Si hay una fuerza que distingue a los seres humanos de los animales es la religión. Por alguna razón extraña que nadie ha podido explicar, el hombre ha sido siempre un animal religioso. Los escépticos del siglo XVIII trataron de explicarlo diciendo que era una mera superstición: el hombre temía a las fuerzas naturales, así que personalizó los truenos y relámpagos como dioses y a ellos elevó sus rezos. Pero esto no explica por qué nuestros antepasados durante la glaciación de Riss, hace más de 200.000 años, quisieron hacer esferas perfectamente redondas, cuando no había ninguna aplicación práctica obvia para ellas. Al parecer, la única explicación posible es que son objetos religiosos, una especie de disco solar. Y el Homo erectus -o quienquiera que las hiciese- sin duda no tenía ninguna necesidad de temer al sol. El período Cuaternario llega hasta los tiempos actuales, si bien se distinguen dentro de él 2 períodos: Pleistoceno y Holoceno. El primero comprende desde los 1’8 millones de años hasta el 9000 a. C. aproximadamente. A partir de entonces estamos en el Holoceno. El Pleistoceno se divide a su vez en diferentes subperíodos en razón de las características climáticas: El cuaternario antiguo o Pleistoceno Inferior (entre 1.600.000 y 700.000 años), con clima cálido y húmedo durante unos 600.000 años, deteriorándose progresivamente a lo largo del empeoramiento climático conocido como Glaciación de Günz. Durante esta fase se produjeron violentas erupciones volcánicas, afectando principalmente al centro de Francia y nordeste de la Península Ibérica. La Europa meridional se libró de la ola de frío. La flora se refugia en zonas abrigadas como los fondos de los valles y será a partir de allí, donde se desarrollarán las nuevas masas forestales como son el abedul, haya, nogal, pino y encina. Durante esta primera fase, la fauna está compuesta por animales supervivientes de las formas terciarias, como los carnívoros de grandes dientes, simios, caballos de tres dedos, etc. Durante el período glaciar Günz los principales elementos de la fauna son: mamut, ciervo, oso, lince, macaco, nutria, rinoceronte y león cavernario.
El Pleistoceno Medio (entre 700.000 y 130.000 años) se inicia con la interglaciación Günz-Mindel, la cual dura unos 50.000 años. La fauna propia de este período de clima muy húmedo y cálido es: elefante, rinoceronte, caballo, hipopótamo, etc., perdurando varios de los representantes arcaicos del Terciario. Entre los 650.000 y los 300.000 años se desarrolla la glaciación Mindel. Es una etapa prolongada de clima semiárido y fresco: no muy frío al principio y con fases bastante rigurosas y secal al final. Este nuevo enfriamiento hizo desaparecer los últimos animales procedentes del Terciario. La flora sufre una gran degradación con avance de la tundra, quedando los bosques de especies muy resistentes en los valles más protegidos. En el interglaciar Mindel-Riss (de 300.000 a 250.000 años a.C.), el alto grado de humedad permitió la expansión de diversas especies arbóreas de hoja caduca y plantas termófilas. La fauna de este período responde al paisaje de transición, de circunstancias templadas y húmedas: elefante de piel desnuda, rinoceronte, hipopótamos, ciervos, gamos, grandes bóvidos y équidos. La glaciación de Riss (250.000-125.000 años) ocupa la última parte del Pleistoceno Medio. Su característica principal es la existencia de períodos fríos muy marcados, con una fauna muy adaptada al frío como son los elefantes, uro, ciervo y rinoceronte de narices tabicadas. El descenso del nivel del mar fue en algunas zonas de centenas de metros. El Pleistoceno Superior (entre 125.000 y 10.000 años). Se ha dividido en varias etapas: El interglaciar Riss-Wurm se desarrolló entre el 125.000 a 80.000 años. Es una etapa calurosa: en la cornisa cantábrica se caracteriza por las formaciones de bosque y por especies como el rinoceronte de narices tabicadas y el ciervo. La glaciación de Wurm (aproximadamente de 80.000 a 8.000 a.C.) se subdivide en el sudoeste de Europa en cuatro etapas agrupadas en dos bloques: Antiguo (Wurm I y II), correlativo a la cultura del Paleolítico Medio y Reciente (III y IV), en el Paleolítico Superior. La oscilación Wurm I y el interestadio Wurm II (80.000 a 55.000 a.C.) presentan, respectivamente, un clima frío y húmedo y una situación atemperada con bosques de caducifolios. El Wurm II (55.000 a 35.000 a.C.) parece ser de frío acentuado: están presentes el mamut y el rinoceronte lanudo, es baja la proporción de arbolado y se ha sustituido por praderas y estepas.
El interestadio Wurm II/III (35.000 a.C.) parece ser muy húmedo y cálido. En Cantabria se reinstala el bosque templado, con abundancia de ciervo y rinoceronte. De este período son las formas culturales de transición Paleolítico Medio/Paleolítico Superior. El Wurm III (35.000-18.500 a.C.) es de carácter estépico: baja proporción de especies arbóreas y clima muy frío. A partir de este momento se suceden las culturas del Paleolítico Superior: Auriñaciense, Gravetiense, Solutrense y Magdaleniense. La transición Wurm III/IV se produjo entre 18.500 y 15.000 a.C. Como ejemplo de fauna tendríamos el elefante, caballo, ciervo, bisonte, gamo, jabalí, etc. La flora estaba representada por el pino negro, el abedul, la encina, el sauce, etc. Asimismo, ciertas herramientas de pedernal que datan de la glaciación de Riss muestran una factura compleja que las eleva a la categoría de obras de arte, puesto que es indudable que van mucho más allá de cualquier requisito práctico. En Boxgrove, en los Cotswolds, Inglaterra, se hallaron herramientas parecidas que datan de hace medio millón de años. Esto induce a pensar que o bien los fabricantes de herramientas eran unos artistas que se enorgullecían de su trabajo -y encontraban en él un medio de «realizarse», como dice el psicólogo Abraham Maslow. O que las herramientas eran objetos rituales que estaban relacionados con sacrificios religiosos y posíblemente con el canibalismo ritual. En ambos casos volvemos a tener indicios claros de que el hombre había evolucionado hasta dejar muy atrás la presunta etapa del mono, incluso cuando su aspecto continuaba siendo muy simiesco. Ahora bien, el impulso religioso se basa en la sensación de que hay un significado oculto en el mundo. Los animales se cree que consideran el universo como algo muy natural; pero la inteligencia lleva aparejada una sensación de misterio y busca respuestas donde la estupidez ni tan sólo es capaz de percibir interrogantes. Las montañas o los árboles gigantescos se convierten en dioses; los relámpagos y los truenos, también; y lo mismo el sol, la luna y las estrellas. Pero ¿por qué adquirió el hombre esta sensación de misterio, de significados ocultos? Hemos visto que la explicación racionalista -que dicha sensación se basa en el miedo- es insuficiente. Cuando un animal contempla el maravilloso espectáculo de un amanecer o un crepúsculo se cree que lo percibe solamente como un fenómeno natural. El hombre, en cambio, lo percibe como algo hermoso; el amanecer o el crepúsculo despierta cierta respuesta en él, igual que el aroma de la comida al prepararla. Pero la respuesta al aroma de la comida se debe al hambre física. ¿Qué clase de hambre despierta un crepúsculo? Si pudiéramos responder a esa pregunta, responderíamos a la pregunta de por qué el hombre es un animal religioso.
Colin Henry Wilson (nacido el 26 de junio de 1931 en Leicester), es un escritor del Reino Unido, así como un destacado filósofo. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del proscrito social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fyodor Dostoyevsky, William James, T. E. Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent Van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve. Colin Wilson también ha escrito obras sobre temas metafísicos y ocultistas. En 1971 publicó The Occult: A History, realizando una exégesis de Aleister Crowley, G. I. Gurdjieff, Helena Petrovna Blavatsky, la cábala, la magia primitiva, Franz Anton Mesmer, Gregor Rasputin, Daniel Dunglas Home y Paracelso, entre otros. También escribió una biografía especialmente objetiva de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast, así como biografías de Gurdjieff, C. G. Jung, Wilhem Reich, Rudolf Steiner, y P. D. Ouspensky. Originalmente Colin Wilson se concentró en el desarrollo de lo que llamaba la “Facultad X”, que incrementaba la percepción y proporcionaba habilidades como la telepatía o la percepción energética. En sus obras posteriores sugiere la posibilidad de la existencia de vida tras la muerte y de los espíritus, que personalmente analiza como miembro del “Ghost Club”. En 1996 escribió “From Atlantis to the Sphinx”, que en español se publicó con el título “El Mensaje Oculto De La Esfinge”, en el que me he basado para escribir éste y otros artículos.
Cuando Émile Cartailhac vio los grabados de la cueva de Laugerie-Basse en Les Eyzies, reconoció inmediatamente que «hay aquí algo más que la prueba de un maravilloso temperamento artístico; aquí intervienen motivos e intenciones que desconocemos...». Émile Cartailhac (1845 – 1921) fue un arqueólogo francés. Nació en Marsella y estudió Derecho, a pesar de sentirse atraído desde joven por la prehistoria. Enseñó arqueología en Tolosa. En 1867 se le encargó la sección de prehistoria de la Exposición Universal de París. Al igual que el también prestigioso arqueólogo Gabriel de Mortillet, puso en duda la autenticidad de los descubrimientos de arte rupestre paleolítico en la cueva de Altamira, en Cantabria (España), en 1879, y rectificó públicamente con el artículo La grotte d’Altamira, Espagne. “Mea culpa” d’un sceptique en 1902, después de que se encontraran en Francia otros restos artísticos del Paleolítico. Cartailhac descartó la idea de que el Hombre de Cro-Magnon pintara porque tenía tiempo libre y señaló que los habitantes de las islas de los mares del Sur disponen de mucho tiempo libre pero casi nunca pintan en las rocas. En cambio, los bosquimanos que a duras penas subsistían produjeron abundancia de arte rupestre. Fueron los aborígenes australianos y los indios de América quienes finalmente proporcionaron la respuesta: los dibujos tenían finalidades mágicas. Su objetivo era crear una relación entre el cazador y su presa. El antropólogo Ivar Lissner lo explica en Man, God and Magic: «Se hechiza a un animal por medio de su efigie, y el alma del animal vivo corre la misma suerte que el alma de su segundo ser… Un cazador también puede representar la muerte de su presa de manera ceremonial matándola en efigie, utilizando ciertos rituales muy antiguos…».
El Hombre de Cro-Magnon es el nombre con el cual se suele designar al tipo humano correspondiente a ciertos fósiles de Homo sapiens, en especial los asociados a las cuevas de Europa en las que se encontraron pinturas rupestres. Suele castellanizarse y abreviarse como Cro-Magnon, sobre todo para su uso en plural (cromañones). Cro-Magnon es la denominación local de una cueva francesa en la que se hallaron los fósiles a partir de los que se tipificó el grupo. Su datación (40 000 y 10 000 años de antigüedad) se toma como el hito que da comienzo al Paleolítico superior desde el punto de vista antropológico, mientras que el límite moderno no lo marca la aparición de ninguna modificación física, sino ambiental y cultural: el fin de la última glaciación y el comienzo del actual período interglaciar (periodo geológico Holoceno), con los periodos culturales denominados Mesolítico y el Neolítico. El uso del concepto “hombre de Cro-magnon” como alternativo a otras denominaciones está abandonado por los prehistoriadores y paleontólogos en la actualidad, aunque puede encontrarse su uso en las publicaciones, normalmente como sinónimo de Homo sapiens en el paleolítico, sin más precisiones. Los primeros hombres modernos europeos se agrupaban hasta hace poco en dos variedades: la raza de Cro-Magnon, más robusta, y la variedad de Combe Capel, Brno o Predmost, más grácil. En realidad, esta dicotomía pretendía justificar el binomio cultural Auriñaciense-Perigordiense y hoy en día se ha abandonado, estando sólo generalizado el uso del término cromañones para los hombres modernos paleolíticos. Variedades más tardías (hombre de Grimaldi o de Chancelade) tampoco parecen tener diferencias somáticas que justifiquen una completa diferenciación poblacional de tipo racial. No obstante, durante mucho tiempo se popularizó la errónea identificación de esos tres tipos humanos con las tres divisiones raciales o razas humanas de la antropología clásica: Cro-Magnon con la raza blanca o caucasoide, Grimaldi con la raza negra o negroide y Chancelade con los esquimales o raza amarilla o mongoloide.
Las finalidades mágicas de los dibujos son una prueba más de que el hombre antiguo era un animal supersticioso. Pero ¿cómo es posible que fuera un animal tan estúpido que no cayese en la cuenta de que su magia no daba resultados… que cuando el chamán de la tribu celebraba alguna ceremonia complicada para atraer a los bisontes o los renos al lugar donde los cazadores les habían tendido una emboscada, los animales sencillamente no hacían acto de presencia? Dicho de otro modo, si la magia era ineficaz, ¿por qué el hombre no la abandonó al cabo de unas cuantas generaciones? Los escépticos contestarán que probablemente rezar no sirve para nada y, pese a ello, las personas siguen rezando. Pero se trata de un caso totalmente distinto. Las plegarias parecen encontrar respuesta con la frecuencia suficiente para dar pábulo a más plegarias; los escépticos afirman que son coincidencias o ilusiones vanas, y no hay ninguna manera obvia de decidir quién tiene razón. Pero un chamán tribal -como los que aparecen pintados en tantas cuevas de Dordoña- celebra un largo y complicado ritual la noche antes de la cacería y su objetivo es atraer animales a un lugar determinado. Si una y otra vez no daba resultado, los cazadores pronto se percatarían de que era una pérdida de tiempo. De hecho, hay indicios interesantes de que, por alguna razón extraña, sí parece dar resultados. Llama la atención que chamanes de todo el mundo, de culturas sin ninguna relación entre sí, tengan las mismas creencias básicas y los mismos métodos básicos. Joseph John Campbell (1904 –1987), mitólogo, escritor y profesor estadounidense, mejor conocido por su trabajo sobre mitología y religión comparada, en su obra Las máscaras de Dios, publicada en 1959, refiriéndose a la tribu ona de Tierra del Fuego y a los indios nagajnek de Alaska, comenta: «Sacados… de las dos comunidades cazadoras más primitivas de la Tierra, en polos opuestos del mundo, sin comunicación, ciertamente durante milenios, con ningún punto común de origen tradicional… los dos grupos tienen, no obstante, el mismo concepto del papel y el carácter del chamán…».
En el verano de 1933, un escocés de 39 años llamado Alexander Thom ancló su yate de vela en East Loch Roag, al noroeste de la isla de Lewis, en las Hébridas. Thom era un ingeniero aeronáutico cuya pasión de toda la vida era navegar a vela. Al salir la luna, alzó los ojos y vio que sobre ella se recortaban las piedras verticales de Callanish, «el Stonehenge de Escocia». Las islas británicas estan llenas de restos megalíticos en toda su extensión. Si bien el más famoso sin duda es Stonehenge, hay numerosas expresiones de esta costumbre neolítica. La más importante en Escocia es Callandish Stones, situada en las Islas Hébridas Exteriores, un grupo de grandes islas ubicadas al NO de Escocia. Este círculo megalítico habría sido construido entre el 2900-2600 a.C., si bien hubo algunas construcciones previas al 3000 a.C., por lo que sería unos 500 años anterior a Stonehenge. La primera piedra colocada correspondería al gran monolito central, de 5 metros de altura, seguida por la erección de 13 megalitos de la piedra local, rodeándolo en forma de circunferencia de unos 13 metros de diámetro. Hacia su extremo norte se extiende una larga avenida de 80 metros de longitud flanqueada por 19 monolitos, con otros caminos con hitos líticos incompletos en dirección sur y oeste. Posteriormente, en el 1800 a.C., se construyó un cuarto camino flanqueado también por rocas en dirección este. En el centro se encuentra también un “cairn“, que consiste en un apilamiento artificial de piedras usadas en la antiguedad para señalar una tumba, estructura que sería la más tardía del conjunto, construída entre el 1800 y el 1000 a.C, ya que tras esta fecha el monumento se abandonó definitivamente. Este monumento es solo el principal de un largo número de conjuntos megalíticos localizados en la isla de Lewis y en las cercanías de la aldea de Callanish, de los que se han identificado 20, numerados del I al XX. ¿Cuál fue el objetivo de esta construcción? Como en el caso de Stonehenge y de todos los monumentos megalíticos en general, sólo cabe especular y plantear teorías. Los arqueoastrónomos son los reyes de esta especulación, afirmando que Callandish era un observatorio espacial. Esta estructura se describió por primera vez en 1680, por escritos de John Morrisone, un nativo local. Pero las excavaciones para exponerlas desde su base se concretaron en 1857. Boyle Somerville, en 1912, sugirió el alineamiento del camino Este con la aparición de la constelación de Las Pléyades en el año 1800 a.C , un grupo de brillantes estrellas asociadas con ritos funerarios en varias culturas.
Pero la opinión más popular asocia el camino Este con el nacimiento de la luna llena en otoño, por lo cual se lo ha considerado como un calendario lunar, no solar. Algunas leyendas locales le dan colorido a la historia del lugar. Una leyenda atribuye la presencia de este monumento a un santo local, San Kieran, quien enfrentado a gigantes que vivían en la isla y que rehusaron abandonar el paganismo por la fe cristiana, los convirtió en piedras como castigo. Otra leyenda dice que las piedras fueron llevadas a las islas en barcos y erigidas por unos “hombres negros” bajo la dirección de sacerdotes ataviados con mantos de coloridas plumas. Después de cenar, Alexander Thom subió andando hasta ellas y al recorrer con los ojos la avenida de menhires, se dio cuenta de que su eje principal, que iba de norte a sur, señalaba directamente la estrella Polar. Pero Thom sabía que cuando se erigieron las piedras, probablemente antes que la Gran Pirámide, la estrella Polar no estaba en la misma posición. Era sorprendente que los hombres que construyeron el monumento consiguieron señalar con tanta exactitud el norte geográfico. Haría falta algo más que conjeturas para lograr una precisión tan increíble como la que se ve en Callanish. Un método consistiría en observar la posición exacta del sol naciente y del sol poniente y luego bisecar la línea entre ellos. Pero esto sólo puede hacerse con exactitud en terreno llano, donde ambos horizontes están nivelados. Otro consistiría en observar alguna estrella cerca del polo al caer la noche, volver a observarla doce horas después, antes del amanecer, y bisecar esa línea. Thom se dio cuenta de que resultaría una tarea complicadísima, que requeriría el empleo de plomadas y estacas verticales. Era obvio que aquellos ingenieros antiguos estaban muy avanzados. Thom empezó a estudiar otros círculos de piedras, la mayoría de los cuales eran virtualmente desconocidos. Quedó convencido de que sus constructores eran hombres con una inteligencia igual a la suya, o superior. Un programa de televisión sobre las ideas de Thom los llamó «Einsteins prehistóricos».
La idea dejó estupefactos -y enfurecidos- a la mayoría de los arqueólogos. El astrónomo sir Norman Lockyer había comentado, hacia principios del siglo XX, que Stonehenge podía ser una especie de calculadora astronómica que señalaba las posiciones del sol y de la luna. Pero nadie había tomado muy en serio sus palabras, puesto que la mayoría de los expertos estaban convencidos de que los constructores de Stonehenge eran salvajes supersticiosos que probablemente llevaban a cabo sacrificios humanos en la piedra que hacía de altar. Thom afirmaba ahora que, al contrario, eran geómetras magistrales. Asimismo, la mayoría de los círculos de piedra no eran realmente círculos. Algunos tenían forma de huevo y otros, de letra «D». Sin embargo, la geometría era siempre precisa, como pudo descubrir Thom a lo largo de años de estudio y cálculo. ¿Cómo lo hacían? Thom descubrió finalmente que los «círculos» estaban construidos alrededor de «triángulos pitagóricos», es decir, triángulos cuyos lados tenían una longitud de 3, 4 y 5 unidades respectivamente, por lo que el cuadrado de la hipotenusa era igual a la suma de los cuadrados de los otros dos lados. ¿Y por qué querían hacer aquellos círculos? La respuesta era más difícil. Seguramente para calcular cosas tales como las fases de la luna, el movimiento del sol entre los solsticios y los equinoccios y para predecir los eclipses. Pero ¿por qué querían predecir los eclipses? Thom reconocía que lo ignoraba, pero contaba la historia de dos antiguos astrónomos chinos que perdieron la cabeza por no haber predicho un eclipse. Lo cual significaba que los antiguos concedían una importancia grande a los eclipses. Había otro problema interesante. Si aquellos hombres antiguos eran tan buenos en geometría, ¿cómo registraban sus cálculos? Los constructores de megalitos no nos han dejado ninguna tablilla de piedra o de barro en la que aparecieran inscritas proposiciones geométricas. Pero la verdad es que nos consta que los antiguos griegos se sabían las obras de Homero -y de otros poetas- de memoria. Habían cultivado su memoria hasta ser capaces de recitar cientos de miles de líneas. La Iliada y la Odisea que nosotros leemos en libros se habían transmitido durante siglos en la memoria de los bardos, personas encargadas de transmitir las historias, las leyendas y poemas de forma oral además de cantar la historia de sus pueblos en largos poemas recitativos. De ahí que éstos fueran tan respetados.
Cuando murió en 1985, a la edad de 91 años, Alexander Thom ya no era considerado un chiflado. Gran número de respetables arqueólogos y expertos en la historia antigua de Inglaterra se habían convertido en sus más firmes partidarios. Asimismo, el astrónomo británico Gerald Hawkins había confirmado las aseveraciones más importantes de Thom introduciendo datos procedentes de monumentos como Stonehenge en su ordenador en Harvard y demostrando que existían alineamientos astronómicos. Uno de los seguidores más interesantes de Thom, la profesora escocesa Anne Macaulay, había seguido los pasos de Thom con una teoría que era igual de controvertida. En Science and Gods in Megalithic Britain, Macaulay parte del supuesto de Thom de que la geometría más antigua era una tradición no escrita y relacionada con la astronomía.Luego se preguntó a sí misma cómo podían los antiguos astrónomos almacenar su conocimiento a falta de escritura fonética, que parece fue inventada por los griegos y los fenicios después del 2000 a.C. Obviamente, la respuesta tiene que ser que lo guardaban en la memoria. Pero no se trata de la memoria en el sentido que damos hoy a la palabra. Es un hecho poco sabido que los antiguos habían creado un complejo arte de la memoria que ellos pensaban que podía compararse con cualquiera de las otras artes o ciencias. La estudiosa Frances Yates ha escrito sobre ella en su libro The Art of Memory (1966) y muestra cómo podemos localizar sus orígenes en los antiguos griegos y cómo siguió existiendo hasta la época de Shakespeare. El arte de la memoria no dependía sencillamente del poder del cerebro, sino de una complicada serie de ayudas mnemotécnicas, o mecanismos que nos ayudan a recordar. Lo que sugiere Anne Macaulay es que el alfabeto fonético se creó como una serie de ayudas mnemotécnicas para anotar las posiciones de las estrellas polares, y que la palabra «Apolo», uno de los más importantes y polifacéticos dioses olímpicos de la mitología griega y romana, así como dios de la música, era una de estas ayudas mnemotécnicas básicas.
Las letras, de la A a la U, se crearon como ayudas mnemotécnicas para ciertos teoremas geométricos o figuras geométricas, con los cuales había números asociados. De hecho, el punto de partida de Anne Macaulay fue su estudio de la antigua escala musical griega. Su teoría de la historia antigua y la geometría de los círculos megalíticos es demasiado complicada para exponerla en este artículo. Pero Anne Macaulay saca una conclusión que hace pensar: que cuando se usa este «código» para condensar la salida meridional extrema de la luna, el lugar ideal para construir un observatorio es precisamente donde se encuentra Stonehenge. Otra conclusión es que todo esto indica que es probable que la antigua ciencia griega, incluida la ciencia de Pitágoras (que nació alrededor del 540 a. C.), tuviera su origen en Europa, lo cual es exactamente lo contrario de una sugerencia que se hizo en el siglo XIX en el sentido de que Stonehenge fue construido por griegos micénicos. Anne Macaulay sugiere la posibilidad de que los primitivos griegos fueran comerciantes de estaño británicos procedentes de Cornualles. Dado que sabemos que la construcción de Stonehenge empezó hacia el 3100 a.C., su teoría también da a entender que la escritura fonética es alrededor de 1.500 años más antigua de lo que suponemos. La importancia de toda esto reside en la sugerencia de que existían formas avanzadas de geometría y astronomía mucho antes de que aparentemente hubiera un método exacto de ponerlas por escrito. Anne Macaulay cree, al igual que Thom, que puede leerse en la geometría de los círculos y monumentos megalíticos, y que sus constructores intentan transmitirnos un mensaje,. justamente del mismo modo que Robert Bauval y Graham Hancock creen que los antiguos egipcios transmitían un mensaje en la geometría de Gizeh.
Robert Bauval es un ingeniero y escritor, nacido el 5 de marzo de 1948 en Alejandría, Egipto, de padres de origen belga. Fue educado en el colegio para muchachos ingleses La escuela de Alejandria, en Egipto, y en el Colegio franciscano en Buckinghamshire, Reino Unido. Su familia fue expulsada de Egipto durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser. Ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo y residiendo en otros países del Oriente Medio y África. Ingeniero civil, desde muy joven se interesó por la egiptología y en la década de 1980 inició una investigación sobre las Pirámides de Egipto que intentaba combinar la astronomía y la historia. Ha publicado numerosos artículos sobre este tema y varios de sus hallazgos han sido presentados en el British Museum. Está dedicado desde 1979 al estudio del significado de las pirámides. Interesado ya no tanto en el cómo, sino en el porqué fueron construidas, y cuál pudo haber sido el origen de la majestuosa e imponente presencia en el desierto de las Pirámides, de su compleja estructura, su tamaño y su vocación de eternidad. Con los años se unió a Adrian Gilbert y la combinación de sus esfuerzos dio como resultado la investigación publicada y documentada de las conclusiones que se plantean, titulada El misterio de Orión (The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids) publicado en 1994, acerca de la correlación de las construcciones piramidales del Antiguo Egipto con respecto a la observación estelar. El misterio de Orión es su primer libro, en el cual explica su teoría sobre la Correlación de Orión con respecto a su posible influencia astronómica sobre la ubicación de las Pirámides en el desierto de Guiza. Bauval es conocido especialmente por su teoría sobre la Correlación de Orión (TCO). Esta teoría establece una relación entre la pirámides egipcias de la IV dinastía, en la meseta de Guiza, y el alineamiento de ciertas estrellas de la constelación de Orión llamada comúnmente Cinturón de Orión o las Tres Marías. Una noche, mientras trabajaba en Arabia Saudí, fue con su familia y un amigo a las dunas arenosas del desierto de Arabia para realizar un trabajo de campo. Su amigo le señaló la Constelación de Orión y mencionó que Mintaka, la estrella más pequeña y oriental del Cinturón de Orión, estaba ligeramente desviada de las demás.
Bauval estableció una conexión entre el trazado de las tres estrellas principales del Cinturón de Orión, y la posición de las tres pirámides principales de la necrópolis de Guiza. Esta teoría ha inspirado los libros y otras de otros autores como Javier Sierra. Sierra y Bauval trabajaron juntos en el estudio de una hipotética Edad De Oro de la Humanidad, situada en el pasado más remoto, que debió extinguirse unos 10.500 a. C. y que fue el origen de todas las civilizaciones que conocemos. Las hipótesis de Robert Bauval han sido rechazadas por arqueólogos e historiadores, considerándolas una forma de pseudociencia. Se ha discutido especialmente su afirmación sobre la supuesta existencia hace unos 12.500 años de una civilización progenitora avanzada y actualmente olvidada, que podría identificarse con la legendaria Atlántida, aunque no con ese nombre. No obstante algunos egiptólogos han aceptado la idea general de la posible existencia de cierta correlación astronómica, que podría haber sido representada y situada sobre ciertas estructuras y orientaciones de los monumentos del Antiguo Egipto, aunque no las correlaciones defendidas por Bauval y otros autores. En particular, la Teoría de la Correlación de Orión con las pirámides de Guiza no ha sido aceptada. Sin embargo, algunas ideas de Robert Bauval han sido defendidas por algunos científicos como el Dr. I.E.S. Edwards, que en una declaración de 1992 afirmó: “En mi opinión (Bauval) ha hecho varios descubrimientos interesantes”. Sin embargo, el propio Bauval reconoce que al realizar esta declaración, Edwards no conocía directamente el material utilizado para desarrollar sus teorías: “Probablemente no hubiera mostrado su apoyo a ideas tan controvertidas como vincular a Guiza con fechas como 10.500 o 11.500 a. C”. Por su parte, el escritor escocés Graham Hancock es licenciado en sociología y se dedica a la escritura de libros sobre ocultismo y misterios del mundo. Se le considera uno de los creadores de la llamada teoría de la correlación de Orión, en la que se afirma que las pirámides representan al Cinturón de Orión.
Nuestros antepasados empezaron a usar ayudas mnemotécnicas para anotar los movimientos del sol y de la luna hace, como mínimo, 35.000 años. En el decenio de 1960, un investigador del museo Peabody de Historia Natural de la Universidad Yale, en USA, llamado Alexander Marshack, se encontraba estudiando la historia de la civilización y se sentía peocupado por lo que él llamó «una serie de súbitamentes». La ciencia había empezado «súbitamente» con los griegos; las matemáticas y la astronomía habían aparecido «súbitamente» entre los egipcios, los mesopotámicos y los chinos; la civilización misma había empezado «súbitamente» en la Media Luna de las tierras fértiles del Oriente Medio. En resumen, preocupaba a Marshack la misma pregunta que había preocupado a Schwaller de Lubicz y a John Anthony West. Y al igual que Schwaller y West, Marshack decidió que estas cosas no habían aparecido «súbitamente», sino que eran fruto de miles de años de preparación. René A. Schwaller de Lubicz (1887 – 1961), nació en Alsacia y Lorena, y es reconocido por sus estudios sobre el arte arquitectónico egipcio y el libro donde expuso sus investigaciones: la filosofía, espiritualidad, matemáticas y ciencia. Su trasfondo cultural es alquímico inspirado en Paracelso y diferentes grupos de estudioso de la naturaleza. Estudió la arquitectura del arte egipcio como fondo de conciencia innato, que establece paralelismos entre la ciencia moderna y la antigua.Schwaller de Lubicz llegó a radicarse en Egipto en 1938 y durante los siguientes 15 años estudió el simbolismo de los templos, en particular el de Luxor, encontrando lo que consideró pruebas de que los antiguos egipcios fueron el último ejemplo de sinarquía porque fueron gobernados por un grupo de iniciados de elite. John Anthony West escribió una estupenda obra, titulada “La Serpiente Celeste” (Serpent in the Sky). En la elaboración y fundamentación de este libro, West se basa en la monumental obra del erudito alsaciano René A. Schwaller de Lubicz (1891-1962), cuya vastedad de estudios no han sido aún aquilatados en su totalidad.
Para De Lubicz, los templos de Egipto manifiestan diversas medidas terrestres y cósmicas, además de toda una serie de correspondencias con los ritmos de la naturaleza, los movimientos de los cuerpos celestes y determinados períodos astronómicos. Las coincidencias de dichas relaciones entre estrellas, planetas, metales, colores y sonidos, así como entre diversos tipos de vegetales y animales, y entre las diversas partes del cuerpo humano, le son revelados al iniciado por medio de una ciencia de los números. La tesis central del trabajo de John Anthony West es que la esfinge de Gizeh precede al Egipto dinástico, entre otras cosas porque al observar la erosión dejada por el agua en el monumento, no se observan en ninguna otra estructura de Egipto, lo anterior confirmado con un equipo de científicos. La evidencia es que la civilización egipcia constituyó una herencia y no una creación derivada de un desarrollo, entroncándonos así con la leyenda de la Atlántida. Alexander Marshack sentía curiosidad por saber si había algún indicio arqueológico de que el hombre se entregara a actividades estacionales, que él llama «divididas en factores temporales», como la agricultura en los tiempos de «antes de la civilización». En ese momento quedó fascinado por las extrañas señales que vio en fragmentos de hueso que databan de la edad de piedra. Al examinarlas con el microscopio, comprobó que estaban hechas con numerosas herramientas diferentes, lo cual era señal de que no databan de la misma época. Por último sacó la conclusión de que una serie de señales que formaban una línea curva en un hueso de 35.000 años de antigüedad eran anotaciones de las fases de la luna. Lo cual quería decir que, en cierto sentido, el hombre de Cro-Magnon habían inventado la «escritura». Pero, ¿por qué iban a importarle los movimientos del sol y de la luna? En primer lugar, porque era inteligente, al menos tan inteligente como el hombre moderno. Probablemente se consideraba a sí mismo muy civilizado, igual que nosotros. Y una persona inteligente necesita tener un sentido del tiempo de la historia. Marshack menciona un palo calendario de los indios pima, de América, que representa su historia durante 44 años. Esto quiere decir que el «narrador» indio podía coger el palo, señalar algún año lejano y contar su historia, que estaba representada por medio de puntos y espirales u otras señales apenas visibles. Es probable que el hombre de Cro-Magnon de hace 35.000 años hiciera lo mismo.
Y un calendario sería útil para los cazadores porque les diría cuándo volverían los ciervos u otros animales. Sería útil para las mujeres embarazadas que quisieran saber cuándo llegaría el momento de dar a luz. De hecho, un calendario es una de las necesidades básicas de la civilización, el equivalente al reloj del hombre moderno. Pero claro, nos estamos olvidando de otro factor muy importante. Si Schwaller está en lo cierto, al hombre de Cro-Magnon le interesaban el sol y la luna por otra razón: porque era sensible a sus ritmos y los experimentaba como fuerzas vivas. Hoy día, hasta el más escéptico de los científicos reconoce la influencia que ejerce la luna en los pacientes mentales. Todo médico que haya trabajado en un hospital confirmará que la luna llena afecta a ciertos pacientes. Sin embargo, comparado con los pueblos aborígenes, el hombre civilizado ha perdido la mayor parte de su sensibilidad ante la naturaleza. Si queremos comprender a nuestros antepasados de Cro-Magnon, debemos tratar de imaginar seres humanos que sean tan sensibles al sol, a la luna y a otras fuerzas naturales, tales como el magnetismo de la Tierra, como el paciente mental lo es a la luna llena. En su obra The Roots of Civilisation, Marshack comenta: «Aunque en el paleolítico superior las explicaciones se hacían mediante historias y por medio de imágenes y símbolos, intervenía en ello un alto grado de inteligencia, cognición, racionalidad, conocimiento y habilidad técnica».Dicho de otro modo, el hombre de la edad de piedra poseía todas las capacidades necesarias para crear civilización. Y sin embargo, aunque se encontraba al borde de la civilización hace 35.000 años y vivía en una comunidad lo bastante avanzada como para necesitar un conocimiento de la astronomía, se nos pide que creamos que, de hecho, tardó otros 25.000 años antes de que empezara a dar los primeros pasos vacilantes hacia la construcción de las primeras ciudades. Resulta poco verosímil.
La Diosa Blanca (The White Godess) es un tratado poético-mitológico del escritor inglés Robert Graves, publicado en 1948. La Diosa Blanca es un libro importante para el estudioso de la mitología. La historia explica que existe una Diosa de muchos rostros, adorada por los paganos bajo innumerables nombres. Es, a la vez, tierna y pavorosa, piadosa y terrible, su mano oscila entre la calidez de la naturaleza y sus facetas más hostiles. Robert Graves define La Diosa Blanca como una “gramática histórica del lenguje poético del mito“. Su hipótesis se construye sobre la mitología y poesía de Gales e Irlanda, aunque se expande a casi toda la Europa pagana. Apoyándose en la lingüística, Graves argumenta que la adoración de aquella Diosa multiforme encierra el secreto de toda expresión artística que sobrevive al tiempo. Geraves intenta demostrar que el concepto de “Religión Matriarcal” como origen de todas las mitologías y creencias, se extiende desde los mitos y leyendas más antiguos hasta los estudios más respetables de su época, apoyándose, además, en la monumental obra de Sir James Frazer: La rama dorada (The golden bough). Robert Graves incluye al cristianismo en su hipótesis de trabajo, señalando que el único elemento original del cristianismo es la figura de Jesús, pero el Jesús humano, el Jesús rabí; no ya el hijo de Dios, en cuya labor encarna perfectamente lo que se espera de todo héroe mitológico. La Diosa Blanca estudia el lenguaje poético y el lenguaje mitológico en su vínculo más pretérico: el culto a la Diosa. Robert Graves traza un estudio profundo sobre la cuestión, aportando pruebas basadas únicamente en la intuición, según él, la única herramienta realmente confiable al momento de penetrar en el lenguaje onírico del mito y la poesía. Explica, por ejemplo, la caída de la Diosa a manos del culto monoteísta; y la lenta pero eficaz demonización de la mujer como entidad impura, menor y degenerada; estigmas que persisten aún hoy, y que persistirán -profetiza- si continuamos viviendo dentro de la estructura mental planteada por las religiones occidentales. El culto a la Diosa Blanca no es una deificación de la mujer, sino la adoración al Todo en su múltiple faz de Madre, Hija y Amante. Robert Graves, además, incluye un novedoso sistema de interpretación y traducción del lenguaje mítico, al que llama Iconotropía (movimiento del símbolo). La metodología requiere un vasto conocimiento mitológico, pero también la intuición de los poetas. Se aplica retrocediendo el discurso, un mito o un poema, por ejemplo, a sus imágenes estructurales. De este modo es posible captar la esencia de todos los mitos y poemas afines con la Diosa Blanca, pues sólo ellos poseen raíces lo suficientemente profundas como para someterlas a este método.
La Diosa Blanca nos detalla el origen ancestral de los arquetipos, de los alfabetos como versión desmejorada de los antiguos íconos paganos. Pronto surge una maravillosa lengua hecha de árboles y estrellas, que, a su vez, encarna distintos valores, sabidurías y maldiciones. El mito como origen, como fuente de la humanidad, sobreviviendo a duras penas en nuestros tiempos, dormido y anestesiado en los versos infames de algún poeta proscrito. En este libro desconcertante y oscuro, Robert Graves propone un punto de vista que está totalmente de acuerdo con las conclusiones de Marshack, ya que arguye que el culto a la diosa luna (la «diosa blanca») fue la religión universal original del género humano y que en una etapa bastante posterior fue suplantada por el culto al dios sol Apolo, al que Graves considera símbolo de la ciencia y la racionalidad: esto es, del conocimiento del cerebro izquierdo en contraposición a la intuición del cerebro derecho que él asocia con la diosa. Graves cuenta que estaba leyendo la traducción que lady Charlotte Guest hizo de la epopeya galesa The Mabinogion cuando encontró un poema incomprensible titulado «The song of Taliesin». De pronto intuyó que los versos eran una serie de acertijos medievales cuyas respuestas él conocía. También supo, «por inspiración», que los acertijos estaban relacionados con una tradición galesa sobre una Batalla de los Árboles, que en realidad trataba de una lucha entre dos sacerdocios druídicos por el control del saber. Los árboles, las plantas y las hierbas tenían una gran importancia para los celtas. Para ellos toda la Naturaleza estaba animada y penetrada de fuerzas y energías. A través de esa conciencia profundizaban en la magia de las plantas y lograban conocimientos muy extendidos. Los templos de los celtas eran bosquecillos o bosques sagrados. Antes de su asimilación a los griegos y la conquista de los romanos no construían templos. Muchos autores informan sobre torres sagradas, pero se refieren siempre a un lugar en el bosque, a un calvero. César, en su Guerra de las Galias, nos informa sobre sus tradiciones. El santuario típico celta estaba situado, pues, en pleno bosque. El nemeton era un lugar de intercambio sagrado entre el mundo divino y el mundo de los hombres. Todo nemeton es un omfalos, es decir, un centro del mundo.
En el centro de los rituales druidas se encontraban robles, de los cuales crecían muérdagos. La poda de los muérdagos se realizaba en el sexto día del ciclo lunar. El druida, el sacerdote de los celtas, cortaba las ramas personalmente con una hoz de oro. La hoz de oro contenía símbolos lunares y solares, el oro como símbolo del sol y la hoz como símbolo de la luna. Las ramas se juntaban en una tela blanca, y los druidas tenían que portar también una vestidura de color blanco. Los árboles del culto de los druidas eran el tejo, el avellano, el serbal y el roble. El roble era un símbolo de conocimiento y poder. Cuando en él crecía un muérdago, significaba que el dios estaba presente en ese árbol. El muérdago se consideraba símbolo de la fuerza siempre fresca de la vida, pues mientras que en el invierno todas las otras plantas se encuentran en un estado recogido, casi sin vida (la savia no circula por el tronco ni por las ramas, sino que se encuentra concentrada debajo de la tierra en una parte de la raíz), el muérdago porta en sus ramas frutos blancos, encarnando así la fuerza juvenil de la vida eterna y representando la inmortalidad. El manzano jugaba también un papel muy importante. La isla de Avalón era una isla mística llena de misterios ubicada al oeste y en cuyo suelo había numerosos manzanos que cargaban la inmortalidad, el conocimiento y la sabiduría. En la mitología griega las manzanas de las Hespérides tienen el mismo significado; también se encuentran en un lugar desconocido al final del mundo. Un motivo celta conocido es la llamada “batalla de los árboles” (“Cad Goddeu”), que es mencionada por J.R. Tolkien en su obra El señor de los anillos. La versión popular de este mito cuenta cómo Gwydion protegió a los bretones de las islas de una terrible derrota, convirtiéndolos en árboles y troncos, y dejándolos así triunfar sobre sus enemigos. Según Robert Graves, en su interpretación no se trata aquí de la descripción de una batalla física, sino de una confrontación espiritual en las mentes de los sabios druidas, una forma de disputa filosófico-esotérica. El alfabeto druídico era un secreto que se guardaba celosamente, pero sus dieciocho letras eran nombres de árboles, cuyas consonantes representaban los meses de los cuales eran característicos los árboles, a la vez que las vocales representaban las posiciones del sol, con sus equinoccios y solsticios. El «calendario de los árboles» se usó en toda Europa y Oriente Medio en la edad del bronce, y se asociaba con la Diosa de la Triple Luna. Dice Graves que este culto fue reprimido poco a poco por el «afanoso culto racional al dios solar Apolo, que rechazó el alfabeto arbóreo órfico a favor del alfabeto fenicio comercial -el conocido ABC- y dio comienzo a la literatura y la ciencia europeas».
La idea de Graves corrobora la de Anne Macaulay en el sentido de que el alfabeto moderno estaba asociado con Apolo. También corrobora muchas de las sugerencias acerca de la mentalidad «mágica» del hombre de Cro-Magnon, que poco a poco ha cedido ante la mente «bicameral» de hoy. Julian Jaynes fue un psicólogo norteamericano que murió en 1997 y que escribió un sólo libro titulado “El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral”. Un libro genial, donde propone una teoria en clave evolutiva acerca de uno de los misterios de nuestra especie: me refiero a la asimetria interhemisférica que para Jaynes supone la preexistencia de dos cerebros en vez de uno. Aunque nosotros tenemos la sensación de que nuestra experiencia es unitaria, en realidad este fenómeno -para Jaynes- es bastante reciente. Se trata de un hito evolutivo, un acontecimiento que sólo apareció hacia el 2000 antes de Cristo. La idea es que en el hombre primitivo habia dos mentes funcionando independientemente de manera que la conciencia tal y como la entendemos hoy -de forma unitaria- es el producto de aquella ruptura de asimetrias entre el hemisferio izquierdo y el hemisferio derecho. La idea de un hemisferio que emite y lee patrones y de otro hemisferio que los piensa, narra o ejecuta, se encuentra en muchos pensadores de la neurociencia y se apoya en ciertas evidencias que encuentran -por ejemplo- que las alucinaciones auditivas de los esquizofrénicos se producen en el hemisferio derecho y probablemente tambien los paroxismos vocales del sindrome de la Tourette. En este sentido las ideas de Jaynes dan la razón a los que piensan que la esquizofrenia seria un trastorno ligado a la aparición del lenguaje y relacionado con la asimetría interhemisférica que favoreció -en la deriva evolutiva- un mayor grosor del hemisferio izquierdo. Según Graves, no necesitó «preparar» La diosa blanca en el sentido normal de la palabra, sino que «le fue impuesto». Y lo que «le fue impuesto» fue todo un sistema de conocimiento, que está basado en una mentalidad que es totalmente distinta de la nuestra. O sea, basada en premisas «lunares» en lugar de «solares».
Resulta evidente que esto es también lo que trata de describir en líneas generales Schwaller, en su obra Sacred Science, y que contribuye a explicar su oscuridad. Trata de describir una visión remota y olvidada de la realidad, empleando un lenguaje que no es en absoluto apropiado para ello. La mención de calendarios antiguos nos recuerda inevitablemente el famoso calendario maya que, como señala Graham Hancock, es mucho más exacto que el moderno calendario gregoriano. Hancock cita a un arqueólogo que se pregunta la razón por la que los mayas crearon un calendario tan increíblemente exacto, pero en cambio aparentemente no comprendieron el principio de la rueda. Sabemos que los mayas heredaron su calendario de los olmecas, mil años antes, pero eso sólo significa que ahora hay que preguntar por qué los olmecas no comprendieron el principio de la rueda. Hancock sugiere que la respuesta puede ser que los mayas -y los olmecas- no inventaron el calendario, sino que lo heredaron. Exactamente la sugerencia que hizo Schwaller de Lubicz para explicar el carácter avanzado de la ciencia egipcia. Todos los indicios que hemos considerado hasta ahora señalan que Hancock y Schwaller tienen razón. Lo cual sigue sin responder a esta pregunta: ¿Por qué querría alguien un calendario tan exacto? Una posibilidad intrigante la ha sugerido un investigador moderno que se llama Maurice Cotterell, en un libro titulado The Mayan Prophecies, escrito conjuntamente con Adrian Gilbert, colaborador de Robert Bauval en El misterio de Orión. Cotterell es un ingeniero y científico informático que se sintió interesado por los aspectos científicos de la astrología. Cuando estaba en la marina mercante se fijó, además de en otros temas, en que el comportamiento de sus compañeros de a bordo parecía ajustarse a sus signos astrológicos: que los signos «de fuego» (Aries, Leo y Sagitario) son más agresivos que los de «agua» (Cáncer, Escorpión y Piscis). Ahora bien, de hecho, un estadístico llamado Michel Gauquelin ya había planteado esta cuestión. Y había publicado un estudio que indicaba que hay pruebas estadísticas auténticas de ciertas proposiciones de la astrología, tales como: que nacen más científicos y médicos bajo el signo de Marte, y que nacen más políticos y actores bajo el signo de Júpiter.
Un psicólogo escéptico, el doctor Hans Eysenck, fue lo bastante imparcial como para examinar estos resultados, tras lo cual sorprendió a sus colegas reconociendo públicamente que parecían ser razonables. Eysenck trabajó luego con un astrólogo inglés llamado Jeff Mayo y estudiaron conjuntamente dos grandes muestras de sujetos elegidos al azar, para ver si las personas nacidas bajo signos «de fuego» (Aries, Leo, Sagitario) y signos «de aire» (Géminis, Libra, Acuario) son más extravertidas que las nacidas bajo signos «de tierra» (Tauro, Virgo, Capricornio) y «agua» (Cáncer, Escorpio, Piscis). Y aunque las probabilidades en contra eran de 10.000 a 1, las estadísticas, que afectaron a unas 4.000 personas, demostraron que efectivamente era así. Cotterell quiso saber cómo era esto posible. ¿Hay algún factor cósmico que cambie de un mes a otro y explique este resultado intrigante? A los signos del zodíaco (Aries, Tauro, etcétera) se les llama signos «del sol» porque el sol nace sobre un fondo de constelaciones diferentes cada mes. Pero parece que las constelaciones no pueden influir en los individuos, toda vez que están a años luz de distancia. En cambio, el sol hace algo que ejerce gran influencia en la Tierra. Este horno grande y rugiente despide un chorro continuo de energía debido al cual las colas de los cometas salen a borbotones detrás de ellos como banderas ondeando al viento. También tiene variaciones llamadas «manchas solares», que son enormes erupciones magnéticas que pueden causar interferencias radiofónicas y magnéticas en la Tierra. Emiten un «viento solar» de partículas magnéticas que causan la aurora boreal. Cotterell decidió partir del razonable supuesto de que el campo magnético del sol, en particular la actividad de las manchas solares, puede ser lo que afecta a los embriones humanos. Debido a que está hecho de plasma, o gas supercalentado, el sol no gira de manera uniforme, como gira la Tierra. Su ecuador gira casi un tercio más rápidamente que sus polos: 26 días por «vuelta», mientras que los polos tardan 37 días.
A causa de ello, sus líneas de magnetismo se tuercen y a veces sobresalen del sol igual que los muelles sobresalen de un colchón roto. Esto son las «manchas solares». Cotterell se sintió muy interesado al saber que no sólo cambia el sol el tipo de radiación que emite cada mes, sino que, además, hay cuatro tipos de radiación solar, que se siguen unos a otros de acuerdo con un orden. Así que la actividades del sol no sólo parecen corresponderse con los cambios astrológicos mensuales llamados «signos solares», sino también con los cuatro tipos de signo: fuego, tierra, aire, agua. Debido a que la Tierra también gira alrededor del sol, una rotación solar de 26 días tarda 28 días vista desde la Tierra. La Tierra recibe una lluvia alterna de partículas negativas y positivas cada siete días. Los biólogos saben que el débil campo magnético de la Tierra influye en las células vivas y puede afectar la síntesis del ADN en las células. Así que Cotterell pensó que era muy probable que los cambios en el campo magnético del sol afectasen a los bebés en el momento de la concepción. Si así ocurría, había descubierto la base científica de la astrología. Los astrólogos a quienes explicó su teoría no acabaron de quedar convencidos. Según la astrología, lo que nos afecta es el momento en que se produce el nacimiento y no el de la concepción. Sin embargo, esto no parece tener sentido. Después de todo, el bebé ya ha vivido nueve meses cuando llega el momento de nacer. De hecho, otro científico ya estaba trabajando en una teoría parecida; en The Paranormal.. Beyond Sensory Science (1992), el físico Percy Seymour sugiere que el feto recién formado se ve afectado por la «red magnética» del sistema solar, que se extiende como pata de gallina entre el sol, la luna y los planetas. Cotterell sencillamente hacía caso omiso de la luna y los planetas por considerarlos sin importancia. Al obtener un puesto de trabajo en el Cranfield Institute of Technology, Cotterell se apresuró a introducir sus datos en el potente ordenador del instituto. Quería determinar la interacción de los dos campos magnéticos del sol, debida a sus diferentes velocidades de rotación en los polos y el ecuador, y el movimiento de la Tierra alrededor del sol. Lo que salió del ordenador fue un gráfico que mostraba un ciclo rítmico definido cada once años y medio.
Los astrónomos han calculado el «ciclo» de manchas solares en 11,1 años. Así pues, parecía que Cotterell se estaba acercando. Los dos campos magnéticos interactivos del sol vuelven al punto de partida, por así decirlo, cada 87,45 días, a lo que Cotterell dio el nombre de bit. Al examinar su gráfico, vio que el ciclo de manchas solares se repite y vuelve al punto de partida cada 187 años. Pero hay otra complicación: la llamada «capa neutra» del sol, que es la zona alrededor del ecuador donde el norte y el sur se compensan perfectamente. Esta capa se comba por efecto del campo magnético del sol, de modo que se mueve un bit cada 187 años, lo que da un ciclo total -antes de que vuelva al punto de partida- de 18.139 años. Y cada 18.139 años el campo magnético del sol se invierte. Cotterell comprobó que este período se dividía en 97 períodos de 187 años, consistentes en cinco ciclos principales, tres de 19 veces 187 y dos de 20 veces 187. Al observar que 20 veces 187 años equivalen a 1.366.040 días Cotterell sintió gran interés. Había despertado su curiosidad uno de los documentos astronómicos mayas conocidos por el nombre de Códice de Dresde, que los mayas utilizaban para calcular los eclipses, así como los ciclos del planeta Venus, a los que concedían muchísima importancia. Los mayas declaraban que Venus «nació» en el año 3114 a. C., el 12 de agosto. Immanuel Velikovsky creía que Venus había «nacido» de Júpiter y se acercó a la Tierra cuando se dirigía a ocupar su posición actual. Los mayas calculaban usando un período complicado, que llamaban tzolkin, de 260 días. Y, según ellos, un ciclo completo del planeta Venus equivalía a 1.366.560 días. Cotterell se fijó en que esta cifra era igual a la suya de 1.366.040, más dos tzolkin. Se preguntó si era posible que los mayas hubieran sacado por casualidad la misma conclusión sobre los ciclos de manchas solares y que su complejísimo calendario se basara en él. Algo más le hacía pensar que quizá estaba bien encaminado. Había observado un hecho bastante curioso: que el bombardeo magnético del sol se intensifica durante los períodos de baja actividad en los ciclos de manchas solares. Esto parecía contradictorio, ya que lo lógico era esperar que disminuyera. Sacó la conclusión de que el fenómeno tenía que ver con los cinturones de radiación que hay alrededor de la Tierra y que se denominan «cinturones de Van Allen» porque fueron descubiertos por el científico espacial James Van Allen en 1958. Estos cinturones se deben al campo magnético de la Tierra y atrapan la radiación solar, que, de no ser por ellos, destruiría la vida en la Tierra.
Los cinturones de Van Allen son ciertas zonas de la magnetosfera terrestre donde se concentran las partículas cargadas. Son llamados así en honor de su descubridor: James Van Allen. Fueron descubiertos gracias al lanzamiento del satélite estadounidense Explorer 1, que fue en principio un fracaso debido a su forma alargada, que, junto con un sistema de control mal diseñado, entorpeció el ajuste a la órbita. Estos cinturones son áreas en forma de anillo de superficie toroidal en las que protones y electrones se mueven en espiral en gran cantidad entre los polos magnéticos del planeta. Hay dos cinturones de Van Allen: El cinturón interior se extiende desde unos 1.000 km por encima de la superficie de la Tierra hasta más allá de los 5.000. El cinturón exterior, que se extiende desde unos 15.000 km hasta unos 20.000 km, no afecta a satélites de órbitas altas/medias, como pueden ser los geoestacionarios, situados a unos 35.000 km de altitud. Con los satélites de órbita baja (LEO) se ha de buscar un compromiso entre la conveniencia de una altitud considerable para evitar la resistencia residual de la alta atmósfera, que acorta la vida útil del satélite, y la necesidad de estar por debajo de los 1.000 km para no sufrir largas permanencias en los cinturones de radiación ni atravesar áreas de elevada intensidad, muy perjudiciales para dichos satélites. Una región del cinturón interior, conocida como Anomalía del Atlántico Sur (SAA), se extiende a órbitas bajas y es peligrosa para las naves y los satélites artificiales que la atraviesen, pues tanto los equipos electrónicos como los seres humanos pueden verse perjudicados por la radiación. Estos cinturones de radiación se originan por el intenso campo magnético de la Tierra que es producto de su rotación. Ese campo atrapa partículas cargadas (plasma) provenientes del Sol (viento solar), así como partículas cargadas que se generan por interacción de la atmósfera terrestre con la radiación cósmica y la radiación solar de alta energía. Estos cinturones, altamente radiactivos, contienen antiprotones, antipartículas de enorme fuerza electromagnética.
Cotterell pensó que los cinturones de Van Allen quedan supersaturados de partículas magnéticas durante los períodos de gran actividad de las manchas solares y, de esta manera, reducen la cantidad de radiación que llega a la superficie de la Tierra. En los períodos de poca actividad de las manchas solares, permiten el paso de las partículas. Y Cotterell creía que causan esterilidad y otros problemas. Cotterell se inclinaba a datar la decadencia de los mayas a partir de 627 d. C., año en que la Tierra estaba recibiendo un bombardeo máximo de magnetismo del sol. Ahora se dio cuenta de que 627 d. de C. era también el final del ciclo maya (de 1.366.560 días) a partir del «nacimiento de Venus» en 3114 a. C. Era también el momento en que el ciclo magnético del sol se invertía. El nacimiento de Venus fue la fecha de la anterior inversión. Sin duda no podía ser una coincidencia. Bastante más preocupante era el hecho de que el próximo ciclo maya terminaría el 22 de diciembre de 2012, fecha en que el campo magnético del sol volvería a invertirse. Cotterell señala que actualmente se registra un descenso de la fertilidad en los países desarrollados y que la causa puede ser este cambio en el ciclo de manchas solares. Graham Hancock cita el año 2030 como el momento en que, de acuerdo con las previsiones, se producirá una inversión de los polos magnéticos de la Tierra que causará numerosas catástrofes. Si Cotterell está en lo cierto, tal vez la Tierra experimente problemas 18 años antes. Pero es posible que, después de todo, tanto Hancock como Cotterell se equivoquen. La Tierra superó su anterior cambio en el campo magnético del sol -en 627 d. C.- sin ninguna catástrofe visible. En el citado año, el emperador bizantino Heraclio invadió Asiria y Mesopotamia y derrotó a los persas cerca de Nineveh, el profeta Mahoma hostigó a los habitantes de La Meca desde Medina y los japoneses mandaron enviados a China. Al parecer, ninguno de los citados se fijó en la inversión del campo magnético del sol. En cuanto al campo magnético de la Tierra, los científicos actuales no tienen ninguna idea sobre cuál es su causa, y mucho menos de por qué su polaridad se invierte de vez en cuando. Así que está claro que no puede haber ninguna razón científica por la que deba suceder en 2030 en vez de dentro de mil años.
Con todo, las ideas de Cotterell han sido una aportación importante al estudio de las civilizaciones antiguas. Parece haber demostrado de forma muy convincente que el calendario maya tiene un sólido fundamento científico y -una vez más- que el hombre antiguo parecía saber mucho más sobre los cielos de lo que creen los astrónomos modernos. Asimismo, si los mayas basaron su calendario en el ciclo de manchas solares, entonces debemos suponer que este conocimiento se basaba en la intuición más que en el interés puramente científico. Schwaller de Lubicz dice que todo ser vivo está en contacto con las energías del universo, y que cada hora del día tiene sus diferentes neters o vibraciones. La sabiduría de los sacerdotes de El Ojo de Horus es evidente en la historia que cuenta cada templo, en las formas que utilizaron como símbolos. El sólo verlos, trae a la mente la acción vital que representan, con la cualidad que se gana al hacerla. Al utilizar hombres con cabeza de animal como símbolos los transforman en ideas que evocan la característica vital del animal, traen a la mente la función que el animal cumple en el universo. Un hombre con cabeza de chacal adquiere sus características, su instinto de orientación en el desierto, siguiendo sus huellas siempre se llega a tierra cultivada. Es entonces, un excelente guía. Cada símbolo evoca una comprensión. La forma simple de un pájaro evoca en la mente el vuelo, la libertad. Un disco solar sobre la cabeza de un hombre habla de su claridad, de la sabiduría que irradia, de la información que tiene, del nivel de su conciencia. Estudiaron detenidamente los animales e insectos. Así recolectaron un profundo conocimiento sobre su vida, sobre su actividad principal, sobre sus características vitales, los hábitos que desarrollaba para lograrlo, su dieta alimenticia, la duración de su gestación, sus hábitos sexuales, el sentido principal de su existencia. Escogieron los animales más idóneos para representar una acción vital y lo que logra el universo cuando se ejecutan. El proceso del gusano que se arrastra y teje para luego transformarse en mariposa. Entre todos los pájaros, el halcón es el que mejor ve. Tiene un cerebro óptico con la vista más perfecta y desarrollada. Por eso es escogido como símbolo para representar esa función vital, el sentido de la vista. Una figura humana con cabeza de halcón es un ser que todo lo ve, que domina el panorama, viendo perfectamente cada uno de los detalles en los que enfoca su atención.
Estas figuras llamadas dioses o Neters por los egiptólogos que creen que Egipto era panteísta y que adoraba a los animales, sólo representan una acción vital, un comportamiento que transforma y perfecciona. Cada acción importante de la vida tiene un símbolo que la representa, comunica la transformación que ocurre en la esencia del individuo que la ejecuta, lo que se obtiene. Un par de brazos indican adoración, unas piernas, la acción de caminar; una boca, la acción de hablar. Y por último, cada templo guardó un código secreto embebido en el símbolo mismo, sólo conocido por los altos sacerdotes y maestros con información sobre fuerzas y energías fundamentales, cómo controlarlas y utilizarlas para prestar servicio a su pueblo. En templos como en el de Horus en Edfu, el sumo sacerdote dirigió a los discípulos más evolucionados a desplazar su conciencia en el tiempo, abriendo el inconsciente para revivir y comprender las vidas pasadas en su proceso de reencarnación. Si Alexander Marshack está en lo cierto, el hombre de Cro-Magnon estudió los cielos porque era consciente de estas energías o vibraciones, y sin duda cabe decir lo mismo de los incas y los mayas. Uno de los libros más desconcertantes que jamás se hayan escrito sobre el problema de la astronomía y el hombre antiguo es Hamlet’s Mill (1960), de Giorgio de Santillana y Hertha von Dachend. En la mitología griega se asocia a Orión con El Cazador. En el libro Hamlet’s Mill, un ensayo sobre la precesión de los equinoccios de la Tierra o movimiento de bamboleo y su importancia en la mitología, Giorgio de Santillana y Hertha Von Dechend exponen la idea de que el rey Nimrod, decrito en la Biblia como un poderoso cazador ante el Señor, es otra manifestación del arquetipo de Orión, indicando que esta constelación era un importante elemento cultural en la mitología mesopotámica, igual que lo era en la egipcia y en la griega. También exploraban la antigua idea, que se puede encontrar expresada claramente en los Comentarios sobre el sueño de Escipión, de Macrobio, de que, entre una vida y la siguiente, las almas de los hombres viven en la Vía Láctea, y de que las puertas a través de las que pasan de un lado al otro de la vida estaban en los dos puntos del cielo donde la eclíptica se cruza con la Vía Láctea. Una de esas puertas se encuentra en la constelación de Géminis, a la izquierda del Orión, y la otra entre Escorpio y Sagitario.
En astronomía, la precesión de los equinoccios es el cambio lento y gradual en la orientación del eje de rotación de la Tierra, que hace que la posición que indica el eje de la Tierra en la esfera celeste se desplace alrededor del polo de la eclíptica, trazando un cono y recorriendo una circunferencia completa cada 25776 años, período conocido como año platónico, de forma similiar al bamboleo de un trompo o peonza. El valor actual del desplazamiento angular es de 50.290966″ por año, o alrededor de 1° cada 71.6 años.Este cambio de dirección es debido a la inclinación del eje de rotación terrestre sobre el plano de la eclíptica y la torsión ejercida por las fuerzas de marea de la Luna y el Sol sobre la protuberancia ecuatorial de la Tierra. Estas fuerzas tienden a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica. Históricamente se le atribuye el descubrimiento de la precesión de los equinoccios a Hiparco de Nicea como el primero en dar el valor de la precesión de la Tierra con una aproximación extraordinaria para la época. Las fechas exactas no son conocidas, pero las observaciones astronómicas atribuidas a Hiparco por Claudio Ptolomeo datan del 147 a.C. al 127 a.C. Algunos historiadores sostienen que este fenómeno ya era conocido, al menos en parte, por los antiguos sabios de la India, existen indicios también de que el astrónomo babilonio Cidenas hubiese advertido este desplazamiento ya en el año 340 a.C. La rotación de la Tierra causa un ensanchamiento ecuatorial, y un achatamiento polar de unos 21 km aproximadamente. Además el eje de rotación de la Tierra está inclinado 23º 26′ con respecto a la perpendicular a la eclíptica (el plano que contiene la órbita solar de la Tierra). Por tanto, una mitad del ensanchamiento ecuatorial se sitúa sobre el plano de la eclíptica y la otra mitad debajo. Durante los equinoccios, los ensanchamientos de cada lado de la eclíptica están a la misma distancia del Sol y este no produce momento de fuerza. En cambio, todo el resto del tiempo, y sobre todo en los solsticios, el ensanchamiento de uno de los lados de la eclíptica no se encuentra a la misma distancia que el ensanchamiento del otro lado, y se produce un momento de fuerza creado por el Sol, que tiende a llevar el exceso de masa presente en el ecuador hasta el plano de la eclíptica y provoca el movimiento de precesión de la Tierra.
Si no existiese el achatamiento y la Tierra fuese esférica, la atracción del Sol no produciría un momento de fuerza sobre la Tierra y no habría modificación de la dirección del eje terrestre. Durante unos pocos meses o años el eje terrestre se dirige hacia prácticamente el mismo punto sobre la esfera celeste, debido a la conservación del momento angular de la Tierra. El cambio en la dirección del eje de rotación de la Tierra provoca una variación del plano del ecuador y, por tanto, de la línea de corte de dicho plano con la eclíptica. Esta línea señala en la esfera celeste la dirección del punto Aries, que retrograda sobre la eclíptica, fenómeno denominado precesión de los equinoccios. Las consecuencias de este fenómeno son: El polo norte celeste se mueve en relación a las estrellas, estando ahora próximo a la Estrella Polar (alfa de la Osa Menor); el primer punto de Aries, intersección del ecuador con la eclíptica, retrograda sobre el ecuador en el mismo período, es decir, 50.290966″ por año. A principios de la Era cristiana el Sol se proyectaba al comienzo de la primavera en la constelación de Aries. Actualmente, 2000 años después, ha girado un ángulo = 50,2511 x 2000 = 27,92º, proyectándose en Piscis. Además la precesión cambia la declinación y ascensión recta de cualquier estrella. Con el transcurso del tiempo el cielo nocturno va cambiando radicalmente. Tomemos como ejemplo las constelaciones de Scorpius y Orión, cuyas ascensiones rectas son 17 horas y 5 horas respectivamente: en el hemisferio norte Scorpius es una constelación de verano y Orión lo es de invierno. Dentro de unos 12.000 años ambas constelaciones intercambiarán su relación con las estaciones: Scorpius será invernal, y Orión, estival. Para entonces sus ascensiones rectas valdrán 5 horas y 17 horas respectivamente.
En comparación con Hamlet’s Mill, La diosa blanca de Graves parece un modelo de claridad. Santillana era un profesor de historia de la ciencia muy respetado, pero las editoriales especializdas en libros para universitarios rechazaron Hamlet’s Mill y finalmente publicó la obra una editorial comercial poco conocida. Así que los colegas de Santillana en la universidad tuvieron dos razones para no hacer caso del libro: no sólo era increíblemente oscuro, sino que, además, el hecho de que lo publicara una editorial no especializada equivalía a reconocer que el libro estaba por debajo de los niveles de erudición aceptables. A decir verdad, parece que la opinión general de los círculos universitarios era que el libro demostraba que Santillana había pasado a engrosar el gremio de los chiflados. Sin embargo, a pesar de su oscuridad, el libro se ha abierto paso lentamente, toda vez que es imposible leer unas cuantas páginas sin reconocer que dice algo de tremenda importancia y que Santillana sabe exactamente de qué está hablando. Desde hacía mucho tiempo, Santillana era consciente de que había un punto en el que la historia de la ciencia se fundía con la mitología. Y Hamlet’s Mill deja bien claro que en algún momento Santillana debió de tener una revelación sobre la mitología que le dejó abrumado porque le produjo la sensación de que se le había confiado algún secreto asombroso del pasado. Su colaboradora, Hertha von Dachend, era antropóloga y alumna del mismo Leo Viktor Frobenius (1873 – 1938), etnólogo y arqueólogo alemán, nacido en Berlín, que se orientó al estudio de la cultura africana y que había visto a los pigmeos africanos disparar una flecha contra el dibujo de un antílope. También Von Dachend pensaba que los mitos eran algo más que tonterías primitivas. Y «dio con un filón de oro» (al decir de Santillana) cuando se fijó en que dos minúsculas islas del Pacífico, sin más distinción que el extraordinario número de lugares sagrados que había en ellas, estaban situadas exactamente en el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio, el punto en que el sol «se para» y luego vuelve sobre sus pasos en los solsticios. La observación de Von Dachend confirmó que el «hombre primitivo» sentía un profundo interés por la astronomía y, por tanto, era menos primitivo de lo que se suponía. Santillana ya había sacado la misma conclusión. Años antes había reconocido que una de las características básicas del hombre antiguo era «la atención minuciosa, constante e inmensa que prestaba a las estaciones. ¿Qué es un solsticio o un equinoccio? Representa la capacidad de coherencia, deducción, intención imaginativa y reconstrucción que difícilmente podríamos atribuir a nuestros antepasados. Y pese a ello, allí estaba. Yo la vi».
Dice Santillana que mucho antes de que se inventara la escritura, el hombre estaba obsesionado por las medidas y el contar, por los números… y por la astronomía. Y luego, empleando un lenguaje que hace pensar en Alexander Thom, habla de aquellos «Newton y Einstein olvidados desde hace tanto tiempo». Santillana opinaba que este conocimiento antiguo se basaba en el tiempo, «el tiempo de la música». El argumento básico de Hamlet’s Mill puede expresarse de manera muy sencilla: que el hombre antiguo no sólo tenía conocimiento de la precesión de los equinoccios, supuestamente descubierta por el griego Hiparco en el 134 a. de C., sino que, además, codificó este conocimiento en docenas de mitos. Esta tesis es interesante, aunque no es de las que hacen época. Pero eso es sólo la mitad de la historia. Santillana dice: “Este libro es muy poco convencional… Para empezar, no hay ningún sistema que pueda presentarse en términos analíticos modernos. No hay ninguna clave, y no hay ningún principio a partir del cual pueda deducirse una presentación. La estructura procede de una época en que no existía un sistema en el sentido que damos nosotros a la palabra y sería injusto buscar uno. Difícilmente podía haberlo entre personas que se aprendían de memoria todas sus ideas“. Dicho de otro modo, lo que el lector normal espera de él es que hable de los mitos antiguos y luego los explique en términos de la precesión de los equinoccios. Está tratando de decir que no es tan sencillo. «El tema posee naturaleza de holograma, algo que tiene que estar presente en conjunto en la mente». Hay una manera más sencilla de expresar lo que Santillana trata de explicar. En todo el mundo, en los mitos de docenas de culturas diferentes, hay leyendas que obviamente expresan la misma historia. Sir James Frazer hizo de esto el punto de partida de su famoso libro La rama dorada. Frazer decidió que la clave del misterio era el concepto de la fertilidad de la tierra, la necesidad de una buena cosecha. El rey era un mago cuyos poderes garantizaban la lluvia. Si los poderes empezaban a fallar, el rey era ofrecido como sacrificio a los dioses. Finalmente, el sacrificio se volvió simbólico y se convirtió en un ritual en el cual el dios era enterrado y brotaba de nuevo en primavera.
El problema, en este caso, es que se presupone que los mitos se formaron después de que el hombre se convirtiera en agricultor. Lo que se desprende de Hamlet’s Mill es que Santillana estaba totalmente convencido de que son mucho más antiguos. Incluso hay veces en que sospechamos que insinúa que se remontan a decenas de miles de años atrás. En efecto, Santillana presenta un rico tapiz de leyendas de los esquimales, los islandeses, los antiguos escandinavos, los indios norteamericanos, los finlandeses, los hawaianos, los japoneses, los chinos, los hindúes, los persas, los romanos, los antiguos griegos, los antiguos hindúes, los antiguos egipcios y docenas de otros pueblos, y pregunta: ¿cómo se formaron estas extrañas similitudes a menos que los mitos tengan algún origen en común? Y se inclina a creer que este origen reside en la astronomía. Su punto de partida es un molino de trigo que pertenecía al héroe islandés Amlodhi, cuyo nombre nos ha llegado convertido en Hamlet. Al principio este molino producía paz y abundancia. Existía en los tiempos de la «Edad de Oro». Esta edad tocó a su fin y entonces el molino produjo sal. Finalmente fue a parar al fondo del mar, donde molía arena y creó el remolino gigante llamado Maelstrom, que Edgar Allan Poe utilizó en su obra “Un descenso al Maelstrom“, en que dice: “Kircher y otros imaginan que en el centro del canal del Maelström hay un abismo que penetra en el globo terrestre y que vuelve a salir en alguna región remota“. ¿Por qué un molino? Seguramente porque una rueda de molino, el sol, atraviesa las constelaciones en una dirección -Aries, Tauro, Géminis, etcétera- mientras los equinoccios se mueven en la dirección contraria: Géminis, Tauro, Aries, etc.. Lo que encarnaba el molino era la idea «de catástrofes y la reconstrucción periódica del mundo». Así que los mitos antiguos tratan de catástrofes como el Diluvio. Pero las «eras» que terminan en catástrofe se deben a la precesión de los equinoccios, lo cual significa que nos movemos de era en era: desde la era de Leo en el 10000 a.C. hasta la actual era de Piscis, y la próxima era de Acuario.
La precesión de los equinoccios se terminó de entender a finales del siglo XIX a pesar de que ya Hiparco de Nicea consiguió medir la precisión terrestre con una aproximación extraordinaria para su época (134 a. C.). Mientras que la relación del gran ciclo equinoccial con el esoterismo y las Eras Astrológicos, es un fenómeno más reciente y data de las corrientes esotéricas y teosóficas en boga a principios del siglo XX y que duraron hasta la postguerra, personajes como Rudolf Steiner, filósofo austriaco y fundador de la antroposofía, y Paul Le Cour, esoterista francés, fueron de los primeros en darle forma al concepto. De acuerdo con este punto de vista, cada una de estas épocas constituye un hito en la historia. De acuerdo con Paul Le Cour, la Era de Piscis comenzó con el advenimiento del cristianismo y terminará 2160 años. Después comenzará la era de Acuario. Según Max Heindel, fundador de la Fraternidad Rosacruz, la Era de Piscis se ha iniciado en el 498 y la de Acuario comenzará en 2658. En tanto que Rudolf Steiner rechaza este punto de vista y argumenta que la Era de Acuario comenzará en 3573, cuando el equinoccio de primavera se aproxime a la mitad de la constelación de Acuario.Para los esoteristas, la historia humana se puede interpretar mediante las eras astrológicas, pues los astros tendrían una influencia en los asuntos humanos, y, por tanto, los tránsitos de una era a otra pueden ser interpretados como saltos o cambios fundamentales en la línea del tiempo de la evolución humana. Se cree que la nueva Era de Acuario será una Edad de Oro, una edad del conocimiento, en la cual la humanidad se liberará gradualmente de las ataduras mentales y espirituales que ha sufrido durante cientos de años. Para otros habrá un cambio radical en las relaciones humanas y en la civilización en su conjunto, ya que las eras afectan la forma de pensar y a los valores morales de la humanidad, donde la influencia de Acuario, según dicen, estaría ya empezando a notarse en aspectos como el desarrollo individual, social, cultural, científico y tecnológico y en la globalización alcanzada durante el siglo XX.
Obviamente, si los antiguos pensaban que la precesión estaba relacionada con grandes catástrofes periódicas, que destruían a gran parte del género humano, le concederían gran importancia y la estudiarían minuciosamente. Según Santillana, el molino de Amlodhi es una imagen de la precesión de los equinoccios. En nuestro tiempo, los teóricos de la teoría de los «astronautas de la antigüedad», como Von Däniken, han señalado los indicios de conocimiento avanzado entre los antiguos y han argüido que demuestran que este conocimiento lo trajeron a la Tierra visitantes procedentes del espacio exterior. Podrían haber explicado que la precesión se debía a la inclinación del eje de la Tierra, que hace que ésta se mueva como una peonza o un giroscopio. Santillana, en el capítulo 21, «The Great God Pan is Dead», empieza contando la historia de Plutarco sobre cómo de una isla griega surgió una voz que llamó al piloto de un barco, un egipcio cuyo nombre era Thamus, y le dijo: «Cuando llegues frente a Palodes, anuncia que el gran Pan ha muerto». Pan era el dios más joven del Olimpo y, aunque no era inmortal, gozaba del afecto de todos los dioses, incluido el propio Zeus. Cuenta el mito que Hermes tuvo que servir a un mortal, Dryops, uno de los numerosos hijos de Príamo, rey de Troya. Su tarea era la de cuidar de los rebaños de ovejas y esquilarlas cuando fuera necesario. En esto que el dios se enamora de la hija de su señor, Penélope, y para seducirla se convierte en cabra. De esta unión nació Pan. Tal vez esta fue la razón por la que aquel bebé vino al mundo con cuernos, barba de chivo, orejas puntiagudas, patas de cabra y todo cubierto de pelo. La comadrona quedó tan horrorizada que salió huyendo hacia las montañas a toda velocidad. Entonces Hermes cogió a su hijo, lo envolvió en pieles calientes de liebre y se lo llevó al Olimpo. Allí lo presentó a todos los dioses quienes decidieron ponerle el nombre de Pan (“pan” significa “todo”). La criatura se convirtió en la diversión del lugar por las bromas pesadas que gastaba y era especialmente querido por Dionisios. Pan era el dios de todo aquello que está relacionado con la vida pastoril. Le encantaba la música e inventó la siringa, de la era un auténtico virtuoso. Aparte de su afición por la música, Pan tenía otras aficiones: la de espiar y perseguir a las pobres ninfas y el de asustar a cualquier desdichado en medio de la soledad del bosque y más si le había interrumpido la siesta. Justo de esta última y divertida actividad proviene la palabra “pánico”.
Otra versión de su origen está en la batalla de Zeus contra los Titanes (Titanomaquia), en la que Pan utiliza sus horribles y escalofriantes gritos para asustar al enemigo. No se puede decir que Pan tuviera mucho éxito con las mujeres. Habitualmente éstas le despreciaban o salían huyendo directamente. Esto enfurecía bastante al dios y era la causa de que aquellas ninfas a las que les tocaba estar en su punto de mira tuvieran un destino trágico. Cuando Pan vio a la ninfa Eco, se volvió loco por ella. Pero Eco lo rechazó dado que ese momento su corazón pertenecía al joven Narciso. Como venganza, Pan provocó el pánico entre los pastores y éstos acabaron haciendo pedazos el cuerpo de la hermosa ninfa. Lo único que quedó de ella fue su voz, a la que únicamente se le permitió repetir las últimas palabras de los demás. Siringa, otra de sus víctimas, era una de las ninfas que formaban el séquito de Artemisa. Pan se sintió atraído por ella y comenzó a perseguirla sin descanso a través del bosque. Al llegar a la orilla de un río, Siringa se sintió perdida y rogó a sus hermanas que la salvaran, así que la ninfa fue transformada en un cañaveral. Cuando Pan fue a abrazarla se encontró entre sus manos restos de cañas. Entonces una suave brisa empezó a soplar y de las cañas salió una bella música. Así fue como Pan creó la siringa. En otra leyenda se cuenta que cuando Deméter, afligida por el rapto y violación de su hija Perséfone, se encerró durante largo tiempo en las profundidades de una cueva. Cuando la tierra comenzó a secarse y a dejar de dar frutos, los dioses vieron peligrar la vida de todos los seres vivos, incluida la raza humana. Se sentían impotentes y desesperados porque ninguno de ellos sabía dónde podía estar Deméter. Durante una de las muchas cacerías que emprendía Pan, una le llevó hasta el monte Elaios. Allí reconoció enseguida la figura de una mujer vestida de negro que lloraba sin cesar, dentro de una cueva. Era Deméter. Pan enseguida se lo comunicó a Zeus quien envió a las Moiras a consolarla y convencerla de que volviese a la superficie para restablecer el equilibrio en la tierra.
Tal como hemos dicho anteriormente, hay quien habla de la muerte del dios Pan. Thamus, un marinero que realizaba una travesía hasta las costas italianas, dijo haber escuchado una voz divina que le ordenó comunicar la muerte de Pan una vez llegado a su destino. Como el mar estaba calmo y silencioso al pasar por delante de Palodes, Thamus hizo lo que le había pedido la voz y de la costa llegaron grandes gritos y lamentaciones. El emperador romano Tiberio, que se interesaba por la mitología, hizo comparecer a Thamus para escuchar la historia de sus propios labios. Sin embargo, tanto en el paganismo con en el wiccanismo, religion basada en antiguas creencias celtas, se cree que Pan sigue vivo en forma de una fuerza poderosa presente en la Madre Naturaleza. Los cristianos tendían a interpretar que esta historia significaba que Cristo había muerto, pues Jesús fue crucificado durante el reinado de Tiberio. Pero Santillana cita a continuación muchos mitos extrañamente parecidos. En el Tirol, existen leyendas sobre los fanggen, espíritus de los árboles que a veces entran en los hogares de los seres humanos en calidad de sirvientes. En uno de los cuentos que recogieron los hermanos Grimm, un hombre que se dirige a su casa oye una voz que llama: «Portador de yugo, portador de yugo, diles a los de tu casa que Giki-Gaki ha muerto». Cuando repite estas palabras, la sirvienta prorrumpe en llanto y desaparece. Según Santillana, el «yugo» es el eje del molino de Amlodhi. Hay muchas variantes. Un hombre está contemplando una reunión de gatos cuando uno de ellos salta a lo alto de una pared y grita: «¡Dile a Dildrum que Doldrum ha muerto». Al llegar a casa, el hombre cuenta a su esposa lo que ha visto y el gato de la casa grita: «Entonces soy el rey de los gatos», y desaparece chimenea arriba. Santillana pregunta si es posible que el barco de Plutarco sea la constelación Argos y que lleve a bordo el cadáver de Osiris. Y es casualidad que el piloto se llame Thamus, como el rey de Platón que criticó a Tot (el dios Mercurio) por inventar la escritura, lo que convirtió al hombre en un ser mentalmente perezoso y puso fin a una era de «conocimiento interno» del universo. Luego cuenta la historia de unas mujeres que lamentan la muerte de un dios, esta vez Tamuz, que aparece en el libro de Frazer como un dios del grano que muere con la estación.
Tamuz, nombre de la deidad babilonia de Tammuz, dios de la floración de primavera, es el décimo mes del calendario hebreo moderno, que comienza su cómputo a partir del mes de Tishrei con la Creación del mundo, y el cuarto mes según el ordenamiento de los meses en la Biblia, que comienza por Nisán, en conmemoración de la salida de los hebreos de la esclavitud en Egipto.El nombre otorgado al mes de Tamuz en la Biblia es simplemente “el cuarto mes“, siguiendo la numeración ordinal, al igual que el resto de los meses del año hebreo en la Torá: “El mes cuarto, el nueve del mes, cuando arreció el hambre en la ciudad y no había pan para la gente del pueblo” (Reyes). Su nombre actual, Tamuz, tiene sus orígenes en los nombres de los meses de la antigua Babilonia, provenientes del idioma acadio, y de aquí fueron adoptados por los judíos allí desterrados entre 586 a. C. y 536 a. C., luego de haber sido llevados al exilio por el rey Nabucodonosor II. Tamuz no es recordado en la Biblia como nombre de este mes, sino al nombrar a la deidad homónima, el dios de la primavera y el florecimiento, que según la mitología babilónica, reinaba durante los tres meses de primavera -Nisán, Iyar y Siván- mientras que en Tamuz, al llegar el verano, Tammuz moría: “Me llevó a la entrada del pórtico de la Casa de Yahveh que mira al norte, y vi que allí estaban sentadas las mujeres, llorando a Tammuz” (Ezequiel). El nombre babilonio del mes de Tamuz se conservó no sólo en hebreo, sino también en otros idiomas de la zona de influencia, como el turco moderno, en el que el mes de julio se llama “Temmuz”. Tamuz cuenta siempre con 29 días, y es el mes que marca el comienzo del verano (boreal), paralelo a los meses gregorianos de junio y julio, según el año. Su signo del Zodíaco es Cáncer, por abundar los cangrejos en las aguas en esta época.
Pero en este contexto, a Tamuz, que es un dios secundario, se le menciona junto con muchos dioses importantes. ¿Qué hace en tan distinguida compañía? La respuesta, según Santillana, aparece cuando nos enteramos de la fecha de la fiesta de Tamuz. Tenía lugar durante la noche del 19 al 20 de junio, la fecha que señalaba el comienzo del año egipcio. En aquel día, Sirio, la estrella perro, salía justo antes que el sol (su «orto helíaco»). Los egipcios veneraban a Sirio porque a lo largo de 3.000 años continuó saliendo en la citada fecha, desafiando la precesión de los equinoccios. Parece imposible, ya que la precesión afecta a todas las estrellas. Pero Sirio está muy cerca de la Tierra, relativamente hablando, ya que es la segunda de las estrellas más próximas a ella, y tiene mucho «movimiento propio» que le permite, en apariencia, desafiar a la precesión. Había otra razón, que estaba relacionada con el hecho de que los antiguos egipcios utilizaban un calendario que, al igual que el calendario juliano de los romanos, tenía sólo 365 días por año, en lugar de 365,25. Y esta ligera inexactitud también permitió que Sirio aparentemente desafiara a la precesión. De manera que cuando Sirio también sucumbió a la precesión, como sucedió finalmente, el gran dios Pan había muerto. Se comprende que el método argumentativo de Santillana desconcertara a los estudiosos, al ver cómo salta del gran dios Pan a las sirvientas y los gatos atigrados, y a Platón, así como una docena de otros ejemplos, para terminar con la precesión y Sirio. Una vez más hay que decir que es imposible entender Hamlet’s Mill a menos que tengamos presente que no es sólo un intento de argüir que los mitos antiguos reflejan un conocimiento de la precesión. Si sólo se tratara de esto, Santillana hubiera podido salir del paso con un ensayo breve. Necesitó un libro grueso y sumamente denso para expresar lo que quería someter a nuestra atención: la increíble riqueza de la mitología mundial y el hecho de que parece señalar alguna forma de aprehender el universo que en nuestra era de información escrita, radiada y televisada tenemos olvidada desde hace mucho tiempo. Hasta se toma la molestia de atacar a uno de los más grandes estudiosos de los mitos, Ernst Cassirer, a quien considera demasiado «reduccionista». Obviamente piensa que lo que dice es demasiado grande para exponerlo de forma lógica y directamente. A menudo comenta que explorar tal o cual relación requeriría todo un libro. Quizá si hubiera vivido lo suficiente para leer Fingerprints of the Gods, de Hancock, y El misterio de Orión, de Bauval, habría comenzado a pensar que unas cuantas personas empezaban a comprender de qué estaba hablando.
Hasta ahora no hemos mencionado una cultura que tiene mucho derecho a que se la considere la «cuna de la civilización»: la de la India antigua. En general se piensa que la India fue ocupada originalmente por un pueblo primitivo llamado «los drávidas» y que entre el 1500 y el 1200 a. de C. arios de ojos azules descendieron desde el Afganistán y empujaron a los drávidas hacia el sur, tras lo cual instauraron su propia cultura «védica»… una cultura cuyos mayores monumentos literarios son los himnos védicos. En Harappa, en lo que actualmente es Pakistán, había unos grandes montículos que se sabía que ocultaban las ruinas de una ciudad antigua, y en 1921 un arqueólogo indio llamado Daya Ram Sahni sugirió que podía pertenecer a un período anterior al imperio maurya, que fue fundado por Chandragupta, más o menos en tiempos de Alejandro Magno (nacido en el 356 a. de C.). De hecho, las excavaciones efectuadas en Harappa revelaron que fue dos mil años y medio antes de Chandragupta. Las excavaciones empezadas en 1922 en Mohenjo-Daro, nombre que significa «colina de los muertos», en el valle del Indo, 643 kilómetros y pico al sudoeste de Harappa. Pusieron al descubierto una rica e insospechada civilización. Aunque parezca increíble, Mohenjo-Daro resultó tan avanzada como una ciudad griega o romana posterior y estaba construida sobre plataformas de ladrillos de barro para protegerla de las inundaciones, con una estructura cuadriculada que hacía pensar en Nueva York, así como un impresionante sistema de alcantarillas, por no hablar de los retretes de asiento. El tamaño de la ciudad indicaba que había dado cabida a unas 40.000 personas. El gran número de estatuillas femeninas que se encontraron sugería que se rendía culto a una deidad femenina, probablemente la diosa luna. Los sellos demostraron que poseían alguna forma de escritura. En años posteriores, las excavaciones efectuadas a lo largo de los 2.896 kilómetros y pico del valle del Indo revelaron más de 150 yacimientos, media docena de los cuales eran ciudades. Toda la zona comprendida entre el mar Arábigo y las estribaciones del Himalaya fue en otro tiempo la patria de una gran civilización que rivalizaba con Egipto o Grecia. A esta civilización perdida se le dio el nombre de «cultura del valle del Indo».
Y aquí nos extenderemos en la enigmática historia de Mohenjo-Daro ( cuyo nombre significa “El Montículo de los muertos” ), una antigua ciudad densamente poblada ubicada en territorio de Pakistán, próxima a las orillas del río Indo, en la zona que los arqueólogos han catalogado como “Cultura del Valle del Indo”, y que junto a Harappa, situada a poco más de seiscientos kilómetros de distancia más al noreste, constituían las dos ciudades más emblemáticas y conocidas de esta antigua civilización. Mohenjo Daro fue descubierta por el arqueólogo inglés John Hubert Marshall en el año 1.920 y declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1.980. Una de las tantas particularidades asombrosas de este sitio es la total ausencia de edificios que en un principio puedan identificarse como templos o palacios. Todos los edificios siguen un patrón uniforme dentro de una planificación urbanística impecable, con una o dos plantas en ladrillos de adobe con ausencia de adornos y ventanas, amplias avenidas y calles rectas, muchas de ellas perfectamente pavimentadas, lo cual nos lleva inevitablemente a la existencia de la rueda, claramente demostrado en el jueguete encontrado en las excavaciones. Disponía de edificaciones rectangulares, red de drenajes, canales, tuberías y alcantarillado, incluídas sus arquetas de inspección. Se divide en dos zonas : “la ciudadela”, situada sobre un montículo artificial, que albergaba el área político-administratíva, y la “ciudad baja”, que concentraba las áreas residenciales, los talleres artesanales y los almacenes.Ninguna ciudad contemporánea ni en el Valle del Indo ni en todo el Antiguo Oriente tuvo instalaciones comparables a las de Mohenjo-Daro. Tanto su descubridor como sus sucesores en las excavaciones fueron de sorpresa en sorpresa. Conforme profundizaban niveles y estratos, aparecían elementos cada vez más sofisticados que documentaban un altísimo desarrollo artístico y técnico, a diferencia de las capas más superficiales, dando la sensación de una involución técnica y cultural. Al igual que la cultura sumeria, la del Valle del Indo también parece haber surgido de repente, sin haber testimonios previos de una evolución clásica, lo cual constituye un auténtico misterio. Y, en este caso, no lo es menos el de su desaparición, la cual fue atribuida a pueblos invasores de origen indoeuropeo.
Al día de hoy permanecen sin ser descifradas sus escrituras, aparentemente de tipo ideográfica y silábico. Pero, también al igual que el sumerio, sin correspondencia ni raíz alguna con otras escrituras de la zona, presentando en cambio una sorprendente similitud con la que aparece en las tabillas rongo-rongo de la Isla de Pascua. Para llegar a un idioma “traducible” y comprensible, hay que recurrir a antiquísimos textos védicos, escritos en sánscrito y supuestamente legados “por los dioses”, para tratar de encontrar referencias que aclaren algunos aspectos de la cultura y tecnología de Mohenjo-Daro. Entre estos textos, se encuentra el Mahabharata, un extensísimo poema épico de casi 215.000 versos, divididos en diez cantos lo que implica ocho veces más extenso que la Ilíada y la Odisea juntas, que describe Mohenjo-Daro como una ciudad de orígen remotísimo, al igual que Tiahuanaco en América. En este caso habría sido uno de los principales centros del denominado Imperio Rama, que se vió envuelto en sangrientos sucesos bélicos, donde tanto hombres como dioses estuvieron involucrados. En 1979 apareció un libro, que causó revuelo, titulado “Destrucción Atómica en el 2000 a.C.” escrito por el investigador británico David Davenport. Después de haber pasado 12 años estudiando las antiguas escrituras hindúes y la evidencias in situ, afirmaba que Mohenjo-Daro presentaba clarísimas evidencias de haber sufrido una detonación nuclear, miles de años antes de nuestra era, dejando un panorama muy similar al de Hiroshima y Nagasaki, incluyendo la radiación y la típica vitrificación del suelo: “Había un epicentro de 50 yardas de ancho, donde todo fue cristalizado, fundido o derretido. A sesenta yardas del centro, los ladrillos estaban fundidos en un lado, indicando haber soportado una poderosa explosión” escribió.
Basado en sus estudios de muchos manuscritos antiguos, en los cuales además se mencionaban, repetida e inequívocamente, a los Vimanas como carros de guerra que volaban, Davenport se convenció de que el fin de Mohenjo Daro estuvo vinculado a una guerra entre los arios y los mongoles. Según sus elucubraciones, los arios controlaban muchas regiones gracias a una asociación con seres alienígenas.los annunakis, que buscaban extraer minerales y otros recursos naturales. Estos alienígenas habrían estado sumamente interesados en las riquezas minerales de Mohenjo Daro, y al ser una ciudad bajo dominio mogol, habrían acordado destruírla en nombre de los arios. Habrían dado a sus habitantes, calculados en alrededor de 200.000, un plazo de 7 días para evacuar la ciudad, enviándoles una clara advertencia de que todo allí iba a ser destruido. No obstante, algunos habrían desoído la advertencia, y ésta habría sido la razón por la cual en 1927, unos pocos años después de que los arqueólogos descubrieran los restos de la ciudad, se encontraran 44 esqueletos humanos, todos cuerpo a tierra, incluyendo un padre, madre e hijo, en plena calle, con la cara hacia el suelo y sosteniéndose las manos.La intrigante teoría de Davenport fue analizada con sumo interés por la comunidad científica, y entre las opiniones favorables se contó la del internacionalmente conocido especialista William Sturm, quien dijo: “La fusión de ladrillos en Mohenjo Daro no pudo haber sido causada por un fuego normal…”. Por su parte, el Profesor Antonio Castellani, ingeniero espacial romano, agregó: “es posible que lo que pasó a Mohenjo Daro no haya sido un fenómeno natural...”. Este misterioso evento de hace miles de años parece estar también reflejado además en el Mahabharata: “……Un solo proyectil, cargado con toda la potencia del universo. Una columna incandescente de humo y llamas, tan brillante como diez mil soles, se alzó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, un rayo de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte que redujo a cenizas las razas de los Vrishnis y Andakas, los enemigos contra quienes se utilizó.(… ) “El agua hirvió ( … ) carrozas de guerra fueron quemados por miles ( … ) los cadáveres de los caídos fueron mutilados por el terrible calor, tanto que ya no parecían seres humanos…”( … )” Sus cabellos y uñas desaparecieron; jarros y objetos de greda quedaron destrozados, sin motivo aparente, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de pocas horas, todos los comestibles estaban infectados. Los soldados se lanzaron a los arroyos y trataron de lavar sus cuerpos y todo su equipo…...”.
La descripción concluye: “era una visión terrible ( … ) nunca antes habíamos visto un arma tan terrible”. Estos sucesos descritos en el Mahabharata se sitúan hacia el año 3.103 a.C. y desembocan en el “Kali Yuga” o “Edad Sombría”, una especie de apocalípsis del mundo antiguo conocido. Mahabharata significa “guerra de los bharatas”, y describe las luchas de dos familias o clanes reales, los Pandavas y los Koravas, ambas descendientes comunes del mítico Rey Bharata. Algunas de las traducciones de sus versos han resultado enormemente polémicas, negándose incluso la propia existencia de algunos en el texto original, o descalificándose los conocimientos de sánscrito de algunos de los eruditos que lo tradujeron. Al finalizar la II Guerra Mundial, el Mahabharata se puso de moda en Occidente, debido a que algunas de las traducciones parecían tener una enorme semejanza con los desgraciados momentos vividos en la contienda mundial, donde armas enormemente poderosas habían sido capaces de aniquilar a los hombres hasta un punto jamás visto hasta el momento. Su punto culminante fue la utilización de la bomba atómica, situación descrita con gran fidelidad miles de años antes de que los norteamericanos la utilizasen sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.Como ya comentamos previamente, existe en Oriente una gran cantidad de textos, tales como el Ramayana o el Libro de Krisna, entre otros, que describen con todo tipo de detalles la existencia de naves voladoras, o vimanas, así como de cohetes o misiles capaces de alcanzar largas distancias con sus mortíferas cargas.Aún aceptando todos los cuestionamientos realizados a la traducción del Mahabharata, hay muchas otras señales de una interrupción abrupta de la enigmática civilización de Mohenjo-Daro: esqueletos diseminados todos boca abajo en plena calle; la muerte los sorprendió huyendo; parte de los huesos de estos cadáveres parecen haberse consumido o volatilizado muy rápidamente; sólo treinta cadáveres en una ciudad de 200.000 habitantes. Por otro lado, ¿ de dónde proviene el nombre “el montículo de los muertos” ?¿porqué la evacuación repentina de su población?¿porqué la involución de su arte y ciencia?.
Otra extraña particularidad la constituye el hecho de que tanto los cadáveres hallados allí como en la ciudad de Harappa, distante unos 600 kilómetros, presentan un alto nivel de radioactividad. Pero hay más: también existe una especie de “epicentro” en el centro de la ciudad, de unos 45 metros de diámetro.Allí el terreno se encuentra cristalizado, y los bloques de piedra más cercanos fundidos o derretidos. En las edificaciones más próximas a este “foco” se puede observar que los ladrillos de las paredes expuestos al exterior y en dirección al supuesto “epicentro” también se encuentran fundidos o derretidos, una circunstancia que solo se podría haber producido exponiéndolos a temperaturas superiores a los 1.500º centígrados. Con los mismos síntomas de destrucción se han encontrado toda clase de objetos de alfarería, cerámica, joyería, etc, y señales de explosiones menores e incendios se encuentran también por doquier. Detractores de Davenport atribuyen la presencia de radioactividad a las propias características geológicas del terreno, donde se encuentran emplazadas las ruinas de Mohenjo-Daro. Y la presencia de objetos o superficies vitrificadas y materiales derretidos o fundidos, se ha asociado a fuerzas de la naturaleza ya observados en otras latitudes, como Escocia, Australia o Egipto, atribuíbles a probables rayos de gran intensidad. Sin embargo, no son solo Harappa o Mohenjo-Daro quienes apuntan en una dirección nuclear. Existen otros puntos geográficos con “huellas” de posibles deflagraciones nucleares en la India. En el estado de Rajasthan, unos 15 kilómetros al oeste de la ciudad de Jodhpur, hay un área de cinco kilómetros cuadrados que aparece cubierta de cenizas radioactivas y aparentemente, aún hoy día, sigue siendo causante de un gran número de casos de cáncer y malformaciones congénitas en los habitantes de las inmediaciones. También un enorme cráter de orígen desconocido en el cual se aprecia grandes áreas de roca completamente vitrificada, situado 400 km. al noreste de Mumbai, en el Lago Lorna, en las proximidades de Deccan, ubicado sobre una meseta de roca basáltica que lo hace prácticamente único en el mundo. De dos kilómetros de diámetro y 150 metros de profundidad, al cual en principio los científicos intentaron atribuírle un orígen volcánico, pero la evidencia geológica fue tan contundente que debieron cambiar de idea y sustituirla por la de la caída de un meteorito, aunque tampoco jamás se pudo encontrar ningún rastro de material meteórico.
Todo lo asombroso de estas situaciones, tomadas individualmente, se disipan en gran medida cuando se considera la antigüedad bajo el prisma de una globalización planetaria. Probablemente la llegada del homos sapiens habría tardado más de 20 millones de años, o podría incluso no haber llegado nunca, sin las mezclas de los “hijos de dios”con las “hijas de los hombres” a las que aluden todos los textos sagrados antiguos, que podrían referirse tanto a una relación sexual como a una inseminación artificial. Ello llevó a lo que se llamó la Edad de Oro de la humanidad, y en cuyo período existió una civilización única y globalizada, y desde cuya enseñanza original se sentó la base común a todas las ciencias, conocimientos y religiones humanas, a través de grandes instructores, que tuvieron por misión instruir y guiar a esta humanidad nacida sobre nuestro planeta. Ellos transmitieron a todas las razas y naciones de la Tierra unas verdades fundamentales, siendo ayudados a su vez en su misión por una pléyade de iniciados y discípulos de diversos grados. Tales hombres dirigieron a los pueblos nacientes, los civilizaron, les dieron leyes y como monarcas los gobernaron, los instruyeron y los guiaron. Hombres prominentes, semidioses y héroes de los cuales aún quedan vestigios en antiguos libros, códigos y monumentos, y cuya existencia se arrogan todos los pueblos del globalizado mundo antiguo. La contundente presencia y coincidencia de esta tradición universal en los documentos aun subsistentes, y de las gigantescas ruinas prehistóricas, para no citar otros testimonios, son imposibles de negar, como así tampoco su abrupto final. Esta edad dorada para el hombre fue dramáticamente interrumpida por confusas razones hace unos 12.000 años. Algo tremendo ocurrió en aquel entonces, y algo esencial se quebró. A partir de entonces todos los textos comienzan a hablar de dualidad, de blanco y negro, de ying y yang, de antagonismos.Hubo aparentemente una gran guerra, tanto en la tierra como en el espacio, cuyo orígen fue algún tipo de desobediencia fundamental, y en la misma habrían estado involucrados estos maestros superiores y también los homo sapiens, probablemente obligados a tomar partido por cada bando según dónde se encontraban geográficamente cuando estalló el conflicto .
Los dioses siempre fueron descriptos como muy poderosos, pero con debilidades “muy humanas” y que eran representados con dos espadas en posición vertical, como el “dios barbudo” de Tiahuanaco, que significaba “amistad con los hombres pero hasta cierto límite”, salvo aquellos que recibieran las señales secretas de reconocimiento. Las evidencias de radioactividad y cristalización aún presentes en restos arqueológicos, tanto en el Valle del Indo como en Australia, Egipto, entre otros, nos permite incorporar la hipótesis del uso de armas nucleares o equivalentes, cuyo uso simultáneo en varias partes del planeta pudo haber desencadenado un efecto dominó de desastres naturales como efectos colaterales. Hay investigadores que dan como probable un enfrentamiento protagonizado por centros en Gobi, Australia, Valle del Indo y Tiahuanaco. Norte América, por ejemplo, en la tradición aborígen, se dice que en el pasado remoto había sido “La Tierra de la Muerte”, debido a que “en una enorme guerra ocurrida allí se usaron terribles armas del cielo que devastaron ciudades y dejaron una misteriosa energía en el aire que mataba los cultivos, envenenaba a los sobrevivientes y arruinaba el suelo“. Los indios Hopi cuentan además en sus leyendas que la “Ciudad Roja” fue destruída por terribles armas del cielo, y que ellos eran los hijos del Arco iris, del sumergido Reino de Mu. La península del Sinaí fué fotografiada recientemente por la NASA, y llamó la atención que la misma apareciera ennegrecida, contrastando con la claridad típica del terreno en esa zona.Dicho oscurecimiento se debe a millones de millones de pedazos de roca ennegrecidas al haber estado sometidas a altísimas temperaturas de la misma manera que las rocas de Mohenjo Daro, esparcidas a lo largo y a lo ancho del terreno. Pero no se ha ofrecido ninguna explicación científica al respecto. Los desiertos del mundo se consideraban geológicamente tierras fructíferas y exhuberantes, hasta que repentinamente se convirtieron en desiertos, sin que se hayan podido registrar históricamente cambios climáticos extremos o violentos que lo justifiquen. Restos similares a los hallados en Mohenjo Daro fueron encontrados por arqueólogos en una excavación en Elan, Alemania. El Director del Proyecto Manhattan, el Dr. Julius Robert Oppenheimer, recordado como “El Padre de la Bomba Atómica“, y que conocía el sánscrito, aportó contundentes opiniones a este respecto. Durante una conferencia en la Universidad de Rochester, siete años después de las pruebas nucleares estadounidenses en Nuevo México, un estudiante le preguntó si aquélla había sido la primer bomba atómica detonada, a lo que Oppenheimer respondió: “Sí, en los tiempos modernos“.
Al este del Indo se extiende el vasto desierto de Thar. Al encontrarse restos de ciudades en este desierto, los estudiosos se preguntaron cómo habían podido subsistir en un lugar tan árido. Luego las fotografías tomadas por los satélites proporcionaron la respuesta. En otro tiempo el desierto de Thar era una llanura fértil y la atravesaba un gran río. Había incluso señales inconfundibles de canales. Actualmente sólo existe una pequeña parte del citado río, el Ghaggar. Los estudiosos sacaron la conclusión de que el río desaparecido era el Sarasvati, que se menciona en los himnos védicos. Al parecer, en el apogeo de Mohenjo-Daro y Harappa, toda esta llanura era uno de los lugares más ricos del mundo. En una época en que los antiguos britanos eran agricultores de la Edad del Bronce y los griegos eran unas cuantas tribus de guerreros micénicos, una de las más grandes civilizaciones del mundo florecía en la tierra del Indo y del Sarasvati. Según parece, una gran catástrofe destruyó esta civilización. Hay indicios de que la tierra se pandeó, debido a la presión de la placa tectónica que ha levantado el Himalaya, y el resultado fue una serie de terremotos y erupciones volcánicas.o de potentes explosiones, que literalmente hundieron los ríos en la tierra. El coste en vidas humanas debió de ser atroz. Los Vedas están escritos en sánscrito, que es una lengua compleja que sir William Jones -en 1786- demostró que estaba emparentada con el griego, el latín, el alemán y el celta, lo cual fue origen de la expresión «lenguas indoeuropeas». Y si los Vedas hablan del río Sarasvati, parece claro que fueron escritos antes de aproximadamente 2000 a.C., y no más tarde de 1500 a.C., como al principio creían los eruditos. Y si, como parece probable, el sánscrito era la lengua de los arios, entonces también estaba claro que la invasión de éstos no pudo ser en una fecha tan tardía como 1500 a. C. Hay cuatro colecciones principales de himnos védicos: el RigVeda, el Sama-Veda, el Yajur-Veda y el Atharva-Veda, de los cuales se reconoce que el Rig-Veda es el más antiguo e importante. En el decenio de 1980, un estudioso de los Vedas, David Frawley, observó que los himnos del Rig-Veda están llenos de un simbolismo oceánico que parece sugerir que surgieron de una cultura marítima. Lo cual, desde luego, se contradecía con la suposición de que los arios procedían de alguna parte de la Europa central. También reparó en que algunos himnos decían que los «antepasados» procedían del otro lado del mar y que se habían salvado de una gran inundación.
Frawley estudió las referencias astronómicas que contenían los himnos védicos y sacó la conclusión de que una referencia a un solsticio de verano en Virgo indicaba una fecha de alrededor de 4000 a. C., mientras que otra a un solsticio de verano en Libra señalaba aproximadamente a 6000 a. C. También sacó la conclusión de que los autores de los Vedas conocían la precesión de los equinoccios. Expuso estas ideas revolucionarias en un libro titulado Gods, Sages and Kings (1991). En la sección de astronomía védica, por ejemplo, habla de un mito, según el cual, el dios del año, Prajapati, se enamoró de su propia hija Rohini y fue castigado por un dios llamado Rudra, que le clavó una flecha de tres puntas. Frawley señala que Rudra es el nombre de Sirio en la astronomía védica, a la vez que la flecha de tres puntas es Orión y Rohini es la estrella Aldebarán. El mito indica una época en que el equinoccio de primavera se movía de Géminis a Tauro, alrededor del 4000 a. C. Un estudioso llamado B. G. Tilak había sido uno de los primeros en investigar la astronomía de los Vedas y dedica todo un libro a Orión. Nada de todo esto parecerá polémico a quien esté familiarizado con la obraHamlet’s Mill. Se observará también que los hindúes védicos mostraban gran interés por las mismas estrellas y constelaciones que tenían gran importancia para los egipcios. Frawley señala que Orión simboliza tanto el Varuna de los hindúes, como el Osiris de los egipcios y el Urano de los griegos. Y que los mitos de estos dioses parecen referirse al equinoccio vernal de Orión alrededor del 6000 a. C. Frawley reconoció que la idea de una cultura marítima que databa de antes del 6000 a. C. es muy polémica y que lo más probable es que se rechace de entrada. Sin embargo, Charles Hapgood la hubiera juzgado muy verosímil. Y lo mismo cabe decir, por supuesto, de aquel notable estudioso de la cultura maya que fue Augustus Le Plongeon, que sugirió que colonizadores procedentes de las tierras de los mayas habían navegado hasta Europa y la India miles de años antes de Cristo. Y citó el Ramayana en el sentido de que la India y China fueron invadidas y conquistadas por unos guerreros a los que se conocía como grandes navegantes y arquitectos. John West y Graham Hancock probablemente corregirían el argumento de Le Plongeon y sugerirían que América del Sur, Egipto y también la India se convirtieron en refugio de supervivientes de alguna gran catástrofe mucho antes de 6000 a. C.
Los interrogantes que Frawley plantea en Gods, Sages and Kings se examinan también en un libro titulado In Search of the Cradle of Civilisation (1995), de George Feuerstein, Subhash Kak y David Frawley. Los autores arguyen que la India es la «cuna de la civilización» y que hay pruebas de que la cultura védica ya existía en el 7000 a. C. Señalan que el mito según el cual la creación tuvo lugar a partir de un océano de leche revuelto parece referirse a la Vía Láctea, a la vez que el movimiento de revolución, como en la obra de Santillana, se refiere al «molino de Hamlet» o precesión. Los antiguos hindúes consideraban un acontecimiento alarmante el paso del punto equinoccial de una constelación a otra (el final de una era). Los argumentos que se exponen en In Search of the Cradle of Civilisation hacen pensar inevitablemente en los de John Anthony West, Robert Bauval y Graham Hancock. De hecho, los autores mencionan la opinión de Robert Schoch, geólogo y profesor asociado de Ciencia y Matemáticas en el College of General Studies de la Universidad de Boston, en el sentido de que es posible que el origen de la Esfinge se remonte al 7000 a. C. Pero desconocían los argumentos astronómicos que desde entonces han empujado a West, Hancock y Bauval a retrasar la datación de la Esfinge hasta el 10500 a. C. Si estos argumentos son válidos, la sugerencia de que la India es la cuna de la civilización, porque los Vedas parecen referirse a fechas tan remotas como 6000 a. C., pierde gran parte de su fuerza. En cambio, también podría argüirse que los datos astronómicos que presentan Feuerstein, Kak y Frawley demuestran que los antiguos hindúes compartían la obsesión egipcia por observar las estrellas y la precesión de los equinoccios. En tal caso, cabe aplicar a la India antigua los mismos argumentos que al Egipto antiguo. En Egipto tenemos la sugerencia de que puede que la civilización dinástica del tercer milenio fuera precedida de una civilización mucho más antigua que fundaron los supervivientes de una gran inundación, los cuales proyectaron las pirámides y construyeron la Esfinge en el 10500 a. C. En la India, al parecer, la gran civilización de la llanura del Indo y el Sarasvati tuvo unos precursores cuyo gran logro fue el Rig-Veda. Frawley sugiere la posibilidad de que la civilización de los «precursores» datase del 7000 a. C., que casualmente es la fecha que Schoch sugirió para la Esfinge. No parece haber ninguna buena razón por la cual la civilización de los hindúes védicos no deba atrasarse también más de 3000 años.
El «conocimiento» del hombre antiguo no concordaba con el sentido que damos hoy a esta palabra, en que el conocimiento puede clasificarse en una enciclopedia. Era un sentido de participación intuitiva en el universo, un sentido que crecía lentamente. Santillana dice: «El pensamiento arcaico es cosmológico por encima de todo; afronta las consecuencias más graves de un cosmos de maneras que repercuten en la posterior filosofía clásica… No puede reducirse a algo concreto». Un animal experimenta la sensación de ser una criatura que debe ajustarse -de manera esencialmente pasiva- al universo que la rodea. Cuando dejó de ser un mero animal, el hombre también dejó de ser pasivo. Empezó a tener la sensación de que podía hacer algo por controlar el mundo en el cual se encontraba. Al principio este intento de ejercer control llegó por medio de diversos rituales, incluido el canibalismo ritual. El «hombre verdadero» empezó como animal religioso. Al cabo de unos cuantos cientos de años, el hombre de Neandertal había evolucionado tanto que su cerebro era una tercera parte mayor que el del hombre moderno. El zoólogo Nicholas Humphrey no entendía por qué el cerebro del gorila es mucho mayor de lo necesario, hasta que comprendió que era debido a la vida social del gorila, que es extraordinariamente rica. En efecto, un gorila recién nacido asiste a una especie de universidad en la cual aprende un comportamiento social complejísimo. Es casi seguro que ocurría lo mismo en el caso del hombre de Neandertal. Sin embargo, fue el hombre de Cro-Magnon quien dio el siguiente paso, al crear la magia cinegética. Tuvo la sensación de que le daba un control nuevo del universo. Y también estudió los movimientos de la luna. Nosotros suponemos que meramente necesitaba algún tipo de calendario que le informara de las migraciones de los animales, pero, como es obvio, tanto Graves como Schwaller lo considerarían bajo una luz totalmente distinta. Dirían que formaba parte de un rico y complejo sistema de conocimiento, un sistema «lunar» que no se parecería en nada a nuestro conocimiento «solar». Está claro que esto es lo que Santillana también trata de expresar.
En algún momento -quizá, como sugiere Jaynes, en una fecha tan reciente como 1250 a. C.- el hombre empezó a crear conocimiento «solar», la clase de conocimiento que se puede incluir en las enciclopedias, los diccionarios y las tablas de logaritmos. La diferencia que existe entre los dos tipos de conocimiento es muy fácil de expresar: se trata de la diferencia entre la visión interior y la simple información. Cuando Arquímedes salió de un salto del baño y gritó «¡Eureka!» acababa de tener una súbita visión interior de los cuerpos flotantes. Expresó esta visión interior bajo la forma de una «ley» que cualquier colegial puede aprenderse de memoria. Todo cuerpo sumergido en un líquido pierde una parte de su peso, o sufre un empuje de abajo arriba, igual al del volumen del agua que desaloja. Parece bastante sencillo. Pero ¿cómo lo utilizaríamos si, al igual que Arquímedes, tuviéramos que idear un método para averiguar si un orfebre ha adulterado el oro de una corona con algún metal de baja ley? La respuesta consiste en sumergir la corona en una vasija llena de agua hasta el borde y medir el líquido derramado para determinar su volumen exacto. Luego tomar exactamente el mismo volumen de oro puro y pesarlo. Si la corona pesa menos, no es oro puro. Para resolver este problema necesitamos una visión interior de la ley de los cuerpos flotantes. Por esto, en el Fedro de Platón, el rey Thamus expresa dudas cuando el dios Tot le dice que su invención de la escritura es un gran avance para la raza humana. El rey contesta que sólo servirá para hacer que el hombre sea mentalmente perezoso y para disminuir sus facultades mentales. El conocimiento solar, que puede almacenarse en enciclopedias, es utilísimo; pero no puede substituir realmente aquel sentido íntimo del universo -y de nuestra participación en él, que nuestros antepasados, que observaban las estrellas, fueron los primeros en adquirir. Esto nos lleva a una de las conjeturas más recientes e interesantes sobre estos antepasados que observaban las estrellas. Se produjo un importante avance cusndo Robert Bauval y Graham Hancock sugirieron exactamente por qué los antiguos egipcios construyeron la Esfinge alrededor de 10500 a. C. y la gran pirámide 8.000 años después. Robert Bauval y Graham Hancock, en su obra Guardián del Génesis, se refieren a la Esfinge. Es una notable obra de investigación basada en simulaciones hechas con ordenador de los cielos del antiguo Egipto. La esencia del libro reside en este comentario: «… nuestra hipótesis es que los monumentos de Gizeh, los cielos pasados, presentes y futuros que se extienden sobre ellos y los textos funerarios antiguos que los vinculan entre sí expresan los lineamientos de un mensaje. Al tratar de leer este mensaje, no hemos hecho más que seguir el viaje de “iniciación” de los Reyes-Horus de Egipto…».
Bauval reconstruyó los cielos en el 2500 a. C. y descubrió que el «pozo de ventilación» meridional que salía de la Cámara del Rey señalaba directamente el Cinturón de Orión, a la vez que el pozo parecido que salía de la Cámara de la Reina, que había debajo, señalaba la estrella Sirio, a la que los egipcios identificaban con Isis, del mismo modo que identificaban la constelación de Orión con Osiris. Estos alineamientos convencieron a Bauval de que la pirámide fue realmente construida cuando los egiptólogos piensan que fue construida. También recordamos que la única vez que las posiciones de las tres pirámides en el suelo reflejan las posiciones de las tres estrellas del Cinturón de Orión es el 10500 a. de C., año en que Orión está más cerca que nunca del horizonte meridional del «ciclo precesional», que dura 25.920 años. Después de eso, Orión parece subir muy despacio por los cielos y, en 2500 d. C., habrá alcanzado su punto más alto y empezará a descender de nuevo. Los egipcios llamaron a esa vez anterior, la del 10500 a. C., Zep Tepi, la «primera vez», y la identificaron con una especie de edad de oro, el principio de una nueva época. En la terminología de Santillana, fue una vez en que el molino produjo paz y abundancia. Hubiera sido muy oportuno, por supuesto, que las alineaciones sugiriesen que la pirámide se había construido en el 10500 a.C., porque contribuiría en gran medida a probar el convencimiento de Schwaller de que la Esfinge y las pirámides las construyeron los civilizadísimos supervivientes de alguna gran catástrofe: los atlantes. Pero Bauval y Hancock señalan que hay una razón muy convincente para creer que la Esfinge se construyó en el 10500 a. C. Si uno se encuentra de pie entre las patas de la Esfinge al amanecer del equinoccio de primavera del 10500 a. C., la Esfinge está orientada al este y unos momentos antes de que amanezca vemos la constelación de Leo subiendo por encima del horizonte. Si ahora nos volvemos en ángulo recto de cara al sur, vemos en el cielo la constelación de Orión, con las estrellas de su cinturón reflejando exactamente la futura planta de las pirámides. Es como si los que las construyeron nos estuviesen dejando un mensaje para decirnos no sólo cuándo edificaron la Gran Pirámide sino también, de manera implícita, cuándo sus antepasados construyeron la Esfinge. El «pozo de ventilación» del sur nos dice cuándo edificaron la pirámide, y la alineación de las pirámides, que refleja el cinturón de Orión, nos dice que están dirigiendo nuestra atención a 10500 a. C., en la era de Leo. Sin embargo, todavía nos queda por contestar la pregunta más intrigante: en tal caso, ¿por qué los egipcios construyeron la Esfinge en 10500 a. C. y las pirámides 8.000 años después?
Según se dice en Guardián del Génesis, la respuesta es astronómica. Tuvieron que esperar otros 8.000 años para que algún acontecimiento importante ocurriese en el cielo. Mientras tanto, es evidente que la tesis de Bauval y Hancock es muy polémica. Afirman que los «sacerdotes» originales llegaron a Egipto antes del 10500 a. C., que conocían muy bien la precesión y que sabían que Orión alcanzaría su punto más bajo en el cielo en el 10500 a. C. La Esfinge, orientada al este, fue construida para señalar el principio de esta nueva era. ¿Se nos pide realmente que creamos que los antiguos sacerdotes hicieron los proyectos 8.000 años por adelantado, y luego llevaron su plan a la práctica de forma tan brillante? Parece poco probable. El intento de demostrarlo que hacen Bauval y Hancock empieza con uno de los hechos básicos acerca de la mentalidad egipcia antigua: que los antiguos veían Egipto como un equivalente terrestre del cielo, con la Vía Láctea encarnada por el Nilo. Egipto era una imagen del cielo. ¿Y cuál era la finalidad básica de estos sacerdotes e iniciados que construyeron la Esfinge? Fue una que nos permite comprender por qué Schwaller de Lubicz se encontraba tan a gusto en la mentalidad del antiguo Egipto: la búsqueda de inmortalidad, la misma búsqueda que llevaban a cabo los alquimistas cuando intentaban crear la piedra filosofal. El argumento de Guardián del Génesis depende mucho de textos egipcios como, por ejemplo, El libro de los muertos, los textos de las pirámides, y El libro de lo que está en el duat. A menudo estos textos nos dicen, con gran precisión, lo que podemos inferir de la astronomía. Duat suele traducirse por «cielo», pero Bauval y Hancock presentan buenos argumentos a favor de la tesis de que se refiere a una parte concreta del cielo: aquella zona donde Orión y Sirio podían verse en la «orilla derecha» de la Vía Láctea en el 2500 a. C. Y tenía importancia sólo en el momento del solsticio de verano, el momento en que Sirio salía al amanecer y señalaba el desbordamiento del Nilo. El siguiente paso importante de este argumento se refiere a Zep Tepi, “la primera vez“, o mejor dicho, el lugar donde se suponía que había sucedido. Podríamos decir que se trata de la versión egipcia del Jardín del Edén. A juzgar por lo que dicen muchos textos, parece que se halla situado en la zona de las Grandes Pirámides y de las antiguas ciudades de Menfis y Heliópolis, justo al sur del delta del Nilo.
Éste es el lugar donde Osiris e Isis gobernaban conjuntamente, antes de que el hermano de Osiris, Set, el dios de las tinieblas, le asesinara, desmembrara y esparciera las partes de su cuerpo. Isis logró juntarlas y utilizar el pene de Osiris durante el tiempo suficiente para quedar preñada. Su hijo fue Horus, que vengaría a su padre, igual que Hamlet. Geb, el padre de Isis y Osiris, al principio dio a Set y a Horus sendas mitades del reino de Egipto. Luego cambió de parecer y se lo dio todo a Horus, uniendo así la tierra de Egipto. Según los historiadores, esta unión del Alto Egipto y el Bajo Egipto ocurrió en tiempos del rey Menes, alrededor de 3000 a. C. Pero los mitos egipcios sugieren claramente que tuvo lugar en otro momento. El cuerpo de Osiris, que había sido localizado en el sur de Egipto, flotó Nilo arriba, desde su tumba de Abydos en el sur, hasta «la tierra de Sokar», la zona de Rostau, el nombre antiguo de Gizeh, y hasta Heliópolis en el norte. Ahora, finalmente, Osiris puede partir camino de su hogar en el reino de los cielos, en Orión. Y partirá de Gizeh. ¿Cuándo sucedió esto? Los autores arguyen que los datos astronómicos dan la fecha de 2500 a. C. ¿Y dónde? Según Hancock, hay una pintura de una pirámide de la tierra de Sokar, con corredores y pasadizos que recuerdan mucho los de la Gran Pirámide. Y por supuesto, Bauval arguye en El misterio de Orión que el faraón, identificado con Osiris, partió de la Cámara del Rey de la Gran Pirámide cuando el «pozo de ventilación» señalaba Orión. El ciclo empezó -según Bauval y Hancock- en el 10500 a. C., cuando Orión (Osiris) se encontraba en el nadir de su ciclo precesional. Y si Hancock está en lo cierto, estos supervivientes de alguna gran inundación pensaron que la catástrofe indicaba el final de una era. Y, desde luego, el principio de otra. Este siguiente ciclo duraría 25.920 años, y la mitad del ciclo, cuando Orión empieza a descender otra vez, ocurrirá en el 2460 d. C. Supongamos que los sacerdotes astrónomos que construyeron la Esfinge en el 10500 a. C., también se proponían construir las pirámides de tal manera que su ordenación reflejara exactamente el Cinturón de Orión y expresara así un mensaje importante dirigido a alguna era futura. La pregunta obvia es: ¿cuándo se llevaría a cabo la construcción? Supongamos, lo que es ahora virtualmente cierto, que estos sacerdotes conocían todo lo referente a la precesión de los equinoccios. Esto es, sabían que los equinoccios no ocurren una y otra vez sobre la misma constelación, y que, al igual que la manecilla de un reloj, se mueven lentamente alrededor de las constelaciones y tardan 2.200 años en pasar de una cifra a otra. Por si fuera poco, la manecilla de este reloj se mueve hacia atrás… razón por la cual se da a este fenómeno el nombre de «precesión».
El equinoccio más imporante es tradicionalmente el que tiene lugar en primavera, al empezar el año: el equinoccio vernal. Y el «punto vernal» es el lugar exacto del zodíaco que la «manecilla» señala en aquel momento. En astronomía se denomina punto Aries o punto vernal al punto de la eclíptica a partir del cual el Sol pasa del hemisferio sur terrestre al hemisferio norte, lo que ocurre en el equinoccio de primavera sobre el 21 de marzo (iniciándose la primavera en el hemisferio norte y el otoño en el hemisferio sur). Los planos del ecuador celeste y la eclíptica (el plano formado por la órbita de la Tierra alrededor del sol o el movimiento aparente del sol a lo largo de un año) se cortan en una recta, que tiene en un extremo el punto Aries y en el extremo diametralmente opuesto el punto Libra. El punto Aries es el origen de la ascensión recta, y en dicho punto tanto la ascensión como la declinación son nulas. Debido a la precesión de los equinoccios este punto retrocede 50,290966” al año. Ahora el punto Aries no se halla en la constelación Aries (como cuando fue calculado por primera vez, hace por lo menos un par de miles de años) sino en su vecina Piscis. En el 10500 a. C., el punto en cuestión estaba en Leo. Como eran buenos astrónomos, estos sacerdotes sabían lo que sucedería durante los siguientes mil años y pico. En primer lugar, el punto vernal se movería hacia atrás, de Leo a Cáncer, luego a Géminis, luego a Tauro, hasta que en nuestra propia era se encontraría en Piscis, a punto de entrar en Acuario. Al ocurrir esto, el cuerpo de Osiris -la constelación de Orión- subiría en el cielo y parecería desplazarse hacia el norte subiendo por la «orilla» derecha de la Vía Láctea. Ahora bien, obviamente llegaría un momento en que Osiris alcanzaría «la tierra de Sokar» en el cielo: la tierra donde, abajo en el suelo, se había construido la Esfinge. Y entonces, con las ceremonias correctas, finalmente podría ocupar el lugar que le correspondía como señor del cielo. Así que, por fin, era el momento de construir el gran Templo de las Estrellas donde esta ceremonia llegaría a su punto culminante. ¿Y dónde estaba el punto vernal en ese momento? ¿Exactamente dónde señalaba la manecilla del reloj precesional? Entre 3000 y 2500 a.C., el punto vernal estaba en la orilla «occidental» de la Vía Láctea y pasaba lentamente por delante de la cabeza del toro, Tauro. Esta cabeza la forma un grupo de estrellas llamadas Híadas, de las que sobresalen dos por ser las más luminosas. Si ahora miramos desde el cielo su reflejo en la tierra de Egipto, vemos el Nilo y la «tierra de Sokar», que incluye Menfis, Heliópolis y Rostau (Gizeh).
Y si miramos hoy, desde arriba, el lugar donde se «reflejan» las dos estrellas brillantes de las Híadas, también vemos dos pirámides: las llamadas Pirámide Acodada y la Pirámide Roja,en Dashur, construidas por el faraón Snefru, el padre de Keops. Bauval y Hancock sugieren muy razonablemente que Snefru las construyó en aquel lugar por un motivo: para señalar el principio del gran designio. ¿Y dónde está Osiris (Orión) en ese momento? También ha llegado virtualmente a «Sokar». Las Híadas son un conspicuo grupo de estrellas que forman parte de la constelación de Taurus. Astronómicamente conforman un cúmulo abierto a solo 150 años luz de distancia y junto con la notable estrella Aldabarán (a 60 años luz, es decir que se interpone entre nosotros y el cúmulo) conforman la cabeza del toro. Desde antiguo fue difícil interpretar el origen de su nombre, es decir ¿Por qué se llamaban así?. Algunos recurrieron a una interpretación mitológica y poética, por ejemplo para Helénico de Lesbos, fueron las hermanas de Hías, que apenadas por su muerte lo lloran interminablemente y presentan ese aspecto neblinoso característico de las lágrimas que opacan la visión en los ojos tristes. El astrónomo Arato en cambio no estaba de acuerdo con esta explicación y ensayaba una propia, “las estrellas de este asterismo representan las ninfas de Dódona que fueron premiadas por Zeus con el eterno cielo, como recompensa a su esmero y cuidados como nodrizas del dios Baco”, decía. Otros en cambio compartían la idea que el nombre definiría el dibujo que formaran en el cielo y de hecho las Híadas se parecen a una “V” o nos parecería una letra Upsilon si fueramos griegos. Entonces podría ser que el nombre derive de una forma arcaica de decir “las estrellas en forma de upsilon”, pero es mucho más probable que el nombre sea de una antigüedad mayor que la escritura y quienes bautizaron estas estrellas no supieran nada de letras. Otra posibilidad es que el nombre describa un significado práctico y a esta línea adhería el gran dramaturgo griego Eurípides, que en su obra “Ión”, describen las Híadas como una confiable señal de navegación. Veamos un bello fragmento que describe como la oscuridad del atardecer reemplaza al día: “La noche, de negro manto empujaba su carro…y los astros la acompañaban; la pleyade caminaba y el lancero Orión con ella… por encima de ellos la Osa, retorciendo su dorada cola en el Polo, el disco de la luna que divide los meses… y las Híadas, señal la más clara para los navegantes…”.
Es por esto que algunos creen encontrar en la raíz de una arcaica palabra griega para “lluvia” el origen de este nombre, pues su presencia anunciaba el comienzo de la época lluviosa y por tanto el fin de la temporada de navegación. El punto vernal y la constelación de Orión, así como la estrella Sirio (Isis), se encuentran ahora en la misma zona del cielo. No era así en el 10500 a. C. Al colocarte de cara al este hacia Leo, que es donde estaba situado el punto vernal, había que girar 90 grados completos para mirar hacia Orión. Ahora, ocho mil años después, se han reunido. Por esta razón, según Bauval y Hancock, la Gran Pirámide se construyó ocho mil años después de la Esfinge. Los «cielos» estaban finalmente preparados para ella. Y la lógica de lo que dicen los dos autores parece virtualmente irrefutable. Siempre y cuando estemos de acuerdo en que los antiguos egipcios sabían todo lo relativo a la precesión y que Orión era su constelación más importante, entonces es imposible no estar de acuerdo en que el momento en que el punto vernal entró en la misma zona que Orión fue tal vez el momento más importante de la historia de Egipto. Vino seguidamente la construcción de las pirámides en Rostau (Gizeh), dispuestas de forma que señalaran claramente la Primera Vez en el 10500 a. C. Vino luego la ceremonia con que el faraón mandaba a Osiris de vuelta a su lugar apropiado y con la que también obtendría la inmortalidad para sí mismo y para su pueblo. Esta ceremonia tenía lugar en el momento en que Sirio salía al amanecer. Pero empezaba diez semanas antes. Sirio permanecía ausente durante setenta días por debajo del horizonte, debido al hecho de que la Tierra está inclinada sobre su eje. Y también lo estaba, desde luego, su casi vecina Orión: Osiris. Parece muy probable que cada año se celebrara una ceremonia cuyo objetivo era «rescatar» a Osiris. Pero la ceremonia que se celebró en el momento del solsticio de verano, el acontecimiento que anunciaba el desbordamiento del Nilo, en el año después de terminarse la Gran Pirámide, sería culminante. El faraón, Horus, es de suponer que se trataba de Keops, tenía que emprender un viaje para hacer que su padre, Osiris, volviese a la vida. Bajo su forma de sol, tenía que cruzar el gran río de la Vía Láctea en su barca solar y viajar al horizonte oriental, donde Osiris se encontraba cautivo.
Bajo su forma de rey, tenía que cruzar el Nilo en una barca, luego viajar a Gizeh, para colocarse ante el pecho de la Esfinge. Bauval y Hancock nos explican como el «hijo de Osiris» salió del vientre de Isis, es decir, la estrella Sirio, al amanecer en el solsticio de verano… Fue entonces, y allí, tanto en el horizonte del cielo como en el «horizonte» de la tierra donde el rey Horus tenía que encontrarse enfrente de la Puerta de Rostau (Gizeh). Vigilando esa puerta en el horizonte de la tierra encontraría la figura gigantesca de un león: la Gran Esfinge. Y vigilando esa puerta en el horizonte del cielo su equivalente celestial encontraría la constelación de Leo. Los texto de las pirámides explican que el principio del viaje de Horus al otro mundo tuvo lugar 70 días antes de la gran ceremonia. Veinticinco días después, el sol ha cruzado el «río» -la Vía Láctea- y ahora se mueve en dirección este hacia la constelación de Leo. Y 45 días después -al finalizar los 70 días- el sol se encuentra entre las patas de Leo. En el suelo, el faraón está en la orilla oriental del Nilo, cruza el río en la barca solar -tal vez la barca que se encontró enterrada cerca de la pirámide en 1954-, luego avanza, pasando por las dos pirámides, de Dashur, hasta el pecho de la Esfinge. En ese momento, según los textos, tiene que hacer frente a una prueba ritual, bastante parecida a las que celebran los francmasones y se describen en La flauta mágica de Mozart. Se le permite escoger entre dos caminos, o bien por tierra o por mar, para viajar al otro mundo y rescatar a su padre. La flauta mágica (título original en alemán, Die Zauberflöte) es un singspiel en dos actos con música de Wolfgang Amadeus Mozart y libreto en alemán de Emanuel Schikaneder. Es la última ópera escenificada en vida del compositor y estrenada en Viena, el 30 de septiembre de 1791 bajo la dirección del propio Mozart, apenas dos meses antes de su muerte. El singspieles un tipo de ópera popular cantada en alemán, en el que se intercalan partes habladas. Además de ser gran obra musical expresa unos valores a modo de crítica. Cuando Mozart estrenó La flauta mágica tenía treinta y cinco años y sólo le quedaban dos meses de vida. El empresario teatral Emanuel Schikaneder pasaba graves apuros económicos y el compositor, gran amigo suyo desde los años de juventud y en su misma situación financiera, resolvió escribir para él una obra que podría dar dinero. Al conocer que un teatro rival iba a estrenar otra ópera con igual asunto, se modificó por completo la acción dotándola, además, de una significación simbólica supuestamente de acuerdo con ciertas prácticas masónicas, logia a la que según algunos autores pertenecían.
El elemento mítico y maravilloso adquirió en La flauta mágica un gran relieve. Schikaneder era hermano masón de Mozart. Fue el primero que interpretó a Papageno, mientras que el papel de la Reina de la Noche era interpretado por Josepha Hofer, cuñada de Mozart. Otros intérpretes del estreno fueron: Benedikt Schack (Tamino), Anna Gottlieb (Pamina), Franz Xaver Gerl (Sarastro), Johann Joseph Nouseul (Monostatos), Herr Winter (Orador) y Barbara Gerl (Papagena). Interpretaron a las tres damas Mlle Klöpfer, Mlle Hofmann y Mme Elisab[e]th Schack; a los tres muchachos Anna Schikaneder, Anselm Handelgruber y Franz Anton Maurer; a los dos sacerdotes Johann Michael Kistler y Urban Schikaneder y, finalmente, los dos hombres armados fueron Johann Michael Kistler y Herr Moll. Según muchos historiadores y críticos, podría haber influencias masónicas en la ópera, ya que Mozart fue iniciado la logia masónica de Viena llamadaZur Wohltätigkeit (“La Beneficencia“) el 14 de diciembre de 1784. Cuando se produjo el estreno de La flauta mágica, la masonería acababa de ser prohibida en el imperio austriaco por su relación en ese país con los Iluminados de Baviera. Muchas de las ideas y motivos de la ópera recuerdan los de la filosofía de la ilustración. La flauta mágica sigue siendo importante dentro del repertorio operístico estándar y aparece como la número 1 en la lista de Operabase de las óperas más representadas en todo el mundo para el período 2005-2010. Su estatus como obra maestra de la ópera es incuestionable y ciertamente único dentro del más reducido ámbito del singspiel, donde no tiene comparación posible. Algunas de sus melodías son muy familiares, como el dúo de Papageno y Papagena, o el aria de coloratura de la Reina de la Noche titulada Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen (La venganza del infierno hierve en mi corazón) y el aria del príncipe Tamino. En el año 1791, Schikaneder, conocido actor, escritor, y empresario teatral entre otras actividades, propone a Mozart la posibilidad de colaborar para hacer una ópera juntos. Ni Mozart ni Schikaneder estaban pasando por un buen momento económico, y pensaron que de esta manera podrían salir adelante. Mozart aceptó la idea, y mientras componía la música para la ópera, empezó a componer el Réquiem y su ópera La clemencia de Tito. En su estreno, no tuvo suficiente éxito. Hoy es una de las mas representadas en todo el mundo.
El argumento de la ópera ha sido muy discutido. Mientras que muchos investigadores la ven simplemente como un cuento de hadas, otros la ven llena de simbolismo y referencias a la masonería. En ese sentido, y a pesar de la fuerte influencia de la cultura popular, La flauta mágica es una guía de una iniciación masónica según el Rito Zinnendorf. De igual modo, muchos autores, entre ellos Gérard Gefen, han visto una prefiguración de Ignaz von Born en el papel de Sarastro. Von Born era un individuo con gran influencia en la masonería austriaca de la época, y fue quien apadrinó el ingreso de Mozart a la misma. Mucha gente considera que el triple acorde de la obertura de esta ópera es un claro signo masónico (la “batería masónica“), que anunciaría el carácter propagandístico de la obra, con objeto de difundir la masonería en un momento en el que el Imperio austrohúngaro intentaba prohibirla. Asimismo, el tema de la lucha entre la luz y la oscuridad, es un símbolo recurrente en las enseñanzas masónicas. Se cree que el libreto pudo estar inspirado en la obra Lulú o la flauta mágica, pero también que pudo tener otras fuentes, como Rey de Egipto, de Philippe von Greber o Sethos, de Jean Terrason. Los autores creen que el camino terrestre era una calzada inmensa, de la cual todavía quedan restos, que comunicaba el Templo del Valle con la Gran Pirámide. En otro tiempo estuvo cubierta con losas de piedra caliza y había estrellas pintadas en el techo. El «camino acuático» todavía no se ha descubierto, pero los autores creen que era un corredor subterráneo que se mantenía medio lleno de agua que se extraía del Nilo mediante la acción capilar. Citan a un ingeniero francés, el doctor Jean Kerisel, que sugiere la posibilidad de que la Esfinge se alce sobre un túnel de 700 metros de longitud que conduce a la Gran Pirámide. Lo que ocurrió a continuación es conjetura y nada más, sólo que debió de terminar con la reaparición de Orión y Sirio por encima del horizonte oriental. Bauval y Hancock creen que esta ceremonia era la unión simbólica del Alto Egipto y el Bajo Egipto, esto es, del cielo y la tierra. Es claro que los sacerdotes que la planearon la consideraban el acontecimiento principal de la historia de Egipto después de la Primera Vez.
¿Y quiénes eran estos sacerdotes? Bauval y Hancock decían que «hombres serios e inteligentes», y también mujeres, actuaban en verdad entre los bastidores de la prehistoria en Egipto. Y proponen que uno de los numerosos nombres por los que se les conocía era el de «Seguidores de Horus». También dicen que su objetivo, al que sus generaciones fueron fieles durante miles de años con el rigor de un culto mesiánico, puede que fuese llevar a buen término un gran proyecto cósmico. Hablan seguidamente del Templo de Edfú, algunas de cuyas partes datan de la Era de las Pirámides, aunque su forma actual se construyó entre el 237 y el 57 a. C. Sus «Textos de Construcción» hablan de eras anteriores que se remontan hasta la Primera Vez, cuando el dios Tot copió las palabras de los sabios en un libro con el título curiosamente moderno de Especificaciones de los túmulos de comienzos de la era primitiva, incluido el Gran Túmulo Primitivo mismo, donde fue creado el mundo. El profesor Iodden Edwards cree que este túmulo es la enorme roca sobre la que se erigió la Gran Pirámide. Según los Textos de Construcción, los diversos templos y túmulos los proyectaron Siete Sabios, incluida la «mansión el dios», seguramente la Gran Pirámide, lo cual parece corroborar la creencia de Bauval de que las pirámides se proyectaron, y quizá se construyeron en parte, al mismo tiempo que la Esfinge. Los Siete Sabios eran supervivientes de una inundación catastrófica y llegaron de una isla. Estos Siete Sabios parecen idénticos a los Dioses Constructores, los Superiores y los Seguidores de Horus (Shemsu Hor), a los que se hace referencia en otros escritos tales como los Textos de las Pirámides. Los Seguidores de Horus no eran dioses, sino seres humanos que reconstruyeron el mundo después de la gran catástrofe… a la que precedió la Era de los Dioses. Ésta es, pues, la tesis fundamental de Guardián del Génesis: que un grupo de sacerdotes supervivientes de alguna catástrofe virtualmente crearon el antiguo Egipto tal como lo conocemos. Podría considerarse la continuación de Hamlet’s Mill y de Death of the Gods in Ancient Egypt, de Jane B. Sellers, que también arguye de forma convincente que los antiguos egipcios conocían todo lo relativo a la precesión. Pero va más allá que estos libros en sus argumentos matemáticos y astronómicos. Sus argumentos sobre las alineaciones astronómicas de la Esfinge y las pirámides representan un esfuerzo notable.
La egiptóloga Jane Sellers ya había hablado de un «código precesional» de números, y Graham Hancock resume sus resultados en Fingerprints of the Gods. Pero al utilizar las simulaciones hechas por ordenador, Bauval eleva todo esto a un nuevo nivel de precisión. Y el resultado es que, incluso los que tienen dudas sobre la idea de una sucesión sacerdotal que durase miles de años, tendrán que admitir que los cálculos matemáticos parecen irrefutables. Los autores sacan otra conclusión interesante. Preguntaron al ordenador exactamente dónde estaba situado el punto vernal en el 10500 a. de C. La respuesta fue «que se encontraba 111,111 grados al este de la estación que había ocupado en el 2500 a. de C. Entonces había estado a la cabeza de Híadas-Tauro, cerca de la orilla derecha de la Vía Láctea; 8.000 años antes se hallaba directamente debajo de las patas traseras de la constelación de Leo». Y si este punto tiene un «doble terrenal», entonces parecería insinuar la existencia de algún secreto no descubierto debajo de las patas traseras de la Esfinge. Los Textos de los Sarcófagos hablan de «una cosa sellada que está en la oscuridad, con fuego a su alrededor, y contiene la exhalación de Osiris, y está puesta en Rostau». ¿Podría ser que ese «algo escondido», en una cámara debajo de las patas traseras de la Esfinge, sea un «tesoro» que transformará nuestro conocimiento del antiguo Egipto? Edgar Cayce predijo el descubrimiento de una Sala de Registros debajo de la Esfinge hacia finales del siglo XX, y Hancock y Bauval se preguntan si actualmente no estará investigando esto el equipo de «egiptólogos oficiales» que son los únicos a quienes se permite acercarse a la Esfinge. Egdar Cayce fue uno de los psíquicos más célebres de Estados Unidos, ya que se supone que poseía facultades de clarividencia y percepción extrasensorial, aunque nunca fueron demostradas con rigor científico. Entraba en estado de trance hipnótico durante sus llamadas «lecturas» (readings) y respondía a las preguntas de un individuo. Estas lecturas mencionaban, al principio, la salud física del individuo. Fue un gran investigador de la reencarnación por medio de «regresiones» a vidas pasadas. Mucha gente lo visitaba para buscar ayuda a sus males y dolencias. El ARE (Asociación para Investigación y Aclaración) actualmente conserva todas las lecturas.
Cayce consideraba más importante su dedicación al trabajo social (la mayoría de sus «lecturas» las realizó para personas que estaban enfermas) o la teología cristiana (Cayce fue toda su vida un miembro de la iglesia protestante «Discípulos del Cristo»). Se ganaba la vida con su trabajo fotográfico, pero recibía también modestas donaciones que lo ayudaban, ya que no cobraba nada por sus tratamientos y consultas. Sus procedimientos eran múltiples: medicinas, masajes, hidroterapia, ejercicios, hierbas y remedios naturales. Veía las causas de la enfermedad que, a veces, se remontaban a reencarnaciones distantes y enseñaba cómo disolver los karmas pendientes. Según el escritor francés Louis Pauwels, que narra la historia de este personaje en su libro El retorno de los brujos (Le Matin des Magiciens, 1960, libraire Gallimard), Cayce era un hombre muy sencillo, sin apenas formación cultural, que cuando dormía era capaz de recetar la solución médica de cualquier enfermedad, desde que a la edad de cinco años cayera en coma a causa de un pelotazo del que parecía que no sobreviviría, siendo víctima de una enfermedad incurable que no quiso revelar a nadie. Edgar Cayce también era conocido como el Profeta Durmiente. La obra Guardián del Génesis termina con un interrogante, lo cual quizá es inevitable. Porque la verdadera pregunta que hay detrás de esta investigación del pasado remoto es: ¿qué significa todo esto? Tenemos que reconocer que ni siquiera el conocimiento más exacto del código precesional egipcio y su religión de resurrección nos acerca más a responder algunas de las preguntas más obvias sobre su logro. Ni tan sólo una tan sencilla como la que se refiere a cómo levantaron bloques de 200 toneladas…El antropólogo Ivar Lissner cita un ejemplo de magia chamánica que observó el antropólogo E. Lucas Bridges, hijo del primer colono de Usuhaia, Tierra de Fuego, y que al principio decepciona porque parece un truco de prestidigitación. Bajo la nieve y a la luz de la luna, el chamán ona Houshken canta una salmodia durante un cuarto de hora antes de llevarse las manos a la boca y sacar una tira de piel de guanaco, más o menos del tamaño de un cordón de zapato. Luego aparta lentamente las manos hasta que la tira adquiere alrededor de 1,20 metros de longitud. Entonces entrega uno de los extremos a su hermano, que retrocede hasta que los 1,20 metros se convierten en unos 2,40.
Seguidamente Houshken vuelve a coger la tira, se lleva la mano a la boca y se traga la tira. «Ni siquiera un avestruz hubiera podido tragarse 2,40 metros de piel de un solo golpe y sin ningún esfuerzo visible». Houshken no ha escondido la tira en una manga porque va desnudo. Después de esto, se saca de la boca algo que semeja masa de pan semitransparente que parece estar vivo y gira a gran velocidad. Luego, al separar más las manos, la «masa de pan» sencillamente desaparece. De nuevo da la impresión de que se trata de un juego de manos hasta que recordamos que el chamán está desnudo. F. Bruce Lamb, en un libro titulado Wizard of the Upper Amazon, expone la crónica más clara y más detallada que ofrece la literatura atropológica sobre la se ha convertido en un clásico de su campo, el explorador Bruce Lamb hace de amanuense de un joven peruano llamado Manuel Córdova Rios, que en 1902 fue secuestrado por los indios amahuacas de Brasil. Córdova pasó siete años entre los indios y da cuenta detallada de su forma de vivir. Y como Córdova llegó a ser jefe de la tribu, también nos permite empezar a comprender lo que debía representar ser un cacique-chamán en el paleolítico. El libro transmite el notable sentido de unidad que existe en una tribu primitiva, en la cual cada uno de sus miembros es, en cierto modo, parte de un organismo. La «magia» parece desempeñar un papel inevitable en la existencia de los cazadores que viven en estrecho contacto con la naturaleza. Uno de los capítulos más notables de Wizard of the Upper Amazon describe cómo el anciano jefe Xumu preparó a Córdova durante diez días con una dieta especial, que incluía brebajes que producían vómitos y diarrea y aceleraban los latidos del corazón. Luego, con otros miembros de la tribu, recibió un «extracto de visión» cuyo efecto fue inundarle de extrañas sensaciones, colores y visiones de animales y otras formas naturales. Hicieron falta muchas de estas sesiones antes de que Córdova pudiera dominar el caos que la droga producía. Finalmente, una noche los indios se internaron mucho en la selva y pasaron varias horas recogiendo enredaderas y hojas. Luego trituraron lo que habían recogido y con un complicado ritual lo metieron en la olla de barro cocido.
Los preparativos continuaron durante tres días y, una vez terminados, el extracto verde se echó en unos cacharros pequeños.Un cazador que pasaba por una temporada de mala suerte se acercó al jefe de la tribu y describió una serie de percances debido a los cuales su familia estaba medio muerta de inanición. El jefe le dijo que volviera la noche siguiente para la ceremonia del «extracto de visión» (honi xuma). En la ceremonia participó un grupo numeroso. Poco después de beber el extracto, empezaron las visiones en colores, que todos compartieron. El «canto de la boa» trajo una gigantesca boa constrictor que cruzó el claro de la selva seguida por otras serpientes, luego hubo un largo desfile de pájaros, entre los que había un águila gigantesca, que extendió las alas delante de ellos, les miró con ojos amarillos y centelleantes y abrió y cerró el pico varias veces. Después vinieron muchos más animales y Córdova explica que ya no recuerda muchas cosas de lo que sucedió, «porque el conocimiento no tenía su origen en mi conciencia ni en mi experiencia». Estas experiencias duraron toda la noche. Al día siguiente, el jefe, Xumu, preguntó al cazador «con mala suerte» si ahora podía dominar a los espíritus de la selva. El hombre contestó que su comprensión se había renovado y que la selva satisfaría todas sus necesidades. A este respecto vale la pena mencionar la parábola de los lirios, de Jesús, tal como se explica en el evangelio de Mateo: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.”.
Más adelante, Córdova se fue de caza. El día antes se celebraron complicados rituales, con bebida de pociones, baños de hierbas y exposición del cuerpo a varias clases de humos, producidos quemando el pelo de un animal y plumas de un ave a la que cazarían. En medio de la ceremonia final, un búho se posó en una rama; los cazadores bailaron alrededor del animal mientras entonaban una salmodia ritual y le pedían que dirigiera sus flechas hacia los diversos animales que fueron nombrando. Finalmente, el búho se fue volando y se acostaron todos. Córdova describe la cacería y cuenta que tuvo que aprender a reconocer todas las señales de la selva: el olor de los mamíferos o las serpientes, el significado de una ramita quebrada o de una hoja caída. Y después de dar muerte a varios cerdos silvestres, el jefe del grupo de cazadores le describió el método que empleaban para tener la certeza de que los cerdos pasaran siempre por allí. Primero hay que matar al jefe de la manada, que suele ser una hembra, y enterrar su cabeza en un agujero profundo, de cara a la dirección contraria a la que siguen los animales, en medio de salmodias rituales dirigidas a los espíritus de la selva. Si esto se hace correctamente, seguro que los cerdos pasarán siempre por aquel lugar cuando recorran su territorio, y si observan los hábitos de los animales, los cazadores siempre pueden estar al acecho cuando vuelvan. Una noche oyeron la peculiar llamada de un insecto. Los cazadores se pusieron alerta al instante y dos de ellos se internaron sigilosamente en la selva. Al cabo de unas horas, volvieron con un insecto envuelto en una hoja. Hicieron una jaula diminuta y explicaron que la posesión de un wyetee tee garantizaría buena caza. Al día siguiente, los cazadores se escondieron en chozas camufladas en los árboles alrededor del claro de la selva. Tal como habían predicho, el wyetee tee trajo tal abundancia de caza que tuvieron que construir otro tendedero para ahumarla. Andando el tiempo, Xumu eligió a Córdova como sucesor. No lo hizo sencillamente porque Córdova supiera disparar con un fusil y tuviese espíritu empresarial suficiente para enseñar a la tribu a fabricar y vender caucho, sino porque poseía la clase de sensibilidad que le permitiría comprender a sus compañeros.
Según Córdova: “Durante mi formación me di cuenta de que se producían cambios sutiles en mi proceso mental y en mis modos de pensamiento. Me fijé en un aceleramiento mental y en cierta clarividencia que me permitía prever acontecimientos y reacciones de la tribu. Concentrando mi atención en un solo individuo, podía adivinar sus reacciones y propósitos y prever lo que haría o lo que pensaba hacer… El anciano dijo que mi facultad de prever y conocer los acontecimientos futuros mejoraría y aumentaría, también que podría localizar e identificar objetos desde una gran distancia“. En efecto, Córdova tuvo visiones de la muerte de su madre que, al volver a la civilización, comprobó que habían sido acertadas. El jefe indio también poseía esta facultad de la clarividencia. «Esperamos en el poblado durante muchos días después de que saliera el grupo de cazadores. Finalmente, el jefe dijo que volverían al día siguiente...». Y por supuesto, Xumu tenía razón. Se ve claramente que gran parte de la «magia» de los indios es una especie de telepatía. Cuando Xumu se interna con él en la selva para una iniciación mágica, a Córdova no le cabe ninguna duda de que entre ellos hay comunicación telepática. «El jefe habló en tono bajo, agradable. Empiezan las visiones. Había captado por completo mi atención con estas palabras de magia. Al instante noté que desaparecían las barreras que pudiera haber entre nosotros; éramos como uno solo». Entonces el jefe hace que aparezcan visiones que Córdova comparte. La explicación de los escépticos de que el jefe no hace más que utilizar la sugestión, no se ajusta a los hechos. El jefe dice: «Empecemos por los pájaros», y aparece la imagen increíblemente detallada de un pájaro. Según Córdova «Nunca había percibido yo imágenes visuales tan detalladas… Entonces el jefe hizo que apareciese una hembra y el macho ejecutó su danza de apareamiento. Oí todos los cantos, llamadas y otros sonidos. Su variedad superaba todo lo que había oído hasta entonces». Más adelante hay otra descripción larga de visiones que compartió toda la tribu. Después de beber el «extracto de visión», una salmodia da origen a una procesión de animales, entre los que hay un jaguar enorme. «Este animal tremendo avanzaba arrastrando los pies y con la cabeza baja, la boca abierta y la lengua colgando. Dientes horribles y grandes llenaban la boca abierta. Un cambio instantáneo de porte para adoptar un aire de alerta malévola hizo temblar al círculo de visionarios de fantasmas».
De hecho, Córdova se dio cuenta de que era él quien había provocado la aparición del jaguar, con el que una vez se había encontrado en un sendero de la selva y al que había mirado fijamente hasta obligarle a apartar los ojos. Los demás miembros de la tribu también reconocieron esto y el resultado fue que dieron a Córdova el apodo de «Jaguar». Córdova habla luego de escenas de combate con tribus enemigas y con los caucheros invasores, que habían obligado a los amahuacas a buscar nuevos territorios. Tiene visiones de un poblado en llamas y del jefe matando a un plantador de caucho. El «espectáculo» termina con escenas en su nuevo poblado. Es obvio que en esta sesión visionaria todos ven lo mismo, como si estuvieran sentados en un cine viendo una película. Pero la película es una creación de sus propias mentes. En su introducción a Wizard of the Upper Amazon, Andrew Weil, investigador de Harvard, comenta: «Evidentemente, estos indios experimentan el inconsciente colectivo como una realidad inmediata, no sólo como una construcción intelectual». Más adelante, Córdova cuenta que al morir el anciano jefe, él ocupa su lugar. Descubre que durante las visiones causadas por la droga, las salmodias le permiten controlar lo que se ve: “Por complicadas y extrañas que fueran las visiones, obedecían a mis deseos tal como los expresaba cantando. Cuando se dieron cuenta de que yo dominaba sus visiones, todos los hombres consideraron que mi posición era infinitamente superior a la suya. Adquirí al mismo tiempo una conciencia más aguda de mi entorno y de la gente que tenía a mi alrededor… una sensación de clarividencia que me permitía prever cualquier situación difícil que pudiera producirse“. También hereda del anciano jefe la facultad de hacer uso de sus sueños. «Una noche, en el campamento de la boa, en sueños tuve visiones de que algo iba mal en Xanada…» Al volver, pudo comprobar que una tribu vecina estaba invadiendo su territorio. Cuando finalmente regresó a la civilización, Córdova conservó lo que el anciano jefe le había enseñado. Las visiones de la muerte de su madre -durante una epidemia de gripe- resultaron ciertas. Y «por extraño que pueda parecerles, como mínimo he visto por anticipado otros dos acontecimientos importantes de mi vida. Explíquenlo como les plazca, pero yo creo que fue resultado de lo que me enseñó Xumu».
Un escéptico objetaría que todas estas cosas no prueban nada. Córdova sencillamente había tomado parte en rituales que los indios creían que producirían resultados y cuando llegaron los resultados creyeron que su magia había sido la causa. Sin embargo, esto es sencillamente todo lo contrario de la impresión que transmite Wizard of the Upper Amazon, en el que no puede haber duda alguna, como dice Andrew Weil, de que estamos hablando del «inconsciente colectivo» como de una realidad cotidiana. El siguiente ejemplo de poder chamánico no puede explicarse diciendo que fue algún tipo de autoengaño colectivo. Sir Arthur Francis Grimble era un administrador colonial británico que en 1914 pasó a desempeñar el cargo de comisario residente en las islas Gilbert, en el océano Pacífico. Más adelante describiría los cinco años que pasó en la islas en una deliciosa autobiografía titulada Pattern of Islands (1952), que obtuvo un merecido gran éxito. El libro se ocupa principalmente de la vida cotidiana y el autor utiliza un tono realista que es muy apropiado. Sin embargo, en uno de los capítulos describe un acontecimiento tan extraño que parece no tener ninguna explicación normal. Un anciano jefe llamado Kitiona criticó la delgadez de Grimble y le recomendó que comiese carne de marsopa. Grimble preguntó cómo podía adquirir carne de marsopa y le dijeron que el primo hermano de Kitiona, que vivía en el poblado de Kuma, era «llamador de marsopas» hereditario. Grimble había oído hablar de lo de «llamar a las marsopas», es decir, de que ciertos chamanes poseían la facultad de hacer que las marsopas salieran a la orilla mediante alguna clase de magia; Grimble la clasificaba con el truco indio de la soga. Preguntó cómo se hacía y le contestaron que dependía de poder tener cierto sueño. Si el «llamador de marsopas» lograba tener dicho sueño, el espíritu salía de su cuerpo y podía visitar a la gente-marsopa e invitarla a un banquete y un baile en el poblado de Kuma. Cuando las marsopas llegaban al puerto, el espíritu del soñador, regresaba apresuradamente a su cuerpo y alertaba a la tribu… Grimble se mostró interesado y Kitiona prometió que mandaría su canoa a buscarle cuando su primo estuviese preparado. A su debido tiempo llegó la canoa y Grimble fue llevado a Kuma. Llegó acalorado, sudoroso e irritable, y fue recibido por un hombre gordo y amistoso que le explicó que era el «llamador de marsopas».
El hombre se metió en una choza protegida por hojas de cocotero recién trenzadas. «Emprendo mi viaje», dijo al despedirse. Grimble se instaló en la choza contigua. Dieron las cuatro, que era la hora en que debían producirse resultados según había prometido el mago; no pasó nada. Sin embargo, las mujeres estaban trenzando guirnaldas, como si fuera a celebrarse una fiesta, al tiempo que iban llegando amigos y parientes de los poblados vecinos. A pesar del ambiente festivo, hacía un calor agobiante. Su fe empezaba a flaquear a causa de la tensión cuando de la choza del soñador salió un aullido sofocado. Dió un salto y vió que su pesado cuerpo salía disparado de cabeza a través de las pantallas de hojas. Cayó cuan largo era, se levantó trabajosamente y con pasos vacilantes se apartó de la choza, la saliva brillando en su mentón. Se quedó de pie unos instantes, dando manotazos en el aire y quejándose con una extraña nota aguda que hacía pensar en un perrito. Luego empezó a hablar a borbotones: «¡Teirake! ¡Teirake! (¡Levantaos! ¡Levantaos!)… ¡Que vienen, que vienen! Bajemos a recibirlas». Echó a andar pesadamente en dirección a la playa. Un rugido se alzó del poblado: «¡Que vienen, que vienen!». Se encontró corriendo a la desbandada con otras mil personas hasta los bajíos, chillando a todo pulmón que las amigas del oeste ya venían. Grimble corría detrás del soñador y los otros convergieron en él desde el norte y el sur. Se desplegamos formando una larga línea, unos al lado de otros, y Siguieron corriendo atropelladamente por los bajíos. Acababa de meter la cabeza en el agua para refrescarse cuando un hombre, que corría cerca de él, profirió un aullido y señaló. Otros le imitaron, pero al principio no pudo ver nada debido a los reflejos cegadores del sol en el agua. Cuando por fin pudo verlas, todos chillaban como locos. Ya estaban bastante cerca, avanzando hacia ellos a gran velocidad. Cuando llegaron al borde de las aguas azules junto al arrecife, aflojaron la velocidad, se desplegaron y empezaron a nadar hacia atrás y hacia delante enfrente de la línea que formaban. Entonces, de repente, desaparecieron.
En medio del silencio tenso que se produjo a continuación, pensó que se habían ido. La decepción fue tan grande que no se paró a pensar que, aun así, acababa de ver una cosa muy extraña. Estaba a punto de tocar la espalda del soñador para despedirse cuando se volvió hacia él con cara tranquila y musitó, al tiempo que señalaba hacia abajo: «El rey procedente del oeste viene a verme». Sus ojos siguieron su mano. Allí, a menos de diez metros, estaba la enorme silueta de una marsopa suspendida como una sombra reluciente en las aguas verdes y cristalinas. Detrás de ella había toda una flotilla de marsopas. Avanzaban hacia ellos en extensa formación, con separaciones de dos o tres metros entre ellas, y cubrían todo el espacio que alcanzaba su vista. Se movían tan lentamente que parecían estar en trance. Su jefe pasó muy cerca de las piernas del soñador. Éste se volvió sin decir palabra y echó a andar a su lado camino de las bajíos, sin prisas. Grimble los seguía a uno o dos pasos de su cola casi inmóvil. Vió que a derecha e izquierda de ellos, otros grupos se volvían de cara a la playa de uno en uno, los brazos alzados, la cara inclinada sobre el agua. Brotó un parloteo en voz baja y retrocedió un poco para poder abarcar toda la escena. La gente del poblado daba la bienvenida a sus invitados a tierra con palabras arrulladoras. Sólo los hombres andaban al lado de las marsopas; las mujeres y los niños seguían su estela y batían palmas suavemente para marcar el ritmo de una danza. Al acercase a los bajíos de color verde esmeralda, la quilla de las marsopas empezó a tocar la arena y los animales movieron las aletas como si pidieran ayuda. Los hombres se inclinaron para rodearlas con los brazos y ayudarlas a salvar los obstáculos. Las marsopas no mostraban la menor señal de alarma. Era como si su único deseo fuese alcanzar la playa. Cuando el agua sólo llegaba hasta los muslos, el soñador alzó repentinamente los brazos y llamó. Los hombres situados en los flancos se acercaron para rodear a las visitantes, diez o más hombres por cada animal. «¡Arriba!» , gritó entonces el soñador, y los pesados cuerpos negros fueron medio arrastrados y medio llevados a cuestas, sin que se resistieran, hasta el borde de la marea. Allí los depositaron en tierra, aquellas formas bellas y dignas, totalmente en paz, mientras el infierno se desataba a su alrededor. Hombres, mujeres y niños empezaron a dar saltos y a hacer gestos mientras proferían chillidos que desgarraban el cielo; luego se quitaron las guirnaldas y las arrojaron alrededor de los cuerpos inmóviles, empujados por una súbita y terrible furia de jactancia y burla. Grimble todavía se resiste a recordar aquella última escena: la gente enloquecida, los animales tan triunfalmente quietos.
Los dejaron con las guirnaldas donde yacían y volvieron a sus casas. Más tarde, cuando la marea se retiró y quedaron varadas lejos del agua, los hombres bajaron con cuchillos para cortarlas en pedazos. Aquella noche hubo banquete y baile en Kuma. Reservaron para Grimble una porción de carne como la que reciben los jefes. Esperaban que la hiciera curar y que fuese la dieta para su delgadez. La salaron debidamente, pero Grimble no se sintió con ánimos de comerla… Parece claro que no hay gran diferencia entre la «magia» que Córdova aprendió en el Alto Amazonas y la magia de los «Ilamadores de marsopas» en el Pacífico Sur. Aparentemente, ambas se basan en alguna extraña capacidad telepática… o en lo que Weil llama «el inconsciente colectivo». Puede parecer que al aventurarnos a entrar en este reino de la «magia» primitiva hemos dejado atrás todo el sentido común. Sin embargo, aunque resulte extraño, la sugerencia de que soñar puede producir facultades «paranormales» -o, mejor dicho, aprovechar facultades que todos poseemos, cuenta con cierto respaldo científico. A principios del decenio de 1980, el doctor Andreas Mavromatis, de la Brunel University de Londres, dirigió a un grupo de estudiantes en la exploración de los «estados hipnagógicos», es decir, los estados de la conciencia entre el sueño y la vigilia. En un libro titulado Mental Radio (1930), el novelista norteamericano Upton Sinclair habló de las facultades telepáticas de su esposa, May, que había sido telepática desde la infancia. May Sinclair explicó que para llegar a un estado mental telepático, ante todo tenía que concentrarse. No concentrarse en algo, sino sencillamente estar muy alerta. Luego tenía que producir una profunda relajación, hasta encontrarse al borde del sueño. Una vez en tal estado, la telepatía era posible. Mavromatis aprendió solo a hacer lo mismo: a provocar estados de concentración y profunda relajación simultáneas. Lo que ocurre en estos estados es que vemos ciertas imágenes o situaciones con extrema claridad.
En un libro titulado Beyond the Occult, Colin Wilson describe su propia experiencia: “Yo mismo lo conseguí por casualidad después de leer el libro de Mavromatis titulado Hypnogogia. Hacia el amanecer, me desperté a medias, flotando todavía a la deriva en una agradable somnolencia, y me encontré contemplando un paisaje montañoso dentro de mi cabeza. Era consciente de que estaba despierto y de yacer en la cama, pero también de contemplar las montañas y el paisaje de color blanco, exactamente como si estuviera mirando algo en la pantalla de un televisor. Poco después de esto, volví a quedarme dormido. La parte más interesante de la experiencia fue la sensación de contemplar el pai-saje, de poder concentrarme en él y desviar mi atención, exactamente igual que cuando estaba despierto. Un día, cuando Mavromatis estaba medio dormido en un círculo de estudiantes, escuchando mientras uno de ellos «psicometraba» algún objeto que tenía en la mano (tratando de «sentir» su historia), empezó a «ver» las escenas que el estudiante estaba describiendo. Luego empezó a alterar sus visiones hipnagógicas -capacidad que había adquirido por medio de la práctica- y descubrió que el estudiante empezaba a describir sus visiones alteradas. Convencido ahora de que los estados hipnagógicos estimulan la telepatía, pidió a los estudiantes que «captasen» las escenas que él imaginaba y comprobó que lo conseguían con frecuencia. Su conclusión es que «algunas imágenes hipnagógicas que aparentemente “no hacen al caso” podrían… ser fenómenos con sentido que pertenecieran a otra mente». Dicho de otro modo, que T. S. Eliot podría estar equivocado al pensar que «cada uno de nosotros piensa en la llave, cada uno en su prisión». Tal vez, como sugirió Blake, el hombre puede salir de su prisión interior «en el momento que lo desee». La telepatía es, de hecho, quizá la más probada de las facultades «paranormales» y, en general, los estudiosos de lo paranormal están de acuerdo en que las pruebas de su existencia son irrefutables. El libro de Mavromatis va más allá y sugiere que hay un vínculo entre la telepatía y los estados oníricos. Diríase, pues, que lo que Mavromatis ha reproducido bajo control con sus estudiantes es lo que los indios amahuacas eran capaces de hacer utilizando drogas psicotrópicas bajo la dirección de su chamán: alcanzar la «conciencia de grupo».
Es posible imaginar lo que sucedió cuando el «llamador de marsopas» entró en su choza. Al igual que Mavromatis, se había enseñado a sí mismo el arte de soñar de forma controlada: de sumirse en un trance hipnagógico que él puede controlar. Tenemos que suponer que entonces podía dirigir sus sueños hacia el reino de las marsopas y comunicarse directamente con ellas. Los experimentos efectuados con marsopas inducen a pensar que son animales muy telepáticos. Por medio de la «hipnosis» las marsopas fueron inducidas a nadar hasta tierra y permitir que las sacasen a la playa. En Man, God and Magic, Ivar Lissner señala que hace unos 20.000 años, en el umbral entre la auriñaciense y la magdalaniense, de repente dejaron de hacerse retratos y estatuillas de la figura humana. «Parece obvio que los artistas ya no se atrevían a representar la forma humana en efigie». Lo que sugiere es claro. Nuestros antepasados creían firmemente que la magia cinegética, con el uso de representaciones de la presa, era eficaz y mortífera, y que de ningún modo debían representarse seres humanos. Volvamos una vez más a la pregunta: ¿por qué el hombre ha evolucionado tan rápidamente en el último medio millón de años -y en particular en los últimos 50.000 -cuando su evolución había estado virtualmente estancada durante millones de años? En términos darwinistas no hay ninguna respuesta obvia. Que se sepa, no «sucedió» nada que de repente obligase al hombre a adaptarse mediante un aumento de la inteligencia. Lo que sugiere el presente capítulo es la posibilidad de que la respuesta no sea obviamente «darwinista». El propio Darwin no era un darwinista rígido. Aceptó la opinión de Lamarck en el sentido de que los seres pueden evolucionar porque quieren. Pero no aceptó que esto fuera el mecanismo principal de la evolución. Más recientemente, sir Julian Huxley, que era darwinista, sugirió que, en su etapa actual, el hombre se ha convertido en el «director ejecutivo de la evolución»; esto es, ahora tiene la inteligencia necesaria para hacerse cargo de su propia evolución.
En 1950, el doctor Ralph Solecki, del Smithsonian Institute, accedió a formar parte de una expedición al Kurdistán iraquí para excavar en cuevas donde se habían encontrado huesos del hombre de Neandertal. En un libro titulado Shanidar, The Humanity of Neanderthal Man (1971), describe sus hallazgos en la cueva de Shanidar. Descubrió en ella esqueletos de varios neandertales que habían muerto a causa de un derrumbamiento y a los que habían enterrado de manera ritual. Las cenizas y los restos de comida que se encontraron sobre las sepulturas sugerían un banquete fúnebre, a la vez que ocho tipos diferentes de polen de flores silvestres de vivos colores parecían indicar que habían cubierto los muertos con una colcha de flores, o habían hecho una pantalla con ellas. El esqueleto de un hombre viejo e incapacitado que obviamente no había podido trabajar durante muchos años reveló que cuidaban a sus ancianos. Estaba claro que aquella gente tenía creencias religiosas de alguna clase. Asimismo, en una cueva de La Quina, en Dordoña, entre las herramientas que se recuperaron había no menos de 76 esferas perfectas. Había también un disco plano de pedernal delicadamente trabajado, de 20 centímetros de diámetro, sin ningún propósito concebible… excepto como disco solar. El hombre de Neandertal enterraba a sus muertos revestidos con el pigmento llamado «almagre», hábito que, al parecer, tomó en préstamo el hom- bre de Cro-Magnon. En Sudáfrica se han encontrado muchas minas de alma- gre neandertales, la más antigua de las cuales tiene cien mil años. De uno de los yacimientos mayores se habían extraído un millón de kilos de mineral; luego habían vuelto a llenar cuidadosamente el agujero, es de suponer que para aplacar a los espíritus de la tierra. Todo esto explica por qué el subtítulo del libro de Solecki es The Humanity of Neanderthal Man: puede que estos seres tuvieran cara simiesca, pero eran decididamente humanos. Y está claro que eran religiosos. Sin embargo, en ningún yacimiento neandertal del mundo se ha encontrado el menor vestigio de arte rupestre. Resulta extraño que el hombre de Neandertal poseyera almagre e incluso «lápices» de dióxido de manganeso negro, que se encontraron en Pech-de-l’Aze, y que, pese a ello, nunca los usara para dibujar una imagen en una superficie plana. Diríase que el hombre de Neandertal era religioso, pero, que sepamos, no practicaba la «magia», como los cromañones que le suplantaron.
¿Es posible que la religión y la «magia» den las pistas que permitan aclarar por qué el hombre evolucionó tan rápidamente durante el último medio millón de años? Es verdad que no sabemos nada de la evolución que pudo tener lugar entre los cráneos «canibalizados» del hombre de Pekín hace medio millón de años y el entierro ritual del neandertal hace cien mil años- a menos que las herramientas de la glaciación de Riss se usaran con fines rituales. Pero las minas de almagre neandertales revelan que se produjo alguna evolución importante y que esta evolución estuvo relacionada con la religión y el enterramiento. ¿Veneraban el almagre, como ha sugerido Stan Gooch, porque tenía el color de la sangre?. Y luego encontramos al hombre de Cro-Magnon practicando la magia cinegética, que debió de darle una nueva sensación de control de la naturaleza, así como de su propia vida. Es muy posible que considerase que sus chamanes eran dioses, del mismo modo que el hombre primitivo de una edad posterior, como en Great Zimbabwe, África, y en Angkor, Camboya, tenía a sus reyes-sacerdotes por dioses. La magia era la ciencia del hombre primitivo, toda vez que cumplía la función básica de la ciencia, que consiste en ofrecer respuestas a las preguntas básicas. Ya no era un animal pasivo, una víctima de la naturaleza. Trataba de comprender y, en lo referente a las cuestiones importantes, tenía la sensación de comprender. Otro aspecto básico debe ponerse de relieve. Los rituales fúnebres del hombre de Neandertal indican claramente que creía que había vida después de la muerte. Y todos los chamanes, desde Islandia hasta Japón, se consideran a sí mismos mediadores entre este mundo y el mundo de los espíritus. En todo el mundo, los chamanes han declarado que al someterse a los rituales y las pruebas para ser chamanes, entraron en el mundo de los espíritus y hablaron con los muertos. Los chamanes creen que su poder procede de los espíritus y de los muertos.
La importancia de esta observación reside en que el sacerdote-chamán se siente poseedor de una comprensión tanto del cielo como de la tierra y esto es algo que incluso un cosmólogo moderno se mostraría reacio a pretender. Se sentía en la posición de quien posee conocimiento divino y no cabe duda de que el resto de la tribu compartía esta opinión. Lo cual induce a pensar que hace 40.000 años, puede que hasta 100.000, el hombre había alcanzado un estado de ánimo extrañamente «moderno». Se sabe que este estado de ánimo existía en Egipto y en Sumeria, en la antigüedad. De hecho, todas las civilizaciones antiguas de las que tenemos noticia eran teocracias. Si Hapgood tiene razón al creer que en el 7000 a. C. existía una civilización marítima mundial, entonces es seguro que dicha civilización compartiría la misma visión del mundo. Los egipcios consideraban que su reino era un reflejo exacto del reino de los cielos. Y si Schwaller de Lubicz y Robert Bauval están en lo cierto al creer que la Esfinge fue construida por supervivientes de otra civilización hacia el 10500 a. C., entonces no cabe duda de que dicha civilización opinaba lo mismo sobre la relación íntima entre el cielo y la tierra, los dioses y el hombre. Y si el profesor Arthur Posnansky, paleontólogo, antropólogo y arqueólogo austriaco, no se equivoca, lo mismo opinaban los antiguos precursores de los incas, que construyeron Tiahuanaco más o menos en la misma época. ¿Cuándo acabó esta visión teocrática de alcance mundial? Sin duda alguna ya había desaparecido en tiempos de Sócrates y Platón. En un libro titulado The Origin of Consciousness in the Breakdown of the Bicameral Mind (1976), el psicólogo de Princeton Julian Jaynes arguye que el momento decisivo fue reciente: el año 1250 a. C. El punto de partida de Jaynes es la ciencia relativamente nueva que se denomina «fisiología del cerebro dividido» y que, por tener gran importancia, requiere una breve explicación. El cerebro consta de dos mitades que son virtualmente reflejo la una de la otra. Pero las funciones de estos dos hemisferios no son en modo alguno idénticas. Esto se refiere de manera particular a la «capa superior» del cerebro humano, la corteza cerebral, que es la que más se ha desarrollado durante el último medio millón de años.
Incluso en el siglo XIX se había reconocido que las dos mitades de nuestro cerebro cumplían funciones diferentes. La función del habla reside en la mitad izquierda del cerebro y los médicos observaron que las personas que sufrían una lesión en dicha mitad experimentaban dificultades para expresarse con claridad. El lado derecho del cerebro estaba relacionado con el reconocimiento de formas y dibujos, por lo que el artista que sufría daño en ella perdía todo su talento artístico. Se dio el caso de uno que ni siquiera pudo dibujar un trébol: puso las tres hojas una al lado de otra, en el mismo nivel. Sin embargo, si la lesión afectaba al lado izquierdo, el artista sólo perdía la capacidad de expresarse claramente y continuaba siendo tan buen artista. Y un orador con una lesión en el lado derecho del cerebro podía ser tan elocuente como siempre, aunque no pudiera dibujar un trébol. El lado izquierdo del cerebro también tiene que ver con la lógica y el raciocinio: por ejemplo, hacer un crucigrama. El lado derecho interviene en actividades tales como la apreciación musical o el reconocimiento de caras. En resumen, podría decirse que el lado izquierdo es un científico y el derecho, un artista. Una de las cosas extrañas de la fisiología humana es que el lado izquierdo del cuerpo lo controla el lado derecho del cerebro y viceversa. Nadie sabe muy bien por qué, excepto que probablemente contribuye a que la integración sea mayor. Si el lado izquierdo del cerebro controlase el lado derecho del cuerpo y viceversa, podría haber «disputas en la frontera». Tal como están las cosas, cada lado tiene un pie apoyado firmemente en el territorio del otro. Si se quitara usted la «tapa» de la cabeza, la parte superior de su cerebro -los «hemisferios cerebrales»- parecería una nuez con las dos mitades comunicadas por medio de una especie de puente. Este puente es un nudo de nervios llamado «cuerpo calloso» o «comisura». Pero los médicos averiguaron que hay algunos individuos anormales que no tienen comisura y, pese a ello, parecen funcionar perfectamente. Esto les indujo a preguntarse si podrían evitar los ataques epiléticos cortando la comisura. Lo probaron con pacientes epilépticos y pareció que daba buenos resultados. Se producía una gran reducción de los ataques y el paciente parecía no sufrir ningún daño. Entonces los médicos se preguntaron para qué servía la comisura. Alguien sugirió que tal vez servía para transmitir los ataques de epilepsia; y otra persona apuntó que quizá su función era impedir que el cerebro se combara por el medio.
En el decenio de 1950 los experimentos efectuados en Norteamérica empezaron a aclarar muchos aspectos del problema. Alguien observó que si un paciente «de cerebro dividido» chocaba con una mesa con el lado izquierdo del cuerpo, no parecía darse cuenta del golpe. Empezó a resultar evidente que el efecto del cerebro dividido era impedir que una mitad del cerebro se enterase de lo que sabía la otra mitad. Si a un gato con el cerebro dividido se le enseñaba algún truco con un ojo tapado y luego se le ordenaba hacerlo con el otro ojo tapado, el animal quedaba desconcertado. Al final resultó obvio que tenemos literalmente dos cerebros. Además, si a un paciente de cerebro dividido se le mostrara una manzana con el ojo izquierdo y una naranja con el derecho y luego se le preguntase qué era lo que acababa de ver, contestaría: «Una naranja». Si se le pidiera que con la mano izquierda escribiese lo que acababa de ver, escribiría: «Una manzana». Una paciente de cerebro dividido a quien le enseñaron un dibujo indecente con el cerebro derecho se ruborizó; al preguntarle por qué se ruborizaba, dijo la verdad: «No lo sé». La persona que se ruborizaba era la que vivía en la mitad derecha del cerebro. La paciente vivía en la mitad izquierda. Esto nos ocurre a todos, aunque en los zurdos los hemisferios del cerebro están al revés y, por ende, la situación se invierte. La persona diestra vive en la mitad izquierda, la mitad que «hace frente» al mundo real. La persona que vive en el lado derecho es un desconocido. Cabría objetar que usted y yo no somos pacientes de cerebro dividido. Esto no cambia nada. Mozart comentó una vez que las melodías rondaban por su cabeza completas y que lo único que tenía que hacer era anotarlas. ¿De dónde procedían? Es obvio que del lado derecho de su cerebro, del «artista». ¿Adónde iban? Al lado izquierdo del cerebro, donde vivía Mozart. Dicho de otro modo, Mozart era un paciente de cerebro dividido. Y si Mozart lo era, entonces también lo somos los demás. La persona a la que llamamos «yo» es el científico. El «artista» vive en la sombras y apenas somos conscientes de su existencia, excepto cuando nuestro estado anímico es de profunda relajación o de «inspiración».
Jaynes empezó a interesarse por el asunto cuando experimentó una alucinación auditiva. Estaba echado en un diván, dándole vueltas a un problema hasta quedar mentalmente agotado, cuando de pronto oyó que una voz decía por encima de su cabeza: «Incluye el conocedor en lo conocido». Preocupado por su cordura, Jaynes empezó a investigar las alucinaciones y descubrió, con alivio, que alrededor del diez por ciento de las personas las han tenido. Jaynes reparó entonces que en gran parte de la literatura antigua, como la epopeya de Gilgamés, la Biblia, o la Ilíada, los héroes están siempre oyendo voces: las voces de los dioses. También se fijó en que estos héroes antiguos carecían por completo de lo que nosotros llamaríamos «ser interior». No podemos aproximarnos a estos héroes inventando espacios mentales detrás de sus ojos feroces como hacemos los unos con los otros. El hombre de la Ilíada no tenía subjetividad como nosotros; no tenía conciencia de su conciencia del mundo, ningún espacio mental interno para hacer conjeturas. Jaynes sugiere que lo que llamamos «subjetividad», la capacidad de mirar dentro de nosotros y decir: «Veamos, ¿qué pienso yo de esto?»- no existía antes de aproximadamente 1250 a. C. Piensa que la mente de estas gentes antiguas era «bicameral», o sea, que estaba dividida en dos compartimentos. Y cuando a un hombre primitivo le preocupaba lo que tenía que hacer a continuación, oía una voz que le hablaba, justamente como la oyó Jaynes cuando se encontraba echado en el diván. Pensaba que era la voz de un dios, o de su jefe, al que consideraba un dios. En realidad, procedía del lado derecho de su cerebro. Según Jaynes, la conciencia propia empezó a crecer lentamente después del 3000 a. C. más o menos, debido al invento de la escritura, que creó una nueva clase de complejidad. Y durante las grandes guerras que convulsionaron el Oriente Medio y el Mediterráneo, en el segundo milenio a. C., la vieja mentalidad ingenua ya no pudo hacer frente al mundo y los seres humanos se vieron obligados a adquirir una eficacia nueva, con el fin de sobrevivir. «Atropellado por algún invasor y viendo cómo su esposa era violada, un hombre que obedeciera a sus voces atacaría inmediatamente, desde luego, y, por ende, es probable que resultara muerto». El hombre que sobreviviese necesitaría la capacidad de reflexionar y de disimular sus sentimientos.
Según Jaynes, la primera señal de este «cambio de parecer» surgió en Mesopotamia. El tirano asirio Tukultininurta hizo construir un altar de piedra alrededor de 1230 a. C., en el que aparece el rey arrodillado ante el trono vacío del dios, mientras que en tallas anteriores se veía al rey hablando con el dios. Ahora está solo,. atrapado en el lado izquierdo de su cerebro. El dios ha desaparecido. Un texto cuneiforme de la época contiene estas líneas: “A uno que no tiene dios, al andar por la calle, el dolor de cabeza le envuelve como una prenda”.Está hablando de estrés, de tensión nerviosa, de pérdida de contacto con el lado derecho del cerebro, con su sensación de «sentirse a gusto en el mundo». Parece que estemos observando el nacimiento del «hombre alienado». Y según Jaynes, es en este momento cuando la crueldad entró en la historia. Vemos tallas asirias en las que aparecen hombres y mujeres empalados y niños decapitados. No es necesario estar de acuerdo con toda esta tesis para reconocer su importancia. La principal objeción que se le pone es que se ha demostrado que muchos animales poseen conciencia de sí mismos. Un experimentador anestesió a varios animales, les pintó la cara de rojo y los dejó enfrente de un espejo grande. La mayoría de los animales no mostraron el menor interés por su reflejo, pero los chimpancés y los orangutanes fueron la excepción. Se inspeccionaron la cara con gran interés, lo que parece indicar que poseen conciencia de sí mismos. Y si los chimpancés y los orangutanes poseen conciencia de sí mismos, es difícil imaginar siquiera al más primitivo de los seres humanos totalmente desprovisto de ella. Asimismo, nuestro reconocimiento de que el hombre moderno está «separado de sí mismo» parece dar a entender que somos nosotros los que somos «bicamerales» y tenemos la mente dividida en dos compartimentos, mientras que el hombre primitivo era «unicameral», como probablemente parsa con la mayoría de los animales. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, es obvio que Jaynes está en lo cierto cuando sugiere que algún cambio básico se produjo en la raza humana en cierto momento de su historia y que después de ese momento el hombre se encontró atrapado en una forma más estrecha de conciencia. Con todo, compensamos la pérdida aprendiendo a utilizar la capacidad de raciocinio con mayor eficacia, y nuestra civilización tecnológica es el resultado.
Schwaller de Lubicz estaba totalmente convencido de que hay una diferencia fundamental entre la mentalidad egipcia y la del hombre moderno y habla de ello una y otra vez en todos sus libros. Una de las formas más importantes de esta diferencia puede verse en los jeroglíficos. Las palabras, según Schwaller, fijan su significado. Si lees la palabra «perro», evoca un concepto vago, abstracto de la «condición de perro». Pero si contemplas la fotografía, incluso el simple dibujo de un perro, el animal está mucho más vivo. Todo el mundo ha utilizado alguna vez esas gafas rojas y verdes que hacen que las fotografías se vuelvan tridimensionales. Miras la fotografía con los ojos sin gafas y parece borrosa, con manchas rojas y verdes superpuestas unas a otras. Luego coges unas gafas de cartón que tienen un ojo de celofán rojo y otro de celofán verde y la fotografía deja de ser borrosa y adquiere tres dimensiones. Según Schwaller, nuestras palabras son como la fotografía borrosa. El jeroglífico es una imagen que cobra vida súbitamente. Schwaller dice: «Cada jeroglífico puede tener un significado fijo, convencional para su uso común, pero incluye todas las ideas que puedan estar relacionadas con él, y la posibilidad de comprensión personal». En un capítulo titulado «Experimental Mysticism» del libro A New Model of the Universe, Ouspensky, discípulo de Gurdjieff, describe cómo utilizó algún método no especificado, probablemente óxido nitroso, para lograr la conciencia «mística». Una de las características de este estado de ánimo era que cada palabra, cada cosa, le recordaba docenas de otras palabras y cosas. Cuando miraba un cenicero, éste liberaba tal torrente de significados y asociaciones, que escribió en un papel: «Uno podría volverse loco a causa de un cenicero». De modo parecido, Schwaller dice: «Así pues, los jeroglíficos no son metáforas en realidad. Expresan directamente lo que quieren decir, pero el sig- nificado sigue siendo tan profundo, tan complejo como podría ser la ense- ñanza de un objeto (silla, flor, buitre), si hubiera que considerar todos los significados que se le pueden atribuir. Pero por pereza o hábito, eludimos este proceso mental analógico y designamos el objeto por medio de una pa-labra que para nosotros expresa un único concepto fijo».
En The Temple of Man, utiliza otra imagen. Si decimos «hombre que anda», imaginamos un hombre andando, pero de una manera vaga, abstracta. Pero si vemos una imagen de un hombre andando -incluso un jeroglífico-, el hombre se vuelve real. Y si el hombre que anda está pintado de verde, entonces también evoca la vegetación y el crecimiento. Y aunque andar y crecer parecen no tener absolutamente ninguna relación entre sí, podemos sentir la relación en la imagen del hombre verde. Esta facultad que tiene el jeroglífico de evocar una «realidad» dentro de nosotros es a lo que se refiere Schwaller cuando habla de la «posibilidad de comprensión personal». Nos suena, por así decirlo. En el mismo libro, en un capítulo sobre la mentalidad egipcia, vuelve a tratar de explicarse. A nuestro método moderno de vincular ideas y pensamientos lo llama «mecánico», como una palanca unida rígidamente a algún engranaje. En cambio, la mentalidad egipcia es «indirecta». Un jeroglífico evoca una idea, pero también evoca docenas de otras ideas relacionadas. Y trata de explicarse por medio de una imagen sencilla. Si miramos fijamente un punto de color verde vivo y luego cerramos los ojos, veremos el color complementario, el rojo, dentro de nuestros párpados. El occidental diría que el verde es la realidad, y el rojo, alguna clase de ilusión dependiente de esa realidad. Pero un egipcio antiguo hubiera tenido la sensación de que el rojo es la realidad, porque es una visión interior. Es importante no interpretar mal esto. Schwaller no dice que la realidad externa sea una ilusión. Lo que dice es que los símbolos y los jeroglíficos pueden evocar dentro de nosotros una realidad más rica, más compleja. La gran música y la gran poesía producen el mismo efecto. Estos versos de Keats: Las aguas móviles en su sacerdotal tarea de ablución pura en torno a las costas humanas de la tierra evocan, de algún modo, un rico complejo de sentimientos, que es la razón por la cual Eliot dijo que la verdadera poesía puede comunicar antes de ser comprendida. La percepción normal nos muestra meramente cosas sencillas, privadas de su «resonancia». Un paralelo sencillo sería un libro, que es un objeto sólido de forma rectangular; esto es su «realidad externa». Pero lo que hay dentro del libro puede hacer que emprendamos un viaje mágico. La realidad del libro está oculta y para una persona que no sepa leer, el libro sería meramente un objeto físico.
Cuando examinamos esto a la luz de lo dicho sobre los lados izquierdo y derecho del cerebro, podemos ver inmediatamente que un jeroglífico es una imagen y, por tanto, lo capta el lado derecho del cerebro. Una palabra es una sucesión de letras y la capta el lado izquierdo el cerebro. ¿Dice Schwaller simplemente que los egipcios eran «gente de cerebro derecho» y nosotros somos «gente de cerebro izquierdo»? Sí, en efecto, pero hay mucho más que eso. Dice que los egipcios poseían una clase de inteligencia diferente de la del hombre moderno, una inteligencia que es igual y en muchos aspectos superior. Schwaller la llama «inteligencia innata» o «inteligencia del corazón». Parece el tipo de doctrina que predicaba D. H. Lawrence o Henry Miller, y hasta cierto punto lo es. Pero hay muchas más cosas implícitas de lo que Lawrence y Miller pensaban. A pesar de su «inteligencia del corazón», ambos escritores se veían a sí mismos esencialmente como hombres modernos, por lo que las críticas que dirigen contra el siglo XX a menudo resultan negativas y destructivas. Ninguno de los dos parece ser consciente de las posibilidades de una forma distinta de ver. Una de estas posibilidades es obvia. Si pensamos en lo que Manuel Córdova aprendió en la selva del Amazonas, podemos ver que entrañaba el aprendizaje de ciertas «facultades» que parecen casi míticas. En primer lugar, la facultad de participar en el «inconsciente colectivo» de la tribu. Fijémonos en que Córdova pudo ver una procesión de pájaros y otros animales y que los vio de forma mucho más detallada que por medio de la percepción normal. El jefe de la tribu le había enseñado a hacer uso activo de su hemisferio derecho, que a su vez proporcionaba mucha más riqueza, y más asociaciones, que la percepción visual normal. Sería un error pensar que la telepatía es una facultad «paranormal». Con una serie de experimentos, que llevó a cabo en el decenio de 1960, el doctor Zaboj V. Harvalik, físico de la universidad de Misuri, demostró que tenía una base científica. Para empezar, Harvalik se sintió intrigado por el arte del zahorí, es decir, la facultad de ver lo que está oculto y que, al parecer, poseen todos los pueblos primitivos. Al observar que la varilla del zahorí, una ramita bifurcada que sostienen las dos manos por las dos puntas de la horquilla, reaccionaba siempre a una corriente eléctrica, empezó a sospechar que el arte del zahorí es básicamente eléctrico. Hincó verticalmente en tierra dos cañerías de agua, separadas por unos 18 metros, y conecto sus extremos con una batería potente. En cuanto encendió la corriente, la varilla reaccionó retorciéndose en sus manos. Hizo la prueba con algunos amigos y descubrió que todos podían hacer de zahorí, si la corriente era suficiente. Una quinta parte de ellos pudieron detectar incluso corrientes de sólo dos miliamperios. Todos mejoraron de forma constante con la práctica.
Harvalik también reparó en que las personas que parecían incapaces de hacer de zahorí «sintonizaban» repentinamente después de beber un vaso de whisky. Era obvio que el whisky las relajaba e impedía la injerencia del «lado izquierdo del cerebro». Harvalik descubrió que una tira de papel de aluminio enrollada en la cabeza bloquea por completo la capacidad de hacer de zahorí, lo cual también demuestra que el fenómeno es básicamente eléctrico, o magnético. Un maestro zahorí alemán llamado De Boer era capaz de detectar corrientes bajísimas, de una milésima de miliamperio. Incluso podía detectar las señales de las emisoras de radio, para lo cual daba la vuelta lentamente hasta quedar de cara a la emisora. Sintonizando una radio portátil en la misma dirección, Harvalik comprobaba que De Boer había acertado. Asimismo, De Boer podía seleccionar determinada frecuencia con exclusión de las demás, lo cual se parecía a nuestra capacidad de «sintonizar» con conversaciones diferentes en una fiesta. Cuando alguien inventó un magnetómetro capaz de detectar las ondas cerebrales, Harvalik se preguntó si un zahorí también podría captarlas. Se colocaba de espaldas a una pantalla en su jardín, con tapones en los oídos, y le decía a algún amigo que caminase hacia él desde el otro lado de la pantalla. La varilla de zahorí captaba la presencia del amigo cuando éste se hallaba a unos tres metros de distancia. La distancia se multiplicaba por dos si Harvalik le pedía al amigo que pensara en cosas «excitantes»: por ejemplo, en la sexualidad. Parece, pues, que el arte del zahorí es simplemente la facultad de detectar señales eléctricas. Pero ¿cómo las detecta la varilla de zahorí? Al parecer, alguna parte del cuerpo, Harvalik sacó la conclusión de que eran las glándulas suprarrenales, capta la señal y la transmite al cerebro, que a su vez hace que los músculos tengan convulsiones. Los músculos estriados que intervienen en ello están sometidos al control del lado derecho del cerebro. Los experimentos de Harvalik se describen en Christopher Bird, The Divining Hand, 1979. El arte del zahorí, al igual que la telepatía, es una facultad del lado derecho del cerebro.
Si el arte del zahorí y la telepatía tienen explicación científica, entonces es posible comprender cómo el chamán de la edad de piedra podía influir en el movimiento de los bisontes o los ciervos, y garantizar el éxito de los cazadores dibujando estos animales y poniendo así en marcha el proceso de «asociación» que describe Schwaller. Todo esto nos pone en condiciones de empezar a construir una «histo ria alternativa». En un libro titulado Early Man, hay una especie de gráfico suelto que muestra la evolución del hombre desde los simiescos driopiteco y ramapiteco hasta el hombre moderno, pasando por el australopiteco y el Homo erectus. El problema de los gráficos de esta clase es que nos dan la idea de que tuvo lugar una progresión ininterrumpida, por medio de la selección natural y la supervivencia de los mejor dotados, que llevó inevitablemente al Homo sapiens sapiens. La objeción que se pone a este panorama es que hace que todo parezca demasiado mecánico. Por esto el libro de Michael A. Cremo, Forbidden Archaeology, ofrece un recordatorio oportuno de que no es el único punto de vista. Con la sorprendente afirmación de que puede que el hombre anatómicamente moderno lleve millones de años en la Tierra, al menos Cremo hace que pongamos en duda esta visión mecánica de la evolución. Hay que hacer hincapié en que la visión «mecánica» no es «darwiniana». Darwin nunca fue dogmático hasta el extremo de afirmar que la selección natural fuese el único mecanismo de la evolución. Son sólo sus seguidores neodarwinianos quienes han convertido su pensamiento en dogma.. Empecemos, pues, a formular una historia alternativa suponiendo que tal vez Mary Leakey tiene razón al sugerir la posibilidad de que un hombre que andaba con el cuerpo erguido y parecía «humano» existía ya en la Tierra hace tres millones y medio de años. También señaló que había estudiado un período de medio millón de años en la garganta de Olduvai, durante el cual no hubo cambios en las herramientas. El hombre permaneció invariable porque no tenía ningún motivo para evolucionar. Dedicaba la mayor parte de sus energías a permanecer simplemente vivo. En tal caso, ¿por qué empezó a evolucionar con una rapidez tan grande? Al hombre moderno le resulta casi imposible ponerse en el lugar de un ser sin civilización, sin cultura, sin nada, excepto la naturaleza que le rodeaba. Hasta los indios amahuacos, que describe Manuel Córdova, vivían en chozas y utilizaban lanzas, arcos y flechas. Pero al menos permiten que nos hagamos una idea de lo que debe de ser vivir en contacto con la naturaleza de día y de noche. Los indios de Córdova leen todas las señales de la selva, todo lo que se ve y se oye, del mismo modo que nosotros leemos el periódico de la mañana. Y nuestros antepasados remotos debían de poseer la misma capacidad con el fin de sobrevivir.
Tenemos que imaginárnoslos rodeados de presencias no vistas, algunas visibles, algunas invisibles. Y tenemos que imaginárnoslos en estrecho contacto con la naturaleza, más estrecho del que podemos concebir. Schwaller de Lubicz intenta transmitir cierto sentido de la conciencia del hombre primitivo, aunque, forzoso es reconocerlo, se refiere a los egipcios antiguos: «… cada ser vivo está en contacto con todos los ritmos y armonías de todas las energías de su universo. El medio de este contacto es, por supuesto, la misma energía que contiene este ser vivo en particular. Nada separa este estado energético que hay dentro de un ser vivo individual de la energía en que se encuentra inmerso…». Dicho de otro modo, Schwaller ve al hombre primitivo -y a los animales primitivos- inmerso en un mar de energías como un pez en el agua. Es como si fuera parte de ese mar, ún nudo de energía más denso que el que le rodea y sostiene. Schwaller habla de neters, palabra egipcia que suele traducirse por «dios», pero que aquí significa algo que está más cerca de una vibración de energía individual. En cada mes de cada estación del año, cada hora del día tiene su neter, porque cada una de estas horas tiene su carácter propio. Se sabe que la campanilla azul florece al amanecer y se cierra al mediodía como la flor de loto… ciertas frutas requieren el sol de la tarde para madurar y adquirir color… Un pimentero joven, por ejemplo, se inclina hacia el sol abrasador de la mañana, que es diferente del sol de cocción de la tarde. Sacaremos la conclusión de que existe una relación entre la fruta, por ejemplo, su sabor, y el sol de su maduración, y, en el caso del pimentero, entre el fuego de la pimienta y el fuego del sol. Hay una armonía en su «naturaleza». Si un buen horticultor planta sus coliflores en el día de luna llena, y un mal horticultor las planta cuando hay luna nueva, el primero obtendrá coliflores ricas y blancas y el segundo no cosechará más que plantas raquíticas. Es suficiente intentar esto para probarlo. Y lo mismo ocurre con todo lo que crece y vive. ¿Por qué estos efectos? ¿Rayos directos del sol o rayos indirectos reflejados desde la luna? Desde luego, pero por otra razón, una razón menos material: la armonía cósmica. Las razones puramente materiales ya no sirven para explicar por qué hay que tener en cuenta la estación, incluso el mes y la fecha exacta para obtener los mejores resultados. Entran en juego influencias cósmicas invisibles. Schwaller no sólo permite ver por dentro el estado anímico de los egipcios, sino también el motivo por el cual el hombre primitivo prestaba tanta atención al sol y a la luna. Por esto hacía piedras y discos solares perfectamente esféricos y por esto, más adelante, enterraría a sus muertos en túmulos circulares. El sol -y la luna- significaba para él infinitamente más de lo que puede significar para el hombre moderno.
Schwaller hace otro comentario fundamental que es tan válido para el primitivo Homo sapiens como para los antiguos egipcios, que daban por sentado que había vida después de la muerte. La vida en la tierra era sólo una pequeña parte del gran ciclo que empezaba y terminaría en otro mundo. Los espíritus de la naturaleza y los espíritus de los muertos eran tan reales como las personas vivas. Las complicadas prácticas funerarias del hombre de Neandertal indican claramente que también él daba por sentado que existía vida después de la muerte. Y lo mismo indican las sugerencias de canibalismo ritual, porque el caníbal tiene la intención de absorber el principio vital de su enemigo. Podemos decir que los agujeros en los cráneos hallados en la cueva de Chukutien, que hacen pensar que el hombre de Pekín era caníbal, también sugieren que creía en los espíritus. Cualquier clase de ritual indica un nivel de inteligencia que supera la meramente animal. Un ritual simboliza acontecimientos en el mundo real, y un símbolo es una abstracción. El hombre es el único ser capaz de abstracción. De manera que si el hombre de Pekín se permitía practicar el canibalismo ritual, esto ya parecería sugerir que era verdaderamente humano. Y como es difícil imaginar alguna clase de ritual sin comunicación, entonces también tenemos que imaginar que era capaz de hablar. La explosión del cerebro tal vez se debiera a la aparición del habla y esta teoría también requiere que expliquemos lo que el hombre primitivo tenía que decir. La sugerencia de canibalismo ritual y, por tanto, de religión, proporciona una respuesta. El hombre de Pekín no tenía ninguna necesidad de preguntarle a su esposa: «¿Has hecho la colada?». Pero si vivía en el mundo rico y complejo que sugiere Schwaller de Lubicz, en el cual cada hora del día tenía su neter o vibración individual, y en el cual el sol, la luna y los espíritus de los muertos eran presencias vivas, entonces la lengua tenía, por así decirlo, un objeto sobre el cual ejercitarse.
El hombre de Pekín nos proporciona otra pista. En 1930, el jesuita Teilhard de Chardin, paleontólogo y filósofo francés, visitó, en París, al abad Henri Breuil (1877 – 1961), naturalista, arqueólogo, prehistoriador, geólogo y etnólogo francés. y le enseñó un fragmento de hueso ennegrecido. «¿Qué piensa usted que es esto?» El abad lo examinó, luego dijo: «Es un fragmento de asta de ciervo que ha sido expuesto al fuego y luego trabajado con alguna tosca herramienta de piedra». «¡Imposible! –exclamó Teilhard-. Procede de Chukutien.» «No me importa de dónde proceda –dijo Breuil– El hombre le dio forma… un hombre que conocía la utilización del fuego». El fragmento de asta tenía alrededor de medio millón de años de antigüedad. Y dado que lo habían tallado con una herramienta después de quemarlo, debemos suponer que primero lo quemaron deliberadamente. Así que el Homo erectus usaba el fuego. Tenemos que pensar que se proveía de fuego cuando veía que un relámpago abatía un árbol -o algún fenómeno parecido- y entonces se encargaba de que continuara ardiendo siempre, seguramente encomendando a algún miembro del grupo que mantuviera el fuego encendido. Y es obvio que este concepto de mantener un fuego encendido, durante año tras año, daría al «vigilante del fuego» un fuerte sentido de motivación y de tener una meta. Y como tener una meta contribuye a la evolución, he aquí otra posible causa de la «explosión del cerebro». Al parecer, el hombre de Pekín conocía el fuego y tenía alguna clase de ritual religioso. Schwaller hace la importante observación de que la ciencia, el arte, la medicina y la astronomía de los egipcios no deben verse como aspectos diferentes de la vida egipcia, sino que todos eran aspectos de lo mismo: la religión en el sentido más amplio. La religión era idéntica al conocimiento. Lo mismo debía de suceder en el caso de los descendientes del hombre de Pekín. Habían pasado del nivel meramente animal al nivel donde el conocimiento podía definirse empleando algún tipo de lenguaje. Ver un árbol o un río o una montaña como un dios, o un neter, sería verlo bajo una luz nueva y extraña. Incluso hoy, la persona que se ha convertido a una religión ve el mundo bajo esta luz extraña que hace que todo parezca diferente.
El escritor George Bernard Shaw hace decir a un personaje de su obra, Vuelta a Matusalén, que desde que su mente despertó, hasta las cosas pequeñas resultan ser cosas grandes. Éste es el efecto del conocimiento. Trae un sentido de la distancia del mundo material, y un sentido de control. Sin embargo, el hombre de Neandertal era religioso y, aun así, desapareció de la historia. Esto puede deberse a una sola razón: que el ser que le suplantó tenía un sentido aún mayor de la precisión y del control. Sin duda el hombre de Neandertal tenía su propia forma de magia cinegética. Pero, comparada con la magia del hombre de Cro-Magnon, con sus chamanes, rituales y dibujos rupestres, era tan tosca como una bicicleta comparada con un automóvil. Este sentido de la precisión y del control aparece ilustrado en una historia que la escritora Jacquetta Hawkes cuenta en su libro Man and the Sun (1962). Señala Hawkes que la falta de cualquier representación o símbolo solar en el arte del paleolítico, tal vez no signifique que el sol no desempeñara absolutamente ningún papel en él. Un rito que se practica entre los pigmeos del Congo previene contra semejante suposición. El arqueólogo alemán Leo Viktor Frobenius viajaba a través de la jungla con varios de estos hábiles y valientes pequeños cazadores cuando, al caer la noche, surgió la necesidad de carne fresca. El hombre blanco preguntó a sus compañeros si podían matar un antílope. La insensatez de la pregunta los dejó atónitos. Explicaron que aquel día no podían cazar con buenos resultados porque no habían hecho los preparativos apropiados. Prometieron que saldrían de cacería por la mañana. Frobenius sintió curiosidad por saber en qué podían consistir los preparativos, así que se levantó antes de que amaneciera y se escondió en la cima de la colina que habían elegido. Aparecieron todos los pigmeos del grupo, tres hombres y una mujer, y al poco alisaron la superficie de una pequeña extensión de arena y trazaron un dibujo en ella. Se quedaron esperando; luego, al salir el sol, uno de los hombres disparó una flecha contra el dibujo, mientras la mujer alzaba los brazos hacia el sol y profería exclamaciones. Los hombres se internaron corriendo en la selva. Al acercarse al lugar, Frobenius se encontró con que el dibujo representaba un antílope y la flecha estaba clavada en el cuello. Más adelante, después de que los cazadores volvieran con un hermoso antílope que tenía el cuello atravesado por una flecha, algunos de ellos arrancaron mechones de pelo del animal y llenaron una calabaza con su sangre, cubrieron el dibujo con todo ello y luego lo borraron.
El mitólogo norteamericano Joseph Campbell añade: «Lo más importante de la ceremonia de los pigmeos era que se celebrase al amanecer, que la flecha se clavara en el antílope exactamente cuando un rayo de sol cayera sobre él...». Es fácil ver que el cazador de Cro-Magnon, utilizando esta técnica, se sentiría como el moderno cazador que emplea un fusil de gran potencia dotado de mira telescópica. En comparación, la magia del hombre de Neandertal, que era más antigua, debía de parecer tan tosca como un arco y una flecha. Seguramente éste fue el motivo de que el hombre de Cro-Magnon se convirtiera en el fundador de la civilización moderna. Su dominio de la «magia» le daba un sentido de optimismo, de tener una meta, de control, como ningún animal había poseído antes. Un elemento fundamental de esta evolución fue la autoridad del jefe. Entre los animales, el jefe es sencillamente el más dominante. Pero si el hombre de Cro-Magnon se parecía a sus descendientes de Egipto, Sumeria y Europa, o incluso al jefe de los indios amahuacas de Brasil, entonces sus reyes no eran sencillamente figuras dotadas de autoridad, sino sacerdotes y chamanes, hombres que conocían a los «espíritus» y a los dioses. Esto tenía una importancia inmensa para el hombre antiguo. Lo mismo ocurría en el antiguo Egipto, bajo su faraón-dios. De manera que si hubo una civilización en la «Atlántida» antes de 11000 a. C., y en Tiahuanaco, en los Andes, y en el Egipto predinástico, entonces podemos afirmar categóricamente que se trataba de una «teocracia faraónica», gobernada por un rey del cual también se creía que era un dios. Las pirámides las construyeron hombres que creían de forma total y sin ninguna duda que su faraón era un dios y que erigir tan magníficas estructuras significaba servir a los dioses. Esta creencia da a una sociedad una meta y una dirección que es imposible que tenga un grupo de meros animales, por dominante y astuto que sea su jefe. Cuando el hombre primitivo empezó a creer que el jefe de su tribu estaba en comunicación con los dioses, dio uno de los pasos más importantes en su evolución.
http://oldcivilizations.wordpress.com/2013/02/28/los-extraordinarios-y-sorprendentes-conocimientos-de-los-antiguos/