Cuenta la leyenda que el rey moro de Granada, Aben Habuz, había llegado a su vejez triste porque las antiguada glorias de conquista habían desaparecido y en su lugar, ahora a víctima de cualquier joven guerrero que atacaba su reino. Un día se anunció la llegada de un médico y astrólogo al que Aben Habuz quiso ver inmediatamente, pues era aficionado a la astrología.
Una vez que hubo llegado el astrólogo se presentó ante el rey y le explicó que el conocía perfectamente la causa de su pesadumbre y le ofreció ayuda:
– Majestad, los astros me han contado la causa de sus pesares y puedo ayudarlo. Mientras estaba en Egipto, conocí a una hechicera que poseía un talismán con forma de carnero y un gallo encima de éste, cualquier rey que utilizara tal amuleto estaba siempre protegido pues el gallo indicaba con su canto cuando el enemigo se acercaba, mientras que los cuernos del carnero indicaban el camino por dónde se acercaba el enemigo. Su majestad, mis conocimientos me han permitido perfeccionar el amuleto —y mientras contaba esto, sacaba de sus ropas un envoltorio— y elaborar un jinete que que, colocado en la torre del palacio, indicará con su lanza cuando el enemigo se acerca; mientras que estos soldados representarán al ejército enemigo. Lo único que usted debe hacer es derribar con la lanza del jinete a los soldados y con ello se librará del ejército enemigo.
El rey quedó encantado con las palabras de Ibrahim, el médico, astrólogo y mago; así que le pidió que le dijera de qué manera podría recompensarle, a lo que Ibrahim contestó que sólo le bastaba con que lo dejara vivir en la cueva que se encontraba en una colina cercana a palacio. El rey sorprendido por el pedido del mago, accedió a tal solicitud.
Con el transcurrir de los años el rey fue ganando una a una las batallas que se le fueron presentando gracias a sus amuletos, también se fortaleció su amistad con Ibrahim a quien en todo momento intentaba recompensar; sin embargo, el viejo mago sólo se conformaba con vivir tranquilamente en su cueva.
Una mañana, el jinete-amuleto indicó la llegada de un nuevo enemigo, Aben Habuz envió a dos mensajeros a averiguar quién se acercaba, mientras que iba preparando sus soldados y jinete de bronce. Cuando los mensajeros regresaron, traían consigo a una doncella cristiana de gran belleza, como es de esperar, el rey se enamoró perdidamente de ella y decidió casarse con ella. Pronto el rey, más preocupado por la doncella, se fue olvidando del buen gobierno; cuando el mago Ibrahim se enteró fue a ver inmediatamente al rey, que pronto dejaría de ser su amigo.
– Majestad —dijo Ibrahim— las estrellas me han dicho que el jinete de bronce ha señalado a esta mujer como tu enemigo y tú, en lugar de utilizar a los soldados para echaría de palacio, te has esmerado en darle todo sin darte cuenta que descuidas el buen gobierno. Te pido que abandones inmediatamente a esta cristiana pues, estoy seguro que la lira que lleva a todos lados es la que te tiene embrujado y sin voluntad para hacer lo que debes.
– ¡Charlatán! —respondió en rey— el que debe terminar con esto eres tú. Esta mujer es mi esposa, así que lo mejor será que calles y vayas a construir en la colina donde se encuentra tu cueva, el palacio más grande y hermoso que jamás se haya visto en Granada y el mundo entero, pues se lo quiero regalar a mi bella dama. A cambio te recompensaré con lo que me pidas.
Ibrahim, furioso ante la ceguera del rey dijo lo siguiente:
– Esta vez aceptaré tu recompensa, cuando termine el palacio te pido que me sea entregado el primer animal que entre a este nuevo palacio y su carga correspondiente.
Desde luego, Aben Habuz se sintió satisfecho con el pedido del mago y aceptó.
El mago trabajó duramente durante tres meses en la construcción del palacio, aunque ningún granadino veía jamás a ningún obrero trabajando en la construcción, sí podían ver el avance de la obra que cada día lucía más majestuosa. Cuando Ibrahim hubo concluido su obra, mandó llamar al rey y a la cristiana, que inmediatamente montaron sus caballos para dirigirse a la colina.
Cuando estuvieron frente a la entrada del nuevo palacio, el caballo de la doncella fue el primero en entrar. Ibrahim dijo al rey lo siguiente:
– Este caballo y su carga han sido los primeros en entrar a palacio, así que ambos me pertenecen, recuerda que me has dado tu palabra de rey.
Aben Habuz, apesadumbrado, tuvo que reconocer que el mago tenía razón e intentó explicarlo así a la bella cristiana quien pronto se desenmascaró:
– Ni soy bella, ni soy cristiana. Soy una hechicera y en este mismo instante voy a destruir este palacio.
En ese momento, la hechicera: comenzó a tocar su lira, al tiempo que el palacio se iba hundiendo; sin embargo, cuando Ibrahim vio lo que hacía con su palacio se enfureció aún más y le dijo al rey que por no haberlo escuchado perdería todo: el palacio, a la doncella y, desde luego, a él, que durante años había sido su mejor amigo. Cuando terminó de decir esto, se quitó un viejo anillo que siempre llevaba consigo, lo tiró al suelo y la tierra se abrió, enterrando consigo todo lo que en otro momento había pertenecido al rey.
Algunos años después, sobre el mismo lugar se construyó un nuevo y majestuoso palacio, que hoy en día todos conocemos como la Alhambra. Lo único que se conserva del viejo palacio hundido es la barbacana que rodea a la Alhambra y en la que se dice que siempre ocurren cosas extrañas.