La obstinada investigación de Nietzsche no admite dudas respecto a este punto: cualquier forma de representación es una necesaria falsificación, que reduce enormemente lo real pero se presenta ante nosotros como si lo entendiera en su totalidad. Esta falsedad intrínseca de la representación es, por otra parte, nuestra mayor defensa orgánica: sin ella seríamos sólo el movimiento caótico de la voluntad de verdad, que, en el fondo, es voluntad suicida. El dilema del conocimiento se plantea en estos términos: o el pensamiento quiere todo, y entonces mata al sujeto que lo piensa; o el pensamiento renuncia al todo, y mata entonces la vida; este último sería para Nietzsche el caso de toda la filosofía occidental desde Sócrates.
Roberto Calasso, «Monólogo fatal» (en Los cuarenta y nueve escalones)