Una tradición que se ha prostituido
“El yagé es una planta medicinal y punto”
Por: Pablo Correa
Germán Zuluaga, investigador de la U. del Rosario, conoció el yagé hace 20 años. Desde entonces ha intentado tender un puente entre la medicina indígena y la occidental.
Cuando Germán Zuluaga era estudiante de medicina de la Universidad del Rosario, en los años 80, viajó a Florencia (Caquetá) para cumplir con un requisito de su práctica médica. No sospechaba que aquel viaje cambiaría para siempre su vida y la manera de entender la medicina.
Profesor de la Universidad Javeriana por más de una década, director del grupo Estudios en Sistemas Tradicionales de Salud, considerado por Colciencias uno de los investigadores élite del país, docente de la Universidad del Rosario y colega de los verdaderos taitas y chamanes del Vaupés y el piedemonte amazónico, Germán Zuluaga tiene la autoridad suficiente para hablar sobre el yagé y explicar qué significa en realidad este bejuco sagrado en la tradición indígena.
Su consultorio es un rincón acogedor y tranquilo al fondo de una casa de fachada anaranjada antecedida de un jardín enmarañado de plantas medicinales. Allí, a dos cuadras de la plaza central de Cota (Cundinamarca), llegan día tras día pacientes desde todos los rincones del país. Su fama ha ido creciendo gracias a la más efectiva de las publicidades: el voz a voz. Esta es su versión del yagé.
20 años de la primera toma
“Llegué a la casa de don Roberto por una casualidad. Debían ser como las tres de la tarde. Me sorprendí al ver que el curandero del pueblo vivía en aquella casucha de techo de cartón y piso en tierra. Dije: aquí no puede haber nadie que sepa de nada. Me habían pedido que le llevara una botellita de aguardiente y se la llevé.
Como a las seis de la tarde, después de dos aguardientes, don Roberto me dio a beber yagé, pero yo no sabía qué estaba tomando, nunca había escuchado del yagé. A las dos horas sentí que me estaba muriendo del malestar. El pensamiento inmediato fue que este señor me había envenenado. Sentí un golpe en el estómago y el vómito salió disparado, en proyectil como lo llamamos los médicos. Sabía que aquello era síntoma de hipertensión endocraneana y de intoxicación aguda. Lo último que recuerdo fue que caí al suelo.
Poco a poco fui despertando a medida que él iba cantando. Entonces lo vi vestido con todos sus adornos y plumas. Lo interesante era que ya no me sentía mal sino mejor que cuando había llegado. Y concluí que eso no era una intoxicación sino una desintoxicación. Ese concepto me intrigó. Él me invitó a volver. A los ocho días regresé y la experiencia siguió siendo intensa.
Tuve que regresar a Bogotá. Pero la curiosidad de aquello que había experimentado no paraba. Así que decidí volver como médico rural, por la zona de Yurayaco (Caquetá), que es la sede de los indígenas inganos. Viajaba con frecuencia a la casa del taita. Luego me nombraron director de un hospital, pero el taita me dijo que existía una dificultad y era que yo atendía partos. Dijo que si seguía con los partos no podíamos seguir trabajando. Entonces me lancé al aire: renuncié. ¿Qué hago ahora?, pensé.
Después de un tiempo decidí instalarme en San Agustín. Por alguna pista que el taita me dio. Además quería alejarme un poco de aquello para reflexionar. Quería parar y revisar mi vida, pensar a qué me iba a dedicar. En San Agustín me casé y nació mi primer hijo. Me gasté los ahorros del rural en comprar libros, porque en esa época nadie le hablaba a uno de eso. Hoy el yagé es el tema de moda.
En San Agustín la gente empezó a identificarme como curandero, aunque no sabían que era médico. Algunas personas empezaron a regar la voz y los habitantes me buscaban. Fui adentrándome en ese mundo en el que vive la gente. Si van a donde el médico y dicen que tienen un frío enterrado, el médico se enoja. Conmigo no. La sorpresa fue que muchos de esos conceptos eran los conceptos de los que don Roberto me hablaba.
Entonces, sin ansiedad, decidí que me iba a dedicar a esto. Aunque la nuestra es una medicina muy valiosa en muchos sentidos, con grandes avances tecnológicos, es a la vez muy limitada en muchas cosas. Y el cansancio de la gente con la medicina occidental es evidente, porque siempre le están recetando las mismas pastas, son las mismas 15 pastillas en todas las EPS del país: diclofenac, ibuprofeno, etc. Mi apuesta fue distinta. Fue una renuncia al prestigio, al estatus, a muchas cosas.
Tuve la tentación de dejar la medicina, colgar la bata, y ponerme las plumas y el guayuco por decirlo de alguna manera. Pero él me corrigió. Me dijo usted está equivocado, nosotros no queremos que se vuelva uno de nosotros, queremos es tener a alguien en la otra orilla. Y me pareció bellísimo.
Cuando don Roberto murió, seguí trabajando con don Laureano para que esa medicina sea conocida y respetada. Me doy cuenta de que para que exista un diálogo real primero que todo hay que recuperar la dignidad perdida de los indígenas, sus territorios, sus derechos, su educación propia, su lengua, y poner la medicina en el lugar que tenía antes.
Surgió la inquietud de un encuentro de taitas, preocupados por los problemas internos de separaciones pero también por los externos, charlatanería, el tráfico de plantas y recursos genéticos, eso fue en 1999. Ahí nació lo que se llamó la Unión de Médicos Indígenas Yageceros de la Amazonia Colombiana (Umiyac), que reunió a 40 taitas de siete grupos indígenas del piedemonte amazónico.
Yagé
¿Qué es el yagé? Simplemente me remito a repetir las palabras textuales que los distintos taitas me han enseñado. El yagé es una planta medicinal. Punto. ¿Cómo obra? Es un purgante. Punto.
Digamos que la diferencia es que su acción purgante no ocurre solo a nivel físico, sino ocurre en otras dimensiones de la persona: pensamientos, sentimientos, recuerdos, emociones, y eso es lo que lo hace tan especial. Eso es para mí el yagé.
Y de acuerdo con las enseñanzas de ellos, la única forma correcta de acercarse al yagé es por salud. Cualquier intención distinta es una equivocación. Si usted va con cuenticos de ver elefantes rosados, le va mal. Si va con que quiere unirse con la divinidad, le va mal. Si quiere ser un iniciado del mundo esotérico, le va mal. Y desafortunadamente eso es lo que predomina. Mucho de todo el desorden de ahora es eso. La gente no entiende que es un médico indígena que trabaja con un esquema distinto y lo que ofrece es una planta medicinal muy especial, sagrada, y que si se sale de ese contexto puede ser muy dañina.
Lamentablemente ese discurso medio esotérico y psicodélico, ha tenido éxito comercial y ha permeado las comunidades indígenas. Ellos comienzan a ofrecerse con ese lenguaje. Sin querer o queriendo van haciendo acopio de ese lenguaje medio mercantil y charlatán, porque están en el conflicto de ser reconocidos. Con la Unión de Taitas se acordó un código de ética. Entendieron que si querían ser reconocidos como médicos necesitaban una reglas mínimas para que la gente sepa quién es un chamán y quién no. En 2001 se publicó el documento, que en mi opinión es histórico. Y que tristemente su cumplimiento no se ha dado del todo por culpa de algunas personas poco serias”.
“No estigmatizar el yagé”
Para el taita Miguel Chindoy, ex gobernador del pueblo Kamchá, en el cabildo de Sibundoy, el yagé es una planta de poderes, usada como purificante del cuerpo y el espíritu. “Hay unas reglas para la toma del yagé, una preparación previa. Debe hacerse en la noche, en lugar que no haya ruido y siempre guiado por el sabedor y conocedor de estos temas. No se debe ingerir licor. No deben reunirse más de 20 a 30 personas. Es aconsejable que el día anterior no se tengan relaciones sexuales. Y en el caso de las mujeres, no estar en embarazo ni en período menstrual. Es importante consultar con el sabedor su estado de salud. El conocimiento tradicional no debe ser estigmatizado por el mal uso que hacen algunas personas.
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