Caminan entre nosotros y son inmortales
Yo asistí, en el campo de concentración de Mathausen, relata Jaques Bergier, a los acontecimientos que voy a relatar. Esto ocurría en la primavera de 1944.
Habíamos recibido un convoy de deportados que no eran hombres ordinarios. Habían pedido ser llevados a un campo de concentración.
Como todo el mundo en Alemania—contrariamente a lo que ellos dicen actualmente—sabía lo que ocurría en los campos de concentración, esta actitud era, cuando menos, sorprendente. Por eso, Ziereis, el führer de nuestro campo, los interrogó inmediatamente.
Pronto supimos lo que había sucedido. Los recién llegados contestaron:
—Somos Testigos de Jehová. Nos han contado que en este lugar, se cometen crímenes. Queremos ser testigos directamente y el día del Juicio, situados a la derecha del Señor, le daremos cuenta personalmente.
Ziereis no era un hombre miedoso, pero se estremeció y les dijo:
—Se trata de un error. Voy a hacer que los liberen inmediatamente.
Entonces, los Testigos de Jehová gritaron a coro:
—¡Muerte para Hitler! ¡Que perezca ese cochino!
Hubo que tenerlos encerrados. Todos murieron en el horno crematorio. Pero yo no quisiera estar en el lugar de Ziereis, a quien maté personalmente el día de la Liberación, cuando tenga que explicarse ante el Rostro justo. Es decir, que yo no me siento inclinado a burlarme de los Testigos de Jehová.
Ahora bien, ellos pretenden que 144.000 Inmortales están ya entre nosotros.
Esta tradición de Inmortales entre nosotros es muy antigua. Ya en China se hablaba de la isla de los Inmortales donde se podía encontrar a algunos sabios del pasado.
En todas las civilizaciones la tradición de una pequeña minoría de Inmortales que viven entre nosotros es fundamental. La más célebre leyenda en este terreno es evidentemente la del Judío errante. Una de sus formas menos conocida, y tal vez la más bella, es ésta: el Centésimo Nombre del Señor, el Nombre inefable, está inscrito en una espada. Cuando el Judío errante encuentre esta espada, debe ponerse nuevamente en marcha (parecería que existe un análogo negro de esa espada, la espada de la Orden Negra, la espada simbólica de la SS, que llevaría el nombre secreto de Satán en caracteres rúnicos).
El Judío errante inspiró, por supuesto, a Eugenio Sue y a Alejandro Dumas. Pero inspiró. también un número considerable de panfletos que narran encuentros con ese Inmortal fatídico. Algunos lo describen, y otros, como Gustav Meyrink, dicen:
Sí lo ves como un hombre, es que no has despertado aún. Pero si lo ves como un símbolo sagitario en el cielo estrellado, sabe entonces que has sido elegido como hacedor de milagros.
Se dice que el Judío errante fue visto en Hamburgo en 1547; en España en 1575; en Viena en 1599; en Lübeck en 1601 y 1603; en Praga en 1602; Baviera en 1604; en Ypres en 1623; en Bruselas en 1640 y 1774; en Leipzig en 1642; en París en 1644; en Stamford en 1658; en Astracán en 1672; en Múnich en 1721; en Altbach en 1766 y Newcastle en 1790.
Durante la aparición de Hamburgo, Paulus von Eisen, el obispo protestante de Schieswig, se encontró con él. En 1602, apareció un panfleto anónimo que describía ese encuentro.
Otra aparición mencionada parece haber sido en los Estados Unidos en el año 1868, visitando al mormón llamado O’Grady. Posiblemente, este último era un impostor que se hacía pasar por el Judío Errante. En la Navidad de 1993 un fraile toledano tuvo una visión y afirma que bajo el nombre de «Asuero» se había afincado en Toledo, muy cerca de su cenobio. El Abad le ordenó silencio y no habla desde entonces. Posteriormente y esta vez bajo el nombre Catáfilo fue visto en Miami (Estados Unidos), Quito (Ecuador), Bogotá y Pereira (Colombia) y Estambul (Turquía) donde estableciócontacto con los judíos sefarditas en la fiesta anual de Ispahan en agosto de 2005 de la Torre Gálata, cantó con ellos en español y en el calor de la fiesta hizo múltiples referencias a Toledo (España) y su provincia. Aunque nadie sabe a ciencia cierta su número, pueden ser tres o dos o todos al mismo (Samar, Asuero o Catáfilo), ni su identidad actual ni su paradero exactos.
Es la primera vez que vemos la leyenda, en lo sucesivo clásica, del Judío errante Ahasverus, zapatero de. Jerusalén, que, cuando Jesucristo, camino de la cruz, quiere descansar en su puerta, le rechaza. Jesús le dice entonces:
—Yo descansaré cuando quiera, pero tú estarás caminando constantemente hasta que yo vuelva.
El panfleto de 1602 fue impreso no se sabe dónde y el autor es desconocido. De él se han hecho numerosas ediciones. En el siglo XVIII y luego en el XIX, el Judío errante se hace más raro. Aparecerá en New Castie en 1790 y en Salt Lake City en 1868. Con ocasión de esta visita, y por primera vez concede una entrevista a un reportero, mormón llamado 0’Grady, del periódico Desert Nevs. No se ha manifestado todavía en Saint-Germain-des-Prés, pero todas las esperanzas al respecto están permitidas desde que Saint-Germain, el Rosa Cruz inmortal, se manifestó allí.
Pienso que es demasiado simplista atribuir la leyenda del Judío errante al antisemitismo eterno. La tradición de los Inmortales que viven secretamente entre nosotros no depende del antisemitismo y resulta bastante natural pensar que .un Inmortal haya podido asistir al acontecimiento número uno de la Historia, la crucifixión.
Muy recientemente, un autor dramático judío, Pavid Pinsky, ha recogido la leyenda del Judío errante desde el punto de vista judío. Su Judío errante no es un hombre culpable, sino un buscador inmortal que desea encontrarse en el lugar donde se produzca la venida del Mesías. Esto se parece a la versión de Meyririk.
La leyenda más antigua de inmortalidad es la epopeya sumeria de Gilgamesh. El héroe encuentra en el fondo del mar una planta cuyo jugo restaura la juventud y prolonga la vida indefinidamente. Ésta es una idea bastante próxima a la Biología moderna. Sabios como Rene Quinton han pensado que el Secreto de la inmortalidad reside en el mar.
Luego, y dejando aparte al Judío errante, la leyenda de la inmortalidad física, la idea de una minoría de Inmortales entre nosotros, está tan extendida que merecería un examen más serio que los que se han llevado á cabo hasta ahora. Por lo que yo sé, el único estudio serio de un medio simple de llegar a la inmortalidad fue realizado un poco antes dé la Segunda Guerra Mundial por el senador norteamericano Roger Sherman Hoar. Partiendo de la idea de que la vejez es causada por la acumulación de agua pesada en el organismo, Hoar dedujo de ello que el elixir de larga vida podría ser simplemente una sustancia que eliminase del organismo el agua pesada en el sudor y las orinas con preferencia al agua ligera. Semejante sustancia habría podido ser hallada empíricamente (u obtenida por contacto con los extraterrestres) en un pasado lejano, y el secreto se habría conservado por una sociedad de Inmortales muy reducida.
La idea es bastante plausible y una sociedad de Inmortales semejante sería muy difícil de descubrir. Aún en nuestra época es muy fácil proporcionarse documentos falsos y modificar suficientemente la clasificación de las huellas digitales para que éstas no sean archivadas en el departamento correspondiente. Basta con untar un poco a los funcionarios y esto es algo que se practica. En el pasado, cuando no había huellas digitales ni fotografías, era muy fácil cambiar de identidad y pasar inadvertido. Un pequeño número de Inmortales entre nosotros -—algunos centenares en el mundo entero por generación de hombres normales— no corre el peligro de ser detectado. Aun en caso de accidente, todo lo más, sé hace una autopsia superficial, no se toman muestras de sangre y no se realizan estudios detallados. Un Inmortal aplastado por un automóvil o que perece en un accidente de aviación no corre riesgo alguno de ser detectado.
Aun cuando los Inmortales son los únicos en conocer el secreto del elixir de larga vida, otros lo han buscado sin encontrarlo. Los alquimistas en particular. La tradición china afirma que, en el siglo ll de la Era cristiana, el alquimista Wei Po-Yang descubrió el secreto de larga vida. Hizo inmortal a uno de sus discípulos y lo que quedó del elixir fue ingerido por el perro del alquimista, que se convirtió también en inmortal.
Los alquimistas chinos creían que el oro era indispensable para preparar el elixir de larga vida, y como en general eran monjes taoístas que no podían procurarse oro porque eran demasiado pobres, intentaron fabricarlo y parece que lo consiguieron.
¿Pero fabricaron también el elixir de larga vida? A pesar de las leyendas, no es seguro.
En cuanto a las tentativas de los alquimistas europeos, aun cuando parecen haber logrado la Gran Obra, no se puede decir lo mismo del elixir de larga vida, que al parecer fue hallado independientemente de ellos. En el siglo XVIII, el léxico universal de H. Zedler habla de una panacea agua que, frente a todos los análisis, aparecía sólo como un agua muy pura y que, sin embargo, prolongaba la vida y curaba numerosas enfermedades.
Esta agua era distribuida gratuitamente por un tal Monsieur de Villars, de París, sobre el cual me gustaría saber algo más. Es totalmente posible que se trate de la primera aparición conocida de un elixir que disuelve el agua pesada. Es la misma técnica que la eliminación de agua de un carburante: se añade alcohol que arrastra el agua. Un tratado, atribuido con razón o sin ella a Paracelso, titulado De Tinctura Physicorum, que data de 1570, habla de una tintura gracias a la cual los médicos egipcios habrían vivido 150 años. Hacia el mismo período, un hombre llamado Salomón Trismosin se habría rejuvenecido varias veces, tanto en lo que respecta a su rostro como a sus cabellos y al enderezamiento de la columna vertebral. Interrogado sobre cuánto tiempo esperaba vivir, contestó:
—Hasta el Juicio Final.
También él, al parecer, empleaba un agua modificada. En nuestra época, la sociedad secreta poseedora de este producto parece que se manifestó en el siglo XIX con la curación de Goethe, que estaba condenado. Alexander von Bernius hace alusión a ello en algunas de sus obras.
Se ha hablado de una intervención de la sociedad para prolongar la vida del canciller Adenauer, considerado por los miembros de la sociedad como indispensable para la causa de la paz. La cosa no ha sido demostrada, pero el propio Adenauer afirmaba que unos médicos poseedores de técnicas desconocidas habían intervenido en su caso.
Goethe estuvo marcado durante toda su vida por la intervención de los alquimistas para salvarlo. En aquella época, en 1770, escribía a una amiga, la señorita Von Klettenberg: Mi pasión secreta es la alquimia.
Al mismo tiempo, y probablemente bajo los efectos del tratamiento, los dones paranormales que siempre habían existido en su familia (su abuela materna poseía el don de la segunda visión e interpretaba los sueños de una manera muy freudiana) salieron a la superficie.
Como Newton, se interesaba por las disciplinas paranormales, por la óptica, especialmente por la teoría del color, y por la meteorología, particularmente por la teoría de las nubes.
Por el contrario, cada vez se fue separando más de las religiones y a la edad de ochenta años declaraba que la única religión a la que le habría gustado pertenecer era la de las sectas del siglo IV que querían realizar la síntesis del cristianismo, el judaísmo y las religiones paganas.
Encontraremos pruebas detalladas de la intervención de los alquimistas en la vida de Goethe en las siguientes referencias: R. D. Gray, Goethe the Alchimist (Cambridge Univ. Press, 1952), y A. Raphael, The Phílosopher’s Stone (Routledge, 1965). Estas dos obras son vagas en lo que concierne al nombre de la sociedad que intervino.
Yo no dispongo de información adicional a este respecto. Quisiera simplemente hacer observar esto:
Muchos autores, y yo el primero, han insistido en el hecho de la Alemania negra que culminó en el nazismo. La existencia de esa Alemania negra es, por desgracia, indiscutible. Pero existió también su opuesta, la Alemania blanca. Y el nazismo parece que no fue capaz de destruir su centro. Es ese centro el que, aún en nuestros días, es el único que está en condiciones de dar autorización para fundar organismos de iniciación. La última de tales autorizaciones fue aquélla dada a finales del siglo XIX a la “Golden Dawn”. En esa autorización, el centro es designado por las iniciales S.D.A. Es igualmente esta organización la que dio la autorización para crear los «círculos cósmicos» del escritor Stefan George. Algunos de los oficiales que participaron en el atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler formaban parte de esos «círculos cósmicos».
Con la muerte de Alexander von Bemus, el gran poeta y alquimista alemán contemporáneo, el único lazo que yo conocía para ir a parar a ese centro desapareció. Pero su existencia es innegable como lo es el hecho de que intervino en 1770 para salvar a Goethe.
Señalemos finalmente que algunos sabios tan eminentes como Max Planck y Werner Heisenberg se tomaron o se toman muy en serio las ideas de Goethe sobre la relación entre la alquimia y la ciencia.
Por lo tanto, es posible admitir, al menos como una hipótesis, la existencia de una sociedad de los Inmortales que intervienen raramente. Y nuestros conocimientos sobre el efecto fisiológico del agua pesada permiten al menos una hipótesis precisa sobre la función del elixir de larga vida.
El lector podrá indignarse ante la idea de que el elixir de larga vida es fundamentalmente un descubrimiento químico basado únicamente en las leyes naturales. Muchos lectores esperarían más bien que el secreto de la inmortalidad comprenda esencialmente elementos espirituales. Siento el mayor respeto por las concepciones de ese género y quisiera recomendar al lector que se interese por la inmortalidad física desde el punto de vista espiritual la obra L’Immortalité physique, de Marcel Pouget («Éditions et Publications Premieres»).
Raymond Abellio, en el prefacio de éste libro, menciona la existencia de una secta californiana que publica un periódico titulado El Correo de la Inmortalidad. Este periódico escribió:
Todo es posible, incluso la inmortalidad. Llegará el día en que los hombres se asombrarán de que sus antepasados, en su ignorancia, hubiesen vivido miles de generaciones en la sombra espantosa de la falsa convicción de que la muerte era inevitable.
Es una bella observación.
Pouget considera la inmortalidad más bien como un estado de la mente que puede ser logrado interiormente y que constituye una resistencia a la muerte.
Desgraciadamente, si tan sólo con la voluntad de resistir a la muerte se lograra la inmortalidad, hay muchos deportados de los campos de concentración que se habrían convertido en inmortales. Ahora bien, los antiguos deportados siguen muriendo y dentro de pocos años ya no quedará ninguno. Pouget menciona, como prueba de la eficacia de su método, que no ha consultado a su médico desde hace quince años. Yo creo que confunde los efectos con las causas y que está bien de salud porque no ha consultado al médico desde hace quince años, y no lo contrario. Su libro merece el respeto e incluso el afecto que se debe sentir por aquellos que han sufrido mucho, pero eso no impide que él repita los clichés perfectamente falsos sobre la contaminación y las tonterías habituales sobre el yoga, el prana, etc.
Por el contrario, su descripción de la condición sobrehumana es muy interesante y vale la pena reproducirla:
Cabe ahora preguntarse por qué yo llamo inmortalidad física —o incluso inmortal juventud— a eso que experimenté de incomunicable durante esos pocos segundos. Sin duda, porque en el fondo de mí mismo se impuso con fuerza la idea de la imposibilidad de envejecer y de morir en un estado tan formidable, tan resplandeciente, de felicidad física. La parte de mi ser de donde surgía esta impresión era un Yo que no se manifestaba de ordinario, pero que, lo sentí como una indiscutible verdad, constituía el sostén luminoso de mi vida, así como su guía hacia una existencia superior.
Sólo cuenta la experiencia y ya veremos si el señor Pouget será inmortal. Yo se lo deseo vivamente, pero no creo que se pueda deducir algo práctico del método que preconiza. Sí se quiere conciliar absolutamente todas las ideas, se puede creer que en su origen la sociedad de los Inmortales encontró su revelación en sus intuiciones paranormales, en la oración o incluso en tos contactos con los extraterrestres. Lo que me interesa es pensar que existe un producto simple, obtenido por el tratamiento del agua en presencia de ciertos metales, entre ellos muy probablemente el oro, que prolonga la vida más allá del límite que los biólogos consideran como normales. Se comprende que el secreto de dicho producto sea guardado. Hay ya suficientes problemas de superpoblación sin que vengamos también a añadir el de la inmortalidad.
Pero la sociedad debe reservar este tratamiento para ciertos seres de un valor excepcional y debe también poder remplazar a aquellos de sus miembros que mueren por accidente, porque un Inmortal no está al abrigo una guerra o de un accidenté de automóvil o de avión.
La Sociedad debe también velar por la salvaguarda de su secreto. Esta salvaguarda debe ser cada vez más difícil a medida que las técnicas militares se perfeccionan. En el pasado, cuando se observa que el retrato de un hombre que vivió en el siglo XVIII se parecía mucho al de un hombre del siglo XIV, sin que hubiera existido ningún parentesco, se atribuía al azar o a la reencamación. Los que se asombraban por el parecido de ciertas firmas de hombres separados por siglos, como por ejemplo (sobre todo en forma de iniciales) las firmas de Rogér Bacon y Roger Boscovich, no insistían. Pero en lo sucesivo, si aparecen en el siglo XXI, en un fichero de la Policía, las mismas huellas digitales que en el siglo XIX, se plantearán muchas preguntas. Lo mismo ocurrirá con las fotografías, aunque todas las fotografías de pasaporte se parecen, así como todas las fotografías de periódicos. Antes de la guerra, Le Canard Enchaîné demostró, pruebas en mano, que el Aga Khan era la misma persona que el político Albert Sarraut y el primer ministro griego Vasconcellos. La semejanza de las fotografías de agencia era realmente seductora. Si se encuentran medios de identificación mejores aún que las huellas digitales, estructura retiniana, electroencefalograma y todos los seres humanos son fichados por medio de un ordenador central, éste se dará cuenta de que algunos humanos sobreviven a través de los siglos. A menos que la sociedad de los Inmortales no encuentre un medio para estropear a distancia dicho calculador…
Cabría preguntarse si algunos de los símbolos de la sociedad no corren el peligro de ser identificados. La relación entre la manzana y la inmortalidad está tan extendida por el mundo entero, allí donde existe dicho fruto, que merecería un examen. Asimismo, la leyenda de los Inmortales que están durmiendo, pero que reaparecerán, proporciona quizás algunos indicios. La más clásica de tales leyendas es el rey Arturo, el de la Tabla Redonda, que durmió en Richmond Castie, en Yorkshire. Fue visto allí. Pero está también el rey checo Wenzel, que duerme bajo el monte Blanik y Federico Barbarroja, que duerme bajo las montañas de Turingia. (No puedo dejar de citar una acotación escénica de Víctor Hugo, admirable por su ingenuidad, en Los Burgrávés: «Mendigo, dime tu nombre.» «Federico Barbarroja, emperador de Alemania.» Y la acotación de Víctor Hugo es «asombro y estupor». No hay para menos.)
Se cita también al rey Marko, que duerme en las montañas servias, y al bandolero Dobocz, que duerme bajo los Cárpatos. Estarían también los fundadores de la Federación Suiza, Ogier el Danés, y muchos otros.
Cada una de esas leyendas designa tal vez Inmortales. Está asimismo la leyenda de los Siete Durmientes de Éfeso, leyenda cristiana que volvemos a encontrar en el Corán.
Hallamos también durmientes inmortales en los Nibelungos, que influenciaron terriblemente a Hitler, cuya consigna fue finalmente: «Alemania, despierta.»
Una canción de marcha nazi dice: «Se acerca la hora en que los muertos se despertarán, incluyendo aquellos que se creen vivos.»
Los mitos que hablan, aun en nuestros días, de fortalezas subterráneas de Inmortales son extremadamente numerosos.
Los Superiores desconocidos, los maestros que han inspirado movimientos tales como la teosofía o «Golden Dawn», serían Inmortales. Tendrían igualmente el poder de inmovilizar su cuerpo en un trance en el que el cuerpo no es necesario, mientras hacen un trabajo mental, reflexionan o incluso viajan por clarividencia a otras regiones del espacio. Esta técnica es explicada por Lobsang T. Rampa enseñando como debe hacerse.
Pitágoras y Francis Bacon estarían en nuestros días todavía entre ellos. Todo esto es, evidentemente, difícil de demostrar, y no puede ser considerado como cierto. Hay quizá, sin embargo, una pista.
El registro civil debería proporcionar pistas más serias. Algunos estudios a este respecto han sido llevados a cabo por médicos forenses a los que, muy curiosamente, se ha negado la publicación y que prefieren no ser citados. Se conoce la fecha del nacimiento del alquimista Jean Lallemant, pero no la de su muerte. De una manera general, y contrariamente a lo que se afirma en la Prensa, nunca se encuentra en el registro civil la muerte de centenarios o de personas de más edad todavía.
Cuando un periódico anuncia que una persona ha muerto a la edad de cien años, la comprobación en el registro civil generalmente no muestra más que noventa y cinco años. Un estadístico francés me decía que los centenarios no mueren nunca.
El fenómeno, es absolutamente general en todos los países del mundo, incluso en la Unión Soviética, pero habitualmente se rechazan las comunicaciones a este respecto.
Los casos de personas, sobre todo de investigadores especializados en las ciencias secretas, cuya fecha de muerte no se puede averiguar, en tanto que se conoce perfectamente la de su nacimiento, son relativamente numerosos. Incluyendo aquellos países en los que el registro civil se lleva cuidadosamente y en las épocas más modernas. Meyrink dice poéticamente que cuando se abren ciertos ataúdes, no se encuentra en ellos un cadáver, sino una espada simbólica. Esta espada está tallada, dice. en óxido de hierro cristalino muy duro (magnetita). También aquí, hay un simbolismo interesante.
En China, habría habido Inmortales al frente de las grandes sociedades secretas, especialmente del Dragón de Esmeralda. El alquimista Wey-Po-yang sería el mas famoso por haber conseguido la inmortalidad y que compartió con su ayudante y su perro. Ni siquiera la Policía de Mao me parece que haya destruido esas sociedades secretas.
Sería evidentemente interesante saber si la inmortalidad se transmite a la descendencia. En principio, los caracteres adquiridos no se han transmitido, pero muy recientemente se ha aportado un cierto número de pruebas de que el A.D.N. puede ser influenciado desde fuera. Es posible también que algunos seres hereden la inmortalidad o la vida muy prolongada sin saberlo.
No dejemos el registro civil sin mencionar que es sumamente fácil tener uno nuevo y que debe de haber Inmortales que cambian periódicamente de identidad sin que ello plantee ningún problema.
Las leyendas acerca de fuentes naturales de las que emana este agua modificada que nosotros hemos llamado elixir de larga vida son muy numerosas. La más célebre es la del conquistador español Ponce de León, que habría encontrado una de ellas en las Bahamas. Cosa curiosa. En la isla de Bimini, donde está la fuente de Ponce de León, se encuentran también reliquias de una civilización desaparecida, especialmente el famoso muro de Bimini, de diez mil años de antigüedad. La coincidencia es, cuando menos, curiosa.
Fuentes de este género se encontrarían por todo el mundo. Por supuesto, los psicoanalistas han superpuesto en eso su simbolismo pueril. Lo que hay en ello de notable, es que establecen una relación entre la Luna y el agua. Ahora bien, justamente la Luna es el único mundo que no posee agua… al menos en su superficie. Por el contrario, el simbolismo religioso del agua bendita, de la fuente de vida eterna, del agua que da la vida eterna, debe ser considerado con la mayor atención.
Muy recientemente, un cierto número de otras formas de agua, distintas al agua ordinaria y el agua pesada, han sido descubiertas. Citemos en particular el agua superpesada, que contiene dos átomos de hidrógeno 3 y un átomo de oxígeno, y el agua polimerizada.
En algún lugar de la estructura de esas múltiples formas de agua se encuentra el secreto de la inmortalidad física. Incluso el agua ordinaria está relacionada con el cosmos. Piccardi ha demostrado que sus propiedades físicas y químicas cambian con el tiempo. Parece que estos cambios pueden estar relacionados con la travesía de la Tierra por diversas regiones del espacio.
La trayectoria de la Tierra, que es helicoidal (combinación de la rotación de la Tierra alrededor del Sol y del desplazamiento del sistema solar hacia Vega), corta el campo galáctico en un ángulo variable, y esto se refleja en la estructura del agua.
El agua modificada, el elixir de vida, el agua que disuelve el agua pesada y la arrastra fuera del organismo, debe probablemente ser fabricada en un punto concreto del ciclo cósmico. No es posible saber, tan bien guardado está el secreto, con qué frecuencia debe ser administrada, ni en qué cantidad. En todo caso, la fabricación es probablemente tan simple que los Inmortales no deben de tener dificultades en proporcionársela.
Cabe preguntarse por qué otros signos se puede reconocer a un Inmortal. La cuestión es ardua. Quizá por una falta de sueño.
La liberación de la necesidad de dormir ha sido comprobada medicinalmente en varias ocasiones. Es rara, pero existe. En 1961, se estudió a un inglés llamado Eustace Burhett, que en aquella época tenía ochenta y un años. No había dormido desde hacía cincuenta y cuatro años.
Gozaba de una salud excelente. El hipnotismo no actuaba sobre él. Los somníferos le daban dolor de cabeza. Permanecía, sin embargo, en cama seis horas cada noche para descansar y pasaba el tiempo leyendo, escuchando la radio o haciendo crucigramas, a lo que era muy aficionado.
A decir verdad, se debería, sobre todo, reconocer a un Inmortal por la sabiduría que ha adquirido, por su desprendimiento, por el desarrollo progresivo de su inteligencia. ¿Para qué serviría la inmortalidad si se sigue siendo el mismo? Una vez más, el problema de la condición sobrehumana es el que nosotros abordamos aquí y el que está más allá de los límites de nuestra imaginación.
Igual que el simio no puede imaginamos, nosotros tampoco podemos concebir al Inmortal o al superhombre. La soledad, la insatisfacción de la vida y la falta de curiosidad son unos fenómenos de mortalidad. El que tiene el tiempo delante de él debe tener una mentalidad muy diferente de la nuestra. Y la primera consecuencia de ello debe ser la pérdida de toda ambición, de todo deseo de interferir. El Inmortal debe, en un sentido más profundo que el de Voltaire, «cultivar su jardín».
Chesterton ha dicho:
César y Napoleón hicieron esfuerzos inauditos para que se hablara de ellos, y se habló de ellos. Existen hombres cuya única preocupación es lograr que no se hable de ellos, y no se habla de ellos.
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