Miren Etxzarreta – Público.
Los problemas financieros de Grecia continúan y tendrá que recurrir de nuevo a la Unión Europea para resolver sus dificultades. Los 110.000 millones de euros que obtuvo como préstamo hace un año no bastan y se teme que tenga que pedir a la Unión entre 30.000 y 70.000 millones de euros y/o una reducción en los tipos de interés exigidos. Se plantea, incluso, que se haya de proceder a una reestructuración de la deuda (que aunque se quiera camuflar con otros nombres no deja de ser una quita –disminución del importe a percibir como pago–), y hasta dicen que se ha contemplado que este país abandonase el euro, aunque esta posibilidad ha sido ardientemente rechazada.
Es decir, todas las medidas que Grecia se ha visto obligada a tomar no han resuelto su situación financiera y, sin embargo, han empeorado otros muchos de sus problemas: decae la actividad económica y se deterioran las condiciones de los trabajadores (salarios y paro) y sus derechos sociales. Grecia está peor que hace un año. Y la única solución que se les presenta es tomar más de la misma medicina, pues aunque indican que la UE plantea el nuevo rescate con condiciones menos duras, es probable que si proporciona los fondos necesarios imponga otras exigencias.
Es fácil hablar a toro pasado, pero hay que decir que esta evolución era de esperar. Si a un país que tiene graves dificultades económicas se le fuerza a poner en práctica una dura política recesiva, ello no puede llevar a ningún otro lugar más que a empeorar su situación y dificultar todavía más el pago de la deuda. Los ajustes exigidos asfixian la economía: disminuyen los salarios y aumenta el paro, decrece la capacidad de compra de la población y, además, se reduce el gasto público, ¿de donde vendrá la recuperación de la demanda para estimular la actividad? Las exportaciones de este país no son capaces de arrastrar la economía; menos todavía cuando su principal cliente –la UE– adolece de un débil crecimiento de su demanda. Sería muy interesante que los mercados, las instituciones públicas internacionales y sobre todo la UE, al recomendar los ajustes, hiciesen explícito cómo creen que estos pueden resolver el problema de la deuda.
Cuesta entender que tras la experiencia de la crisis de la deuda de los ochenta, cuando esta misma política hizo cada vez más difícil que los países deudores (entonces latinoamericanos y africanos principalmente) se liberaran de sus deudas, se fuercen los mismos remedios en la periferia europea.
Porque el caso de Grecia es el ejemplo de lo que puede suceder en los demás países de la UE con problemas. Ni Irlanda, ni Portugal, ni España (aunque esta no ha sido rescatada, por lo menos todavía) podrán resolver sus problemas financieros con estas medidas y, sobre todo, no podrán recuperar su actividad económica ni mejorar su sistema productivo ni, todavía menos, generar empleo. Fiar la recuperación sólo al aumento de las exportaciones es una quimera. ¿Cómo se relanzará, entonces, la actividad económica?
El problema de fondo es que las medidas no van dirigidas a estos propósitos. Las prioridades son otras: una y principal, dedicar recursos al pago de la deuda (o más bien de sus intereses). Los grandes bancos europeos –alemanes, franceses, holandeses y hasta españoles– constituyen los acreedores principales de estos países periféricos y quieren cobrar sus préstamos y a ello se subordinan las otras finalidades posibles y deseables.
Y la segunda, se trata de lograr una recuperación de los beneficios de las grandes empresas, industriales y financieras, aunque sea a un nivel más bajo de actividad económica y mucho más bajo de empleo. No olvidemos que en el capitalismo el objetivo primordial de la economía no es producir ni generar empleo sino proporcionar beneficios. Si estos se obtienen a un nivel más bajo de actividad, no es demasiado grave.
El ejemplo de la banca europea, obteniendo beneficios a pesar de todos los problemas, corrobora nuestra hipótesis, y evoluciones de grandes grupos como Telefónica la sustentan. El relanzamiento de la actividad y la recuperación del empleo, si se produce –y hasta los agentes más vinculados al poder económico y político señalan que serán muy, muy lentas–, será a pesar de estas políticas. No sólo Grecia lo muestra, sino que la evolución de España apunta claramente en la misma dirección: con mucha suerte quizá se crezca alguna décima en los dos próximos años, pero hay cinco millones de parados, uno de cada dos jóvenes no tiene empleo, los ingresos de los trabajadores disminuyen y la demanda está totalmente congelada (excepto una ligera mejora en las exportaciones)… pero los bancos y las grandes empresas están recuperando sus beneficios, sus dirigentes mejoran sus ingresos, la presión fiscal disminuye para los más poderosos. El capital está saliendo de su crisis. Una vez más, la estrategia que se presenta como salida de la crisis sigue siendo la de deprimir las condiciones de vida de los trabajadores para recuperar los beneficios. Y el deterioro tiene todas las trazas de no estar asociado a una coyuntura de la que se saldrá rápidamente, sino de ser permanente, estructural.
Con las medidas que se han impuesto con el argumento de la deuda las poblaciones no saldrán de la crisis. Y esto es muy grave. No sólo porque ellas están pagando con un fuerte y permanente deterioro de su situación las consecuencias de los remedios que se nos han prescrito, sino porque la medicina es equivocada y la economía de ninguna manera se va a recuperar con ella. Grecia y España lo demuestran. No vale que dentro de algún tiempo se lamenten como errores de política económica. No son errores, son opciones estratégicas que rescatan los intereses de los poderosos a costa de las clases populares.