Las redes stay-behind, que permiten a la OTAN controlar la vida política de los Estados miembros de la alianza atlántica, se construyeron a partir de las redes de resistencia al nazismo que los británicos habían organizado y apoyado durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la lucha contra el comunismo se utilizó para justificar la realización de todo tipo de operaciones en el propio Reino Unido (atentados terroristas bajo bandera falsa y asesinatos de republicanos irlandeses), en Europa continental (principalmente en Francia, en los países del Benelux, en los países nórdicos y hasta en la neutral Suiza) así como en África y Asia (por ejemplo, para dirigir la masacre de las poblaciones francófonas que cometieron los Khmers rojos en Cambodia.
Red Voltaire
Daniel Ganser
La verdad definitiva sobre la guerra fría no se escribirá nunca porque la Historia evoluciona constantemente en función de las sociedades que la hacen y la estudian. Los historiadores de numerosos países están de acuerdo, sin embargo, en que el hecho más importante de aquel periodo fue, desde el punto de vista de los occidentales, la lucha contra el comunismo a escala planetaria.
En ese combate, que marcó la historia del siglo XX como pocos sucesos lo han hecho, la antigua superpotencia colonial británica tuvo que renunciar a su hegemonía en beneficio de los Estados Unidos. Este último país utilizó la lucha contra el comunismo para acrecentar su propia influencia década tras década. Después del derrumbe de la Unión Soviética, acontecimiento que puso fin a la guerra fría en 1991, el Imperio americano garantizó para sí mismo un predominio jamás visto anteriormente en toda la historia.
En Gran Bretaña, el establishment conservador experimentó una profunda conmoción en 1917 cuando, por primera vez en la historia de la humanidad, se produjo la aparición de un régimen comunista en un lejano pero extenso país agrícola. Después de la Revolución rusa, los comunistas asumieron el control de las fábricas y anunciaron que los medios de producción serían en lo adelante propiedad del pueblo. En la mayoría de los casos, los inversionistas lo perdieron todo.
En su obra Los orígenes de la guerra fría, el historiador Denna Frank Fleming observó que muchos de los cambios sociales que aportó la Revolución de Octubre, como la abolición de los cultos y de la nobleza campesina, «hubiesen podido ser aceptados por los conservadores, en el extranjero, con el paso del tiempo, pero nunca la nacionalización de la industria, del comercio y de la tierra». El ejemplo de la Revolución rusa no fue seguido en ninguna parte. «J.B. Priestly dijo un día que la mentalidad de los conservadores ingleses se había cerrado en el momento de la Revolución rusa y no ha vuelto a abrirse desde entonces.» [1]
Ampliamente ignorada en el oeste, la guerra secreta contra el terrorismo comenzó por lo tanto inmediatamente después de la Revolución rusa, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos instauraron ejércitos secretos contra los nuevos países satélites de la Unión Soviética. Entre 1918 y 1920, Londres y Washington se aliaron a la derecha rusa y financiaron una decena de intervenciones militares en suelo soviético. Ninguna de ellas logró derrocar a los nuevos dirigentes. Pero sí dieron lugar a que las élites comunistas y el dictador Stalin albergaran profundas sospechas en cuanto a las intenciones del Occidente capitalista [2].
Durante los años subsiguientes, la Unión Soviética reforzó su aparato de seguridad hasta convertirse en un Estado totalitario que no vacilaba en arrestar en su suelo a los extranjeros sospechosos de ser agentes del Oeste. Al hacerse evidente que derrocar el régimen comunista en Rusia no era tarea fácil, Gran Bretaña y sus aliados dedicaron sus esfuerzos a impedir que el comunismo se extendiera a otros países.
En julio de 1936, el dictador fascista Francisco Franco intentó un golpe de Estado contra el gobierno de la izquierda española y, en el transcurso de la subsiguiente guerra civil, eliminó a la oposición y a los comunistas españoles. Gozó para ello del silencioso apoyo de los gobiernos de Londres, Washington y París. Si no hubo lucha contra el ascenso de Adolfo Hitler al poder fue en gran parte porque Hitler apuntaba contra el enemigo correcto: el comunismo soviético. Durante la guerra civil española, se permitió que los ejércitos de Hitler y de Mussolini bombardearan libremente a la oposición republicana.
Después de haber desencadenado la Segunda Guerra Mundial, Hitler lanzó contra Rusia tres grandes ofensivas, en 1941, 1942 y 1943, que estuvieron a punto de asestar al bolchevismo un golpe fatal. Entre todas las partes beligerantes, fue la Unión Soviética la que pagó el más alto tributo: 15 millones de muertos entre la población civil, 7 millones de muertos entre los soldados y 14 millones de heridos [3].
Según los historiadores rusos, haciendo caso omiso a los urgentes pedidos de Moscú, Estados Unidos –país que perdió 300 000 hombres en la liberación de Europa y Asia– se puso de acuerdo con Gran Bretaña para no abrir un segundo frente en el oeste, lo cual hubiese obligado a Alemania a movilizar tropas en esa dirección y, por consiguiente, a disminuir el número de efectivos alemanes en el frente ruso. La correlación de fuerzas no se invirtió sino después de Stalingrado, donde el Ejército Rojo finalmente se impuso a los alemanes y comenzó su avance hacia el oeste. Esto explica, también según los historiadores rusos, que los Aliados, temerosos de perder terreno, abrieran entonces rápidamente un segundo frente y, después de desembarcar en Normandía, salieran al encuentro de los soviéticos en Berlín [4] Ver también los artículos de Valentín Falin, historiador ruso en los archivos de la Red Voltaire.
Los historiadores británicos atestiguan la existencia de toda una serie de intrigas sucesivas que han influido en la conformación de los demás países y del suyo propio. «La Inglaterra moderna siempre ha sido un centro de subversión –a los ojos de los demás pero no a los suyos propios», observó Mackenzie después de la Segunda Guerra Mundial. «Lo que determina la existencia de ese espejo con dos caras: de un lado encontramos la percepción que existe en el extranjero de una Inglaterra intrigante, sutil y totalmente secreta; y del otro una imagen de honestidad, de simplicidad y de indulgencia que comparte una mayoría de los súbditos.» [5] Para Mackenzie, la legendaria guerra secreta que practican los británicos tiene su origen «en la historia de las “pequeñas guerras” que conformaron la historia del Imperio británico» [6].
Antes de la Segunda Guerra Mundial, los estrategas del ministerio de Defensa británico llegaron a la conclusión de que sus operaciones secretas debían «inspirarse de la experiencia adquirida en la India, en Irak, en Irlanda y en Rusia, o sea desarrollar una guerrilla con técnicas de combate similares a las del IRA» [7].
En marzo de 1938, poco después de la anexión de Austria por parte de Hitler, se creó en el seno del MI6 un nuevo departamento, llamado Sección D y encargado de desarrollar operaciones de subversión en Europa. La Sección D comenzó a formar comandos de sabotaje stay-behind en los países que se encontraban bajo la amenaza de agresión alemana [8]. En 1940, cuando parecía inminente la invasión del sur de Inglaterra, la «Sección D se dio a la tarea de diseminar reservas de armas y agentes reclutadores a través de toda Gran Bretaña, sin informarlo a nadie.» [9]
El reclutamiento y la dirección de los agentes stay-behind por parte de los miembros de la Sección D parecían desarrollarse en el mayor secreto: «La apariencia de aquellos desconocidos [los agentes de la Sección D], con sus trajes y sus autos negros, y la misteriosa impresión que dejaban no tardó en inquietar a la población», recuerda Peter Wilkinson, un ex agente del SOE. Los agentes secretos enfurecían también a «los responsables militares al negarse sistemáticamente a explicar las razones de su presencia o a hablar del contenido de sus misiones y al afirmar únicamente que todo aquello era altamente confidencial» [10].
Medio siglo más tarde, la exposición del Imperial War Museum de Londres dedicada a las «guerras secretas» reveló al público cómo «la Sección D del MI6, conforme a la doctrina stay-behind, también había creado en Inglaterra ejércitos de resistencia bautizados “Unidades Auxiliares” y equipados con armas y explosivos». Esas primeras unidades Gladio de Gran Bretaña «recibieron un entrenamiento especial y aprendieron a operar detrás de las líneas enemigas según la hipótesis de que los alemanes invadiesen la isla. Gracias a una red de escondites secretos y de alijos de armas, debían realizar acciones de sabotaje y de guerrilla contre el ocupante alemán.» [11]
Como nunca se produjo la invasión, no se sabe si aquel plan hubiese funcionado. Pero en agosto de 1940 «un ejército bastante heteróclito» pudo desplegarse a lo largo de los litorales ingleses y escoceses del Mar del Norte, en los lugares más vulnerables a una posible invasión [12].
La zona de acción de la Sección D del MI6 se limitaba inicialmente al territorio británico. Así fue hasta julio de 1940, cuando el primer ministro británico Winston Churchill ordenó la creación de un ejército secreto bautizado con la denominación de SOE y destinado a «incendiar Europa apoyando a los movimientos de resistencia y realizando operaciones de subversión en territorio enemigo» [13].
Un memorando del ministerio de la Guerra fechado el 19 de julio de 1940 indica que: «El Primer Ministro ha decido también, después de consultar a los ministerios interesados, que una nueva organización debe crearse inmediatamente con la misión de coordinar todas las acciones de subversión y de sabotaje dirigidas contra el enemigo fuera del territorio nacional». El SOE se puso bajo el mando de Hugh Dalton, ministro de la Economía de Guerra.
Cuando los alemanes, después de la invasión de Francia, parecían haberse instalado allí por largo tiempo, el ministro Dalton señaló la necesidad de emprender una guerra secreta contra las fuerzas alemanas en los territorios ocupados: «Debemos organizar, en el interior de los territorios ocupados, movimientos comparables al Sinn Fein en Irlanda, a la guerrilla china que lucha actualmente contra Japón, a los irregulares españoles que desempeñaron un papel nada despreciable en la campaña de Wellington o, por qué no reconocerlo, movimientos comparables a las organizaciones que tan notablemente han desarrollado los propios nazis en casi todos los países del mundo».
Parecía evidente que los británicos no podían darse el lujo de no prestar atención a la vía de la guerra clandestina. Dalton agregó: «Esta “internacional democrática” debe emplear diferentes métodos, incluyendo el sabotaje contra las instalaciones industriales y militares, la agitación sindical y la huelga, la propaganda constante, los atentados terroristas contra los traidores y los dirigentes alemanes, el boicot y los motines.» Era necesario, por lo tanto, establecer, en el mayor secreto, un red de resistencia, recurriendo a los elementos más aventureros del ejército y de la inteligencia británicos: «Lo que necesitamos es una nueva organización que coordine, inspire, supervise y asista a las redes de los países ocupados que tendrán que ser los actores directos. Para ello tendremos que poder contar con la más absoluta discreción, con una buena dosis de entusiasmo fanático, con la voluntad de cooperar con personas de diferentes nacionalidades y con el apoyo incondicional del poder político.» [14]
Bajo la protección del ministro Dalton, el comando operacional del SOE fue puesto en manos del general de división Sir Colin Gubbins, un hombrecito seco y flaco, originario de los Highlands y con bigote, que desempeñaría en lo adelante un papel determinante en la creación del Gladio británico [15]. «El problema y su solución consistían en estimular y permitir que los pueblos de los países ocupados perjudicaran en la mayor medida posible el esfuerzo de guerra alemán a través del sabotaje, la subversión, negándose a trabajar, realizando operaciones relámpago, etc…», describió Gubbins, «y, al mismo tiempo, preparar en territorio enemigo fuerzas secretas organizadas, armadas y entrenadas que solamente debían intervenir en el momento del asalto final.» El SOE era en realidad el precursor de la Operación Gladio, puesto en marcha en medio de la Segunda Guerra Mundial. Gubbins resume este ambicioso proyecto en los siguientes términos: «A fin de cuentas, aquel plan consistía en hacer llegar a las zonas ocupadas una gran número de hombres e importantes cantidades de armas y explosivos». [16]
El Special Operations Executive (SOE) empleaba a una gran parte de los efectivos de la Sección D y acabo convirtiéndose en una organización de gran envergadura, que contaba en sus filas con más de 13 000 hombres y mujeres y operaba en el mundo entero en estrecha colaboración con el MI6. Aunque realizó varias misiones en el Extremo Oriente, desde bases de retaguardia situadas en la India y en Australia, el principal teatro de operaciones del SOE seguía siendo el oeste de Europa donde se dedicaba casi exclusivamente a la creación de ejércitos secretos nacionales.
El SOE estimulaba el sabotaje y la subversión en los territorios ocupados y establecía núcleos de hombres entrenados capaces de prestar asistencia a los grupos de resistencia en la reconquista de sus respectivos países. «El SOE fue durante 5 años el principal instrumento de intervención de Gran Bretaña en las cuestiones políticas internas de Europa», precisa el informe del British Cabinet Office, «un instrumento extremadamente poderoso» ya que era capaz de ejecutar gran cantidad de tareas, «Mientras el SOE estuviese en acción, ningún político europeo podía creer en la renuncia o la derrota de los británicos». [17]
Conocido durante mucho tiempo bajo la denominación codificada de «C», Sir Stewart Menzies fue el director del MI6 desde 1939 hasta 1952. Garantizó la continuidad del stay behind después de la victoria contra los nazis. © E.O. Hoppé.
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