por NOTICIASDEABAJO
Por Linda Marsa, 18 de julio de 2016
europe.newsweek.com
“Aseguran los expertos que no siempre los conglomerados –coincidencia en el tiempo y el espacio de casos– tienen necesariamente una explicación; pero también dicen los científicos, y desde luego los afectados por aquella situación, que los trabajos realizados para encontrar luz en aquella acumulación inusual de cáncer infantil que registró el colegio García Quintana hace una década, y que forman parte aún hoy en día de investigaciones y registros de todo el mundo, «desde luego no convencen». Y no lo hacen porque obviaron lo que sí era evidente y es que, en este céntrico colegio vallisoletano, ocurrió algo inusual: cinco diagnósticos de cáncer infantil, todos entre 2000 y 2003, tres en 2001”. El Norte de Castilla, 23 de marzo de 2012. Imagen: EFE/RUBEN CACHO3
Serían unos 15,5 millones de estadounidenses los que han logrado superar un cáncer; se prevé que ese número ascienda hasta los 20 millones en 2026. Estas cifras son un testimonio de los grandes avances realizados en Medicina. Sin embargo, estos avances en la Ciencia resultan inútiles cuando los pacientes son rechazados por la sociedad y se les niega la atención que necesitan. Analizaremos los factores tales como la raza o el origen étnico, la orientación sexual, el sexo, el lugar de residencia y el nivel de ingresos, ya que todo ello puede determinar si un paciente con cáncer sobrevive o muere.
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Danielle Bailey-Lash tenía terribles dolores de cabeza. El dolor irradiaba desde el cuello hasta la parte superior de la cabeza y después de dos semanas se hizo tan insoportable que finalmente acudió a los servicios de urgencias. Allí, un análisis reveló la presencia de un tumor del tamaño de una caja de zumo en el lado derecho del cerebro. Con 35 años de edad siempre se enorgulleció de estar sana, realizando mucho ejercicio y nunca bebió ni fumó, por lo que se sorprendió al escuchar el diagnóstico: astrocitoma etapa III, una forma rara y agresiva de cáncer cerebral. Los médicos le dijeron que le quedaban seis meses de vida.
“Me quedé asolada”, dice Bailey-Lash, que ahora tiene 41 años de edad. Después de la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia, el tumor se encuentra en remisión, pero la cercanía con la muerte le llevó a preguntarse cuál era la causa de su enfermedad, y por qué tantas otras personas de su entorno, junto a un lago en Belews Creek, Carolina del Norte, en las estribaciones de las montañas Blue Ridge, también padecían cáncer.
La causa más probable parecía estar justo en frente de ella: a sólo unos 100 metros de distancia de su casa hay un estanque en el que la empresa Duke Energy almacena los desechos de una planta térmica de carbón, situada a unos 6 kilómetros por carretera. En este estanque se almacenan unos 15 millones de m3 de cenizas de carbón mezcladas con agua, que es la escoria que se produce de la quema del carbón.
De acuerdo con el inventario que Duke Energy presentó ante la Agencia de Protección Ambiental (EPA) en el año 2010, la planta emite más de 360 toneladas de contaminantes tóxicos al aire, y genera 14 toneladas de arsénico, 3 toneladas de cromo, 2 toneladas de cobalto y otros metales pesados tóxicos, que deposita en el estanque, lo cual causa preocupación entre los residentes, pues pueden filtrarse a las aguas subterráneas. Esto es de especial importancia en Belews Creek, donde muchas viviendas dependen para su suministro del agua potable de los pozos.
Más de 1700 personas, un cuarto de las cuales viven por debajo del umbral de pobreza, viven en un radio de unos 5 kilómetros en torno al estanque con las cenizas de carbón depositadas por Duke Energy. “Si usted toma el camino que lleva hasta la central térmica, en cada casa hay alguien que tiene cáncer o que ha muerto de cáncer”, dice el activista local David Hairston. Sin embargo, en el Registro Central del Cáncer de Carolina del Norte del año 2015, donde se recogen los casos de cáncer en los condados que tienen almacenamientos de cenizas de carbón, incluyendo el de Belews Creek, no aparece una especial incidencia de cáncer en este lugar en comparación con otras partes del estado.
Los críticos dicen que se produjeron errores al realizar el registro: el conjunto de todos los datos del estado es lo suficientemente grande como para difuminar u ocultar el elevado número de residentes enfermos de cáncer que viven cerca de los residuos de carbón. Esta deficiencia es representativa de un problema mayor que caracteriza la mayoría de los intentos de descubrir lo que hay detrás de las sospechas, pero no confirmadas en la acumulación de casos de cáncer en determinadas áreas geográficas: a menudo, los investigadores no pueden obtener los datos detallados que necesitan para el estudio. “La exposición ambiental es mucho más difícil de medir a nivel individual”, dice Hal Morgenstern, epidemiólogo de la Universidad de Michigan que estudia la acumulación de casos de cáncer. “Incluso las personas que viven en un mismo barrio, algunas pueden estar expuestas, mientras que otras no”.
De modo que la central térmica de Duke Energy continúa con su trajín. “A pesar de los muchos estudios realizados por expertos independientes, no hay ninguna evidencia de que las cenizas que de depositan en Belews Creek hayan tenido impacto en la salud o en el agua”, dice Zenica Chatman, portavoz de Duke Energy. “Nos atenemos a los muy estrictos permisos estatales y federales, que están pensados para proteger la salud pública y el medio ambiente”.
Lo que ocurre en comunidades como la de Belews Creek es un ejemplo de las diferencias raciales y económicas en los Estados Unidos, donde los lugares donde residen los más pobres y la gente de color se convierten en el vertedero de residuos tóxicos. Los residentes de las zonas afectadas afirman que las directrices estatales de regulación se aplican con mucha lentitud cuando se presentan quejas, si es que responden a ellas, debido a que son comunidades pobres y de color. Pero incluso cuando el Departamento de Salud envía un grupo de epidemiólogos a realizar un estudio, contactan con los antiguos residentes, husmean en los registros médicos y toman de manera diligente muestras del aire, del suelo y del agua, generalmente se quedan perplejos. “Los epidemiólogos tienen un promedio terrible de bateo. Las investigaciones de los pueblos donde se ha producido un brote de cáncer han sido muy improductivas, sin embargo este es el tipo de estudios que la gente quiere que hagamos”, dice el Dr. Raymond Neutra, ex Jefe de la División de Medio Ambiente y Control de Enfermedades Ocupacionales del Departamento de Salud Pública de California.
Esta acumulación de casos de cáncer pueden ser una casualidad estadística, una racha de mala suerte, como lanzar una moneda y que salgan 10 caras seguidas. A veces hay otras variables de confusión, tales como una mayor concentración de fumadores o una mayor tasa de obesidad, que pueden influir en las tasas de cáncer de una zona. Peor aún, “los organismos encargados de recopilar datos sobre el cáncer no tienen la capacidad para investigar si las personas están expuestas a un carcinógeno en particular”,dice Steven Wing, epidemiólogo de la UNC-Chapell Hill, que estudia la salud ocupacional y ambiental. “Por lo tanto, usted no sabe quién está bebiendo agua contaminada o respirando aire contaminado. Es un disparo a ciegas”.
Laura Rainey, Jefe del Departamento de Energía de los Estados Unidos en el área del Laboratorio del Campo de Santa Susana, apunta en un mapa las áreas contaminadas, resaltadas en color rosa, en julio de 2013, en Simi Valley, California. Jae C. Hong /AP
Las causas y los efectos de la acumulación de casos de cáncer parecen obvios. Se abre una central térmica que emite productos químicos nocivos, y al cabo de unos años en cada casa cercana aparece alguien que está enfermo de cáncer. Sin embargo, un caso tras otro, los estudios de los casos de cáncer en un área determinada “rara vez, o nunca, realizan algún hallazgo importante”, según una revisión del año 2012 realizada por investigadores de la Universidad de Emory. En un exhaustivo examen de 428 investigaciones en 38 estados desde el año 1990, encontraron una mayor incidencia de cáncer en 72 lugares, pero sólo en 3 encontraron “evidencias mínimas” relacionadas con las exposición, y sólo una investigación reveló una clara relación causal (un grupo de trabajadores de los astilleros en Charleston, Carolina del Sur, habían desarrollado cáncer de pulmón después de un largo período de exposición al amianto).
“El arma que todavía humea puede ser difícil de detectar, sobre todo cuando la exposición pueden haber sucedido 10 o 20 años antes”, dice Thomas Burke, Director Adjunto de la Oficina de Investigación y Desarrollo de la EPA y experto en investigaciones de acumulación de casos de cáncer. En algunos casos, los cánceres aparecen décadas después de la exposición. Mientras tanto, las personas entran en contacto con todo tipo de sustancias químicas en el lugar de trabajo, en sus casas, o están presentes en el agua o en el aire. Además, las personas a menudo se marchan del lugar donde estuvieron expuestas, por lo que es difícil documentar las exposiciones, y casi imposible conocer la magnitud exacta de incidencia y si las tasas de acumulación de casos de cáncer son inusuales.
Para que un agente cause cáncer, la exposición, por lo general, tiene que ser en dosis altas y repetidas, como fumar un paquete de cigarrillos al día durante 20 años, o por el contacto diario con el amianto en una fábrica. Esta es la razón por la cual los casos de cáncer por causas profesionales son más fáciles de determinar: cuando los trabajadores respiran gases contaminantes desde hace años es fácil documentar la dosis y determinar la causa. Con la presencia de un número elevado de casos de cáncer en una determinada comunidad, los científicos están en desventaja: no son capaces de medir en tiempo real la cantidad de contaminantes que las personas de esa comunidad están inhalando y qué barrios o incluso calles están más expuestos. “Si un agente cancerígeno no deja rastro en el cuerpo o se adhiere al ambiente, no tenemos herramientas para detectarlo”, dijo Neutra.
Incluso cuando las causas parecen obvias, unas claras evidencias pueden ser difíciles de obtener. En 1985, por ejemplo, Marine Shale Processors inició la incineración de residuos procedentes de los yacimientos de petróleo, alquitrán de hulla y creosotas en una zona pobre rural de Louisiana. La planta lanzaba durante 24 horas al día unas nubes de humo negro. Los residentes en la zona se quejaron de que inhalaban gases nocivos, aún estando a kilómetros de distancia. En un período de 18 meses, cinco niños que vivían en las cercanías de la ciudad de Morgan, una ciudad de unos 12.000 habitantes, fueron diagnosticados con neuroblastoma, un raro cáncer infantil. No mucho tiempo después, aparecieron casos parecidos en Taylorville, Illinois, donde la exposición estaba relacionada con el alquitrán de hulla. Sin embargo, un estudio realizado en 1989 no encontró ninguna relación entre los tipos de cáncer y el alquitrán de hulla. La instalación no fue cerrada hasta 1996, después de que las Agencias gubernamentales de regulación observaran numerosas violaciones de las leyes federales, ya que se eliminaban de forma indebida los desechos peligrosos.
[Véase también el caso del Colegio García Quintana, de Valladolid, o aquí]
“Pudimos establecer una relación con el alquitrán de hulla por la aparición de casos similares en Illinois”, dice Wilma Subra, química ambiental que trabaja en el sur de Louisiana, y que ayudó a los residentes de Morgan City. “Pero la pieza que faltaba era que no teníamos suficientes datos para rastrear los productos químicos que estaban siendo emitidos y a los cuales las personas estaban expuestos y qué cantidad era absorbida por el cuerpo. Después de su absorción, el cuerpo excreta esos productos químicos, por lo que no dejan rastro”.
Las autoridades de Salud Pública son conscientes de las dificultades inherentes del estudio de una concentración anómala de casos de cáncer. Los científicos han ideado instrumentos más sensibles para determinar la exposición, y los nuevos métodos computarizados pueden reconstruir el historial, la creación de bases de datos, junto con los avances en nuestra comprensión del desarrollo de los cánceres, y los marcadores biológicos que indican la presencia de tumores malignos, todo ello debiera ayudar a mejorar la detección.
Además la creación de registros nacionales de cáncer puede establecer una línea base de incidencia del cáncer de modo que las desviaciones de la norma se puedan detectar fácilmente. Además, una reciente revisión de la Ley de Seguridad Química, promulgada el pasado 22 de junio, da prerrogativas a la EPA (Agencia de Seguridad Ambiental) para la regulación de las sustancias químicas potencialmente peligrosas que se comercialicen y para eliminar lo más rápidamente posible aquellas que se consideren tóxicas. Las empresas ya no podrán esconderse detrás del secreto comercial para evitar la identificación de los productos químicos que utilizan, lo que debería dar mejores herramientas a la Agencia para identificar las causas ambientales de cáncer. La ley también promueve de manera específica la investigación de la concentración de casos de cáncer.
Uno de los más graves accidentes nucleares de la historia de los Estados Unidos se produjo en el Laboratorio del Campo de Santa Susana, una fusión parcial del núcleo del reactor. Dean Conger/National Geographic/Getty
Mientras tanto, la gente de todos los Estados Unidos tienen que lidiar con las consecuencias de vivir en comunidades con altas concentraciones de cáncer, pero sin confirmar. Jessica Gesell, por ejemplo, cree que es víctima del accidente nuclear que se produjo cerca de su casa, en Simi Valley, California, hace más de medio siglo. Fue diagnosticada con cáncer de tiroides a los 4 años de edad, en 1984, de modo que estuvo sometida durante dos años a cuatro ciclos de radiación y siete cirugías. “Una de las primeras preguntas que el médico hizo a mi madre fue: ¿se ha visto su hija expuesta a altos niveles de radiación?”, dice Gesell (La exposición a la radiación es un factor demostrado de riesgo para contraer cáncer de tiroides).
Gesell piensa que sucedió en el útero, cuando su madre bebió agua contaminada por el accidente nuclear que se produjo en el Laboratorio del Campo de Santa Susana (SSFL) en un suburbio de Los Ángeles. Construido en 1947, sirvió para la realización de pruebas experimentales de reactores nucleares y sistemas de cohetes. El laboratorio estaba gestionada por dos empresas aeroespaciales privadas, Rocketdyne y Rockwell International, que realizaban trabajos para las Agencias federales, sobre todo la NASA. En 1989, el Departamento de Energía admitió que se habría producido un fusión parcial del núcleo en 1959, arrojando más de 3700 m3 de tricloroetileno, un disolvente industrial sospechoso de ser carcinógeno y cantidades significativas de yodo radiactivo al suelo. Los materiales radiactivos tienen una vida media de varias décadas o más.
La Compañía Boeing adquirió las más de 1000 hectáreas del Campo de Santa Susana, en 1996, y se ha implicado en la limpieza y restauración con el objetivo de preservar el suelo como un espacio abierto sin desarrollar. “Hasta la fecha no hemos encontrado evidencias de contaminación fuera del Laboratorio que represente un riesgo para la salud humana o el medio ambiente”, dice Megan Hilfer, portavoz de Boeing. “Basándonos en los numerosos estudios de salud independientes y las medidas proactivas que hemos llevado a cabo para mantener la seguridad de la comunidad, no hay evidencias de que las operaciones de este laboratorio en el pasado hayan afectado a la salud de la comunidad local”.
Pero Gesell, que se recuperó de aquel combate inicial contra el cáncer, fue golpeada de nuevo por un sarcoma del estroma endometrial en 2014, una rara forma de cáncer de útero, no está convencida. Un estudio realizado en 2007 por investigadores de la Universidad de Michigan parece que respalda las apreciaciones de Gesell, mostrando que los que viven dentro de un radio de 3 kilómetros en torno al Laboratorio tienen unas tasas un 60% superiores de verse afectados por cáncer de tiroides, del tracto digestivo superior, de la vejiga, la sangre y el tejido linfático, que los que viven a más de 8 kilómetros de distancia. Pero aún así, Morgenstern, el epidemiólogo de la Universidad de Michigan, quien dirigió estos estudios, no está seguro de que la proximidad del Laboratorio se la culpable. “No todo el mundo está expuesto de la misma manera, y no podemos medir las exposición de un individuo. Es rematadamente difícil desentrañar todas las variables”.
Gesell cree que tiene todas las pruebas que necesita. “Las cicatrices de mi cuerpo fruto de las innumerables operaciones, que podrían haberse evitado si se hubiesen tomado las medidas necesarias para mantener la seguridad de la gente. Pero nunca se ha realizado ninguna limpieza, sólo un encubrimiento”.
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Procedencia del artículo:
http://europe.newsweek.com/geographic-cancer-clusters-industrial-polluters-481423