A continuación tienes la oportunidad de enterarte de uno de los secretos mejor guardados por el Estado y la camarilla que ostenta el poder a través de los consejos de administración de las compañías eléctricas. Se trata del accidente en la central nuclear de Vandellós I del que, en su momento, se informó a la ciudadanía como de un percance sin importancia, no obstante la costosísima central se desmanteló con un coste a cargo del recibo de la luz que supone cuatro veces el coste de instalación. ¿Conoces a alguien que con un coche a medio uso sufra un pinchazo en una rueda y lleve el vehiculo al desguace? Pues esto es exactamente la milonga que se vendió y los medios de comunicación se lo comieron con patatas. La Empresa Nacional de Residuos (Enresa) asumió la titularidad de las instalaciones y puso en marcha el plan para proceder a su desmantelamiento, como no, a cargo del personal que sumisamente traga con todo, incluso cuando se trata de instalaciones en manos privadas y como veremos a continuación con palmaria responsabilidad por negligencia de la que nadie solicitó adeudo por los cuantiosos fondos aplicados en un Viva la Virgen donde el abogado del Estado y el fiscal hicieron que no se enteraban. Todo esto y más, finalmente, fue a parar a la tarifa.
Pero esta historia no se trata de un asunto meramente económico, va más allá: la vida de las personas estuvo en grave riesgo que se minimizó hasta tal extremo que si alguien se le ocurre teclear en Google: Vandellós I, lo más relevante aparece, escuetamente, en Vikipedia.org, si se clica “Información sobre Vandellós I CSN” aparece: Error interno del servidor. No desesperes, continuamos en la web del Consejo de Seguridad Nuclear, tecleamos Vandellós I nos lleva a unas pocas líneas “Instalaciones en desmantelamiento”. Si se clica de nuevo con “informe Vandellos I” te lleva a “Informe Vandellós II” otra incidencia que nada tiene que ver con lo que se solicita. Esta visto que de lo que se trata es de ocultar los hechos ocurridos ese fatídico día que se incendió la central nuclear. Vamos a ello.
A las 10 menos 20 minutos de la noche del 19 de octubre de 1989 sonó la alarma en el turbo alternador número dos de la central nuclear de Vandellós I. Al parecer, una de la ranuras de anclaje de una de las ruedas de la turbina principal sufrió una fisura, y, como consecuencia de la cual reventaron varias tuberías que produjeron sendos escapes de aire y aceite; debido al aumento repentino de la temperatura, explotaron varios cojinetes así como una borna que desató un importante escape de hidrógeno. Los acontecimientos sucedieron en cadena. Así, la combustión de la masa de hidrógeno causó nuevas explosiones, prendió en el aceite derramado por las tuberías rotas, y se desató un incendio de grandes proporciones, que ocasionó la paralización de gran parte de los sistemas que garantizaban el funcionamiento y la seguridad de la central. Tal es el caso de dos de los cuatro turbosoplantes, así como las bombas de refrigeración, que se quedaron inutilizadas al producirse una repentina inundación en la planta. Se tardaron dos días en poder controlar el fuego por completo y conseguir que el reactor dejara de emitir calor. A pesar de la magnitud del desastre, el informe emitido una semana más tarde por el Consejo de Seguridad Nuclear advirtió que no se había detectado fuga radioactiva alguna; aunque precisaba que tampoco debía descartarse del todo esta posibilidad, puesto que, debido a la inundación, el agua del mar se mezcló con el liquido radioactivo almacenado en las piscinas de residuos, y, a causa del espeso humo, los expertos del CSN no pudieron realizar las mediciones hasta pasadas unas horas del inicio del percance.
Permanentemente la central estaba forzada en su régimen de explotación funcionando con factores por encima del 80% de su capacidad. El incendio se produjo en la parte no nuclear de sus instalaciones. Pero inutilizó todos los circuitos de control del reactor, haciendo que desde la sala de control se perdiese la capacidad de interactuar con el proceso de fisión nuclear que se desarrollaba dentro del núcleo del reactor. Los circuitos de control se quemaron porque los cables no eran ignífugos. Los operadores de la sala de control perdieron el control del reactor y todavía hoy nadie sabe porque se paró la reacción en cadena, que de no pararse hubiera provocado una verdadera catástrofe parecida a la que tuvo lugar en Chernóbil. Este informe técnico, que no aparece por ninguna parte, revelaba algunos datos significativos que ponen de manifiesto que, aun admitiendo que no llegó a producirse fuga radioactiva, tan sólo una afortunada concatenación de casualidades evitaron que ésta llegara a producirse. En efecto, todo parece indicar que debe de achacarse a una suerte inmensa el que no se consumara un desastre que habría dejado en ridículo al mismísimo percance de Chernóbil o más tarde el de Fukushima.
Pero vayamos a los detalles que es donde está el quid de la cuestión. La investigación del Consejo de Seguridad Nuclear, revela que, en el momento de la combustión, el gas anhídrido carbónico (CO2) alcanzó una presión de 29,7 bars. Si se hubieran alcanzado los 30,1 bars, según el vaticinio de los expertos, las membranas de las válvulas de seguridad habrían cedido y se habría consumado la fuga tóxica a gran escala. Pero hay más daros relevantes y desalentadores. La temperatura del CO2 en la zona de los turbosoplantes alcanzó los 310º C, tan sólo 5º por debajo de la temperatura máxima tolerada por estas piezas y por encima de la cual dejan de ser herméticas. Por otro lado, tan sólo un milagro salvó de la quema la totalidad del combustible del reactor, lo que habría provocado una explosión de incalculables proporciones. Así fue, puesto que de los cuatro turbosoplantes que garantizaban la refrigeración dos quedaron inservibles y los otros dos se vieron sumergidos por la inundación hasta su mitad. El agua estuvo a punto de superar el nivel de los ejes, en cuyo caso también se habrían parado. Bien, ya hemos visto el nivel de riesgo que se asumió y la suerte adjudicada a la Divina Providencia que se cernió en la central nuclear. Con este desolador relato de lo ocurrido no es de extrañar que el informe técnico se pierda por los siglos de los siglos. La historia de lo que pasó tienen su enjundia por lo que es necesario volver al principio.
La crónica de la muerte anunciada de la central de Vandellós I comienza el 21 de febrero de 1986. En esta fecha, el director del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) envía un escrito al director de Hispano Francesa de Energía Nuclear S.A. (Hifrensa) propietario de la central, Mariano Mataix, instándole a llevar a cabo en la central de Vandellós las medidas acordadas en el último pleno del CSN. Ante la desidia de los directivos de Hifrensa, se reproduce la escena meses más tarde. En junio, es el propio presidente del organismo estatal para la seguridad nuclear, Francisco Pascual, quién se dirigió al presidente del Consejo de Administración de Hifrensa, Jaime Carrasco, reclamándole tomar urgentemente cartas en el asunto, y lo mismo en diciembre de aquél año. Pero, ante el hecho evidente que todas las instancias con responsabilidades en la central no mostraban gran interés por la seguridad de la misma, el CSN propuso al Ministerio de Industria que se sancionara a Hifrensa. El último aviso antes del accidente esta fechado en 1988. De las reformas exigidas por el CSN en la central de Vandellós tan sólo dos se habían llevado a cabo en el momento del incendio. De las restantes, dos se echaron claramente en falta la noche del percance. Se trataba, por un lado, de dotar de un sistema de protección del sistema eléctrico, de modo que este quedara independiente de la zona de turbo soplado. Por otro lado, también se exigía instalar un sistema de ventilación de emergencia en caso de parada de los turbosopladores.
Nada de esto se hizo, pero, si la negligencia de los responsables de Hifrensa parece obvia antes del accidente, esta quedó en franca evidencia durante el mismo. Así, al tener noticia de lo que ocurría, ni siquiera se activó el plan de emergencia interior de la central, se informó con vaguedad y media hora de retraso al CSN y al Gobierno Civil de Tarragona, de tal modo que, no se pudo aplicar correctamente el plan de emergencia nuclear de la provincia de Tarragona a causa de la falta de información precisa. Por todo ello Hifrensa fue sancionada por el gobierno con una multa de 40 millones de pesetas, que lógicamente también van con cargo a la tarifa. Una pregunta tonta ¿Si la central nuclear es privada y los beneficios que proporciona corresponden a una empresa privada como es que cuando se escacharra pasa a ser pública? ¿No tendrían que forzarles a una insolvencia punible? El recibo de la luz traga con todo y los españolitos ni se enteran. Ojos que no ven corazón que no siente.
Un gigante con los pies de uranio
Los años sesenta, conocidos en España como los años del desarrollo, trajeron, entre otras novedades, la de las centrales nucleares, que empezaron a construirse en un clima de total euforia ante el invento. Las nuevas plantas suponían una buena oportunidad para el régimen de ponerse a la altura de las grandes potencias productoras de energía, y al mismo tiempo, se veían como una forma barata de producir electricidad a gran escala. En este clima se puso la primera piedra a la central de Vandellós, que conjuntamente con las de Zorita y Santa María de Garoña, estaban llamadas a ser las pioneras de la producción de energía atómica en España, las denominadas “centrales de primera generación”, que empezaron a operar a principios de los años 70. Para poner en marcha Vandellós se constituyó la sociedad Hispano Francesa de Energía Nuclear S.A (Hifrensa) en 1966, con un capital inicial de mil millones de las antiguas pesetas, y de la que formaban parte Fuerzas Eléctricas de Cataluña S.A. (Fecsa), Empresa Nacional Hidroeléctrica Ribagorzana (Enher) y también Fuerzas Hidroeléctricas del Segre, reorganizadas en ENDESA, además de Electricité de France, quien puso la tecnología de la futura planta. La construcción y puesta en marcha de la central supuso una inversión total de 11.000 millones de pesetas. Precisamente la presencia francesa fue lo que dio a la central de Vandellós su carácter distintivo respecto al resto de instalaciones españolas de este tipo. Realizada, en efecto, según el modelo nuclear francés, este se caracterizaba por producir energía a través de la combustión de uranio natural, en lugar de uranio enriquecido como ocurría, por ejemplo, en el caso de las centrales nucleares estadounidenses.
Ello abarataba sobremanera los costes de adquisición de elemento combustible; los franceses, además, hacían un buen negocio ya que una vez utilizado, el uranio se trasladaba al país vecino donde se reciclaba con fines nunca aclarados (se especulaba que se pudo haber usado en la industria militar). La central usaba el grafito como moderador, se refrigeraba con gas anhídrido carbónico y era capaz de producir una potencia eléctrica de 480 Megawatios. El correr de los tiempos vio como las buenas perspectivas iniciales se deshacían paulatinamente. Vandellós llego a producir, ciertamente, un elevado porcentaje de la electricidad consumida en Cataluña, pero si bien la construcción de la central había sido relativamente barata, no puede decirse lo mismo de su mantenimiento debido al alto valor contaminante del grafito radioactivo. Además, durante los años setenta, las primeras noticias de fugas radiactivas y otros percances, despertaron el debate público respecto a la seguridad de las centrales atómicas, que cimentó una corriente ecologista decididamente contraria a las mismas.
Así, por ejemplo, cuando en 1980 se planteó la posibilidad de levantar un nuevo reactor nuclear en la localidad tarraconense de Vandellós, en el lugar llegó a celebrarse un referendo popular para dar el visto bueno al mismo. Ni que decir tiene que la consulta tuvo mucho de anecdótico, puesto que, en una localidad donde la mayoría de puestos de trabajo dependían del gigante nuclear, el si estaba asegurado. Finalmente, la nueva planta, construida con tecnología norteamericana, vería finalmente la luz en 1987, por lo que a partir de entonces paso a hablarse de Vandellós I y Vandellos II. En 1986, el grave accidente de la central nuclear soviética de Chernóbil puso el definitivo grito en el cielo respecto al peligro de las instalaciones nucleares. En toda Europa se habilitaron a marchas forzadas planes de urgencia para reforzar la seguridad de las plantas, y en algunos casos se fueron retirando los permisos de explotación de las más obsoletas.Así ocurrió, por ejemplo, con muchas de las 33 centrales construidas siguiendo el modelo francés de combustión de uranio natural. De todas ellas, tan solo las cuatro que operaban en Francia, y que tenían permiso de explotación hasta 1994 y otra sita en Japón, se mantenían en funcionamiento a mediados los años ochenta.
En el caso de la central francesa de Sant Laurent des Eaux, que siempre se considero gemela y modelo de referencia de Vandellós I, se aplicaron importantes reformas en aras de la seguridad en caso de incidente. Entre ellas se instalo un quinto turbosoplante de emergencia para evitar la paralización total del sistema de turbosoplantes en caso de avería, lo que habría provocado el incendio de todo el grafito contenido en el reactor. Los turbosoplantes se encargan de transformar el vapor de agua producido en el núcleo en energía eléctrica. Mientras tanto, los responsables de Vandellós I dejaron de repente de mirarse en el espejo de su modelo francés y no instalaron ninguno de los dispositivos de seguridad, ni tan siquiera el quinto turbosoplante exigido. Se excusaron en los altos costes económicos, como si la seguridad de la población tuviera algún precio. Ni tan siquiera las reiteradas advertencias del Consejo de Seguridad Nuclear hicieron efecto en la dirección de la central, pues tan solo llevaron a cabo una pequeña parte de las medidas que se les exigían.
En los meses previos al incendio del 19 de octubre de 1989, el desastre se mascaba por momentos, puesto que, -como se supo después, la dirección de la central se encargo de ocultarlo- a lo largo de 1989 sus dos turbogrupos registraron hasta un total de 13 incidencias que obligaron a paralizar la producción momentáneamente. Los problemas eran cada vez mayores e incluso, once días antes del siniestro, se produjo una fuga de hidrógeno de características similares a la ocurrida con el incendio que dio la estocada definitiva a la central, aunque, en este caso, ni tan siquiera se paralizó la producción completamente. De todo ello nada se informó a las autoridades civiles, o sea, que no se activo ninguno de los planes de emergencia previstos. En este orden de cosas, sobrevino lo que estaba cantado. Fuego en uno de los turboreactores y una espesa humareda que no permitió ocultar por más tiempo a la opinión pública la gravedad de la situación. De este modo, en el plazo una noche, el enfermo terminal pasó a ser el primer y más ilustre cadáver de la carrera nuclear española. Y ello a pesar de la insistencia del propio director de la central, quién, quizás acostumbrado al constante peligro, afirmaba en días posteriores al percance que la central podía seguir operando como si tal cosa. Pero no hubo nada que hacer.
Días después, el ministerio de Industria, a instancias del Consejo de Seguridad Nuclear, retiraba el permiso de explotación de Vandellós I a Hifrensa, y en mayo del año siguiente el gobierno decretaba el finiquito de la instalación. Se activaba de este modo el epilogo de la historia de la central: su desmantelamiento, la lenta ceremonia fúnebre que finalizara, si las previsiones se cumplen, dentro de unos treinta años. Un proceso que se inició en 1995 cuando la Empresa Nacional de Residuos (Enresa) asumió la titularidad de las instalaciones y puso en marcha el plan para proceder a su desmantelamiento, cuyo coste se evaluó en unos 54.000 millones de pesetas. El operativo constaba de dos fases. En la primera, que se inició en 1996, se retiraron todas las partes convencionales de la central así como las zonas radioactivas de soporte del reactor principal. Los residuos se trasladaron al depósito nuclear de E1 Cabril (Cordoba). Una vez que finalizó el desmontaje de la central nuclear se abrirá una moratoria de unos 25 años durante los cuales los niveles de radioactividad del combustible almacenado en el reactor se espera que disminuyan hasta un 5 %. Se cambiará, pues, tiempo a cambio de riesgo de contaminación y coste económico. Será aproximadamente hacia el año 2030 cuando se derribe el vetusto reactor y en el lugar que aún hoy ocupa vuelva a crecer —si es que un día vuelve a crecer— la hierba.
El juego de las diferencias
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