Cada uno de nosotros que entramos en este mundo lo hacemos sin conocer nuestra identidad. Cuando nacemos ignoramos nuestro nombre, nacionalidad o clase social, por ejemplo. Sin embargo, estamos completamente vivos. Venimos al mundo en nuestro estado más vulnerable, puro y natural, pero no dura mucho, porque entrar en la vida es como ser invitado a un baile de máscaras, y para unirnos a él debemos conseguir una máscara que usar. Pero, como somos bebés, no podemos hacer nuestra propia máscara, por lo que las personas cercanas a nosotros (generalmente nuestros padres u otros familiares) comienzan a confeccionarla y luego nos la ponen. Los componentes iniciales de esta máscara incluyen un nombre, género, nacionalidad y, en muchos casos, una religión. A medida que crecemos y seguimos bailando, se agregan nuevos elementos que poco a poco construyen nuestra identidad. Pero nosotros mismos no nos damos cuenta de que llevamos una máscara o de que la están fabricando. Desde el comienzo, se nos dice que nuestro nombre y demás son lo que somos, como si estos elementos constituyeran una esencia absoluta, sólida, separada y permanente con la que hubiéramos venido a este mundo. No los reconocemos como productos de nuestro entorno, que podría haber sido muy diferente en diferentes circunstancias. Seguir leyendo Despertar es dejar caer la máscara →