Zenobia fue la última reina de un reino que tuvo una existencia tan gloriosa como efímera. En los últimos tiempos de vida del reino de Palmira, su última gobernante plantó cara a los grandes imperios que la rodeaban, Roma y Persia, y consiguió extender sus dominios desde Asia Menor hasta Egipto.
Clientes de Roma
Palmira era una provincia romana desde el siglo I d.C. aunque sus orígenes nabateos se remontan hasta el siglo IV a.C. Durante dos siglos aproximadamente, el reino de Palmira permaneció fiel al imperio Romano, el que se benefició de su situación estratégica como paso de las principales rutas comerciales entre oriente y occidente y como punto fronterizo entre los dos grandes imperios en aquel momento, Roma y Persia.
En un momento impreciso de mediados del siglo III d.C. nacía Septimia Bathzabbai Zainib, quien con el tiempo se convertiría en una de las reinas más famosas de su tiempo. Zenobia se casó hacia el 258 con el príncipe Septimio Odenato de Palmira, quien ya tenía un hijo, Septimio Herodes, fruto de un matrimonio anterior. Odenato había sido nombrado ese mismo año Cónsul de Roma por el emperador Valeriano.
En 266, la pareja real tuvo un hijo, Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro conocido como Vaballato.
Un año después Odenato y su primer hijo eran asesinados al parecer a causa de conflictos familiares. En aquel momento Zenobia tomó las riendas del poder a la espera de que su hijo Vaballato alcanzara la edad para reinar.
El esplendor del Imperio de Palmira
El reinado de Zenobia fue muy corto, del 267 al 272, pero consiguió dar un esplendor como nunca antes se había visto en la ciudad siria. La reina inició una serie de trabajos para fortificar y embellecer la ciudad de la cual hoy día aún se pueden contemplar sus imponentes ruinas. Grandes columnas y colosales estatuas, templos, monumentos y jardines completaron la política edilicia de Zenobia.
Pero Zenobia no se conformó con embellecer su propia ciudad sino que también emprendió una importante campaña expansiva de su pequeño imperio.
En aquel momento el gobierno del Imperio Romano era un auténtico caos en el que se erigían y deponían emperadores con demasiada asiduidad y las fronteras empezaban a estar peligrosamente amenazadas. Zenobia no dudó en aprovechar aquella débil coyuntura del imperio al que sus predecesores sirvieron. Así, en el año 269 las tropas de Palmira consiguieron dominar un vasto territorio comprendido entre Asia Menor y Egipto.
Siguiendo los pasos de Cleopatra
Zenobia sintió siempre una gran admiración por la reina egipcia Cleopatra VII Tea. No sólo imitó su estilo estético y llegó incluso a usar parte del ajuar perteneciente a Cleopatra sino que siguió su mismo destino.
El año 270 el emperador Aureliano tomaba las riendas de un Imperio Romano desorganizado y al borde del caos. Pronto estabilizó la frontera del Danubio y puso orden en las distintas zonas de conflicto. No se olvidó de Zenobia, quien disfrutaba de su nuevo poder. Aureliano inició una campaña militar contra Egipto haciendo retroceder las fuerzas de Zenobia hasta Siria.
La última reina de Palmira fue finalmente derrotada en Emesa. Aunque consiguió huir, ella y su hijo fueron capturados en el río Eufrates cuando intentaban llegar al reino persa en busca de asilo.
El fin de un imperio efímero
El esplendor de Palmira duró escasos cinco años. Mientras la ciudad de Palmira era destruida por orden de Aureliano, su reina era trasladada a Roma como prisionera. Aunque se desconoce el destino final de Zenobia, lo más probable es que recibiera el perdón del emperador Aureliano y terminara sus días como matrona romana en una villa cercana a la capital de un imperio al que puso en jaque aunque sólo fuera por un corto periodo de tiempo.
La palabra «Arcadia» forma parte de la cultura popular. Son incontables las referencias a este nombre, incluyendo desde pueblos de Estados Unidos hasta navíos, pasando por la fantasía y la Ciencia Ficción (¿alguien recuerda la Arcadia de «Espartaco y el sol bajo el mar»?). Y sin embargo, la más olvidada de todas las Arcadias es probablemente la Arcadia misma, la región que lo comenzó todo.
La chifladura por la «Arcadia» comenzó con Virgilio (el mismo de la «Eneida»), que ambientó en dichas regiones un conjunto de poemas, que son las «Eglogas». Como los renacentistas estaban cucufatos con Virgilio, los humanistas restauraron el mito de la Arcadia. Un poeta llamado Jacopo Sannazzaro le dio finalmente carta de naturaleza, escribiendo un poema llamado precisamente la «Arcadia», que apareció publicado por primera vez en 1504. El poema refiere la historia de un poeta desengañado de amores, que se marcha a la región de Arcadia justamente, y descubre un mundo idílico, pastoril, etcétera, en donde unos afectados pastores se lanzan bonitos poemas sobre la naturaleza bucólica y soñolienta los unos a los otros. Se abrió así la compuerta para toda la mitología pastoril, tan cara a los soñadores renacentistas y sus continuadores.
Pero como decíamos, la Arcadia de verdad fue bastante más bruta. En la geografía griega antigua, Arcadia era la región central de la península del Peloponeso, la única que carecía de acceso al mar (el Peloponeso es famosa por ser el emplazamiento de Esparta, pero esta ciudad estaba más hacia el sureste, en la región de Laconia, no en Arcadia). La región que nos ocupa era pobre y mugrienta, agreste y llena de montañas, y por lo tanto muy poco productiva. Sus habitantes eran terriblemente rústicos, con apenas un barniz de civilización encima, y parece ser que en épocas tan avanzadas para la Hélade como el Siglo de Pericles, ellos aún conservaban la costumbre de hacer sacrificios humanos en ciertos rituales religiosos. En lo político ni siquiera adoptaron el sistema de la pólis o ciudad estado, porque no tenían ciudades de importancia: se organizaban como en una especie de confederación de cantones o de clanes, un poco como Suiza o Escocia, pero a lo bestia. Tan pobre era su suelo y tan salvaje sus habitantes, que ningún conquistador, ni siquiera los fieros espartanos, se sentían tentados a invadirlos. Los árcades (habitantes de Arcadia) se salvaron así de numerosas invasiones, lo que creó la leyenda de que los arcadios era uno de los dos pueblos originarios de Grecia anteriores a todas las invasiones (incluyendo los antiquísimos aqueos y dorios), y que poseían dicho territorio desde antes de la creación de la Luna (el otro pueblo es el de Atenas, pero ellos por otras razones). El estudio de la toponimia, los nombres de lugares geográficos, parece darles la razón, porque muchos nombres árcades ni siquiera pertenecen al idioma griego.
¿En qué minuto se produjo entonces la transformación literaria? Los culpables fueron los poetas alejandrinos. En la Grecia Helenística, dentro de una cultura sofisticada y artificiosa, los poetas sintieron la pulsión de «regresar a la naturaleza» dándole un puntapié a la ciudad, demasiado grande y opresiva para su gusto. En este escapismo, dieron con referencias de esa región montañosa y salvaje, y en vez de imaginársela sucia y miserable, la creyeron una especie de refugio natural intocado por la «civilización». Estos poetas dieron nacimiento a la novela y la poesía pastoril, aunque como se ha observado varias veces, y el caso de los árcades parece confirmar, en realidad estos pastores son más nobles disfrazados que otra cosa. Milagros que produce la literatura de ficción…
Tiene un cráneo enorme, la cara achatada, la nariz recortada, las orejas deformes y una suerte de sacos que sobresalen entre costilla y costilla.
Se llama Graham y, según sus creadores, es la única persona cuya constitución física está diseñada para permitirle sobrevivir a un accidente de tránsito letal.
Este ser imaginario fue creado por una iniciativa de la Comisión de Accidentes de Transporte (TAC) de la región australiana de Victoria, con la participación de un cirujano experto en traumas, un experto en accidentes de tránsito y una artista plástica, que tuvieron con misión recrear la imagen de cómo debería lucir un ser humano si debiera evolucionar para sobrevivir a un accidente automovilístico.
«Los vehículos han evolucionado a una velocidad mucho mayor que los humanos y Graham nos ayuda a entender por qué es necesario mejorar cada aspecto de nuestro sistema vial para protegernos de nuestros propios errores», explicó en una nota de prensa el director de TAC, Joe Calafiore.
Cada una de las características del físico de Graham que son distintas al ser humano tradicional están diseñadas como un recordatorio de las vulnerabilidades que tenemos ante un accidente.
Así, por ejemplo, su cabeza es enorme porque su cráneo es de mayor tamaño para poder proteger mejor al cerebro de los impactos; no tiene cuello, para disminuir los riesgos de daño a la médula espinal; su cara es aplanada y grasosa y tiene unos saquitos entre las costillas para disminuir el impacto de un choque; etc.
Con Graham, las autoridades de TAC buscaban crear una herramienta didáctica que les permitiera abordar el tema de la seguridad vial desde una perspectiva inédita.
La instalación estará en exhibición en el Biblioteca Estatal de Victoria hasta el 8 de agosto, antes de ser enviada de gira por el país.
Además se ha creado una página web (www.meetgraham.com.au) y se ha modificado el plan de estudio de las escuelas para que los alumnos puedan aprender más sobre el tema.
Su mensaje, sin embargo, irá más allá de Australia, pues la historia de Graham se ha hecho viral y ya está llegando a otras partes del mundo.
Corría 1988 y el entonces vicepresidente de Estados Unidos George H. W. Bush realizaba una visita de rutina al estado de Idaho. Se suponía que debía dar un discurso, trasmitido en vivo por la televisión, sobre la política agrícola y alabar sus logros junto con el presidente Ronald Reagan.
Luego dijo: «Hemos tenido triunfos. Cometimos algunos errores. Hemos tenido un poco de sexo … eh … contratiempos».
Sin dudas, Bush padre será recordado también por esa legendaria metida de pata.
Se trató de desliz freudiano, también conocido como acto fallido o lapsus línguae.
Cuando nos expresamos, están las cosas que uno quiere decir, las cosas que uno podría decir sin consecuencias y las que serían totalmente desastrosas si se dicen. Hablamos de esas, precisamente: las que en ocasiones, y para tu vergüenza, terminan escapándose de tu boca.
Es el mayor temor de cualquier orador público.
Pero ¿qué causa realmente estos errores? ¿Tienen algún significado oculto?
¿Impulsos prohibidos?
Para Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, no era suficiente preguntarles a sus pacientes lo que pensaban.
Sus verdaderos deseos, en su opinión, sólo podían ser examinados prestando atención a los lapsus línguae y otras pistas del inconsciente.
Un desliz clásico es cuando se piensa una cosa y se quiere decir otra.
También conocidos en sicología como actos fallidos, estos tropiezos verbalespodrían revelar los impulsos prohibidos -tales como deseos sexuales y ganas de maldecir- que, por lo general, están bloqueados de forma segura dentro de la mente inconsciente.
Los errores verbales no serían producto del azar, sino un rompecabezas que debe ser decodificado.
Sólo hay un problema: los deslices freudianos, al igual que muchas otras ideas del famoso médico, son extremadamente difíciles de probar.
Freud puede ser tan famoso como Darwin, pero muchos sicólogos,lingüistas y neurólogos piensan actualmente que se equivocó en casi todo. ¿También en esto?
Probando el error
Uno de los primeros e ingeniosos estudios utilizó el sexo y las descargas eléctricas para averiguarlo.
Al inicio del experimento, dos de tres grupos de varones heterosexuales fueron recibidos por un profesor de mediana edad, mientras que el tercero fue conducido a una habitación con una asistente de laboratorio vestida provocativamente.
«Nosotros fuimos a la clase de límites de lo que podría esperarse en el campus. Era atractiva y llevaba una falda muy corta y una especie de blusa transparente», recordó Michael Motley, sicólogo de la Universidad de California en Davis, uno de los autores del estudio.
Se les pidió a los participantes leer una lista de pares de palabras en silencio, a razón de una por segundo.
Lo que no sabían era que los pares de palabras habían sido diseñados para inducir trastrueques o »spoonerisms», un término en inglés inspirado en los deslices que hicieron famoso al reverendo William Archibald Spooner, quien tendía a intercambiar los sonidos o letras iniciales de dos palabras.
De vez en cuando quienes conducían el experimento pedían que los participantes leyeran la pareja de palabras en voz alta.
Como habría pronosticado Freud, los hombres en presencia de la ayudante de laboratorio tuvieron más deslices basados en el sexo que el grupo de control, pero no mayor cantidad en general.
Mientras tanto, el tercer grupo tenía sus dedos conectados a electrodos conectados a su vez a una máquina capaz de provocar leves descargas eléctricas.
«Les dijimos -esto era mentira, por supuesto- que había una probabilidad del 70% de que iban a recibir una descarga eléctrica», dijo Motley.
En este grupo muchos confundieron las palabras que iban leyendo con otras asociadas a lo que realmente tenían en mente: la posible descarga eléctrica a que se exponían.
El «problema del oso blanco»
En un intento por reprimir sus impulsos, los hombres pueden haber sido víctimas del «problema del oso blanco», así descrito por el escritor ruso Fiódor Dostoievski.
Si intentas con mucha intensidad de no pensar en algo, como el sexo o un oso polar, sólo pensarás en ello.
En la década de 1980, el sicólogo Daniel Wegner sugirió que el mismo sistema que tiene como objetivo evitar actos fallidos puede ser el culpable de que terminen produciéndose.
De acuerdo con su teoría, los procesos subconscientes están recorriendo continuamente nuestros pensamientos para mantener a nuestros deseos más íntimos encerrados.
Pero cuando se produce un pensamiento relativo a uno de estos deseos, en lugar de quedarse quieto (bajo control, oculto) -irónicamente-, puede ser anunciado al cerebro consciente.
Y entonces, es cuestión de tiempo para que se produzca el acto fallido.
La palabra que terminamos eligiendo puede ser reveladora. Para colmo de males, estar estresado hace estos errores catastróficos aún más probables.
¿Más bien errores inocentes?
Pero no todos están convencidos.
De hecho, de acuerdo con Rob Hartsuiker, un psicolingüista de la Universidad de Gante, Bélgica, la mayoría de los errores son inocentes.
Una montaña de evidencia experimental ha demostrado que si dos palabras comparten significado contextual y una vocal, hay riesgo de mezclar las consonantes iniciales.
Es el resultado de la forma en que se accede a las palabras en el cerebro.
En primer lugar, hay que seleccionar de una red de palabras que están organizadas por similitud.
Luego el cerebro selecciona cómo suena la palabra, que es cuando se intercambian las consonantes. «Esto es muy típico, y también es algo que Freud ignoró», dice Hartsuiker.
Con poca frecuencia
A pesar de estas trampas verbales, la persona promedio equivoca menos de 22 palabras por día de alrededor de 15.000.
Probablemente somos más vulnerables a deslices cuando estamos distraídoso cuando nuestro corrector ortográfico inconsciente no funciona correctamente -si estamos nerviosos, cansados o intoxicados y a medida que envejecemos.
También es más probable cometer errores si se habla demasiado rápido.
Psicoanalistas como Rosine Perelberg del University College de Londres, en Reino Unido, piensan que estos errores son importantes.
«Son materia de chistes, pero son tan valiosos puesto que revelan algo que la persona no quiere revelar conscientemente«, dice. «Nos lo tomamos muy en serio».
Perelberg menciona un paciente cuyo reciente desliz reveló ansiedades subconscientes acerca de ser violento hacia su futuro hijo.
Hartsuiker se muestra escéptico. «La evidencia sobre actos fallidos reales es muy, muy limitada, de hecho».
Para otros, es probable que la explicación dependa del desliz.
«¿Estoy de acuerdo con Freud en que todos los deslices son freudianos? Bueno, no. Pero ¿creo que existe tal cosa? Sí, lo creo», asegura Motley.