuste fino de los parámetros básicos del universo (y del principio antrópico). El objetivo es contribuir al diálogo sobre la posibilidad o no de encontrar un “propósito cósmico” a partir de los datos de las ciencias, y mostrar cómo se crean y se usan ciertos modelos de base científica para apoyar o socavar visiones filosóficas y teológicas contrapuestas.
La revista Studies in History and Philosophy of Modern Physics, en un recomendable número monográfico reciente (2014) ha abordado las relaciones entre filosofía y cosmología. Su coordinador, Henrik Zinkernagel, en el artículo introductorio [2] reconoce que “la cosmología es una de las pocas disciplinas científicas en las que los científicos debaten abiertamente sobre cuestiones filosóficas”. En el mismo número, el cosmólogo y matemático George Ellis, afirma que “la filosofía subyace a nuestros acercamientos a la cosmología, y ésta se beneficiará al hacer explícitos tales temas filosóficos […] En lugar de negar la relevancia de la filosofía, deberíamos considerar con cuidado la relación filosofía-cosmología y desarrollar una filosofía de la cosmología adecuadamente profunda” [3].
Una moraleja que se puede sacar del debate sobre el significado profundo de los actuales modelos cosmológicos, es una llamada a evitar usarlos como garantes de ideas filosóficas que caen fuera de la competencia de tales modelos (nos referimos a los grandes temas que podríamos etiquetar como cuestiones limítrofes, donde la física confluye con la meta-física, y que incluyen cuestiones de significado).
Origen y evolución del Universo
Según el Modelo Estándar actual que, desde los años ochenta incluye la llamada inflación cósmica, el Universo que observamos (el propio espacio-tiempo) se originó hace unos 13.820 millones de años en un estado microscópico de extrema densidad conocido habitualmente como Big Bang (Gran Estallido). En ese inicio, las fuerzas electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil estaban unificadas (época GUT). A los 10—35 segundos la fuerza nuclear fuerte se separa de la electro-débil y solo a los 10—10 segundos se separa la débil respecto de la electromagnética.
Hasta los 10-34 segundos (prácticamente coincidiendo con la época GUT) se debió producir una fase de inflación, en la que el universo, aún vacío y frío, pasó de ser 1017 veces más pequeño que un átomo a tener el tamaño de una moneda (o sea, aumentó en un factor de por lo menos 1026). Este brutal “estirón” alisó las inhomogeneidades iniciales del espacio-tiempo, haciéndolo muy uniforme, salvo pequeñas irregularidades aleatorias (atribuidas hoy al carácter cuántico del inflatón, el campo cuántico propuesto como responsable de la inflación) que sirvieron más delante de semillas gravitatorias para la formación de estrellas y galaxias.
Al terminar esta fase de expansión exponencial del espacio, la energía potencial de esa descomunal inflación se convirtió en las “familiares” formas de materia-energía que hoy dominan (materia ordinaria bariónica, materia oscura y radiación), y el universo se continuó expandiendo a un ritmo más moderado, acorde con la teoría original del Big Bang [4].
En esta fase de expansión moderada, la materia oscura (mayoritaria hoy respecto de la ordinaria) permitió la acción gravitatoria sobre las semillas de inhomogeneidades, lo que dio origen al agrupamiento de las estrellas en grandes estructuras de supercúmulos de galaxias.
Frente a la extrema simplicidad del universo en el tiempo cero del Big Bang, hoy vemos un universo lleno de estructuras complejas en una gran jerarquía de niveles, desde el nivel microfísico (partículas elementales) hasta las grandes escalas, y en el que (para sorpresa reciente de los científicos), domina desde hace unos 5.000 millones de años una misteriosa energía oscura, opuesta a una gravitación cada vez menor, y responsable de una expansión acelerada (que en el futuro se hará exponencial y conducirá a la total disgregación).
Estamos en un universo evolutivo en el que, por encima de los grandes números cósmicos, en al menos uno de sus rincones, la materia ha generado dos fenómenos nuevos, la vida y la autoconsciencia, manifestaciones de la emergencia (surgimiento) de novedad y complejidad [5].
El modelo cosmológico estándar (cuya versión actual más aceptada se denomina Lambda-Materia Oscura Fría, L-CDM) está apoyado en un gran número de evidencias de observación (que se siguen acumulando) [6]:
Por cierto, esta CMB nos muestra el horizonte visual que nos es permitido conocer: la materia que detectamos así es la más antigua y lejana visible por ondas electromagnéticas, pero los eventos anteriores a esta época no los podemos “ver” directamente.
2. Más aún, la teoría actual nos dice que durante la anterior y brevísima fase de inflación debió producirse una serie ondas de choque (ondas gravitacionales), y predice que si es así deberíamos poder detectar las huellas de estas “arrugas” en el espacio-tiempo bajo la forma de un patrón definido de polarización de la radiación de fondo de microondas (CMB) [7]. Se espera que en breve, el satélite Planck y otros ensayos en curso puedan detectar tales ondas gravitacionales primigenias.
3. La teoría predice galaxias más activas a mayores distancias (que corresponden a galaxias muy antiguas, las primeras que se formaron debido a las pequeñas inhomogeneidades del fondo de microondas que sirvieron de “semillas” gravitacionales), que de hecho, igualmente es lo que se observa.
4. La teoría predice con éxito la composición y proporción de los tres elementos químicos mayoritarios, que son los elementos más ligeros (hidrógeno, helio y litio). El resto de los elementos químicos que observamos en el universo (en mucha menor proporción) proceden de dos tipos de procesos:
En primer lugar de reacciones nucleares en el centro de las estrellas. Esta nucleosíntesis estelar solo puede llegar hasta el nivel del hierro dentro de la tabla periódica de los elementos, en la secuencia hidrógeno-helio-carbono-oxígeno àsilicioàhierro. Por otro lado, cuando las estrellas muy masivas agotan su combustible nuclear, explotan como supernovas, expulsando violentamente al medio interestelar una gran cantidad de material enriquecido con elementos más pesados que el hierro.
Más tarde, las nubes de gas y polvo (enriquecidas en estos elementos pesados) expulsadas por las supernovas se pueden contraer por la fuerza gravitatoria, generando discos giratorios que a su vez originan estrellas de nueva generación, eventualmente dotadas de sistemas planetarios. Se piensa que el sistema solar se comenzó a constituir de este modo hace unos 4.600 millones de años. La Tierra se formó como uno de los planetas interiores rocosos que orbitan alrededor del Sol. Según indicios, hace unos 3.800 millones de años parece que surgió la vida en nuestro planeta, que a su vez generó formas sensibles, conscientes y, muy recientemente, autoconscientes.
Volviendo al modelo cosmológico estándar, diremos que aunque existe una notable concordancia entre dicho modelo y sus predicciones exitosas, aún existen importantes cuestiones que resolver: cuál es la naturaleza de la inflación (hay varias teorías al respecto, e incluso modelos alternativos a la inflación); cómo pudieron las supuestas perturbaciones cuánticas durante la inflación servir de semillas para las ulteriores estructuras a gran escala dominadas por la gravedad (cúmulos de galaxias); cuál es la naturaleza de la materia oscura (que constituye el 26,8 % de la materia-energía total actualmente y que preside la dinámica galáctica); qué es la aún más enigmática y mayoritaria energía oscura (68,3 %), responsable de que el universo haya entrado en una fase de expansión acelerada, etc.
Desde mediados del siglo XX se fueron acumulando datos desconcertantes sobre el universo que venían a indicar que ciertas leyes, constantes y parámetros eran tales que de haber sido ligeramente diferentes, el universo hubiera evolucionado de un modo que no hubiera generado vida ni observadores inteligentes. A esto se le llama “ajuste fino” del universo, y dio pie a la formulación del llamado principio cosmológico antrópico [8].Es decir, los parámetros básicos de la física y las condiciones del Big Bang (que podrían haber sido diferentes) fueron tales que hacen posible la vida y la existencia de los humanos en este rincón del universo.
Dicho de otra forma: el universo tiene rasgos que no parecen impuestos por ninguna necesidad física previa, gracias a los cuales es posible la vida inteligente en al menos un lugar de dicho universo. Esto desencadenó un apasionado debate sobre cómo interpretar esta intrigante coincidencia cósmica.
Veamos en primer lugar los rasgos especiales de nuestro universo que hacen posible que nosotros estemos aquí [9].
1. Carácter abierto: el surgimiento de novedad auténtica (“emergencia”) en el universo depende de la existencia de dinámicas “al borde del caos”, en las que orden y desorden se entrelazan de modos sutiles, como podemos ver en la evolución biológica, que es un juego entre el azar y la necesidad. El carácter básico de la ley física es la mecánica cuántica, la ley más demostrada de la ciencia, y que incluye tanto la fiabilidad (ej., la estabilidad de los átomos) como la apertura (impredecibilidad de los resultados de medida). Si el universo se comportara a nivel básico al modo determinista newtoniano-laplaciano, no habría surgido novedad, ni por lo tanto, la vida ni nosotros.
2. Escenario general: si el espacio hubiera tenido cuatro dimensiones espaciales en vez de tres, la ley de la gravedad seguiría no la ley del inverso del cuadrado de las distancias, sino la del inverso de su cubo, lo que hubiera dado órbitas planetarias inestables.
3. Especificidad cuantitativa de las constantes físicas [10]: Hay cuatro fuerzas o interacciones fundamentales en la Naturaleza (gravitatoria, electromagnética, nuclear fuerte y nuclear débil), que determinan ciertas constantes de nuestro universo. Pues bien, los valores de muchas de estas constantes, así como ciertas proporciones entre ellas están finamente ajustadas, de modo que de haber adoptado otros valores (igualmente posibles), el universo no habría evolucionado como lo ha hecho ni habría generado vida basada en el carbono, incluyéndonos a nosotros.
b. La vida requiere un universo con muchos elementos químicos (carbono, nitrógeno, azufre, fósforo, potasio, etc.), de modo que si el universo se hubiera quedado a nivel de los generados solamente en el Big Bang, que son los más sencillos (hidrógeno y helio), hubiera sido un universo “aburrido” e inerte (y por supuesto, sin observadores internos).
El elemento fundamental para la vida es el carbono, el único capaz de formar moléculas complejas con más carbono y con otros elementos. El carbono solo se forma en las “calderas” de las estrellas, y a su vez se “quema” para producir oxígeno, y otros elementos de la tabla periódica. Pues bien, ello depende de un fino ajuste entre la fuerza nuclear fuerte (que mantiene unidos los núcleos atómicos) y la fuerza electromagnética.
c. Como ya dijimos, los elementos más pesados que el hierro, algunos de los cuales también participan en la materia de los seres vivos, no pueden generarse en el interior de las estrellas, y solo se producen durante las explosiones de supernovas, que además “siembran” el medio interestelar de un “polvo” rico en los elementos generados. La relación entre la masa del protón y la del electrón tiene que ser la observada de 1.840 para que las estrellas produzcan esos elementos interesantes para la vida.
d. Las estrellas tienen otro papel fundamental, ya que al menos algunas de ellas deben de durar miles de millones de años (nuestro Sol lleva 4.600 millones). Para ello, hay un límite estrecho a la relación entre la constante del electromagnetismo y la constante de la gravedad. Si no hubiera sido así, o bien las estrellas se habrían agotado en unos pocos millones de años, o bien habrían sido tan débiles que no habrían generado la química necesaria para la vida.
4. Rasgos relacionados con las condiciones iniciales del universo:
a. La constante cosmológica, que parece estar detrás de la expansión acelerada del universo (y asociada con la misteriosa energía oscura antigravitatoria) está ajustada de un modo sorprendente, a un valor de decenas de órdenes de magnitud. (Las estimaciones teóricas sobre la energía del vacío que hace la teoría cuántica de campos se equivocan en 70 órdenes de magnitud respecto del valor real, cosa extraordinariamente llamativa).
b. Al parecer estamos en un universo “plano”: las fuerzas expansivas y contractivas del universo están afinadas en grado extremo: la densidad media en el universo está ajustada tan finamente como con un error de 1 en 1060 de la densidad crítica que separa un universo abierto (en expansión indefinida) de un universo cerrado (que se contrae en un “Big crunch” o gran implosión). Si ese dato fuera ligeramente menor, el universo se expandiría tan rápidamente que no se formarían estrellas ni galaxias; si fuera mayor, todo el universo se derrumbaría por gravedad sobre sí mismo. En ambos casos, se obtiene un universo aburrido y sin observadores.
c. El famoso matemático y físico Roger Penrose, usando principios termodinámicos, llegó a la conclusión de que obtener un universo plano sin inflación es muchísimo más probable que con inflación. Para ello, contabilizó las configuraciones iniciales posibles del campo gravitatorio y del hipotético campo escalar del inflatón (necesario para explicar la inflación cósmica).
Resulta que un universo uniforme y plano como el nuestro es relativamente improbable, pero aun así, tal tipo de universo es muchísimo más probable que se obtenga sin inflación que con ella, en un increíble factor de 10100 Es decir, al contrario que el caos inicial de la teoría inflacionaria, nuestro universo debió de comenzar con un grado de orden increíblemente alto. Eso significa que, de los muchísimos universos posibles, el nuestro es de los pocos (si no el único) con el orden suficiente para producir seres como nosotros.
d. La anisotropía (“arrugas”) de la radiación de fondo de microondas (popularizadas por las imágenes coloreadas de los satélites COBE, WMAP, Planck) muestra las pequeñas inhomogeneidades que sirvieron de semillas para las grandes estructuras del universo (galaxias agrupadas en cúmulos y supercúmulos).
Pues bien, la amplitud de la fluctuación responsable de dicha anisotropía está “ajustada” en torno a una parte por 100.000. De modo que un valor solamente diez veces más alto habría originado un universo solo a base de objetos extremadamente densos como agujeros negros y estrellas de neutrones; y por otro lado, con un valor diez veces menor el universo actual sería una masa laxa y en expansión de hidrógeno y helio, sin capacidad de formar galaxias, estrellas, planetas, vida, etc.
e. En su evolución, el universo tiene que alcanzar una gran edad, un enorme tamaño y una gigantesca cantidad de galaxias (100.000 millones), cada una de ellas con unas 100.000 millones de estrellas, antes de generar vida y seres inteligentes. A primera vista, la enormidad del universo parece apuntar a la insignificancia de una especie de un planeta perdido en esta inmensidad, pero en realidad el argumento se vuelve del revés, ya que, como decimos, es debido a su inmensidad por lo que podemos estar aquí (de haber sido más pequeño o con menos galaxias y estrellas, no habría vida inteligente).
5. Precondiciones químicas para la vida:
Hay tres propiedades del agua que son indispensables para la vida, y que dependen de ajustes finos: a) el agua es líquida a las temperaturas en que ocurren las reacciones químicas vitales; b) el agua actúa como disolvente universal; c) posee un alto índice de calor específico que la hace un excelente estabilizador térmico. Estas u otras propiedades dependen de una combinación de tres factores: enlace covalente fuerte entre oxígeno e hidrógeno; forma peculiar de sus moléculas y puentes de hidrógeno entre dichas moléculas. Y estos tres factores, a su vez, dependen de sutiles “ajustes finos” en parámetros básicos de las fuerzas físicas fundamentales.
Ante todo este panorama de “coincidencias cósmicas”, el famoso físico, Freeman Dyson dijo: “Cuanto más examino el universo y los detalles de su arquitectura, más evidente encuentro que el universo, en cierto modo, debía de saber que nosotros estábamos en camino”. Todo ello requiere una justificación. Y sin embargo, la vida autoconsciente es un producto cuantitativamente insignificante aparecido en un pequeño planeta perdido en un cosmos inimaginablemente grande.
Ahora bien, ya advirtió Pierre Teilhard de Chardin que lo importante en el universo tiene que ver más bien con la complejidad y la consciencia [11]. Un moderno teilhardiano, Schmitz-Moormann, ha insistido igualmente en que aquí no valen los argumentos cuantitativos del tipo “solo es relevante lo más abundante” para descalificar el principio antrópico como antropocéntrico; es decir, no sirve apelar a nuestra pequeñez e irrelevancia a escala cósmica, ya que “cualquier investigación no respaldada por el parámetro cuantitativo se convierte en una empresa antropocéntrica… Tenemos que buscar otra clave para interpretar el universo”.
“El hecho de relegar a los seres humanos a la insignificancia en el universo basándose en su presencia cuantitativa podría considerarse como un artilugio ideológico: la cantidad no dice gran cosa sobre el significado del universo” [12].
El cosmólogo y matemático George Ellis, en un notable artículo reciente, aludiendo a las “grandes cuestiones de la cosmología”, argumenta que el hecho de que el universo haya generado un subespacio de posibilidades donde se despliega la acción dotada de propósito de seres inteligentes obliga a conectar la cosmología con el significado de la vida humana, pero para ello hay que introducir datos que se relacionan con la vida en general, y con la humana en particular, incluyendo la experiencia humana ordinaria. Y para ello, el mundo de las ecuaciones no nos sirve, ya que la física no engloba el concepto de mente [13].
Por ahora no seguiremos esta línea de relación entre la antropología y la cosmología, aunque en un próximo artículo intentaremos abordar este fleco reflexivo, sobre todo por lo que se refiere a la evolución biológica y de la humanidad, y sobre los fenómenos dotados de aparente finalidad (teleología) e intencionalidad.
Por el momento nos quedaremos con la pregunta de qué sentido dar al intrigante ajuste fino del universo. Aquí es donde, lo queramos o no, estamos obligados a reflexionar de modo racional, partiendo de la ciencia, pero más allá de ella.
Breve inciso epistemológico
Resumamos lo dicho hasta ahora. El modelo estándar de interacciones físicas y de cosmología inflacionaria contiene unas quince constantes libres especificables. Nadie sabe nada acerca del por qué estas constantes tienen los valores que tienen (dichos valores son empíricos, o sea, se obtienen por observación, sin que ninguna teoría dé razón de su existencia).
Aunque desde Hume algunos (incluidos ahora algunos físicos) nos exhortan a aceptar las propiedades de la materia como datos brutos (“son cosas que pasan”), el descubrimiento del ajuste fino nos pide alguna explicación, interpretación o justificación.
Para dar sentido al enigma de este universo antrópico, en primer lugar debemos mostrar la epistemología que subyace a la cosmología física. Pero como veremos luego, más allá nos enfrentamos a las “grandes preguntas” que nos empujan a cosmologías (cosmovisiones) abiertamente metafísicas.
Una primera cuestión de fundamental importancia es no perder de vista lo que son los modelos explicativos en ciencia (por lo pronto, “el mapa no es el territorio”). Algunos de los modelos sobre el ajuste fino han abandonado uno de los núcleos irrenunciables de lo que hasta ahora se consideraba como ciencia respetable: veremos que algunos de ellos (más allá de su coherencia interna y de su simplicidad o elegancia) son por principio imposibles de contrastar empíricamente (o sea, no son falsables en sentido popperiano).
Como dice Javier Monserrat, “a un modelo imaginado, por muy elegante y bien construido que esté, dando por supuesto que no es contradictorio con los hechos, que es armónico con ellos y pudiera explicarlos, no puede atribuírsele, eo ipso la realidad” [14].
Los modelos científicos, que son provisionales y solo nos hablan de partes de la realidad, no de toda la realidad, están además infradeterminados por la limitación de datos de observación de que disponemos. Por ello, siempre tenemos que hacer suposiciones teóricas para sustentar los modelos, que no dejan de ser tanteos provisionales de captar “lo que hay ahí fuera”.
La cosmología física tiene además dificultades añadidas extraordinarias: se trata de una ciencia histórica (el cosmos tuvo un nacimiento y un desarrollo temporal) pero a diferencia de otras ciencias históricas, cuenta solo con un solo “ejemplar” a estudiar (nuestro universo). Y por otro lado no podemos construir universos en el laboratorio.
Esto nos lleva al problema de la variancia cósmica: la diferencia entre lo que predicen los modelos teóricos (posibles universos alternativos imaginables) y el universo real, el único del que tenemos datos. Estas dificultades no ocurren en otras ciencias.
Ellis llama la atención sobre el giro que ha dado la cosmología desde la década de los setenta del siglo XX: mientras que entonces se daba por supuesto que el universo tenía una naturaleza muy especial, ahora el péndulo se ha ido al extremo opuesto, y muchos cosmólogos, en su búsqueda de explicaciones del ajuste fino, nos dicen que nuestro universo no tiene nada en especial, salvo el trivial de que sus parámetros permiten que estemos aquí. Y para ello se han propuesto todo tipo de especulaciones, muchas de las cuales asumen filosóficamente que nuestro universo en realidad no es improbable, sino que es un ejemplar concreto de múltiples universos sujetos a leyes estadísticas.
Interpretaciones del ajuste fino
Aun si dispusiéramos de todo tipo de datos para elaborar un modelo “completo”, siempre nos tendríamos que enfrentar a la tarea de interpretar dicho modelo. Y como veremos, interpretaciones no faltan, ni mucho menos, pero en ellas es irremediable acudir a razonamientos y conjeturas que van más allá de la ciencia.
Las posturas interpretativas se pueden clasificar en tres tipos:
Por otro lado, dotar a las leyes físicas de una existencia platónica y una necesidad metafísica separadas de su plasmación en el mundo real es decir demasiado: no parece que se pueda plantear la existencia de leyes preexistentes al espacio-tiempo y a la materia.
Además, si el universo es único (solo hay uno), y dado que la cosmología es una ciencia histórica en la que no podemos realizar experimentos, no está claro cómo podemos distinguir la leyes universales necesarias respecto de las condiciones iniciales y de frontera (contingentes) [15]. Por ejemplo, la famosa segunda ley de la termodinámica, responsable de la flecha del tiempo, parece que se debe a las especiales condiciones iniciales del comienzo del universo.
b. “El universo se debe al azar”. Esta idea es tan chocante que, para evitar lo absurdo de atribuir a la mera suerte la existencia de un cosmos tan peculiarmente ajustado, se han propuesto diversas hipótesis sobre la existencia de multitud de universos, cada uno con una combinación de parámetros básicos y su propia evolución, de modo que nosotros simplemente estaríamos en uno de ellos, sin ninguna peculiaridad especial, aparte de que estamos aquí constatando el que nos ha tocado en la lotería. O sea, se sugiere un juego de azar cósmico que, llevado al extremo propone infinitos universos, lo que quitaría misterio al ajuste fino del nuestro. Lo veremos en una sección ulterior.
c. “El universo se debe a un propósito o finalidad impartida por algo o alguien ajeno al propio universo”. Por aquí van las propuestas que tratan de mostrar la verosimilitud (que no demostración) de la tesis teísta. Por ejemplo, para Soler Gil, el universo posee unos rasgos de racionalidad, carácter de objeto e indicios de finalidad suficientes para confiar en la razonabilidad de la tesis teísta [16], un Creador que llama a la existencia a nuestro mundo. El riesgo subyacente en esta tercera alternativa es caer en una teología natural con las connotaciones negativas asociadas a la teología del diseño de siglos anteriores (al estilo de Paley), desacreditada para los seres vivos por el evolucionismo darwiniano.
Pero como dice Polkinghorne, la nueva teología natural derivada del principio antrópico es diferente a la del siglo XVIII, ya que afecta al origen de las mismas leyes de la naturaleza, “algo que una ciencia honrada no puede explicar, ya que tiene que asumirlas como la base inexplicada de su registro detallado de fenómenos” [17].
Obsérvese, pues, que una cosa es un modelo explicativo científico sobre cómo es y se comporta el universo que observamos, y otra es explicar la mera existencia del universo: es este segundo caso traspasamos los límites de los modelos causales de base física y pasamos a otros tipos de causación, y entramos en el terreno de la especulación meta-física.
Veamos en resumen las interpretaciones y modelos teóricos que se han propuesto, en los que casi inevitablemente la ciencia entra en diálogo con la filosofía y la teología.
1. Modelos de inflaciónEs el modelo aceptado hoy día, sugerido en su día por Alan Guth [18], que propone un período de expansión muy rápida en los primeros 10-34 segundos tras el Big Bang (inflación) seguido de una expansión “normal·”.
La teoría de la inflación no implica negar la posibilidad de diseño divino, porque podemos preguntar: “¿Por qué la teoría da los valores que da?” Pero además, la inflación a su vez muestra signos poderosos de ajuste fino entre las fuerzas expansivas y las contractivas, responsable del universo tal como lo observamos. Para explicar este equilibrio se han propuesto decenas de modelos de inflación, de modo que como dice Holder [19], se ha producido un fenómeno parecido a lo que ocurrió con la proliferación alambicada de epiciclos sobre epiciclos en la astronomía ptolemaica.
2. Teorías de la gran unificación
Se puede proponer que nuestro universo es único, pero que los valores de los parámetros libres fundamentales no son arbitrarios, sino obligatorios. A las dificultades no resueltas de unificar la gravitación de la relatividad general con las otras tres fuerzas ya explicadas por mecánica cuántica se ha respondido con un aluvión de modelos totalmente hipotéticos. Se intenta conseguir un modelo cuántico de la gravedad, a pesar de que el modelo explicativo actual (basado en la relatividad general) es plenamente satisfactorio.
Por ahora no hay soporte empírico, pero hay experimentos en camino que pueden lograr en el futuro pruebas de dicho carácter cuántico, al igual que se han cuantizado las otras tres fuerzas de la naturaleza.
Ahí nos encontramos teorías de gran unificación que pretenden llegar a una deducción (predicción) de las leyes y parámetros fundamentales, en un intento de convertir estos parámetros hoy libres (o sea, contingentes) en necesarios. Algunas de dichas teorías se fundamentan a su vez en modelos de teorías de cuerdas o supercuerdas, como la llamada “teoría M”.
Pero las propias teorías de cuerdas se enfrentan a numerosos problemas, entre los cuales hay que destacar su carácter no falsable, es decir, que violan principios básicos de la epistemología científica tal como se entienden desde Popper, como destaca Lee Smolin [20]. En concreto, las teorías predicen seis dimensiones espaciales ocultas a añadir a las cuatro conocidas del espacio-tiempo [21].
Es más, las cinco teorías de cuerdas distintas con capacidad de “predecir” el mundo se pueden interpretar como límites matemáticos de una sola teoría subyacente, llamada teoría M [22]. Sin embargo, las propias teorías no conducen a predicciones unívocas, resultando un espacio abstracto de resultados posibles denominado “paisaje” [23].
Otro problema, al que aludiremos luego, es que dichas teorías parecen exigir la existencia de numerosos universos incomunicados con el nuestro. Cabe preguntarse qué clase de “ciencia” es esta que no puede hacer predicciones unívocas, ni contrastables ni falsables. (Para salir del atolladero en que se encuentran las teorías de cuerdas, se están planteando modelos de intersección de “branas”, planos multidimensionales del espacio-tiempo, algunos de cuyos postulados podrían contrastarse por observaciones cosmológicas y en experimentos de aceleradores de partículas como el LHC).
De todos modos, imaginemos que logramos una teoría de todo (TOE, theory of everything). En este caso la mayor coincidencia antrópica sería que esta teoría, establecida sobre bases de consistencia lógico-matemática, está tan finamente ajustada que genera un mundo evolutivo capaz de producir seres inteligentes capaces de comprender dicha consistencia. Además, habría que explicar cómo tales leyes se encarnan en el mundo real: no podríamos nunca probar por qué ese mundo debería haber llegado a existir [24].
Una «teoría (física) de todo» no explicaría todo
Hay que aclarar que una teoría de todo solo sería aplicable al ámbito de la física, ya que hoy sabemos que estamos en un universo en evolución, por lo tanto con una historia irreversible que incluye contingencias imprevisibles; un universo el que más allá de lo cuantitativo de los grandes números, han surgido minoritarias pero fundamentales novedades ontológicas como la vida y la consciencia, con sus propias leyes y dinámicas, emergidas de los niveles más básicos de la materia, pero irreductibles a ellos [25].
El propio Stephen Hawking reconoce que quizá la teoría omniabarcadora se nos escapará para siempre, y que necesitaremos diferentes teorías para diferentes ámbitos, cada una con su propia versión válida de la realidad [26]. El universo no se deja atrapar por modelos unitarios, sino que su conocimiento requiere multitud de disciplinas no reducibles unas de otras).
De todos modos, si se llegara a una teoría (física) de todo al estilo de la citada teoría M, el teorema de Gödel nos advierte de que ella no podría dar cuenta de su propia validez. El teorema de incompletitud de Gödel viene a decir que no puede probarse que ningún sistema racional de enunciados sea al mismo tiempo consistente y completo [27].
Si la consistencia se acepta como una condición necesaria de toda descripción de la realidad, no podemos llegar a un sistema racional que al mismo tiempo sea completo.
Como se sabe, este golpe a la pretensión de formalizar completamente el lenguaje matemático fue seguido por la demostración por parte de Alan Turing de que no es posible demostrar siempre que la ejecución de un algoritmo en una máquina de cómputo se detenga en un tiempo finito. Este llamado “problema de la detención” implica que no toda la matemática es decidible semánticamente [28]. En esa estela, más recientemente, Gregory Chaitin, ha mostrado que no es posible una teoría de todo para la matemática [29].
Años después de sus aspiraciones iniciales a una teoría de todo, Hawking ha llegado a reconocer que “si existen resultados matemáticos que no pueden ser demostrados, entonces existen problemas físicos que no pueden ser predichos”, de modo que las teorías físicas se hallan referidas a sí mismas, así que “cabe esperar que o bien sean contradictorias o bien sean incompletas”.
Por lo tanto, necesitamos una pluralidad de enfoques y lenguajes, incluido el interdisciplinar, para hacer honor a la complejidad irreducible de lo real sin incurrir en realismos ingenuos [30].
Pasemos a un breve resumen de los modelos de gran unificación.
Universo como resultado de una fluctuación cuántica
En los años setenta del siglo pasado se intentó ampliar teoría cuántica de campos (victoriosa en el ámbito de la microfísica) al plano cosmológico, es decir, tratando el universo en su origen como una partícula elemental sometida a las leyes de la mecánica cuántica. Ello produjo la idea de que nuestro universo podría haber surgido como resultado de una fluctuación cuántica del vacío físico.
En el vacío cuántico se producen continuamente pares de partículas y antipartículas virtuales, que inmediatamente se aniquilan entre sí. La hipótesis propone que el universo pudo ponerse en marcha por un evento en el que la energía fue tomada “en préstamo” durante un instante brevísimo. Además, la energía total no tuvo necesariamente que ser muy grande, a juzgar por lo que nos dice la cosmología del balance total incluyendo energía gravitatoria negativa.
- El primer modelo de este tipo (Edward Tryon, 1973) llevaba a la insatisfactoria respuesta de que nuestro universo es fruto de una mera probabilidad estadística, o sea, que “esto son cosas que pasan, simplemente porque sí”. Algunas de estas ideas volverán a aparecer cuando hablemos de modelos de multiverso.
- Pero aparte de los problemas técnicos, estas teorías usan a veces un lenguaje confuso, como “tiempo antes del tiempo” y caen en una reificación de entidades matemáticas.
- Aún más fundamental es la identificación errónea que estas propuestas hacen entre el vacío (una entidad física) y la nada metafísica. Porque el vacío cuántico no es la nada, sino otra entidad material más, descrita por las propias leyes cuánticas, y dotada de los rasgos de lo material [31].
De hecho, esta confusión es frecuente en los divulgadores científicos de moda. Recientemente se ha editado en España un libro con el significativo (y mixtificador) título de “Un mundo de la nada”. Son textos que no esconden su militancia atea (cosa legítima), pero que confunden al público, al hacer pasar como “científico” un postulado metafísico producto de sus propios prejuicios antiteológicos.
Los intentos de llegar a un cosmos autosuficiente no parecen tener mucho éxito. Como dice Mark Worthing, “en el mismo momento en que uno afirma poseer una teoría explicativa de cómo podría el universo haberse originado de la nada, cae uno en una contradicción inevitable (…) Naturalmente, podría afirmarse que no había nada y de repente hubo algo, sin razón ni causa aparente. Pero esto más bien sería el enunciado de una creencia filosófica o teológica que una genuina teoría científica [32].
b) Modelo de Hawking
Stephen Hawking intentó hace años un modelo de universo autocontenido “que no dependiera de un Creador”, a partir de la gravedad cuántica. Buscó una función de onda para el universo como un todo, tratándolo de modo análogo a la función de onda de Schrödinger asociada a las partículas subatómicas.
Para ello Hawking y Jim Hartle aplicaron el método de Feynman para el cálculo de probabilidades de la transición de estado de las partículas cuánticas. Ahora bien, para lograr esto, hay que partir de unos presupuestos arbitrarios, como el tiempo imaginario y las “condiciones de frontera” del universo (se trata de una especie de apuesta a priori).
Sin embargo, tras muchos años en esta línea, no se ha producido ni una sola predicción correcta, por lo que esta vía ha sido abandonada incluso por el propio Hawking.
Pero incluso imaginando que Hawking llevara razón en su apuesta científica, de ella no se seguiría la conclusión de la ausencia de un Creador [33]. Pues una cosa es el modelo científico y otra muy distinta las conclusiones filosóficas. Además, la idea que tiene Hawking del concepto de Creación es bastante pobre, como le han criticado muchos autores.
Entre otros, comete el tipo de error, ya señalado por Tomás de Aquino, de pensar que ex nihilo (de la nada) necesariamente significa post nihilum (después de la nada), de modo que negando la segunda, se deduciría la negación de la primera, y por lo tanto, del Creador [34].
Lo que nos dice la creatio ex nihilo es la dependencia fundamental del mundo con respecto a Dios, es decir, su contingencia de existencia y de condiciones límite [31] (véase más adelante). Por otro lado, Hawking comete la simpleza de pensar que lo que no tiene inicio cronológico no tiene causa o principio ontológico, algo que habría hecho sonreír a cualquier aprendiz de filósofo desde Grecia en adelante [36].
c) Modelo de gravedad cuántica de bucles
Martin Bojowald propuso un modelo consistente en cuantizar directamente las ecuaciones de Friedman del modelo cosmológico estándar con ayuda de las matemáticas asociadas a la gravedad cuántica de bucles. Ello hace que el espacio y el tiempo no sean continuos, sino discretos, “a saltos” infinitesimales. De ahí derivaría un universo que colapsa “antes” del Big Bang, alcanza un volumen mínimo, pasa por un estado de energía cero y “rebota”, expandiéndose ya según el modelo estándar [37].
Sin embargo, este curioso universo sigue teniendo los rasgos de un objeto físico: es un objeto aislable y dinámico, y es racionalmente comprensible. De hecho, aquí la racionalidad matemática llega a nuevos extremos insospechados, levantando, una vez más, las objeciones ya aludidas antes. Por lo tanto, sigue siendo un universo tan contingente como otras descripciones de la física [38].
3. Multiverso(s)Decir que todos los parámetros físicos iniciales del universo tienen esas proporciones y relaciones solamente por casualidad es absurdo si postulamos un solo universo, ya que las “casualidades” aluden a hechos probabilísticos, o sea, el azar depende de la probabilidad de diversos resultados.
Para hacer que lo muy improbable se convierta en probable o incluso en obligatorio, algunos han propuesto modelos de múltiples universos (multiverso), bien sean simultáneos o sucesivos.
Las primeras ideas de multiverso arrancan con la interpretación que hizo Hugh Everett del principio de incertidumbre de la mecánica cuántica. Este principio nos viene a decir que antes de una observación, solo existen probabilidades, y que la observación “selecciona” una entre todas esas posibilidades estadísticas. Pues bien, Everett, un opositor acérrimo a la interpretación de Copenhague del principio de incertidumbre, en su propuesta (llamada “de los muchos mundos”) nos dice que para escapar de la paradoja del principio de Schrödinger hay que postular que todas las posibilidades en realidad ocurren, aunque en universos separados y paralelos.
En cada momento estarían surgiendo versiones alternativas de cualquier evento, que por así decir se “ramificarían” a partir del momento previo. O sea, habría infinitos universos, y cada uno de ellos se estaría desdoblando continuamente en otros infinitos nuevos universos [39].
Se han propuesto varios modelos de multiverso con muchos o infinitos universos coexistentes o sucesivos [40]. Como dice, John Leslie, “los teóricos modernos encuentran cosa fácil el inventar mecanismos para lograr que la física aparente y las propiedades manifiestas difieran de un universo a otro, incluso cuando la física subyacente y las propiedades más fundamentales sigan siendo las mismas”.
Resumamos los principales modelos de múltiples universos:
En el peldaño más sencillo o “comprensible” de multiversos tenemos en realidad un solo universo de enorme tamaño o incluso infinito, a base de múltiples dominios coexistentes, a modo de burbujas separadas. En este mega-universo solo podemos tener noticia de un dominio parcial (el nuestro), correspondiente a lo que se llama “volumen de Hubble”, calculado teniendo en cuenta la velocidad finita de la luz y el tiempo que ha pasado desde el Big Bang. Lo que exista más allá de nuestra “burbuja” no lo sabemos (ni lo podremos saber), e incluso las leyes de la física allí podrían ser distintas.
El segundo tipo de multiversos se sustenta en ciertas hipótesis físico-cosmológicas que hoy día no cuentan con apoyo empírico:
- Ya Edward Tryon postuló en 1973 un vacío físico con una constante actividad de formación y destrucción de partículas diversas con propiedades y masas infinitamente variables. Esas fluctuaciones cuánticas del vacío darían lugar a semillas de universos con todas las combinaciones posibles de rasgos físicos. Cada uno de esos universos sufriría una expansión y evolución distinta e independiente de los otros universos “hermanos”, con los cuales nunca podría conectar. La inmensa mayoría de esos universos serían aburridos o estériles (no podría surgir vida ni vida inteligente).
- Inflación eterna de Andrei Linde y Alex Vilenkin: como consecuencia directa de la mecánica cuántica asociada a una expansión acelerada, una vez iniciado el proceso de inflación cósmica, este no se detiene jamás; ello implica que el espacio en expansión va formando dominios (“universos burbuja”) desconectados entre sí, de modo que nuestro universo observable sería uno de dichos dominios [41].
La extrapolación que se hace aquí desde la física cuántica conocida no solo no está comprobada, sino que seguramente es inverificable. El mecanismo por el que se realizan diferentes vacíos de la teoría de cuerdas en diferentes dominios es totalmente especulativo.
En tal tipo de universo con inflación eterna, tal como dice Alan Guth, “todo lo que puede llegar a ocurrir, sucederá; de hecho sucederá un número infinito de veces”. De esta manera, el ajuste fino pierde su misterio, ya que la combinación de constantes y parámetros se vuelve estadísticamente necesaria debido a la ley de los grandes números.
En esta y otras propuestas parecidas (como algunas de las que Hawking expone en su libro El gran diseño) subyace la idea de la existencia de una especie de meta-universo en estado de superposición cuántica, cuya función de onda colapsa, produciendo los diferentes multiversos o universos. Pero como vienen a decir Javier Monserrat y George Ellis, esto es ilegítimo, porque la base en que se apoyan (incluyendo la electrodinámica cuántica de Feynmann) está pensada para los fenómenos dentro de nuestro universo, y no se puede extrapolar al hipotético meta-universo. Además, en la mecánica cuántica solo es real el estado colapsado medido, no las posibles trayectorias o historias posibles en el estado de superposición [42].
- El “paisaje cósmico” de Leonard Susskind: la búsqueda de una teoría cuántica de la gravedad (por supercuerdas-teoría M o por gravedad cuántica de bucles) conduce a un multiverso con un número inimaginable de versiones (en torno a 10500; a título comparativo digamos que nuestro universo contiene “solo” 1080 átomos). Susskind propone que todas esas posibilidades son exploradas realmente por la realidad física, viviendo nosotros en una de ellas [43]. De nuevo nos encontramos con una extrapolación ilegítima y no falsable.
– En su momento, Lee Smolin propuso la idea de multiversos generados por colapso de agujeros negros.
Crítica de los modelos de multiverso
En este apartado comenzaremos retomando algunas de las críticas epistemológicas ya apuntadas en secciones anteriores, centradas en la pregunta de que, dado que todas o casi todas las propuestas de multiversos son por principio inverificables (no falsables), si se pueden considerar como científicas.
Hasta ahora, el núcleo de lo que consideramos como ciencia es su apoyo en los datos de observación y experimentación y su capacidad predictiva. No parece que los modelos de multiversos cumplan dicho requisito.
Ahora bien, dado que en ciencia admitimos ciertas entidades inobservables, ¿podríamos justificar la existencia del multiverso o meta-universo? La respuesta, según Ellis, es negativa porque estas hipótesis (a) carecen de buenos fundamentos; (b) no cuentan con resultados predecibles; (c) el multiverso no es la única manera de explicar los datos del ajuste fino, existiendo otras alternativas, y sobre todo porque (d) carecen de base observacional y experimental [45].
[Un inciso: sin embargo, para algunos científicos, como Lee Smolin, el debate cosmológico del ajuste fino en versión de los multiversos, junto con las especulaciones de las teorías de cuerdas y los intentos de lograr una teoría de todo obligan a replantear seriamente los mismos fundamentos epistemológicos de la propia empresa científica [46]. Para Leonard Susskind, uno de los padres de la teoría de cuerdas, hay que renunciar a la idea de que podamos llegar a comprender la realidad, y defiende que las paradojas y contradicciones de la física actual dan más razones que nunca para adscribirse a las ideas instrumentalistas de Niels Bohr, debiendo conformarnos con realizar y verificar predicciones empíricas («la palabra “reproducible” resulta mucho más útil que la palabra “real”») [47].
Paul Steinhardt, uno de los padres del modelo de inflación, reflexionando sobre los infinitos universos burbuja derivados de la inflación eterna de Linde, dice: “¿Qué significa que la inflación realiza una serie de predicciones […] si todo lo que puede ocurrir sucede un número infinito de veces? Y si una teoría carece de predicciones verificables, ¿cómo puede sostenerse, como suele hacerse, que se halla de acuerdo con las observaciones?” [48].
El físico Paul Davies ha comentado que la “flagrante contradicción de la teoría de la selección cósmica [en el multiverso] es que necesita un número infinito de universos invisibles solo para explicar el que vemos”. Además, “debe presuponer el concepto de ley, y obvia la pregunta de dónde vienen esas leyes y cómo se ‘ligan’ al universo de un ‘modo eterno’”.
Por su parte, Eduardo Battaner declara que “[con las propuestas de multiverso] el nivel de especulación es tan atrevido que no sabemos bien qué tierra estamos pisando, desde luego no la de la Física tradicionalmente entendida, con el experimento y la observación como pilares básicos [49].
Además, muchos autores favorables a multiversos cometen un error categorial al confundir las legítimas preguntas de tipo “cómo” que se hace la ciencia con pretender que la física tiene la respuesta a la pregunta clave de “por qué” existe el universo. Y esto se debe, entre otras cosas a que no pueden explicar por qué las leyes de la física son como son, ni si esas leyes existían (y en su caso cómo eran) “antes” de que el universo apareciera.
Por supuesto, la especulación es posible y es legítima en ciencia, siempre y cuando se respete el núcleo de los valores epistémicos de la ciencia, cosa diferente a dar por buenos modelos sin posibilidad de apoyo observacional, propuestos por su “elegancia”, su “belleza” o su consistencia matemática (por ejemplo, el modelo de inflación eterna de Linde se basa en relacionar dicha inflación con la compleja matemática de la teoría de cuerdas).
Para John Polkinghorne “este multiverso no es más que una especulación metafísica con un exceso de prodigalidad ontológica”.
- En la misma línea, para Ellis “es una propuesta extraordinariamente extravagante postular innumerables universos inobservables, solo para explicar una única entidad (el universo observable). No podemos caracterizarla precisamente como un ejercicio de parsimonia, tal como defendía Guillermo de Ockham”.
En resumen, una teoría solo es científica si permite hacer predicciones unívocas contrastables sobre hechos que podamos observar, y las hipótesis del multiverso presuponen que jamás podremos observar los otros hipotéticos universos hermanos del nuestro. Por lo tanto, estamos ante elucubraciones metafísicas como bien ha hecho notar Carlos Beorlegui en un artículo de Tendencias21 de las Religiones [51].
Pero hacer metafísica no es malo (aquí ya es inevitable); lo malo es, como hacen muchos autores en sus libros de divulgación, esconder bajo la apariencia de ciencia respetable lo que es mera especulación sustentada en modelos no contratados y casi con seguridad inverificables. Para “jugar limpio”, habría que dejar claro que se ha entrado en plenos dominios de la cosmología metafísica, intentado no perder de vista lo que nos dice la cosmología física verificada, pero evitando “colar” una cierta postura filosófica como si estuviera avalada por los datos científicos.
“No hay nada de malo en la especulación filosófica con base científica, que es lo que son las propuestas de multiverso. Pero deberíamos llamarlas por su nombre (Ellis) [52]. “No veo objeciones teológicas fundamentales contra un multiverso […] Solo estoy en contra de la elaboración de hipótesis físicas especulativas acicaladas con cálculos matemáticos para darles apariencia de cientificidad” (Hans Küng) [53].
Una propuesta razonable
Como dice Javier Monserrat, los resultados actuales de la investigación científica, sometidos a reflexión filosófica, no nos imponen una verdad metafísica última del universo, es decir, el universo es ambivalente desde el punto de vista metafísico [54]. Por lo tanto, la ciencia no impone ni el teísmo ni el ateísmo.
Lo que se abren son interpretaciones y propuestas más o menos razonables, que cada cual intentará hacer congruentes con sus creencias. Tanto el creyente como el ateo han de mostrar la razonabilidad de sus respectivas creencias recurriendo a argumentos metafísicos, pero no pueden imponerlas ni existe un tribunal independiente que pueda resolver a favor de uno o de otro.
El creyente legítimamente podrá justificar que el universo (explicado por la ciencia) es coherente con la idea teológica de Creación, e incluso hablar de la creación de un mundo en evolución, aceptando, igual que el ateo, lo que la ciencia legítimamente nos dice sobre el origen físico y decurso histórico del cosmos. Y el ateo puede legítimamente justificar su postura a partir de los mismos datos y modelos científicos.
La ciencia no impone pues una idea de sentido o finalidad en el universo. El concepto de finalidad que usamos aquí no se desprende de la ciencia, no se deriva de ningún principio físico ni de ninguna ecuación o actividad de las fuerzas de la naturaleza, sino que pertenece al campo de la metafísica, aunque para formularlo de modo congruente debamos tener en cuenta lo que nos dice la ciencia sobre la realidad material.
La filosofía y la teología son perspectivas que, al reflexionar sobre la racionalidad, orden y tendencias del mundo natural (desentrañados mediante la ciencia) nos pueden conducir a proponer (no demostrar en sentido estricto) lo razonable de la finalidad de un cosmos contingente y de la existencia de un Creador de dicho cosmos, un Dios que gobierna el mundo contando con el juego entre azar, contingencia y leyes naturales.
La teleología (finalidad) es un concepto que sirve de puente y nexo armonizador entre las ciencias naturales y las humanidades, bien entendido que no nos suministra “demostraciones” ni nos manifiesta los detalles del plan divino [55].
La realidad material es contingente, cambiante, y no puede llegar a existir por sí misma. Como ha quedado claro antes, incluso si se encontrara una teoría que unificara las leyes físicas y los parámetros arbitrarios descubiertos empíricamente, dicha teoría sería igualmente contingente (y en base a los teoremas de incompletitud, las leyes reflejan axiomas no derivables que igualmente no son necesarios).
Para el creyente, la realidad material solo puede llegar a la existencia por un Ser necesario e inmutable, sin limitación alguna. Dicho Ser creó nuestro universo, dotándolo de un dinamismo y ajustando sus parámetros básicos de tal manera que permiten la aparición de vida y de seres inteligentes.
Es decir, la finalidad del universo (un plan racional, pero no demostrable desde la ciencia) sería traer a la existencia (mediante causas naturales derivadas del propio dinamismo natural) seres inteligentes capaces de explorar el mismo universo y preguntarse por su sentido, y llegado el caso, reconocer y honrar a su propio Creador.
La interpretación teísta del principio antrópico da un salto del “parece” al “es”: el universo parece hecho para el hombre porque está hecho para nosotros (y quizá otros seres inteligentes en otras partes del cosmos); el universo está diseñado por un Creador para llamarnos a la existencia y para acogernos.
Insistamos en que el concepto de creación no es una explicación causal (de causas físicas) ya que Dios no es una causa entre causas [56]. La imagen de la creación nos dice que Dios (ser necesario) y el mundo (contingente) son diferentes (en contraste con el panteísmo), señalando la dependencia ontológica de este respecto de aquel. Por otro lado, la “creación de la nada” (idea surgida a comienzos del cristianismo) era un modo de oponerse a enseñanzas gnósticas dualistas que postulaban la maldad de la materia frente al espíritu.
La noción de causalidad en ciencia llega a sus límites cuando se considera el universo como un todo, ya que la causalidad presupone tiempo (ya Agustín de Hipona dijo que la pregunta de qué hacía Dios antes del tiempo carece de sentido). Como dice Berg, “la pretensión cristiana de que el universo es creado no entra en competencia con teorías científicas sino más bien con pretensiones metafísicas de otro tipo referidas a la estructura última de la realidad” [57]. El acto de traer a la existencia el universo no se puede explicar en los términos habituales de causa y efecto, y hay que usar un lenguaje meramente analógico y simbólico.
Insistamos igualmente en algo que no terminan de tener claro algunos físicos ingenuos filosóficamente y algunos creyentes igualmente ingenuos: origen (principio) y creación son conceptos no solo diferentes, sino pertenecientes a categorías epistemológicas distintas.
Entre los astrofísicos que tienen esto claro cabe citar, de nuevo, a Eduardo Battaner: “Si principio y creación son conceptos diferentes, y el tiempo comienza su andadura con la materia, del hecho de que el universo haya tenido un principio no podemos concluir que haya tenido una creación. Y si no hubiera tenido un principio, no por eso habría que descartar que no haya sido creado” [58].
Para Polkinghorne, el orden asombroso que descubrimos en el cosmos, y el hecho de que nuestras mentes puedan entender dicho orden, se pueden igualmente interpretar como un reflejo de la mente de su Creador. Igualmente es relevante el hecho de que la humanidad, en sus diversas épocas y culturas, ha tenido experiencias de lo sagrado a las que ha dotado de una importancia radical [59].
Una vez más: esto no demuestra la existencia de Dios, sino que sugiere (más allá del alcance de la ciencia, pero partiendo de los datos científicos) que la hipótesis teísta es razonable y quizá más sencilla que sus alternativas metafísicas materialistas [60]. Si entendemos la teología natural en esta su nueva y más humilde concepción, quizá podamos decir que sigue viva [61]. 7
Como dice Polkinghorne: “Es ciertamente sorprendente que un universo inteligible, fecundo, abierto e interrelacionado resulte así consistente con la idea de un Creador inmanentemente activo” [62]. Obsérvese de nuevo el matiz: consistencia no significa demostración, sino no contradicción entre distintos ámbitos o sistemas de pensamiento, lo cual permite su convivencia pacífica. Y como dice Javier Leach aludiendo a los distintos tipos de lenguajes y significados que empleamos los humanos, la creencia en la consistencia es una presunción metafísica, lo que implica que tiene no solo valor racional y científico, sino también valor teológico [63].
Para el George Ellis, el universo está diseñado para la ambigüedad, para acceder a la naturaleza oculta de Dios desde el enigma. En el universo no hay “marcas explícitas” de la actividad de Dios que obliguen a creer en Él. En este universo el ser humano es libre ante un Dios que no se le impone. Para Ellis, el universo está diseñado para que surja la libertad y responsabilidad de seres inteligentes, y un requerimiento para ello es que la naturaleza de Dios y su actividad creadora queden ampliamente ocultos de modo que se haga posible dudar.
Sin embargo, Dios no está totalmente oculto, ya que el universo está diseñado para permitir el acceso del hombre a Él, dejando abierta la posibilidad de la duda y del rechazo. Por lo tanto, el diseño del universo eskenótico: Dios “se ha abajado”, ha renunciado a imponer su presencia para dejar sitio a la libertad de sus criaturas inteligentes [64].
Notas
Complexity and the Arrow of Time, Cambridge University Press. También, un breve ensayo sobre la flecha del tiempo evolutiva frente a la termodinámica: RULL, V. (2012): “Time, evolution and physical reductionism”, EMBO Reports 13: 181-185.
Un ejemplo de creyente ilustrado que utiliza el viejo truco de: Allí donde haya algo aún no explicado colaré a Dios.
Señalar las debilidades de la opción » a » no valida la opción » b «.
Mostrar las lagunas ( que las hay ) de las interpretaciones científicas de la realidad, no refuerza en absoluto la interpretación teísta-creacionista.
El artículo está bien para conocer las interpretaciones actuales y/o más relevantes sobre lo existente, pero su supuesta justificación del ajuste fino y la existencia de un Dios creador, resulta ilegítima, falaz y falsa.
Que una camiseta no sea verde, ni azul ni rosa, no significa necesariamente que sea amarilla.
Personalmente opino que el ajuste fino es un concepto falso inventado de modo interesado por los seguidores del creacionismo. No existe ajuste fino, existen condiciones concretas, precisas para la evolución del todo de la forma en que se dá. No hay » diseño » en las condiciones de lo existente. Lo existente » es » como resultado de las condiciones dadas.
Es farragosa teología pseudocientífica disfrazada de Filosofía. Esto es muy propio de los testigos de Jehová, por ejemplo.
Interesante por tanto la parte de teorías físicas y sus flaquezas y prescindible el fondo y conclusiones sugeridas.