¿Cuál es la ontología moderna de la ciencia y cómo desde ella podemos hoy abordar una hermenéutica apropiada de las creencias, del
kerigmacristiano? La hermenéutica antigua produce hoy problemas evidentes que dificultan una proclamación potente y eficaz del kerigma cristiano. Por la inviabilidad del paradigma antiguo, la lógica de la creencia cristiana debía conducir a la iglesia a comprometerse en la búsqueda de una nueva hermenéutica. Sin prejuzgar el resultado, debería dirigir el proceso abierto de discusión sobre el mundo moderno orientado a encontrar la forma hermenéutica correcta para proclamar el kerigma cristiano ante la sociedad actual. Sin duda que las aportaciones de filósofos y teólogos serían enriquecedoras para este proceso de reflexión. En este artículo, ciñéndonos a la idea del hombre, vamos a referirnos a los perfiles antropológicos de la nueva hermenéutica a que debería conducir la nueva imagen de la ontología del universo.En concreto pienso, sin creer obviamente que haya dicho la última palabra, cosa que sería una ingenuidad, que mi propuesta, ya argumentada en el blog
Hacia el Nuevo Concilio, es una reflexión de altura sobre la imagen científico-filosófica y socio-política de la realidad en la modernidad y sobre la alternativa hermenéutica que desde ella se hace posible para entender con mayor profundidad y proclamar el kerigma cristiano. La verdad no conozco que existan otras propuestas que sean comparables a la mía en densidad argumentativa. Pero sería deseable que surgieran, de tal manera que ante una “proliferación de propuestas”, en el sentido epistemológico de
Feyerabend, la iglesia cristiana misma pudiera dirigir el proceso reflexivo que, a mi juicio, debiera concluir en el nuevo concilio. Sin embargo, ¿qué es entonces la ontología moderna? ¿Cómo y por qué nos lleva a una nueva hermenéutica del kerigma cristiano?La presente exposición en su conjunto es una respuesta argumentada a lo que debería ser la nueva hermenéutica moderna del cristianismo. Aquí, evidentemente, trato de insistir en un punto muy concreto que, por mi propia experiencia, tiene un valor crucial para muchos. Me refiero a la constitución humana. A la pregunta qué es el hombre; o sea, cuál es su ontología real dentro de la ontología del universo. En terminología más cristiana preguntaríamos qué es el hombre dentro del universo creado: cómo ha creado Dios al hombre, cómo lo ha hecho en el marco de la forma general en que ha creado el universo. El hecho es que la hermenéutica greco-romana llegó a imponer en la cultura cristiana una imagen dualista del hombre fundada en las filosofías antiguas de origen griego, interpretadas después por la escolástica. Pero el hecho es que el mundo moderno ofrece una imagen monista y evolutiva de la realidad, y también del hombre. ¿Qué es el hombre? Desde la imagen moderna del hombre, si aceptamos los resultados de la ciencia en la modernidad, ¿es posible entender el kerigma cristiano? Creemos que sí, y vamos a exponerlo.
El hombre en la ciencia y en la filosofía moderna: materia y vida
¿Qué debiera hacer la iglesia ante la imagen del hombre en la ciencia moderna? Sugeriríamos una respuesta: simplemente admitir sus resultados por la sencilla razón de que, en principio, la ciencia proporciona el conocimiento más fiable. En principio, el cristiano deberá pensar, por tanto, que el mundo real que ha sido creado por Dios es tal como la ciencia describe. En consecuencia, la reflexión filosófica sobre el hombre deberá asumir los resultados básicos de la ciencia. Pero esta admisión de la ciencia tiene, claro está, un límite para el creyente: el kerigma cristiano. Esto quiere decir que si la imagen científica del hombre no fuera compatible con el kerigma cristiano, entonces el creyente debería ponerla en duda. Es lo que pasó a lo largo de siglos cuando la ciencia ofrecía una imagen “reduccionista” (mecánica, determinista, robótica) del hombre, incompatible con una idea religiosa de las cosas. Esta es una de las causas de que la iglesia permaneciera en el paradigma antiguo: porque la modernidad, tanto en lo científico-filosófico como en lo socio-político, era difícilmente “asimilable” por la iglesia y sus creencias. La iglesia no aceptó ciertos planteamientos de la modernidad “naciente” y la historia posterior ha mostrado que, en efecto, fue un acierto. La modernidad no había llegado todavía a un estadio de madurez apropiado para poder establecer un diálogo fecundo con el cristianismo. Sin embargo, hoy en día está configurándose una nueva imagen científica del universo, de la vida, del hombre, de la sociedad y de la historia, que ya no responden al puro reduccionismo antiguo. ¿Cuál es esta nueva imagen científico-filosófica del hombre? Tracemos, en síntesis, sus perfiles más importantes. Es algo esencial ya que, en definitiva, defenderemos, como después veremos, que es compatible con la imagen cristiana del hombre.
1) El universo nació en el big bang como una inmensa energía expansiva, dinámica, que produjo la aparición de la materia en la forma de partículas elementales. Puede decirse, por tanto, que la realidad física es energía y materia, radiación ondulatoria y corpúsculo. Los corpúsculos serían, en último término, “radiación plegada”. Esta realidad física primordial respondía a unas propiedades que la ciencia ha acabado conociendo en parte, tal como se explica en la mecánica cuántica. Una de estas propiedades es la llamada “coherencia cuántica” que hace a la realidad física constituir campos unitarios coherentes donde es imposible distinguir partículas individuales diferenciadas, siendo la realidad un solo campo de vibración unitaria o coherente. La radiación primordial del big bang fue enfriándose y fraccionándose en pequeñas vibraciones que al plegarse o encapsularse produjeron los corpúsculos o partículas elementales. Algunas de estas partículas, en circunstancias apropiadas, podían entrar en coherencia cuántica (así, las llamadas partículas bosónicas) y, en otras, volver al estado corpuscular, en procesos de coherencia y decoherencia cuántica. La luz, por ejemplo, sería una partícula bosónica (fotón) que podría también entrar en campos electromagnéticos de coherencia cuántica.
Pero el big bang condujo también a otro tipo de partículas (fermiónicas) –electrones, protones, neutrones– cuya forma de vibración (es decir, su “función de onda”, en términos físicos más precisos) no les hacía fácil entrar en coherencia cuántica, manteniendo por ello su independencia y la diferenciación de unas partículas frente a otras. Al relacionarse entre sí estas partículas fermiónicas –de acuerdo con las cuatro fuerzas naturales– se formaron los primeros núcleos atómicos y los primeros átomos. Estos dieron lugar a las moléculas, a las macromoléculas, a la agrupación de materia estelar, al nacimiento de los cuerpos celestes, a los minerales y a los objetos del mundo inorgánico en general. Ahora bien, las interacciones entre estos cuerpos formados por materia fermiónica no respondían ya a las interacciones de la materia primordial (descritas en la mecánica cuántica). Las interacciones de este mundo macroscópico formado por materia fermiónica fueron descritas en la mecánica clásica newtoniana. El mundo clásico es nuestro mundo de experiencia en el que existen objetos y cuerpos diferenciados, macroscópicos, cuyas interacciones no responden por las buenas a las propiedades cuánticas que pertenecen, sin embargo, a la materia profunda que los constituye, ya que toda la materia del universo es la misma y responde a la misma ontología fundamental.
2) Por tanto, la ciencia entiende que toda la realidad física que conocemos proviene de una energía primordial que fue convirtiéndose en materia. Todo cuanto contiene el universo, y el universo mismo, proviene del binomio convertible materia/energía. En este sentido la ciencia tiene un entendimiento “monista” de la naturaleza del universo y de los seres que contiene (todo proviene de un único principio, la materia/energía). Por acción de las fuerzas naturales la materia puede organizarse estructuralmente. Pero las estructuras no son una realidad distinta de la materia/energía sino la forma en que la materia se relaciona consigo misma formando sistemas o cuerpos fermiónicos (estructuras), o incluso sistemas o campos de materia en coherencia cuántica. La ciencia describe así cómo la misma materia primordial produce a) un “mundo cuántico” en que rigen la coherencia cuántica, la superposición cuántica, la indeterminación y la acción a distancia (excusamos aquí el explicar estos conceptos), pero también b) un “mundo clásico” en que las interacciones entre sus cuerpos y objetos son con preferencia deterministas, rígidas, mecánicas (aunque también en el mundo clásico se producen fenómenos de indeterminación, como el caos, o como ciertas “burbujas de indeterminación”, tal como es la superficie de la tierra en que pueden suceder o no suceder muchas cosas).
3) Dejando aparte cuestiones como la explicación más especulativa de la materia (vg. la teoría de cuerdas y supercuerdas) o la naturaleza y origen del universo (que da lugar a diversas teorías), que pueden seguirse en el c. IV de mi obra Hacia el Nuevo Concilio, centrémonos ahora en aquello que tiene más importancia para el entendimiento de la naturaleza humana. Comencemos por la naturaleza de la vida. Los seres vivientes pueden existir porque tienen un “cuerpo clásico”: formado por estructuras físicas estables similares a las puramente físicas, pero distintas precisamente por su forma estructural específica (bioquímica). Los seres biológicos son sistemas físico-químicos que, en principio, presentan una interacción dinámica con el medio y un crecimiento adaptativo que depende de su estructura “cibernética”, transmitida por herencia y en evolución a partir del juego de la codificación genética en el ADN que rige con determinismo los procesos embriogenéticos. El cuerpo de los seres vivos, en las diversas especies animales, aunque dinámico y evolutivo, responde a una gran rigidez mecánica y determinista: gracias a ella puede hablarse del mantenimiento de la herencia y de la estabilidad estructural de nuestros cuerpos. Nos mantenemos de un día para otro y podemos construir nuestras vidas, nuestra biografía, porque la estructura rígida de nuestro cuerpo puede mantenerse de un día para otro. Y esto se lo debemos al determinismo físico que constituye gran parte de la naturaleza y de la biología, y también de la biología humana en continuidad con la evolución de la vida en la tierra.
4) Pero los seres vivos presentan otra propiedad que, en principio, no podemos atribuir al mundo puramente físico: la capacidad de sentir. La biología describió siempre esta propiedad, visible incluso en vivientes unicelulares. Hablando del proceso evolutivo biológico podemos hablar de la aparición de la sensibilidad-conciencia (conciencia en animales superiores). La conciencia es la capacidad de sentir unitariamente el cuerpo y el mundo exterior, por una integración sistémica de los diversos sentidos internos y externos, haciendo posible una reacción unitaria ante el medio (no confundir la conciencia en este sentido biológico con conciencia “moral” o “racional”, que sólo es atribuible al hombre, según cierto uso terminológico). Por la sensibilidad-conciencia y por sus consecuencias causales los seres vivos han ido constituyéndose en sistemas psíquicos con un “sujeto psíquico”. Tienen “psique” porque sus cuerpos constituyen un sistema de sensibilidad-conciencia y un “sujeto” que impulsa las respuestas y que juega un papel determinante en su conducta adaptativa al medio para sobrevivir.
5) La ciencia ha querido explicar las causas que han producido la aparición de este extraño factor biológico, la sensibilidad-conciencia. No ha sido fácil. La explicación de los cuerpos biológicos en el marco físico de la mecánica clásica, como sistemas deterministas, ha sido más fácil. Pero, ¿de dónde viene la sensibilidad-conciencia y lo que constituye la forma de actuación de los seres con “psique”? Cuando la explicación trató de reducirse al determinismo clásico se cayó en el “reduccionismo”. La ciencia, en efecto, fue durante muchos años determinista (y todavía lo sigue siendo en ciertos sectores). Sin embargo, hoy en día la ciencia, por el emergentismo por la neurología cuántica, está construyendo un marco adecuado y convincente, holístico, para explicar la sensibilidad-conciencia. Para hacerlo se postula que debe atribuirse a la ontología propia de la energía/materia que constituye el universo la capacidad de producir sensación. ¿Por qué la materia produce “sensación” o más bien no la produce? No lo sabemos. Pero el hecho es que debemos atribuirle la capacidad ontológica de producir “sensación”. Por otra parte, en el cuerpo biológico y en su sistema nervioso (en el sistema neuronal) los seres vivos habrían ido construyendo evolutivamente las diversas sensaciones, internas y externas, en tiempo real, su registro y su conexión con las respuestas al medio, contando para ello con una estructura cuántica que habría ido formando su nicho en el interior de un cuerpo clásico.