En el debate entorno a la prostitución, hay un argumento que esgrimen los y las defensoras del regulacionismo que no se sostiene de manera alguna. Estoy hablando de la teórica “imposición de la moral o la moralina”, acompañada de la coacción de la “genuina libertad” de algunas prostitutas, que se le imputa a los y las abolicionistas. Considero que es de lo más inconsistente que se puede introducir en el debate, pero nos dice mucho acerca de nuestra izquierda posmoderna. Hay dos errores: al mismo tiempo, compra el marco ideológico dominante y resulta muy cuestionable en términos teórico-antropológicos.
La crítica contra-paternalista, acompañada del reproche a aquel que vendría a imponer su “superioridad moral”, implica prácticamente negar la exodeterminación de los seres humanos por las estructuras sociales y culturales. La idea es que una persona podría actuar libremente si no fuera por la imposición de ese tercero que le dice lo que debería hacer. Se presupone que la libertad sería nuestra condición ordinaria, pero a veces sería reprimida por una causa imaginada libre (el moralista – o el Estado- que decide coartar nuestra “libre decisión”). Sin embargo, otros objetos, que condicionan realmente nuestras vidas cotidianas, como las fuerzas del mercado, se nos presentan como impersonales y vacíos de intencionalidad, y por lo tanto son naturalizados como objetos de necesidad. Somos afectados más de odio hacia una causa que imaginamos libre, que no hacia una que imaginamos como necesaria (Eth, III, 49, Spinoza, 1958).
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