Los «caballitos de mar» no son los únicos que viven en monogamia. También lo hacen el lobo gris, el albatros, el guacamayo azul, el antílope africano, el buitre negro, el pingüino y el cisne, entre otros. ¿Pero es el ser humano un animal programado naturalmente para vivir toda la vida con una sola pareja?
La respuesta, desde la naturaleza, es que no.
«La tendencia al ‘poliamor’ abre el milenario debate que hay en relación al deseo humano: si es antropológicamente hacia una sola persona, que puede agotarse en una sola persona elegida, o si tiende a ser hacia varios objetos a la vez», afirma el psicólogo Gervasio Díaz Castelli, «La experiencia demuestra que tendemos a desear y a sentirnos atraídos por varias personas, siempre; pero que podemos, merced a la moral de una época, a las religiones, a las represiones, o a los contratos implícitos y explícitos con una pareja, renunciar a esa tendencia, silenciarla».
«La monogamia está amenazada por la biología misma», afirma en la revista Time David Barash, psicólogo y autor del libro El mito de la monogamia, «Los hombres tienen más masa muscular, son más propensos a la violencia y maduran más tarde, tanto en lo social como en lo sexual. Todas estas son características distintivas de una especie en la que los machos compiten entre sí para aparearse con múltiples hembras».
La razón evolutiva de la tendencia poligámica es simple. Una mujer puede tener, en promedio, un único embarazo al año, de los que suele nacer un único hijo. El hombre, en cambio, puede procrear en forma continuada. Y, a la hora de preservar la especie, cuanta más cantidad de mujeres puedan tener hijos de un único hombre, mayor recambio genético –que mejora la especie– y mucha mayor propagación. Como especie, estamos diseñados para crecer y multiplicarnos, como dice, curiosamente, la Biblia.
Amar entre muchos
Aunque la poligamia sea, desde lo estrictamente biológico, la cosa más natural del mundo, la monogamia ofrece ciertos beneficios. Por ejemplo, la crianza de los cachorros. «Es raro que otras especies cuiden a sus crías en forma biparental salvo que el macho tenga garantía de su lazo genético con el cachorro», concluye David Barash, «Pero considerando los cuidados que requiere un bebé humano, hacerlo de a dos se presenta como una ventaja del comportamiento monógamo».
Pero más allá del terreno estrictamente atropológico, está la psicología y –por qué no– los sentimientos. Según el psicólogo Fabio Lacolla, «la monogamia esta siendo abatida por el espíritu de la época. Las ofertas virtuales y el pasado que retorna a través del Facebook, hace que ya no haya duda de que siempre puede irse por más. Los corazones de los jóvenes son como piedras que se usan para cruzar el río de la individualidad: la fidelidad es con uno mismo y la lealtad va dejando de pertenecerle al otro para volverse propiedad privada. El amor es un utilitario de la modernidad y como tal, dura hasta que deja de ser útil. Supongo que, con el tiempo, las libretas de casamiento dejarán de ser rojas para lucir un verde esperanzador que habilite la circulación del deseo sin ninguna culpa».
Y ese es el otro escollo: ¿puede la sociedad occidental y básicamente cristiana vivir una poligamia sin culpas? «Lo veo impracticable», se suma Díaz Castelli, «Requeriría de un grado de madurez emocional que suprima totalmente los celos, la envidia, la idea de posesión; que también es antropológica y difícil de debilitar. En general, las parejas que entran en modalidades amatorias polígamas colapsan. Las pasiones de pertenencia, tarde o temprano se desatan».