Los valores personales son el motor que nos impulsa a hacer lo que hacemos. Son las cosas que realmente nos mueven, nos importan, nos interesan. Vienen a ser nuestras verdaderas prioridades. En cada acto de tu vida se esconde un valor.
Conocer los propios valores es esencial para entenderse a sí mismo y a los demás. Una vez que entendemos que cada persona tiene los suyos, nos resulta más fácil comprenderla.
Tus hábitos son los que definen tus valores actuales. Tus valores tiran de ti y consumen tu tiempo. Cuando un valor te beneficia es genial mantenerlo, pero, cuando te perjudica, te conviene cambiarlo. Por ejemplo: si estás todo el día jugando a la videoconsola, incluso por encima de tu pareja, lo reconozcas o no, ese es uno de tus valores. Los valores pueden cambiar si te lo propones. Si quieres que esto deje de ser así, debes proponértelo de forma consciente. Coloca a tu pareja por encima de la videoconsola en tu lista de valores y actúa de modo que llegue a estarlo realmente (por ejemplo, dedicándole más tiempo). Hemos de fijar acciones concretas que respalden a los valores que quieres en tu vida.
Tus valores también son actividades que te atraen, que quieres que estén en tu vida. Sin embargo, en ocasiones, hacemos actividades que no nos gustan porque detrás de ellas se esconden valores como “el qué dirán”, el sacrificio o el compromiso.
Los valores fundamentales, los que dan sentido a tu vida, están relacionados con tu ser, con tu esencia y tu felicidad. Conviene que los tengas muy en cuenta para no alejarte demasiado de ellos. Para una persona pueden ser la paz interior y la familia; para otra, viajar y su carrera artística; para una tercera, la salud, los hijos y la naturaleza, etc.
Los valores fundamentales suelen permanecer, pero también pueden cambiar en diferentes etapas de la vida. Cuando los tienes presentes y vives conforme a ellos y los expresas, sientes plenitud. Si tu vida no está alineada con tus valores, pierdes la armonía.
Los valores temporales son aquellos a los que, por algún motivo, interesa darles prioridad en un momento determinado, aunque no sean importantes para ti. Quizá ahora tienen preferencia porque te ayudan a conseguir algo que te permitirá, más adelante, estar en armonía con tus valores fundamentales. Por ejemplo: un opositor que está estudiando muy duro para obtener una plaza debería colocar “estudiar” como uno de sus más altos valores temporales, para que su mente se mantenga enfocada en ese objetivo.
Es conveniente hacer una lista, por orden de importancia, con los siete valores fundamentales que quieres que presidan tu vida, con los que puedas crear la vida que quieres, los que inspiran tu yo más profundo. Esos son los valores que necesitas cultivar y trabajar hasta que sean una realidad para ti.
Haz otra lista con tus siete valores temporales, es decir, aquellos que te interesan para conseguir lo que te hayas propuesto en este momento de tu vida. Por ejemplo: si quieres ponerte en forma, pon en un puesto alto “ejercicio físico”, pues será un valor a tener muy en cuenta para poder integrar ese hábito.
Tal vez los valores de esta segunda lista, no sean tan importante como los anteriores, pero sí lo son en este momento y, de hecho, son los que te pueden llevar a hacer realidad esos otros valores más profundos.
Ambas listas de valores, y su orden en tu lista vital, deben ser el resultado de una elección consciente. Ten siempre presente tus valores para que tomes decisiones coherentes con ellos, así estarás caminado hacia la vida que quieres y no en dirección contraria. Cuando dudes entre tomar una decisión u otra, solo tienes que consultar estas listas y ver cuál de las dos opciones está en consonancia con tus valores más altos. Si, por ejemplo, unos de tus valores principales son “ayudar” y la “generosidad”, cada vez que ayudas a alguien, eres amable, escuchas a quien necesita desahogarse…, es decir, actúas en coherencia con esos valores, te será más fácil hacerlo e integrarás esos valores en tu vida.