La religión jainista pone mucha atención en el aparigraha, el desapego de las cosas materiales a través del control de uno mismo, penitencia, limitación voluntaria de las necesidades y consecuente disminución de la agresividad. El vegetarianismo es un modo de vida para un jainista, teniendo su origen en el concepto de jīva dāya (‘compasión por los seres vivos’) y el a-himsá (la no violencia). La práctica del vegetarianismo es vista como un instrumento para la práctica de la no violencia y la coexistencia pacífica y cooperativa. Los jainistas son vegetarianos estrictos (dieta vegana) que consumen solamente seres sin sentidos (sin sistema nervioso), principalmente del reino vegetal. Si bien la dieta jainista implica el aniquilamiento de cosas sin mente como son las plantas, esto se ve como la forma de sobrevivir que causa el mínimo de violencia hacia los seres vivos (muchas formas vegetales como frutas o raíces son mejor vistas por el Jainismo por comportar simplemente la extracción de una parte de la planta y no su destrucción total).
Aparte de las escrituras antes indicadas, se supone que existieron libros en tiempos remotos, pero que se han perdido. Pero los jainistas creen que estas escrituras fueron transmitidas oralmente a los sacerdotes a lo largo de las generaciones. Y creen que siempre están apareciendo reencarnaciones de los antiguos profetas que revelan de nuevo su contenido, en la medida en que la gente y los tiempos estén preparados para recibir tales enseñanzas. Sólo se han conservado fragmentos de los textos perdidos, pero su contenido es realmente asombroso, tales como: “Cómo viajar a tierras lejanas por medios mágicos; Cómo hacer milagros; Cómo transformar las plantas y los metales; Cómo volar por los aires”. También en la literatura sánscrita se describe el vuelo por los aires. Según las enseñanzas jainistas, la época en que vivimos no es más que una entre muchas. Antes de nuestro tiempo hubo otros periodos cósmicos y dentro de poco tiempo empezará una nueva época. Estas épocas nuevas siempre vienen anunciadas por veinticuatro profetas, los tirthamkaras. Los profetas de nuestra época están naciendo ahora, o quizás ya sean adultos. Los líderes religiosos del jainismo dicen conocer sus nombres y otros detalles de sus vidas.
El primero de estos profetas (tirthamkaras) fue Rishabha y se dice que vivió en la Tierra durante unos increíbles 8.400.000 años. Rishabha era un gigante, pero los patriarcas que lo sucedieron fueron cada vez menos longevos y menos altos. Pero, no obstante, el vigésimo primero, que se llamaba Arishtanemi, llegó a vivir 1.000 años y medía diez codos de alto. Sólo los dos últimos, Parshva y Mahavira, alcanzaron una edad razonable. Parshva vivió cien años y sólo medía 2,74 metros de estatura, mientras que Mahavira, el vigésimo cuarto tirthamkara sólo alcanzó los 72 años de edad y sólo medía 2,12 metros. Los jainistas sitúan la aparición de lostirthamkaras en unos tiempos increíblemente remotos. Se supone que los dos últimos, Parshva y Mahavira, murieron en el 750 y en el 500 a. C, respectivamente, mientras que el sucesor del primer patriarca Rishabha estuvo presente durante unos 84.000 años. Estos astronómicos números que se nos presentan deberían llamar la atención a los investigadores de mitos y de los teólogos. La razón es que tenemos un núcleo de tradiciones que se relatan en muchos libros considerados sagrados.
En la antigua lista de los reyes babilónicos se cuentan diez reyes desde la creación de la Tierra hasta el Diluvio, que reinaron durante un total de unos 456.000 años. Después del Diluvio, «volvió a bajar del cielo el reino una vez más», y los 23 reyes siguientes reinaron durante otros 24.000 años. A los patriarcas bíblicos también se les atribuyen edades increíbles. Se dice que Adán vivió más de 900 años; Enoc tenía 365 años cuando ascendió en un carro de fuego, mientras que su hijo Matusalén vivió 969 años. En el antiguo Egipto el sacerdote Manetón dejó escrito que el primer monarca divino de Egipto había sido Hefaisto, que también había traído el don del fuego. Después de él vinieron Cronos, Osiris, Tifón, y Horus, hijo de Isis. Después de los dioses, los descendientes de los dioses reinaron durante 1.255 años. Y después vinieron otros reyes que reinaron durante 1.817 años. Tras esto, otros 30 reyes reinaron durante 1.790 años. El reino de los espíritus de los muertos y de los descendientes de los dioses abarcó 5.813 años. El historiador Diodoro de Sicilia, que hace 2.000 años escribió varias obras, confirma estas fechas. Desde Osiris e Isis hasta el reinado de Alejandro, que fundó la ciudad de Alejandría, en Egipto, se dice que pasaron más de 10.000 años; pero algunos dicen que ese periodo abarca en realidad unos 23.000 años. También el griego Hesíodo, en su obra “Mito de las cinco razas de la humanidad”, escribió (hacia el año 700 a. C.) que originalmente los dioses inmortales habían creado a los seres humanos: «Estos héroes de excelente origen, llamados semidioses, que en los tiempos anteriores a los nuestros residían en la Tierra sin límites…»
Los jainistas, como hemos visto, no son los únicos que relatan fechas tan astronómicas. Pero, además, muchos de sus escritos son revolucionarios desde el punto de vista de la ciencia moderna. Su concepto del tiempo, del kala, parece formulado por un físico actual. Su unidad de tiempo más pequeña es el samaya. Éste es el tiempo que tarda el átomo más lento en recorrer la distancia de su propia longitud. Una cantidad innumerable de samayas constituyen unavalika, y 1.677.216 avalikas componen un muhurta, que equivale a 48 de nuestros minutos. Treinta muhurtas equivalen a un ahoratra, que es la duración exacta de un día y una noche. Si multiplicamos 48 minutos (un muharta) por 30, obtenemos 1.440 minutos, que es exactamente el número de minutos que hay en 24 horas. Pero la medida del tiempo de los jainistas tiene millares de años de antigüedad, y se dice que fue comunicada a los seres humanos por seres celestiales. Quince ahoratras constituyen un paksha, que es medio mes; dos pakshas equivalen a un mes. Dos meses son una estación; tres estaciones son unayana o temporada. Dos ayunas valen un año, y 8.400.000 años son un purvanga. Pero el cálculo continúa: 8.400.000 purvangas constituyen un purva (16.800.000 años). La cuenta de los jainistas llega hasta increíbles números de 77 cifras. Más allá de estas cifras, los valores se dan en términos de conceptos concretos, semejantes a nuestros años luz, para una distancia tan enorme como 9.500.000.000.000 kilómetros. ¡Realmente asombroso!
Y para demostrar que todo esto no son simples fantasías, tenemos que los mayas de la América Central utilizan cifras igualmente mareantes, y también las relacionan con el tiempo y con el universo del mismo modo que los jainistas de la lejana Asia. Los jainistas tomaron también de sus maestros celestiales unas definiciones de lo que es el espacio que resultan sorprendentes, y que hacen comprensible la relación de éste con el misterioso concepto del karma. En los textos científicos de los jainistas, el átomo ocupa un punto en el espacio. Este átomo puede unirse con otros para formar un skandha, que abarca entonces varios puntos en el espacio o un número de éstos imposible de medir. Nuestra propia ciencia enseña lo mismo: dos átomos pueden formar una cadena de proporciones mínimas, pero también existen cadenas moleculares que contienen muchos millones de átomos. Estas cadenas atómicas producen sustancias y materiales de diversas densidades. Las enseñanzas jainistas distinguen seis formas principales de cadenas o conexiones de este tipo: Fino-fino: cosas que son invisibles; Fino: cosas que también son invisibles; Fino-áspero: cosas que son invisibles pero perceptibles por el olfato y el oído; Áspero-fino: cosas que se ven pero no se sienten, como las sombras o la oscuridad; Áspero: cosas que se reúnen por sí mismas, como el agua o el aceite; Áspero-áspero: cosas que no se reúnen sin ayuda exterior, como la piedra o el metal.
En el jainismo, hasta una sombra o un reflejo se consideran materiales, porque son producidas por una cosa. Ni siquiera el sonido se clasifica en la categoría de «fino-fino», sino que se considera una materialidad fina, resultado del «frote de grupos de átomos entre sí». Según esta enseñanza, la sustancia «fina-fina» puede penetrarlo todo y, por lo tanto, puede desempeñar una influencia modificadora sobre otras sustancias. La sustancia que penetra en un alma se expresa como karma, lo que nos vuelve a llevar al tema de la reencarnación. Se considera que el karma es eterno, lo que podría aportar una idea de inmortalidad de la esencia de cada ser. Actualmente se sabe que todo tipo de materia se puede reducir al nivel atómico. Y el mismo átomo está compuesto de partículas subatómicas, entre las que destaca el electrón, que oscila a un ritmo de 1023 veces por segundo. Actualmente los jainistas considerarían la materia de este electrón como «fina-fina»: ya que no es posible captarla y, además, es inmortal. El átomo actúa como «el espíritu dentro de la materia», de manera parecida a una onda de radio que penetra sustancias determinadas. Y resulta que los pensamientos de toda forma de vida influyen sobre sus obras. En línea con esto, el astrónomo y físico inglés Arthur Eddington escribió: «La sustancia del mundo es la sustancia del espíritu». Y Max Planck, ganador del premio Nobel de Física, dijo lo siguiente: “No existe la materia como tal. Toda la materia surge y se sustenta únicamente en virtud de una fuerza que hace oscilar las partículas”.
Toda existencia es un eslabón en una larga cadena y dado que nuestros pensamientos dirigen nuestros actos, estos actos dejan su rastro en nuestra mente y espíritu. Los jainistas conciben lo que llamamos «alma» como la materialidad «fina-fina» del cuerpo físico. Esta materialidad penetra el cuerpo como el electrón al átomo. El electrón pertenece al átomo, pero los dos no entran nunca en contacto entre sí. El átomo puede cambiar de posición, unirse a otros para formar cadenas moleculares gigantescas, y siempre estará acompañado de electrones; pero lo raro es que no son los mismos electrones, pues el electrón «salta» de un átomo a otro, por ejemplo, cuando se le aplica calor. Y en la misma milmillonésima de segundo en la que un electrón salta a un nuevo átomo, otro electrón ocupa el lugar que deja vacío. De modo que tenemos una actividad «fina-fina» eterna e inmortal, una oscilación más allá del átomo material. Los jainistas ven el karma del mismo modo. No importa qué le suceda al cuerpo físico, que lo incineren o se pudra bajo tierra: el karma sigue siendo inmortal. Este karma contiene toda la información sobre la forma vital a la que pertenece. A lo largo de la vida pensamos y sentimos; estos pensamientos y estos sentimientos se trasponen sobre la sustancia «fina-fina» del karma.
Cuando este karma se forma sobre un nuevo cuerpo, ya contiene toda la información de su existencia anterior y sigue conteniéndola para toda la eternidad. Pero, dado que el fin último de la vida es alcanzar un estado de serenidad absoluta, siendo uno con Brahma, el
karma nos conducirá a esa meta por una serie de innumerables reencarnaciones. Esta manera de pensar no está demasiado alejada de la filosofía actual y de los descubrimientos de la física moderna (ver el artículo “
La física moderna, ¿debe algunos de sus conceptos a civilizaciones remotas?”).
Lo que puede sorprendernos es que unas teorías tan complejas fueran enseñadas hace miles de años por unos maestros que se dice que aparecieron de las profundidades del universo. La última época de los jainistas comenzó hacia el 600 a. C. con el último de los 24
tirthamkara, llamado
Mahavira, que era el hijo de un rey cuyo embrión se dice que fue implantado en el vientre de su madre, la joven reina, por seres celestiales. Un tema recurrente en muchas de las tradiciones existentes. Se espera que todos estos maestros celestiales de la Antigüedad reaparecerán, reencarnados en nuevos cuerpos. Existen muchas pinturas jainistas antiguas en las que aparece representado el vigésimo cuarto
tirthamkara, el profeta
Mahavira.
Por encima de la procesión en su honor flotan cinco misteriosas aeronaves celestiales.
Pero existen diferencias apreciables entre las expectativas del regreso de los dioses por parte de los jainistas y por parte de los cristianos, musulmanes o judíos. Estos últimos creen que aparecerá un Mesías que los juzgará, y mientras los fieles disfrutarán de la gloria celestial los infieles se asarán en el infierno. Los jainistas son más originales y no esperan a un solo salvador, sino a varios a la vez. Los profetas o tirthamkaras regresan constantemente, en cada una de las épocas. Después de su aparición no hay un fin del mundo definitivo, no se alcanza el gozo celestial ni tampoco la condenación eterna, sino que comienza un nuevo acto en el teatro del universo. Los tirthamkaras tienen menos de salvadores que de ayudantes. Preparan a los seres humanos para la época siguiente. Por eso se reencarnan como seres humanos, tal como vemos en las profecías de Enoc cuando se refieren al «hijo del hombre». Pero su sustancia y su conocimiento kármico proceden del universo. Son extraterrestres los que implantan el embrión en el vientre de la mujer virgen. Y es importante tener en cuanta que estas ideas proceden de hace varios miles de años antes del nacimiento de Cristo, por lo que los jainistas no pueden haber tomado del cristianismo el concepto del nacimiento virginal.
No es de extrañar que unos maestros cósmicos tales como los tirthamkaras tuviesen grandes conocimientos en astronomía. De estas fuentes es de donde los jainistas aprendieron sus increíbles datos astronómicos. Sus enseñanzas muestran que fueron capaces de medir las dimensiones del universo. Su unidad de medida era el rajju, la distancia que recorre Dios volando en seis meses (curiosa unidad de medida, que sugiere un dios muy “humano”), cuando viaja a 2.057.152 yojanas por segundo (sea cual sea la correspondiente unidad de tiempo nuestro a la que la asimilemos, estamos hablando de velocidades inimaginables). Las enseñanzas jainistas dicen que la Tierra está rodeada por tres capas, que se diferencian por su densidad: densa como el agua, densa como el viento y densa como un viento fino. Más allá está el espacio vacío. Es realmente asombrosa la semejanza con las conclusiones de la ciencia moderna, que nos habla también de tres capas: atmósfera; troposfera, que contiene nitrógeno y oxígeno; y estratosfera, con la capa de ozono. Más allá está el espacio interplanetario. Actualmente, la gente admite cada vez más la idea de que deben existir en el universo otras formas de vida aparte de las terrestres. Los jainistas lo han creído siempre: para ellos, todo el universo está lleno de formas de vida que están repartidas desigualmente por los cielos. Es interesante advertir que aunque reconocen la existencia de las plantas y de las formas de vida básica en muchos planetas diferentes, afirman que sólo en algunos planetas determinados existen seres dotados de «movimiento voluntario».
Los filósofos de la religión jainista describen las diferentes características que poseen los habitantes de los diversos mundos. Los cielos de los dioses dependen de los Kalpas, que son un período de tiempo que comienza con la creación del Universo y termina con su destrucción y la total vacuidad en el espacio. Un kalpa consiste de cuatro períodos: el período de la creación, el período de la existencia, el período de la destrucción y el período del espacio vacío. En ellos, al parecer, se pueden encontrar maravillosos palacios voladores: unas estructuras voladoras que forman muchas veces ciudades enteras. Estas ciudades celestiales están alineadas unas sobre las otras de tal modo que los vimanas (los carros de los dioses) pueden salir en todas direcciones desde el centro de cada «nivel». Cuando termina una época y están a punto de nacer nuevos tirthamkaras, suena una campana en el palacio principal del «cielo». Esta campana hace que suenen campanas en los otros 3.199.999 palacios celestiales. Enseguida, los dioses se reúnen, en parte por amor a los tirthamkaras y en parte por curiosidad. Y a continuación, transportados por un palacio volador, visitan nuestro sistema solar, y comienza una nueva época sobre la Tierra.
En el budismo, el concepto fundamental de la redención aparece bajo una forma muy semejante a la del jainismo, que era una doctrina anterior a la llegada del Buda (560-480 a. C).Buda significa «el despierto» o «el iluminado» y su nombre propio era Siddharta. Nació en el seno de una familia noble y se crió entre lujos en el palacio de su padre, en las estribaciones del Himalaya, en Nepal. A los veintinueve años de edad abandonó su hogar y se dedicó durante siete años a la práctica de la meditación, buscando el camino del conocimiento. Pero en los tiempos del Buda, los dioses de la mitología ya llevaban mucho tiempo de existencia. Después de su iluminación, sintió que era la reencarnación de un ser celestial. Se puso a predicar a sus discípulos el sendero óctuple, que podría conducir a todas las gentes a la iluminación. El Buda estaba convencido de que el futuro traería a otros budas y en su discurso de despedida elMahaparinibbana-Sutta habla de estos budas del futuro. Profetizó a sus discípulos que uno de ellos llegaría en una época en que la India estaría abarrotada de gente y las ciudades y las aldeas estarían pobladas tan densamente como gallineros. En toda la India habría 84.000 ciudades; en la ciudad de Ketumati (la actual Benarés) viviría un rey llamado Sankha, que gobernaría a todo el mundo pero sin usar la fuerza, sólo por medio del poder de su rectitud. Y durante el reinado de este rey bajaría a la Tierra el sublime Metteya (también llamado Maitreya): un maravilloso y único «conductor de carros y conocedor de mundos», maestro de dioses y de hombres: en otras palabras, el Buda perfecto.
La profecía del Buda es semejante a las enseñanzas jainistas del regreso de los tirthamkaras. El budismo habla también de las diferentes épocas, que se comparan con una rueda que gira. La única diferencia es que en el budismo estas épocas tienen una duración astronómica. La idea de las cuatro épocas, o seis, en el jainismo, sorprendentemente también está presente en la mitología sumerio-babilónica. Es frecuente encontrar unas mismas cifras en culturas que están muy alejadas unas de otras. Según las crónicas babilónicas, los antiguos reyes o monarcas del cielo reinaban durante miles de años. La duración que se atribuye a los reinados de los dioses sumerios Anu, Enlil, Ea, Sin y Sama y Adad se asemejan mucho a las duraciones que se asignan a los yugas o épocas en la India (multiplicando por 100):
- Anu = 4.320
- Enlil = 3.600
- Ea = 2.880
- Sin = 2.160
- Sama = 440
- Adad = 432
- Kali-Yuga = 432.000
- Kali-Yuga = 360.000
- Deva-Yuga = 288.000
- Treta-Yuga = 216.000
- Dvapara-Yuga = 144.000
- Maha-Yuga = 4.320.000
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