Difícil no llorar sonriendo al ver una cosa así, …aunque proceda de medios de desinformación masiva, gracias. Ra Station Club
“Si quiero cambiar el mundo a mi alrededor he de comenzar cambiándome a mí mismo”. Mahatma Gandhi
Difícil no llorar sonriendo al ver una cosa así, …aunque proceda de medios de desinformación masiva, gracias. Ra Station Club
“Si quiero cambiar el mundo a mi alrededor he de comenzar cambiándome a mí mismo”. Mahatma Gandhi
ÚN | Entremujeres.- Una encuesta de las revistas Shape y Men’s Fitness relacionó a la sexualidad con el uso de Internet y los teléfonos celulares. Sus resultados:
– 80% de las mujeres y 58% de los hombres encuestados piensan que el uso de redes sociales lleva a practicar sexo antes.
– Sin embargo, sólo el 38% de las mujeres reconoce que el contacto digital influyó para que vayan antes a la cama.
– Cyber-levante: más de 60% de los encuestados dijo que había conseguido una cita por mensaje de texto. Cerca de un 50% lo hizo por un mensaje en Facebook.
– Los hombres mandan mensajes 39% más seguido de lo que llaman por celular. Las mujeres lo hacen 150% más.
Todos jugamos al CSI en red
– 70% de las mujeres y 63% de los hombres usan Google y otros buscadores para averiguar datos de sus futuras citas.
– Cuando están en pareja, 72% de las mujeres examinan en Facebook los perfiles de las ex mujeres de su novio.
¡Adiós, amor!
– Más del 80% de los encuestados dijo que no eliminaría a un ex de Facebook.
– 75% revisa con frecuencia el perfil de su ex pareja.
Fuente: Encuesta de Shape y Men Fitness
http://www.ultimasnoticias.com.ve/movil/detallenota.aspx?idNota=111055
Una colaboración de Marge que nos presenta al amigo de Lobsang Rampa.
“Los ovnis y los desastres naturales”. Así retituló Crónica TV un viejo programa donde Pinky y Lucho Avilés entrevistan al “profesor”Pedro Romaniuk en el ciclo “El pueblo quiere saber”, emitido allá por el año 1988, justo después de la única visita que hizo Claude “Rael” Vorilhon a la Argentina, cuando dio una charla en el estadio Obras Sanitarias.
El título es oportunista, acaso sin la desgraciada catástrofe humanitaria en Japón no hubiésemos vuelto a ver este programa. Fue impactante haber visto a Romaniuk tan joven, tan asertivo y tan sudorosa su calva fantasiosa. Casi de un soplo don Pedro suelta todos los temas que leí en sus libros, sus entrevistas y nuestros encuentros poco programados, el
camino que recorrí antes de Profeta mirando al Sudeste, el cuarto capítulo de Invasores. Historias reales de extraterrestres en la Argentina, que escribí cuando Romaniuk vivía y cuya muerte, el 21 de febrero de 2009, me obligó a añadir una nota al límite de la imprenta.
Ya no pensé que su discurso supercalifragilístico, y un puñado de verdades intergalácticas que solo captarán mentes preparadas, me iba a conmover (lástima no haber estado ahí para hacer alguna pregunta inconveniente): niños superdotados que asombran a sus padres por sus superpoderes, hombres humildes elegidos por los extraterrestres por su “pureza” para recibir su mensaje, la aplastante realidad de seres de otros mundos encadenados en citas en inglés de supuestos científicos que le contaron la posta a él y a nadie más que a él, junto con otros datos absolutamente fidedignos de sitios y experiencias extraordinarias, que solo Romaniuk sabe y el pueblo, que quiere saber, debe resignarse a creer: ante la autoridad de Romaniuk se ha manifestado la Verdad y él la revela sin chistar, con la seguridad del loco, pero ¿qué clase de loco ocupa el centro de un programa de televisión?
De pronto, las preguntas adulonas sobre lo que Romaniuk “sabe” dejan paso a otras donde chisporrotea el escepticismo. “¿Esto no es un poco fantasioso, profesor?”, atiza el parche Lucho. A una chica le preocupa que no se sepa de dónde saca lo que dice, pero todavía no se anima a desconfiar. Y, en eso, brilla la prematura pelada justiciera de un jovial Luis Burgos, presidente de la Fundación Argentina de Ovnilogía, quien inesperadamente ¡le pide pruebas! Romaniuk, seguro en el altar de su pseudociencia religiosa, no se las da, o la patea a un destacamento militar de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, más o menos como hace Burgos ahora con sus naves perfectamente invisibles.
La orientación religiosa del relato de Romaniuk, que para mí y para otros cuantos es tan obvia, no parece visible para buena parte del público que pregunta, inmerso en el mismo universo de sentidos cósmicos.
El fin del mundo, en definitiva, no es el fin del mundo sino el final de una era, dice Don Pedro, pero el hombre había sellado su destino con la bomba atómica, porque en su alma envilecida por la tecnología anida el Mal y no tiene otro destino posible, salvo salvar hombres buenos, santos y rubios (y tal vez algunas mujeres). Si le preguntan y entonces en qué quedamos, él pateará la duda a cualquier ángulo o dedicará una sonrisita sobradora o evolucionada o tratará de despistar con otra pregunta.
Don Romaniuk también presenta una filmación “realizada por el coronel Wendelle Stevens” (aunque ella procede de la cantera fotográfica de su socio, el contactado con seres de Las Pléyades Billy Meier) y, si bien a nadie le llama la atención la oscilación tosca del platillo alrededor del árbol, que desnuda el infantil fraude, una Pinky hasta entonces poco maliciosa desliza que las naves de Star Wars son más convincentes.
Ya por esas fechas, los emisarios del Todo Poderoso eran seres superiores que venían para rescatar a la parte sana de la humanidad. Ante la mera mención de la posibilidad contraria Don Pedro no vacila en anular la sexualidad extraterrestre, cuya cópula es de órden mental. Después de todo -aclara- María parió virgen. Avilés ve que para “el profesor” no había diferencias entre dios y los extraterrestres. La irritación del conductor se torna evidente: Romaniuk había osado tocar el dogma de la Inmaculada Concepción. “¿Entonces usted quiere decir que la virgen María fue fecundada por un E.T.?”. Avilés le pide “credibilidad”. A esa altura, ruego más incongruente era inimaginable.
¿Valió la pena ver el programa hasta el final? Sí, sobre todo para ver cómo Avilés y Pinky detectaron el clasismo implícito en el cristianismo extraterrizado que profesaba Romaniuk. “Entonces ellos solo se van a llevar a los que tienen aura o no se cuántos millones de neuronas”, plantearon. “¿Qué va a pasar con el resto de los mortales?”.
Romaniuk contestó con un epitafio: “Que Dios se apiade de sus almas”.
http://factorelblog.com/2011/04/05/don-pedro-romaniuk-catedra-de-clasismo-intergalactico/
Hoy vamos a comenzar algo nuevo de lo que estoy especialmente orgulloso.
Este blog va a tener la primicia de un libro que no se ha editado aún.
El libro es un resumen de otro gran libro, en palabras del autor, BillQuick: “Este libro, que estoy en proceso de publicar en formato de libro electrónico en kindle amazon, procura poner la enseñanza de Sri Nisargadatta Maharaj al alcance de aquellos que no están dispuestos, por el momento, a leerse las 700 páginas de “YO SOY ESO”
¿Quien es BillQuick, El autor de nuestro libro?
En el año 1972, Bill Quick era un joven trotamundos en busca de fama, dinero y sexo. Un día, mientras escuchaba la famosa canción “My Sweet Lord” del Beatle George Harrison, ocurió algo extraordinario que cambió su vida para siempre: conectó, de forma espontánea, con la Realidad más allá de las apariencias. Fue tal el impacto de esa revelación, que decidió dedicar el resto de su vida a la búsqueda espiritual.
Su autobiografía nos narra, de forma amena, y con un fino sentido del humor, las aventuras y desventuras de un buscador de nuestros tiempos a la vez que nos sirve de introducción a la sabiduría de un genio espiritual que todos deberíamos conocer: Sri Nisargadatta Maharaj.
http://donnadiemaharaj.blogspot.com.es/2006/01/la-autobiografa-de-un-don-nadie-la-luz.html
Para los que querías conocer más, su autobiografía decir que está escrita en su libro: “Autobiografía de un Don Nadie” (a la luz de la sabiduría de Nisargadatta Maharaj) está disponible como e-book en la plataforma Kindle.
INTRODUCCIÓN AL ÁMBITO SAGRADO DE LA EXISTENCIA
Imagine el lector/lectora que va caminando por un sendero muy, muy largo; delimitado, a ambos lados, por altos muros de piedra. El muro del lado derecho tiene ventanas a intervalos regulares y, cuando uno se asoma por ellas, observa situaciones de todo tipo, como las que ocurren en la vida cotidiana: un encuentro romántico, un niño en la escuela, un drama familiar, una fiesta, un debate político, una guerra, etc.
Asomarse a cualquiera de estas ventanas equivale a quedar atrapado en un drama particular. Los seres humanos somos curiosos por naturaleza y, nos volvemos adictos a todo lo que estimula nuestra curiosidad. Por lo tanto, si al asomarnos por la ventana vemos a un joven matrimonio comprando un apartamento; de inmediato queremos saber quiénes son, como se llaman, a qué se dedican, si tienen hijos y mil cosas más. Y, mientras más miramos, más nos involucramos en la situación, hasta el punto que tenemos que hacer un esfuerzo considerable para arrancar nuestra atención de lo que nos distrae y tomar conciencia de nosotros mismos.
Ahora bien, imagine el lector/a que, mirando a través de una ventana, observa crueldades, injusticias y sufrimientos que le hacen hervir la sangre. Y grita con indignación: “¡Esto no puede seguir así!”. “¡Hay que hacer algo!”
Justo entonces otra persona, de las muchas que caminan por el sendero, se le acerca y le dice: “Querido amigo/a, permítame decirle que la naturaleza del lado derecho es dual, oscila siempre entre dos opuestos: lo agradable y lo desagradable, el placer y el dolor, la confianza y el miedo. A veces se inclina más de un lado que de otro, pero no hay forma de equilibrarlo permanentemente; siempre está cambiando”.
Y luego añade: “Pero no se desanime. No es necesario sufrir. Si lo que busca es armonía y paz, simplemente mire hacia el lado izquierdo. Si mira con atención, observará que, ocasionalmente, aparecen puertas perfectamente disimuladas en la estructura del muro. Cuando vea una, deténgase y espere pacientemente hasta que se abra, crúcela sin titubeos, y se hallará usted ante la maravilla de un mundo sin sufrimiento, más luminoso y feliz de lo que pudiera usted jamás imaginar”.
Usted escucha al extraño con escepticismo y le responde: “¡Qué maravilla! Gracias por la información. En cuanto pueda haré lo que me dice, pero ahora mismo no puedo porque en esta ventana están pasando un partido de fútbol que me interesa mucho y, después, tengo que ir a ver qué ha pasado con la pareja que compró el apartamento”.
Al día siguiente se tropieza de nuevo con el extraño, quién le pregunta si ha visitado el lado izquierdo y usted responde: “No, no he podido, es que acaba de ocurrir una inundación y hay heridos. Tengo que mirar por esa ventana, después hablamos”.
Y así pasan los días y usted, nunca encuentra el momento para desplazarse hasta el lado izquierdo del sendero. Está tan involucrado con todo lo que ocurre a su alrededor que no es capaz de separarse de ello ni por un momento. Se ha convertido en un adicto. Hasta que un día, más por pena que por interés, usted cruza hacia el lado izquierdo y observa la pared momentáneamente. Justo entonces, alguien grita su nombre desde una de las ventanas del lado derecho y usted sale corriendo a toda velocidad para ver de qué se trata. Y nuevamente cae en la trampa. Está usted, como casi todo el mundo, hipnotizado por el mundo de la materia.
El lado izquierdo del sendero representa la antesala del ámbito espiritual. Es un mundo más elevado que trasciende el alcance de los sentidos. No se puede ver ni se puede tocar, pero se puede sentir. Es algo sumamente profundo, de una naturaleza tan infinitamente vasta, gloriosa y feliz, que es imposible comprenderla desde el lado derecho del sendero. Para hacerlo, hay que ignorar las distracciones que nos ofrecen las ventanas, cruzar hacia el otro lado y, permanecer perfectamente concentrados hasta encontrar una puerta. Ese es el primer paso.
Después hay que permanecer ahí todo el tiempo que sea necesario hasta que la puerta se abra y, finalmente, traspasar el umbral de la puerta.
Esa “dimensión” maravillosa a la que accedemos es un ámbito sutil, de plenitud y dicha indescriptible, que ha sido llamado de muchas maneras: Paraíso, Nirvana, Cielo, Unidad, etc. Su característica fundamental es el Amor. No el amor selectivo y parcializado que conocemos los humanos, sino la conciencia de ser un Todo Indivisible y Bienaventurado, auto-suficiente y auto-refulgente donde no hay sentido de separación y, por lo tanto, tampoco amenaza de carencia, peligro o muerte.
Yo he estado en esa “dimensión”. Es por eso que doy fe de que lo que estoy diciendo es cierto. Esa dimensión espiritual de la cual hablan los grandes Maestros de la humanidad no es una fábula. Existe; pero no se trata de un objeto, o unas circunstancias favorables, sino más bien de un sentir que convierte la vida en un éxtasis sagrado. Y ese éxtasis es la única salida de este mundo de desesperación, soledad y muerte. Si no logramos descubrir la Felicidad que está más allá del lado izquierdo del sendero, estamos condenados a vivir en la ignorancia y el sufrimiento.
Cuando esa Felicidad se hace presente, el mundo material, con sus penas y alegrías sigue estando allí, pero no importa. Es como tener una sombra: ésta le sigue a usted dondequiera que va, pero no interfiere con su vida. Podemos concebir el mundo material como la sombra inseparable del Espíritu.
Vivimos tiempos desesperados. La humanidad está desorientada, sumida en la confusión y la desesperanza. La pobreza, la amenaza nuclear, las guerras, el calentamiento global, el egoísmo (o sensación de separación), por nombrar unos pocos, son factores que producen un sufrimiento terrible. Y los seres humanos seguimos buscando el remedio de nuestros males en un terreno que siempre ha demostrado su insuficiencia para resolverlos: la política, las organizaciones sociales, la economía, las religiones organizadas etc.
Pero cualesquiera mejoras que tengan lugar en el nivel material (y no hay nada de malo en ellas), son pasajeras, no van al corazón del problema, sino que se quedan en la superficie. Hay que comprender que el nuestro es un mundo de fuerzas opuestas y, todo lo que sucede es el resultado de la tensión entre ellas. Así como de un lado está la justicia, del lado opuesto está la injusticia, en el otro extremo de la riqueza, está la pobreza, y el día es lo opuesto de la noche. Siempre ha sido así. Esperar que el mundo se perfeccione para ser felices no es más que un idealismo ingenuo. Simplemente no es así como funcionan las cosas.
“Mi reino no es de este mundo”, dijo Jesús. Y esa es la verdad. El lado izquierdo del sendero discurre paralelo al lado derecho, es simultáneo con él; pero es de una naturaleza totalmente distinta. Ese es el mundo al cual se refiere Jesús. El mundo material jamás será perfecto, porque la imperfección es su naturaleza, su marca de fábrica, su pecado original. Hay que sintonizar con la frecuencia espiritual para conocer la verdadera plenitud de la vida.
Y ese es el gran reto que enfrentamos en estos tiempos desesperados: Encontrar la Felicidad interna, esa Bienaventuranza sin límites de la cual hablan los Maestros. No como resultado de la gestión exitosa del lado material de la vida, sino a pesar de nuestro relativo éxito o fracaso en su solución.
¡La casa está ardiendo! No tenemos tiempo para complicarnos la vida discutiendo sobre tradicionalismos, dogmas o rituales, que son todos secundarios. Tenemos que ir directamente al grano, al corazón de todo este asunto, al principio transformador, o núcleo, alrededor del cual se tejen todas las religiones. Ese factor omnipresente no es otra cosa que el principio de Atracción Divina.
Atracción Divina es, simplemente, el objetivo que persiguen todas las religiones con su diferente metodología: orientar la mente hacia lo Sagrado y evitar que se siga desgastando inútilmente en lo mundano.
Todas las religiones prescriben metodologías distintas con el mismo fin. Desde la oración a la meditación, desde la renuncia a la adoración, desde los rituales sagrados, a la repetición de un mantra. Todas son válidas. Son técnicas distintas con el mismo propósito. Lo importante es no caer en la tentación de darle más importancia a la parafernalia religiosa que suele tejerse alrededor de este principio según la cultura, la tradición y los intereses, que al principio mismo. Este consiste en amar a Dios, desear a Dios, buscar a Dios por todos los medios a nuestro alcance, poniendo en ello todo nuestro corazón y mente.
Comprender este hecho resulta profundamente liberador, porque es la base, el requisito fundamental, para llevar a cabo una búsqueda fructífera.
Cuando queremos desalojar un tornillo oxidado debemos recurrir a un lubricante que afloje el óxido y permita que el tornillo gire. De igual manera, para romper nuestra adicción a las creencias que nos esclavizan, necesitamos, también, un lubricante. Ese lubricante no es otra cosa que lo que llamamos comprensión o, entendimiento.
La comprensión nos permite ver las cosas objetivamente y actuar con claridad. Es el elemento liberador que elimina la confusión y posibilita la aparición de lo nuevo, lo fresco, lo sorprendente.
El objetivo de este libro es proponer al lector/a, una serie de razonamientos que le sirvan de lubricante para remover el óxido de la repetición, el condicionamiento y la rutina, y le inspiren a explorar en libertad ese territorio desconocido que hemos llamado el Ámbito Sagrado de la Existencia.
Referenca: Physics.APS. org .
En Physical Review Letters, se publica una teoría que explica por qué las hojas de los árboles más altos son todas del mismo tamaño, independientemente de la especie, y también sugiere por qué hay un límite a la altura del árbol.
Los límites son establecidos por las propiedades del sistema de ramificación vascular que distribuye el fluído rico en azúcar a lo largo del árbol. Los investigadores compararon las predicciones de su teoría con datos de muchas especies y encajaban perfectamente. La teoría ofrece una explicación física para un fenómeno que no había sido abordado por los biólogos.
Las hojas de los árboles varían en tamaño desde unos pocos milímetros a más de un metro, pero el rango de tamaño disminuye a medida que los árboles llegan más alto, así nos encontramos que todas las especies más altas tienen hojas de unos 10 a 20 cm. de ancho. Los botánicos no habían explicado estas observaciones, pero el biofísico Kaare Jensen, de la Universidad de Harvard, y el biólogo Maciej Zwieniecki, actualmente en la Universidad de California, Davis, sospechan que podría haber una explicación simple basándose en los principios del flujo de fluidos dentro de los árboles. Desarrollaron una teoría que describe los efectos en el tamaño de la hoja de la eficiencia del flujo de energía rico en azúcares, a través del floema delsistema vascular del árbol.
Mediante la fotosíntesis, una hoja genera un fluido rico en energía, que fluye a través de los canales del floema hacia otras partes del árbol, como las raíces y los frutos. Dentro de la hoja, el flujo recoge en su camino por cada canal, desde las extremidades hacia el tallo, cantidades crecientes de agua succionada hacia el canal enriquecido de azúcar por ósmosis, tal que si fueran muchos afluentes que se funden en un gran río. Cuanto mayor sea la hoja, más rápido consigue el flujo alcanzar la “boca” del canal. Cuando llega al tronco, el fluido se encuentra con una resistencia que depende de la altura del árbol.
La cuestión clave, para Jensen y Zwieniecki, fue cómo se combinan la longitud de la hoja y la altura de los árboles para determinar la velocidad de flujo, y por tanto, la eficacia con la que se transporta el fluído rico en energía por la planta. Conforme que los árboles alcanzan más altura, razonaron, la resistencia del tronco ralentizaría el flujo. El incremento del tamaño de la hoja podría en parte compensar esto, pero, eventualmente la resistencia del tronco se vuelve tan grande y dominante que el tamaño de la hoja ya tiene poco efecto sobre la velocidad del flujo. Más allá de un cierto tamaño de las hojas, no hay ninguna ventaja en la fabricación de hojas más grandes.
Así pues, según la teoría de Jensen y Zwienecki, el tamaño máximo se produce en el punto de utilidad decreciente, donde la inversión metabólica en hojas más grandes resulta excesivo para ser ventajoso. Entre tanto, observaron que si la hoja es demasiado pequeña, el flujo se hacía demasiado lento para pasar por el sistema troncal a una velocidad razonable, lo cual establecía el tamaño mínimo de la hoja.
Estos límites, según lo predicho por las ecuaciones de los investigadores, coinciden cuantitativamente con lo observado en el hábitat natural de muchas especies. Es más, las curvas de máximo y mínimo en el tamaño de las hojas convergen con la creciente altura del árbol y se cruzan a una altura de unos 100 metros, muy cerca de la altura de los árboles más altos. Si un árbol llegara a ser más alto, la teoría predice que no habría un tamaño de hoja que pueda satisfacer sus necesidades vasculares. El equipo también demuestra que sus anteriores mediciones directas de los flujos en las plantas coinciden con las predicciones actuales.
“Creo que viene muy bien al caso”, señala el experto en biomecánica, Steven Vogel, de la Universidad de Duke en Carolina del Norte. “El argumento del transporte de productos fotosintéticos en los organismos, para los cuales es central dicha producción, proporciona una buena base para ese tipo de afirmaciones.”
– Autor: Philip Ball es escritor científico independiente en Londres y autor de “Curiosity: How Science Became Interested in Everything” (2012).
– Diario referencia: “Physical Limits to Leaf Size in Tall Trees”. Kaare H. Jensen and Maciej A. Zwieniecki.Phys. Rev. Lett. 110, 018104 (2013) .
– Imagen: iStockphoto.com / wbritten
.http://bitnavegante.blogspot.com.es/2013/01/tamano-hojas-determinado-por-sistema-vascular.html?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed:+bitnavegante+(BitNavegantes)&utm_term=Google+Reader
¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismos deben una y otra vez superarse a sí mismos.
Con vuestros valores y vuestras palabras del bien y del mal ejercéis violencia, valoradores: y ése es vuestro oculto amor, y el brillo, el temblor y el desbordamiento de vuestra propia alma.
Pero una violencia más fuerte surge de vuestros valores, y una nueva superación: al chocar con ella se rompen el huevo y la cáscara de lo viejo y caduco.
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad, ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantador de valores.
¡Y que caiga hecho pedazos todo lo que en nuestras verdades pueda caer hecho pedazos! ¡Hay muchas casas que construir todavía!
En mi peregrinación a través de las numerosas morales, más delicadas y más groseras, que hasta ahora han dominado o continúan dominando en la tierra, he encontrado ciertos rasgos que se repiten juntos y que van asociados con regularidad: hasta que por fin se me han revelado dos tipos básicos y se ha puesto de relieve una diferencia fundamental. Hay una moral de señores y una moral de esclavos; – me apresuro a añadir que en todas las culturas más altas y más mezcladas aparecen también intentos de mediación entre ambas morales, y que con más frecuencia todavía aparecen la confusión de esas morales y su recíproco malentendido, y hasta a veces una ruda yuxtaposición entre ellas -incluso en el mismo hombre, dentro de una sola alma. Las diferenciaciones morales de los valores han surgido, o bien entre una especie dominante, la cual adquirió consciencia, con un sentido de bienestar, de su diferencia frente a la especie dominada – o bien entre los dominados, los esclavos y los subordinados de todo grado.
En el primer caso, cuando los dominadores son quienes definen el concepto de “bueno”, son los estados psíquicos elevados y orgullosos los que son sentidos como aquello que distingue y que determina la jerarquía. El hombre aristocrático separa de sí a aquellos seres en lo que se expresa lo contrario de tales estados elevados y orgullosos: desprecia a esos seres. Obsérvese enseguida que en esta primera especie de moral la antítesis “bueno” y “malo” es sinónima de aristocrático y “despreciable”: -la antítesis “bueno” y “malvado” es de otra procedencia. Es despreciado el cobarde, el miedoso, el mezquino, el que piensa en la estrecha utilidad; también el desconfiado de mirada servil, el que se rebaja a sí mismo, la especie canina de hombre que se deja maltratar, el adulador que pordiosea, ante todo el mentiroso: -creencia fundamental de todos los aristócratas es que el pueblo vulgar es mentiroso. “Nosotros los veraces” -éste el nombre que se daban a sí mismos los nobles en la antigua Grecia. Es evidente que las calificaciones morales de los valores se aplicaron en todas partes primero a seres humanos y sólo de manera tardía y derivada a las acciones: por lo cual constituye un craso desacierto el que los historiadores de la moral partan de preguntas como “¿Por qué ha sido alabada la acción compasiva?”.
La especie aristocrática de hombre se siente a sí misma como determinadora de los valores, no tiene necesidad de dejarse autorizar, su juicio es: “lo que me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí”, sabe que ella es la que otorga dignidad en absoluto a las cosas, ellas es creadora de valores. Todo lo que conoce que hay en ella misma lo honra: semejante moral es autoglorificación. En primer plano se encuentran el sentimiento de la plenitud, del poder que quiere desbordarse, la felicidad de la tensión elevada, la consciencia de una riqueza que quisiera regalar y repartir: -también el hombre aristocrático socorre al desgraciado, pero no, o casi no, por compasión, sino más bien por un impulso engendrado por el exceso de poder. El hombre aristocrático honra en sí mismo al poderoso, también al poderoso que tiene poder sobre él, que es diestro en hablar y en callar, que se complace en ser riguroso y duro consigo mismo y siente veneración por todo lo riguroso y duro. “Wotan me ha puesto un corazón duro en el pecho”, se dice en una antigua saga escandinava: ésta es la poesía, que brotaba con todo derecho, del alma de un vikingo orgulloso. Esa especie de hombre se siente orgullosa cabalmente de no estar hecha para la compasión: por ello el héroe de la saga añade, con tono de admonición, “el que ya de joven no tiene un corazón duro, no lo tendrá nunca”. Los aristócratras y valientes que así piensan están lo más lejos que quepa imaginar de aquella moral que ve el indicio de lo moral cabalmente en la compasión, o en el obrar por los demás, o en el desinterés; la fe en sí mismo, el orgullo de sí mismo, una radical hostilidad y una ironía frente al “desinterés” forman parte de la moral aristocrática, exactamente del mismo modo que un ligero menosprecio y cautela frente a los sentimientos de simpatía y el “corazón cálido”. -Los poderosos son los que entienden de honrar, esto constituye su arte peculiar, su reino de invención.
El profundo respeto por la vejez y por la tradición -el derecho entero se apoya en ese doble respeto-, la fe y el perjuicio favorable para con los antepasados y desfavorables para con los venideros son típicos en la moral de los poderosos; y cuando, a la inversa, los hombres de las “ideas modernas” creen de modo casi instintivo en el “progreso” y en el “futuro” y tienen cada vez menos respeto a la vejez, esto delata ya suficientemente la procedencia no aristocrática de esas “ideas”. Pero de lo que más hace que al gusto actual le resulte extraña y penosa una moral de dominadores es la tesis básica de ésta de que sólo frente a los iguales se tienen deberes; de que, frente a los señores de rango inferior, frente a todo lo extraño, es lícito actuar como mejor parezca, o “como quiera el corazón”, y en todo caso, “más allá del bien y del mal”-: acaso aquí tengan su sitio la compasión y otras cosas del mismo género. La capacidad y el deber de sentir agradecimiento prolongado y una venganza prolongada -ambas cosas sólo entre iguales-, la sutileza en la represalia, el refinamiento conceptual en la amistad, una cierta necesidad de tener amigos (como canales de desagüe, por así decirlo, para los afectos denominados envidia, belicosidad, altivez -en el fondo para poder ser amigo-: todos esos son caracteres típicos de la moral aristocrática, la cual, como ya hemos insinuado, no es la moral de las “ideas modernas”, por lo cual hoy resulta difícil sentirla y también es difícil desenterrarla y descubrirla.
Las cosas ocurren de modo distinto en el segundo tipo de moral, la moral de esclavos. Suponiendo que los atropellados, los oprimidos, los dolientes, los serviles, los inseguros y cansados de sí mismos moralicen: ¿cuál será el carácter común de sus valoraciones morales? Probablemente se expresará aquí una suspicacia pesimista frente a la entera situación del hombre, tal vez una condena del hombre, así como de la situación en que se encuentra. La mirada del esclavo no ve con buenos ojos las virtudes del poderoso: esa mirada posee escepticismo y desconfianza, es sutil en su desconfianza frente a todo lo “bueno” que allí es honrado-, quisiera convencerse que la felicidad allí no es auténtica. A la inversa, las propiedades que sirven para aliviar la existencia de quienes sufren son puestas de relieve e inundadas de luz: es la compasión, la mano afable y socorredora, el corazón cálido, la paciencia, la diligencia, la humildad, la amabilidad lo que aquí se honra, pues estas propiedades son aquí las más útiles y casi los únicos medios para soportar la presión de la existencia. La moral de esclavos es, en lo esencial, una moral de la utilidad. Aquí reside el hogar donde tuvo su génesis aquella famosa antítesis “bueno” y “malvado”: -se considera del mal forma parte el poder y la peligrosidad, así como una cierta terribilidad y una sutilidad y fortaleza que no permiten que aparezca el desprecio. Así, pues, según la moral de los esclavos, el “malvado” inspira temor; según la moral de señores, es cabalmente “bueno” el que inspira y quiere inspirar temor; mientras que el hombre “malo” es sentido como despreciable. La antítesis llega a su cumbre cuando, de acuerdo con la consecuencia propia de la moral de esclavos, un soplo de menosprecio acaba por adherirse también al “bueno” de esa moral -menosprecio que puede ser ligero y benévolo-, porque, dentro del modo de pensar de los esclavos, el bueno tiene que ser en todo caso el hombre no peligroso: el bueno es bonachón, fácil de engañar, acaso un poco estúpido, un buen hombre. En todos los lugares en que la moral de esclavos consigue la preponderancia el idioma muestra una tendencia a aproximar entre sí las palabras “bueno” y “estúpido”.
Última diferencia fundamental: el anhelo de libertad, el instinto de la felicidad y de las sutilezas del sentimiento de libertad forman parte de la moral y de la moralidad de esclavos con la misma necesidad con que el arte y el entusiasmo en la veneración, en la entrega, son el síntoma normal de un modo aristocrático de pensar y valorar. -Ya esto nos hace entender por qué el amor como pasión -es nuestra especialidad europea- tiene que tener sencillamente una procedencia aristocrática: como es sabido, su invención es obra de los poetas -caballeros provenzales, de aquellos magníficos e ingeniosos hombres del “gai saber”, a los cuales debe Europa tantas cosas y casi su propia existencia.
Mientras la utilidad que domine en los juicios morales de valor sea sólo la utilidad del rebaño, mientras la mirada esté dirigida exclusivamente a la conservación de la comunidad, y se busque lo inmoral precisa y exclusivamente en lo que parece peligroso para la subsistencia de la comunidad: mientras esto ocurra, no puede haber todavía una “moral de amor al prójimo”.
El “amor al prójimo” es siempre en relación con el “temor al prójimo”. Cuando la estructura de la sociedad en su conjunto ha quedado consolidada y aparece asegurada contra peligros exteriores, es este “temor a prójimo” el que vuelve a crear nuevas perspectivas de valoración moral. Ciertos instintos fuertes y peligrosos, como el placer de acometer empresas, la audacia loca, el ansia de venganza, la astucia, la rapacidad, la sed de poder, que hasta ahora tenían que ser no sólo honrados -bajo nombres distintos, como es obvio, a los que acabamos de escoger- sino desarrollados y cultivados en un sentido de utilidad colectiva (porque cuando el todo estaba en peligro se tenía constante necesidad de ellos para defenderse contra los enemigos del todo), son sentidos a partir de ahora, con reduplicada fuerza, como peligrosos -ahora, cuando faltan los canales de derivación para ellos- y paso a paso son tachados de inmorales y entregados a la difamación. Los instintos e inclinaciones antitéticos de ellos alcanzan ahora honores morales; el instinto de rebaño saca paso a paso su consecuencia. El grado mayor o menor de peligro que para la comunidad, que para la igualdad hay en una opinión, en un estado de ánimo y en un afecto, en una voluntad, en un don, eso es lo que ahora constituye la perspectiva moral: también aquí el miedo vuelve a ser el padre de la moral.
Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces, el sentimiento de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por así decirlo, se hace pedazos: en consecuencia, a lo que más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos.
La espiritualidad elevada e independiente, la voluntad de estar solo, la gran razón son ya sentidas como peligro; todo lo que eleva al individuo por encima del rebaño e infunde temor al prójimo es calificado, a partir de este momento, como malvado; los sentimientos equitativos, modestos, sumisos, igualitaristas, la mediocridad de los apetitos alcanzan ahora nombres y honores morales.
Finalmente, en situaciones de mucha paz faltan cada vez más la ocasión y la necesidad de educar nuestro propio sentimiento para el rigor y la dureza; y ahora todo rigor, incluso en la justicia, comienza a molestar a la consciencia; una aristocracia y una autorresponsabilidad elevadas y duras son cosas que casi ofenden y que despiertan desconfianza, el “cordero” y, más todavía, la “oveja” ganan en consideración. Hay un punto en la historia de la sociedad en el que el reblandecimiento y el languidecimiento enfermizos son tales que ellos mismos comienzan a tomar partido a favor de quien los perjudica, a favor del criminal, y lo hacen, desde luego, de manera seria y honesta. Castigar: eso les parece inicuo en cierto sentido, -la verdad es que la idea del “castigo” y del “deber castigar” les causa daño, les produce miedo. “¿No basta con volver no-peligroso al criminal? ¿Para qué castigarlo además? ¡El castigar es cosa terrible!” -la moral del rebaño, la moral del temor, saca su última consecuencia con esa interrogación. Suponiendo que fuera posible llegar a eliminar el peligro, el motivo de temor, entonces se habría eliminado también esa moral: ¡ya no sería necesaria, ya no se consideraría a sí misma necesaria!
Quien examine la conciencia del europeo actual habrá de extraer siempre, de mil pliegues y escondites morales, idéntico imperativo, el imperativo del temor gregario: “¡queremos que alguna vez no haya ya nada que temer!” Alguna vez -la voluntad y el camino que conducen hacia allá llámase hoy, en todas partes de Europa, “progreso”.
La falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra el mismo; acaso sea en esto en lo que más extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio, favorece la vida, conserva la vida, conserva la especie, quizá incluso selecciona la especie; y nosotros estamos inclinados por principio a afirmar que los juicios más falsos (de ellos forman parte los juicios sintéticos a priori) son los más imprescindibles para nosotros, que el hombre no podría vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la realidad con la medida del mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mismo, si no falsease permanentemente le mundo mediante el número, – que renunciar a los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la no-verdad es condición para la vida: esto significa, desde luego, enfrentarse de modo peligroso a los sentimiento de valor habituales; y una filosofía que osa hacer esto se coloca, ya sólo con ello, más allá del bien y del mal.
En un hombre destinado y hecho para mandar, por ejemplo, el negarse a sí mismo y el posponerse modestamente no sería una virtud, sino la disipación de una virtud: así me parece a mi. Toda moral no egoísta que se considere a sí mima incondicional y que se dirija a todo el mundo no peca solamente contra el gusto: es una incitación a cometer pecados de omisión, es una seducción más. bajo la máscara de la filantropía -y cabalmente una seducción y un daño de los hombres superiores más raros, más privilegiados. A las morales hay que forzarlas a que se inclinen sobre todo ante la jerarquía, hay que meterles en la conciencia su presunción, -hasta que todas acaben viendo con claridad que es inmoral decir: “Lo que es justo para uno es justo para otro”- Así dice mi pedante y buenhombre moralista: ¿merecería sin duda que nos riésemos de él cuando así predicaba la moralidad de las morales? Mas si queremos tener de nuestro lado a los que ríen no debemos tener demasiada razón; una pizca de falta de razón forma parte incluso del buen gusto.
Ninguno de esos animales de rebaño, torpes, inquietos en su consciencia (que pretenden defender la causa del egoísmo como causa del bienestar general-), quiere saber ni oler nada de que “el bienestar general” no es un ideal, ni una meta, ni un concepto aprehensible de algún modo, sino únicamente un vomitivo, -de que lo que es justo para un no puede ser de ningún modo justo para otro, de que exigir una misma moral para todos equivale a lesionar cabalmente a los hombres superiores, en suma, de que existe un orden jerárquico entre un hombre y otro hombre y, en consecuencia, también entre una moral y otra moral.
Una colaboración de MJM