Los materiales del conocimiento
Además, los alcances del conocimiento racional – del conocimiento elaborado por la razón – están delimitados no solamente por las experiencias cognitivas de las que se nutre, sino también por los medios o elementos cognitivos mediante los cuales el conocimiento racional puede expresarse. Estos son, básicamente, de cuatro tipos que distinguimos analíticamente, pero que en el proceder concreto de la razón cognoscente se combinan y articulan en elaboraciones complejas:
a) Conceptos, en base a los cuales se formulan ideas, afirmaciones y razonamientos, y con ellos discursos, análisis y síntesis, hipótesis y teorías, disciplinas científicas y sistemas filosóficos.
b) Números, en base a los cuales se formulan operaciones aritméticas y cálculos algebraicos, ecuaciones, algoritmos y sistemas matemáticos.
c) Figuras geométricas, en base a las cuales se construyen gráficos, teoremas, topografías y sistemas geométricos.
d) Símbolos, en base a los cuales se elaboran metáforas, representaciones simbólicas, poesías y obras de arte.
Operando conjunta y simultáneamente con los conceptos, números, figuras y símbolos, y mediante sus complejas construcciones conceptuales, geométricas, matemáticas y artísticas, los seres humanos comprendemos la realidad, la cuantificamos, la representamos, la significamos y le encontramos sentido. Todo ello en procesos que se despliegan individual y socialmente, dando lugar a un mundo cultural, específicamente humano, distinto al mundo material pero relacionado con éste. Así mismo, guiados por el conocimiento que aplicamos a la solución de problemas y que guía nuestro accionar, construimos economía, política, educación, sociedad, historia, civilizaciones.
La crisis actual de la cultura de la racionalidad
“En ese mundo cultural en el que vivimos, actuamos, atendemos nuestras necesidades, nos relacionamos y nos damos normas de convivencia, siendo resultado de la aplicación del conocimiento en todas sus formas y expresiones, no disponemos de mejores medios para orientamos que el mismo complejo de conocimientos empíricos, fenomenológicos y racionales, que vamos aprendiendo, elaborando, renovando y expandiendo”, continúa el profesor Razeto.
Estamos empleando el término ‘conocimientos’ para referirnos a todas esas experiencias cognitivas, incluidas las elaboraciones que resultan del operar de la razón sobre la base de las experiencias empíricas y fenomenológicas; pero ello no significa que se trate necesariamente de conocimientos verdaderos y ciertos. Se trata más bien de ‘creencias’ que aceptamos con mayor o menor convicción, más o menos justificadas racionalmente, y más o menos aproximadas a las realidades sobre las que versan.
Debemos asumir y reconocer, en tal sentido, que el complejo mundo de conocimientos que experimentamos y en el cual vivimos, con todas las elaboraciones culturales y las construcciones económicas, políticas y sociales que llegamos a formar, es un mundo humano incierto, impreciso, a menudo ambiguo, siempre abierto a nuevos descubrimientos y aproximaciones a un conocimiento más amplio, profundo y certero.
Superar la incertidumbre
Pero la razón humana trata de superar la incertidumbre y la ambigüedad, y ha desarrollado sus propias exigencias de coherencia y consistencia, y métodos y normas bastante rigurosas de justificación y validación del conocimiento. Aplicadas éstas diferenciadamente a las informaciones provenientes de la experiencia empírica y de la experiencia fenomenológica, se da lugar a dos formas perfeccionadas de conocimiento racional: el conocimiento científico (elaboración racional del conocimiento empírico), y el conocimiento filosófico(elaboración racional del conocimiento fenomenológico).
De este modo el intelecto racional despliega capacidades cognitivas de valor incalculable. No obstante, atendiendo a los ‘instrumentos’ que tiene el conocimiento racional para expresarse y comunicarse, debemos concluir que ella no tiene las capacidades que serían necesarias para referirse con precisión y rigor a supuestas realidades trascendentes al mundo empírico y fenomenológico, que no puedan ser contenidas en conceptos, números, figuras geométricas y símbolos.
Así, la incertidumbre es un estado mental que parece inevitable, al tiempo que constituye una condición que torna particularmente difícil la existencia humana. La incertidumbre resulta especialmente problemática, y se torna incluso insoportable en ocasiones, cuando se trata de las cuestiones más profundas y existenciales del ser, del sentido de la vida, del por qué del sufrimiento, de la muerte, etc.
Sobre tales cuestiones existenciales la razón encuentra en la experiencia fenomenológica de la conciencia autoconsciente elementos que le sirven para elaborar respuestas razonables, argumentadas, filosóficas; pero las bases cognitivas sobre las que trabaja la razón no son suficientes para asegurarle que sus conclusiones sean verdaderas y de validez universal, por la simple razón de que la conciencia autoconsciente es inevitablemente subjetiva, y los contenidos cognitivos de la experiencia fenomenológica no son contrastables de la manera en que lo son las experiencias empíricas.
De este modo, los interrogantes existenciales parecieran exigir de la razón ir más allá de su alcance natural, o requerir otras fuentes de información, más allá de las que proporcionan las experiencias empíricas y fenomenológicas con las que trabaja normalmente.
II. Las creencias religiosas ante el juicio de la razón
En resumen: para nuestro autor, en la sociedad actual de occidente, en la que las certezas de licúan, las creencias son vulnerables. Es aquí, frente a tales cuestiones ‘radicales’, cuando se hacen presentes las religiones, proporcionando respuestas que la razón no se muestra capaz de encontrar por sí sola. En efecto, las creencias religiosas, religiones proveen a los individuos y a las sociedades, creencias que dan lugar a las certezas que nuestra psicología parece necesitar, respecto a las preguntas fundamentales sobre la existencia de Dios, sobre la vida después de la muerte, sobre el sentido y el valor del sufrimiento, etc.
Pero ante tales creencias y supuestas certezas la razón que todo lo interroga y juzga no permanece impasible, sino que se inquieta y se pregunta: ¿Son las religiones y sus creencias un recurso desesperado de los hombres, que individual y/o socialmente inventamos respuestas a problemas cuya carencia de conocimientos ciertos nos resultan insoportables?, ¿o podemos aceptar que sean las respuestas verdaderas que nos provee un Dios que todo lo sabe?
Para responder a ello el intelecto racional no tiene otro modo de proceder que someter a examen la experiencia religiosa. Así, observa y analiza cómo en la historia de la humanidad se han presentado y se han sucedido diversas religiones, surgiendo en distintas épocas y en diferentes lugares del mundo. Muchas de ellas mantienen plena vigencia cultural y social, en cuanto tienen muchos fieles que participan vitalmente en sus creencias, en sus normas, en sus estructuras y en sus rituales.
La razón crítica interroga a las religiones
La razón se interroga: ¿podemos creer en las religiones? ¿En todas ellas, o en alguna de ellas en particular? La razón se inquieta especialmente ante el hecho que adherir a una u otra religión no parece tener sino motivos culturales, ideológicos, tanto social como históricamente determinados. Esto no puede dejar de inquietarla, pues está en la naturaleza de la razón no aceptar como verdadero nada que no responda con éxito a la exigencia de universalidad que exige a todo conocimiento que somete a juicio. Por ello, es fundamental preguntarse por lo que las religiones tengan en común, y por lo que explique sus diferencias.
Sometidas a análisis histórico las religiones muestran tener varios elementos en común, siendo los principales los siguientes:
– El ser fundadas por un hombre de muy elevada condición moral, que vivió de modo ejemplar y con plena coherencia con lo que enseña, y que sostiene tener enseñanzas que dar a la humanidad, sea por haber recibido una revelación divina, sea por haber alcanzado una iluminación que le ha permitido acceder a una sabiduría especial.
– La afirmación de que esa sabiduría o mensaje divino se encuentra expresado o recogido en libros, considerados sagrados, escritos por el propio fundador o por discípulos igualmente inspirados.
– El dar continuidad al mensaje recibido por el fundador, a través de algunos discípulos directos, que tienden a precisar las enseñanzas del fundador y se encargan de su difusión.
– El generar un amplio cuerpo de creencias y de normas o consejos morales que suscitan la fe y la adhesión incondicional de sus fieles.
– El generar en su desarrollo histórico, testimonios de vida espiritual, intelectual y moral notables por su consistencia y santidad.
– El dar lugar, al difundirse socialmente, a procesos civilizatorios que marcan las grandes direcciones seguidas por la humanidad en su evolución.
Respeto y crítica de las tradiciones religiosas
Como consecuencia del estudio y análisis histórico de las religiones la razón puede asumir una actitud de respeto profundo por ellas y por los efectos que la experiencia religiosa genera en los individuos y en las sociedades; pero no puede extraer ninguna conclusión sobre la verdad de sus contenidos cognitivos. Se le hace necesario a la razón, entrar al análisis de las creencias y normas o consejos de vida que proponen las religiosas, examinándolas en su propio y específico mérito.
Entrando al estudio y análisis de los contenidos cognitivos de las religiones, lo primero que aparece es la necesidad de distinguir entre dos tipos de religiones, que proponemos distinguir como ‘religiones de creencias’ y ‘religiones de saberes’.
Religiones de creencias y religiones de saberes
Las primeras son aquellas que sostienen originarse en una revelación divina que enseña un conjunto de verdades que deben ser aceptadas por fe. Entre ellas destacan el zoroastrismo, el hinduísmo, el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el bahaísmo. Las que llamamos ‘religiones de saberes’ – entre las cuales podemos considerar el budismo, el confucianismo y (si se quiere) el esoterismo -, más que religiones propiamente tales son filosofías o concepciones morales que afirman ‘caminos de sabiduría’ conducentes a la vida virtuosa personal y a un orden social justo, mediante la aplicación de ciertas doctrinas metafísicas, principios morales universales y prácticas o ejercicios rituales y espirituales.
Entre las muchas y variadas afirmaciones que proponen las religiones ‘de creencias’ (que son las que al intelecto racional interesa considerar por sus contenidos cognitivos propuestos como ‘verdades de fe), hay una primera que está en la base de todas las otras, y que está presente en el origen de todas las demás creencias religiosas, las que sólo por aquella afirmación primera pueden ser justificadas. Es la idea de que Dios quiere dar a conocer a los hombres un conjunto de ‘verdades esenciales’, que la pura inteligencia humana no sería capaz de fundamentar de modo racional o científico, pero que serían fundamentales para la vida humana buena y virtuosa.
¿Cuáles serían esas creencias o ‘verdades esenciales’ que estas religiones comparten y enseñan? Básicamente éstas:
1. La afirmación de que Dios existe, y que es un Ser personal que está cercano a nosotros, que nos ama entrañablemente, y que está dispuesto a escuchar nuestras oraciones.
2. La afirmación de que el ser humano no es puramente material sino un ser de naturaleza esencialmente espiritual.
3. La afirmación de que la vida humana no termina con la muerte del cuerpo, sino que se proyecta más allá, hacia alguna forma de existencia eterna, distinta y superior.
4. La afirmación de que el destino de los hombres en esta tierra y en el más allá, está ligado a su vida práctica, en correspondencia con cierta ética especial en que sobresalen el amor a Dios y a los semejantes, la fraternidad universal, el vivir virtuoso y conforme a valores superiores.
5. La afirmación de que podemos ser mejores de lo que somos, o que nuestra naturaleza puede tener un desarrollo y evolución personal que implica un camino de creciente perfección.
6. La afirmación de que ese camino es el de las virtudes, la oración, el desprendimiento y el amor al prójimo.
Repensar las creencias desde otra cultura
Todas estas creencias son, sin duda alguna, mensajes esperanzadores, que tal vez todos quisiéramos creer, porque son todas ‘buenas noticias’. Pero el hecho de que trascienden nuestra experiencia cotidiana y el alcance de nuestra percepción y de nuestra razón, hace que no podamos alcanzar por nosotros mismos la certeza de que sean verdaderas, que no lo podamos probar de modo rotundo y tal de llevarnos a creer en esas afirmaciones con la fuerza de convicción que sería necesaria para guiarnos por ellas en nuestra vida, en nuestras acciones, en nuestros pensamientos, en nuestras emociones y en nuestros comportamientos personales y colectivos.
Por eso, frente a estas afirmaciones, o sea frente a las religiones o respecto a alguna de ellas, podemos creer o no creer que sean verdaderas. La gran mayoría de los creyentes religiosos han creído y creen en esas afirmaciones de manera ciega, haciendo respecto a ellas los que suelen llamarse ‘actos de fe’. Pero la razón no se conforma tan fácilmente, asumiendo que los seres humanos estamos dotados de una propia y natural capacidad de intelección y conocimiento de la realidad. Y también de una conciencia que nos permite guiarnos éticamente en nuestro actuar y vivir.
Estamos provistos de una capacidad cognoscitiva poderosa, de la posibilidad de tener experiencias cognitivas reales, y de una razón capaz de juzgar la validez de lo que experimentamos y pensamos y creemos, incluidas las experiencias y creencias religiosas. Construimos filosofías y elaboramos ciencias, nos damos normas de comportamiento y leyes de conducta individual y social, empleando nuestras propias capacidades intelectuales y morales. Los humanos tenemos facultades cognitivas y creativas, capaces de llegarnos a la verdad, a la belleza, a la bondad y a la unidad.
Con tales facultades somos capaces de preguntarnos, y de indagar en torno a las preguntas cuyas respuestas nos ofrecen las religiones: si existe Dios, si el hombre tiene una dimensión espiritual y un destino que trasciende a la muerte, por cuáles normas y formas de conducta debemos guiarnos para avanzar en nuestra perfección personal y social, etc.
Sin embargo, siendo el objeto propio del intelecto y de la razón humana la realidad empírica y fenomenológica, y procediendo a conocer mediante el empleo de conceptos, números, figuras y símbolos, la razón ha de asumir y declarar que no está capacitada para dar respuestas ciertas a preguntas esenciales referidas a supuestas realidades que trasciendan las experiencias empíricas y fenomenológicas, y que no puedan ser cabalmente representadas mediante las formas conceptuales, numéricas, geométricas y simbólicas.
Así queda fuera de su alcance darnos certezas sobre cuestiones fundamentales como las de Dios, del espíritu, de la vida después de la muerte, etc. No las puede afirmar pero tampoco las puede negar.
III. ‘Conocimiento silencioso’, creencias religiosas y juicio racional
Pero no termina aquí la indagación racional, pues el análisis que el intelecto hace de las religiones no se limita a los contenidos de las creencias que ellas proponen. En efecto, el estudio de las religiones nos hace conocer la existencia de un tipo de experiencia cognitiva muy especial, diferentes a la experiencia empírica y a la experiencia fenomenológica sobre las que la razón trabaja habitualmente.
En efecto, en el contexto del estudio de las religiones, sea de creencias como de sabiduría http://www.luisrazeto.net/content/conocimiento-racional-creencias-religiosas-y-conocimiento-silencioso, sabemos y verificamos racionalmente que ha habido y hay personas que sostienen haber tenido experiencias cognitivas llamadas místicas y espirituales, y que serían de naturaleza diferente a las experiencias empíricas, fenomenológicas y racionales.