¿Sabes porqué utilizas Windows? ¿O sabes porqué usas Macintosh (Apple)? ¿Lo haces porque son más chulos? ¿Porque funcionan mejor? ¿Porque no dan problemas? ¿Quizás porque son un indicativo de tu estatus social? ¿O a lo mejor es porque ni siquiera te preocupas de saber el porqué y quién fabrica el programa que gestiona tu ordenador? Hay ataduras que recortan tus libertades, como el entretenimiento sinsentido, la moda o la desinformación. La cuarta cadena que te esclaviza procede de donde no te imaginas: Tu propio ordenador
Hace años que los fabricantes de sistemas operativos —como Microsoft o Apple— dedican ingentes recursos a ocultar cómo funcionan realmente los ordenadores, se supone que con la idea de simplificar su uso. Para ello, algunos de sus mejores ingenieros han inventado toda clase de metáforas visuales e interfaces gráficas, lo cual ha permitido que mucha gente se acerque a los ordenadores personales sin sentir pánico o sin provocar grandes gastos de formación de personal a sus empresas.
Esa es la explicación aparente. Pero, lamentablemente, construir ese muro de metáforas en forma de interfaz gráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUI) ha tenido un coste social y cultural muy notable, ya que hizo que la tecnología que rodea al ordenador se percibiera como algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos, recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo que realmente sucede. Eso propició estrategias comerciales basadas en el engaño y la trampa, cuando no abiertamente delictivas y aclara porqué productos muy deficientes, como el propio Windows, sean consumidos masivamente y tolerados por el gran público, que soporta resignadamente una mercancía plagada de errores y sin garantía real alguna, que acepta las pérdidas de datos, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidad y toda clase de errores inesperados como algo natural, inherente al propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace funcionar.
Neal Stephenson
El último —y gravísimo— atropello planificado por parte del principal constructor de interfaces “amigables” tiene el nombre de TCPA/Palladium y pretende universalizar el software propietario con código malicioso incorporado. Hoy son las empresas las que «legislan» de facto mediante la tecnología y, de imponerse dicho sistema —una auténtica conspiración de Microsoft e Intel contra libertades básicas de las personas—, permitiría realmente la censura remota, la intrusión y el control de los ordenadores personales por parte de las corporaciones multimedia y de los gobiernos, a espaldas del usuario y sin su consentimiento.
La «cultura de la interfaz» se ha impuesto, pero para llegar a ese punto ha hecho falta un largo recorrido salpicado de guerras no declaradas, una auténtica «lucha de clases en el escritorio» que nos ha llevado desde la línea de comandos hasta las vistosas interfaces gráficas actuales. Es precisamente esa historia la que
nos narra, de forma amena y desenfada, Neal Stephenson, autor por cierto de algunas de las mejores novelas de ciencia-ficción de la última década, tales como Snow Crash y Criptonomicón.
Existe una comunidad, una cultura compartida, de programadores expertos y gurús de redes, cuya historia se puede rastrear décadas atrás, hasta las primeras minicomputadoras de tiempo compartido y los primigenios experimentos de Arpanet. Los miembros de esta cultura acuñaron el término hacker. Los hackers construyeron la Internet. Los hackers hicieron del sistema operativo Unix lo que es en la actualidad. Los hackers hacen andar Usenet. Los hackers hacen que funcione la WWW.
El heredero de esa cultura es el movimiento del software libre, y su buque insignia es GNU/Linux. En ese ámbito sigue muy viva la interfaz de línea de comandos de la que nos habla Stephenson.
Tal circunstancia no responde a ninguna clase de nostalgia o excentricidad, ni se debe solo a una decisión técnica, sino política, pues con ello se han mantenido intactos el poder y la capacidad de decisión del usuario sobre lo que hace su máquina.
La obra que presentamos constituye un ensayo sobre el pasado y el futuro de los ordenadores personales, un recorrido personal y subjetivo —pero no por ello menos preciso— a través de la evolución de los sistemas operativos que el autor ha conocido —Windows, MacOS, Linux, BeOS— y de la actitud que han representado a lo largo del tiempo cada uno de ellos en el uso, y el tipo de usuario a los que ha dado lugar. No es un libro que trate de evaluar o comparar técnicamente las prestaciones de los distintos sistemas operativos, ni que aborde la típica (y artificiosa) controversia entre usuarios de Mac y de Windows.
De hecho, Stephenson sitúa correctamente en el mismo plano a Apple y a Microsoft, como dos caras de la misma moneda: tal y como no hay diferencia cualitativa entre un fabricante de ferraris y otro de ladas (por mucho que estética e incluso funcionalmente no haya comparación posible), tampoco la hay entre Redmond y Cupertino: ambos gigantes representan un modelo basado en el código cerrado, en la restricción y la apropiación de las fuentes del conocimiento y la venta de licencias.
La alternativa al software propietario no es otro software propietario que funcione mejor o sea más vistoso, o nos salga gratis; el camino adecuado es un software que devuelva a los usuarios de ordenadores el poder y la libertad que han ido perdiendo a lo largo del tiempo o, aún más, que permita a los usuarios autoorganizarse: ese, y no otro, es el valor del software libre, mucho más que sus excelencias técnicas, las cuales siendo indiscutibles, no dejan de ser un hecho circunstancial. ¿Y qué es lo que caracteriza pues al software libre? el permiso de copiar, modificar y redistribuir el código (incluyendo su venta), con una única restricción que se puede sintetizar con el título del himno de Caetano Veloso y del Mayo francés: «prohibido prohibir», y que los hackers comprimen aún más llamándolo «copyleft».
Esto no es una simple utopía de informáticos libertarios, sino la columna vertebral de Internet (más del 60 % de los servidores web se basan en un software libre llamado Apache), el modelo de negocio de numerosas empresas y el sistema que usan ya más de veinte millones de personas en sus ordenadores.
Esta obra sin duda supondrá un punto de vista novedoso para el usuario no especializado, pues le descubrirá de modo ameno un mundo que no es el que le han contado en las revistas de informática, ni en los rutilantes anuncios de las grandes compañías de software propietario, que prometen facilidad de uso a cambio
de aceptar la entrega ciega e incondicional a sus productos. Neal Stephenson muestra que no es oro todo lo que reluce debajo de esa metáforas visuales y esos vistosos y (se supone) intuitivos escritorios, que se han impuesto a costa de un ejercicio tramposo de idealización equivalente a las películas de Walt Disney.
Esta es una parte de la introducción del libro “En el principio… fue la línea de comandos” con adaptación libre realizada por genteconconciencia.org, libro que te puedes descargar completo desde aquí.
Es un libro que cuenta LA VERDAD (con mayúsculas).
¿Porqué estoy tan seguro de ello? Porque la Verdad no tiene fecha de caducidad. La Verdad es cierta hoy, mañana, dentro de 50 y dentro de 100 años. Este libro fue publicado en 1999 y es tan válido en el 99 como en el 2011.
Windows/Apple/Linux