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Resulta que lo obvio no es propiedad de nadie, lo evidente no tiene amo.
Siempre habrá alguien que lo mencionó antes, y no por ello el conocimiento es suyo.
Por eso es importante obtener un enfoque y una experiencia propios.
En lo que respecta a las palabras, no es lo mismo constatar que repetir.
En lo que respecta a los pensamientos, una mente que piensa es un foco continuo de conflicto, por el mero hecho de pensar, mientras que una mente que discierne tiene alguna posibilidad de evitar el interminable conflicto de una mente pensante.
Debe uno ser honesto.
Si crees que sabes algo no estás siendo honesto.
Ser honesto significa ser humilde, ser paciente, dar al pensamiento el valor que realmente tiene.
Darse cuenta de que ESE (el que sea) es realmente el valor que tiene (o el NO valor).
Para saberse incompleto hay que ser honesto, hay que ser justo y ecuánime en el pensar.
Cultivar el silencio de voz proporcionará calma a la mente o al menos ausencia de ruido.
Hay que bajarse del tren de los pensamientos y observar como continúa su marcha sin nosotros.
También hay que bajarse del tren de los buenos pensamientos, de los agradables, de los que ofrecen placer, que son los que crean más apego.
La tristeza y la alegría habitan en el mismo contenedor. ¿Cómo nos atrevemos a distinguirlas?.
Ese discurso mental, parcial, interesado, no tiene fin.
La propia naturaleza del pensamiento es ser pensado, permanecer, subsistir, insistir, imponerse.
La naturaleza de la mente evita que el pensamiento sea trascendido, es como mantener una conversación ante un espejo. Siempre habrá una respuesta que en realidad no lo es.
¿Qué utilidad tiene recordar dos veces la misma circunstancia?
Esto solo puede provocar placer y apego o dolor y rechazo, pero lo hacemos cientos de veces al cabo del día.
Hay que ser honesto para darse cuenta, hay que ser valiente, salir de detrás de la piedra, que lejos de protegernos nos está ocultando.
La basura, el caos y la violencia conviven junto a las flores, la calma y el silencio.
Aromas recordados tras el estruendo del miedo rompiéndolo todo.
El miedo a no saber que uno ES, tan presente, sin ver que es otra trampa.
Qué difícil es ver que cada pensamiento aplasta la serenidad, que difícil es ver que cualquier pensamiento es falso, es desesperante observar que cada palabra traiciona el silencio.
Es inquietante ver que esa mente que domina y maneja es la que nos hace ver que algo ha sido alcanzado, sutil trampa en la que hay que caer para poder salir y percibir lo profunda que es.
La honestidad te hará ver que eres mediocre y engreído, y ese es un buen punto de partida, tal vez sea el único punto de partida, porque los vicios están demasiado arraigados y la práctica es muy débil, poco sostenida e insignificante.
La práctica nunca es suficiente porque hay “alguien” que espera algo (o mucho) de ella.
Y espera porque no la entiende.
Es como intentar atrapar el reflejo de la luna en el agua.
Eso es no entender la práctica.
Estaremos eternamente en la orilla lanzando las manos al agua sin éxito.
Intentar explicar esto con palabras es absurdo, entramos en el enredo de las palabras que se justifican a sí mismas.
¿Entonces, dónde está lo verdadero?
Quizá la pregunta sería más justa si dijéramos ¿Cuando está lo verdadero?.
Podemos acercarnos aún un poco más, intentando no juzgar, no opinar, no obtener nada, no tomar posición, intentando no anticipar nada.
¿Cuándo es lo que acontece?
¿Cuándo es?
Utilizando las palabras como herramientas no podemos acercarnos más, no podemos simplificar más la pregunta.
La respuesta solo puede ser silencio si la pregunta es la adecuada.
Si no hay respuesta la pregunta es una flecha o una trampa.
Si pensamos en la pregunta ya hemos fracasado.
Si pensamos en la respuesta ya hemos fracasado.
Utilizar “mi opinión” es estar equivocado. ¿Se ve esto?
No puede haber respuestas sin plantear preguntas pero puede haber respuestas que no originen nuevas preguntas.
¿Cuántas facetas tiene una pregunta?
¿Cuántas facetas tiene una persona?
¿Puede haber un estado en ausencia de facetas?
¿Qué otra cosa son las facetas sino juicios comparativos?
Es la rivalidad contra uno mismo, perpetua, incomprendida, invisible, insistente que se ha establecido como un hábito del pensar y al que erróneamente le llamamos “personalidad”.
No hay tal cosa.
Esa “personalidad” no soporta tres preguntas honestas sin desmoronarse.
Pero al sentir firmemente que esa creencia nos conforma, la perpetuamos, porque pensamos que somos ella.
Uno nunca puede ser una creencia.
La personalidad no es necesaria, es un traje, es un disfraz.
Sin personalidad no hay rivalidad (autorivalidad), no hay conflicto y al no haber discurso mental uno se olvida de sí mismo.
UNO SE OLVIDA DE SI MISMO.
Porque es ese sí mismo quien realiza las preguntas reclamando atención permanentemente.
No es un acto voluntario, eso sería una mentira, una apariencia.
No vale “hacerse el dormido”. O uno duerme o no duerme.
O uno está despierto o no, hacerse el despierto es una trampa mucho peor aún que hacerse el dormido.
¿Retomamos la honestidad?
Con trampa no puede haber honestidad.
Si hay oscuridad no puede haber luz, pero una pequeña luz hace desaparecer la más inmensa oscuridad.
Esa es la honestidad de la que hablo y ese es su valor.
El opuesto silencio es el ruido, como el opuesto del meditador es el héroe.
Fisiológicamente el hombre es un animal, es el único animal con personalidad, y es esa personalidad la que provoca que la persona quiera ser algo que no es.
¿Acaso la piedra quiere ser algo más que una piedra?
¿Acaso el delfín intenta volar?
¿Acaso el águila pretende subsistir bajo el agua?
El delfín y el águila ni siquiera aceptan nada, porque la pregunta nunca llega a realizarse.
Así, cuando alguien pretende ser algo que no es o pretende alcanzar algo que no tiene la mente honesta deja paso al pensamiento traidor.
La (posible) honestidad deja paso a la (segura) traición.