“Lo importante no es lo que se come, sino cómo se come”. Epicteto
“No hay día más perdido que aquel en el que no hemos reído”. Charles Chaplin
Después de quince años y 150 artículos publicados en esta revista, que tiene el mérito de haber sido una de las pioneras en su género en España y, sobre todo, de haber podido sobrevivir mejorando mes a mes, vamos a hacerlo más sencillo, porque, como dijo Groucho Marx a un camarero, “hoy no tengo tiempo para almorzar; ¡tráigame ya la cuenta!”.
Los grandes filósofos y los mejores humoristas siempre han dedicado atención a lo que comemos. El hambre no produce filosofía ni humor.
Humor viene de “humus”, tierra, fluído, compost-abono. Cualquier comida ha necesitado “humus” para ser producida. Su proceso natural la reconvertiría en abono en un ciclo natural ininterrumpido. Lo que sale de la tierra, a la tierra vuelve.
Hoy día, los que no pasan hambre, es decir, una buena parte de la población occidental y de ciertas clases orientales occidentalizadas, dedican una gran atención a las dietas, la calidad de los alimentos y la nueva restauración.
Contraste: una asistenta de hogar respondía con gran sentido común a una cooperante francesa en Perú, cuando esta le pidió que probase a ver si le gustaba el plato parisino que había preparado:“Señora, ¿cómo no me va a gustar si es comida?”
Desde tiempos inmemoriales, los humanos han comido bayas, raíces, cortezas, tallos, flores, hojas, semillas y todo lo que repta, nada, anda, corre o vuela. Poco a poco, nos hemos hecho muy selectivos, según las culturas a las que pertenezcamos y el nivel económico.
Muchos alimentos han sido tabú, es decir, prohibidos. Desde la manzana de Eva en el Paraíso terrenal, el cerdo del Islam, a los que los judíos añaden el conejo o el caballo, por ejemplo, los cristianos todo tipo de carne los viernes de Cuaresma, y los habitantes de Tonga el murciélago, excepto los miembros de la familia real, que sí pueden comerlo.
Hoy día, lo prohibido para muchas personas es lo prohibitivo. Aquello que su precio lo hace más exclusivo, como el verdadero caviar o las ostras, si no es en ocasiones. Pero la secularización produce nuevos ritos y creencias.
Dice el gran humorista Forges: “Me parece que en esta eclosión de religiones, de religiosos de la nueva cocina española, hay de todo, hay herejes, hay anabaptistas… Hay una tendencia a crear ritos en esta religión nueva: alguno de ellos son positivos, otros son sorprendentes y luego también hay humor, porque hay cosas que no se pueden hacer si no es con humor. Por ejemplo, esas gentes que se reunieron un día y decidieron inventarse cosas alrededor del vino. Como el retrogusto o que un vino sea afrutado. ¿Cómo no va a ser afrutado si procede de una fruta?”.
Mientras mil millones de personas pasan hambre, más de quinientos millones tienen sobrepeso y otros tantos prueban dietas milagro, que no existen, para adelgazar. Y lo hacen con la fe del neófito radical, que luego, peca, se arrepiente, vuelve a empezar… y mientras tanto sigue engordando.
En mi experiencia, lo que engorda son las falsas creencias, la ignorancia perezosa de no informarse y experimentar, el apoltronamiento y las rutinas, el estrés de la vida urbana insana, el pesimismo existencial y el derrotismo, el radicalismo y la falta de humor.
Reírse de uno mismo con los demás, que no de ellos, es tan sano y adelgazante como hacer el amor con frecuencia. Convertir cada falsa tragedia cotidiana en lo que es, comedia humana pasajera, aligera y alivia. Liberarse de pesos ajenos, desfruncir el ceño y sonreír.
Descubrir el clown (payaso) que todos llevamos dentro es un proceso de liberarse de la vergüenza. ¡Píntenla de verde y que se la coma un burro! Si lo logran, ¡sigan pintando de verde…, esta vez, la culpa! Cuando aparezca la una o la otra, ¡brochazo de verde! y acercarse a un burro –les aseguro que abundan-, o a un rebaño de ovejas o de cabras. No dejan ni las raíces…
He visto confirmada mi experiencia, en lo escrito con gran corazón y poesía por Alain Vigneau, maestro de clowns, en su último libro –una verdadera joya-: “Clown esencial. El arte de reírse de sí mismo”. El autor invita a emprender este viaje y nos despide con maravillosos deseos: “Que la celebración cómica de nuestra santa seriedad nos aporte calma y sosiego. Que, con una risa lúcida y sonora, podamos arropar nuestro bendito corazón con la luz de la nariz roja… y nos alumbre en nuestro camino de vuelta a casa”.
No otra cosa es la “loca sabiduría” espiritual que expone Chogyam Trungpa, de mirarnos profundamente y permitir que aparezca lo que realmente somos, sin ninguna expectativa de ser algo distinto. La nariz roja del clown no es una nueva máscara tras la que escondernos, sino un recordatorio de que, cuando se pierde el humor, se desmorona la dimensión sagrada de la vida.
Alfonso Colodron
Terapeuta Transpersonal y Gestalt
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