Los mapuches distinguían claramente entre la magia blanca y la negra. La primera era beneficiosa para el individuo, pues por medio de ella podía sanar de alguna enfermedad, recuperar un objeto perdido, conocer el futuro, saber quién pretendía hacerle a uno un mal, o bien conocer al malhechor que ya había logrado su propósito. Esta magia blanca se inspiraba en el propio Pillán (Ser Supremo) y era desempeñada por los machis con su ayuda.
Frente a ella se encontraba la magia negra, destinada a dañar al individuo, a provocar desgracias de toda índole, como enfermedades, e incluso la muerte. Es preciso tener presente a este respecto que según los mapuches el individuo sólo puede morir por causas violentas, como ser, golpes o heridas, inmersión, quemaduras u otras, pero no por alcanzar una edad avanzada, con agotamiento de su organismo. Normalmente, el hombre debería vivir eternamente, y si muere, ello se debe —salvo por los accidentes que se acaban de indicar— a que un calcu, es decir, un practicante de la magia negra, le ha Inculcado algún veneno.
No creen los mapuches en la existencia de un diablo o demonio, pero conocen esta magia negra desempeñada por un calcu. Con limitaciones, este término equivale al de brujo. El desempeño de la magia negra se llama calcutun (tun significa acción).
Se les considera como seres humanos que viven en una cueva (renü o tafü), en que tienen como socio a un huichancuIlin (de hinchan, asociado; y cullín, animal), que puede ser un zorro, una culebra, un ganso silvestre (huairao) o una lechuza, sirviéndoles esas aves para poder volar.
Otro instrumento que mantienen en la cueva es el Invunche (de invün, deformado; y che, hombre). Tratase de un niño que raptan de tierna edad y lo van deformando por medio de descoyunturas y torcimientos hasta que lleven la cara vuelta hacia la espalda y anden sobre una pierna, teniendo la otra pegada en la parte trasera del cuello. Se les mantiene siempre encerrados en la cueva, donde se les alimenta con la carne de niños recién nacidos. Absuelven éstos las consultas que les hacen los calcus, quienes llegan a conocer así secretos de otras personas, pero también los llevan a veces al sitio en que pretenden ocasionar un daño.
Para este objeto los van azotando en el trayecto, y los invunches van dando terribles chivateos, que aterran a los vecinos y les vaticinan alguna desgracia. Mofándose de los machis (que practican la magia blanca), los llaman también vutamachis (grandes machis), alegando esa designación a su pretendida superioridad con respecto a aquéllos.
Otro instrumento del calcu es el huichanalhué (de huichán, asociado; y alhué, ánima), considerado como el alma de un fallecido de que se apodera, a fin de emplearla como un segundo yo .pudiendo enviarla a inquerir noticias, o bien para penetrar en un cuerpo humano y colocar en él un veneno, un trocito de madera, una lagartija u otros objetos destinados a ocasionar enfermedades o la muerte; puede también agujerear para ese fin el corazón y chupar la sangre a la víctima. Todos estos maleficios que realiza el calcu llevan el nombre de huecuve (huecufü).
A la entrada de la cueva se encuentra un ihuaivilu (ihuai y vilu son sinónimos y significan serpiente), que la protege. Se cree que en la cueva los calcus realizan orgías de la peor especie, con participación de los invunches. Los huichanalhué, por su parte, obligan a los brujos a entregarles periódicamente a un miembro destacado de sus familias.
Los medios de que se valen los calcus para ocasionar sus maleficios consisten principalmente en el “mal tirado”, es decir, la introducción de un veneno en el cuerpo del afectado. Aplican para ese fin también la magia simpática, consistente en ocasionar el daño a una parte del cuerpo de la víctima, como ser, un cabello, un retrato de ella, un pedazo de su uña, etc., creyéndose que cuanto mal se les hace, lo padecerá también la persona a que pertenecen.
Extraído de: “Mitos y Leyendas de Chile”, de Carlos Keller Rueff