Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh (arriba, izq.), Juana de Arco (centro), Paulo de Tarso (San Pablo) (der.), Ignacio de Loyola (abajo, izq.), Sor Hildergard Von Bingen (centro), y el Dalai Lama (der.).
La neuroteología es una rama de las neurociencias que se ocupa del estudio de la neurobiología de la religión y la espiritualidad. En otras palabras, es el estudio de la interacción de lo divino (theos) y lo humano (neuron). A lo largo de la historia se encontraron diferentes personalidades del ámbito de la ciencia que se preguntaron sobre la existencia de Dios, tales como Copérnico, que era canónigo; Gregor Johan Mendel, padre de la genética y abad; John Polkinghorne, físico y sacerdote anglicano; Manuel Carreira, astrofísico y jesuita; Stanley Laki, historiador y padre dominico; o el mas reciente, Francis Collins director del Instituto Nacional de Investigación de Estados Unidos sobre Genoma Humano, autor de ¿Cómo habla Dios? y Premio Príncipe de Asturias 2001 a la Investigación Científica y Técnica. Se han hecho diferentes encuestas para tratar de determinar la distribución de las creencias en función de las especialidades y se observó que los de mayor creencia espiritual eran los médicos, seguidos en orden decreciente por matemáticos, biólogos, físicos y químicos.
La inauguración del estudio científico natural de la religión se da en 1901 por William James, profesor de psicología de la Universidad de Harvard. La serie de conferencias que el estadounidense brindó en la Universidad de Edibumburgo, y que luego fueron publicadas con el titulo “Las variedades de experiencias religiosas: Un estudio sobre la naturaleza humana” se convirtieron en un clásico. Ya en 1950, Wilder Peinfield, neurocirujano canadiense, detectó mientras preparaba a pacientes epilépticos para las cirugías, y estimulaba el cerebro con electrodos, que al activar el lóbulo temporal los paciente experimentaban experiencias místicas. Mas de 70 años después que James, un psiquiatra de Pennsilvania, el Dr. Eugene D´Aquili, profesor de psiquiatría y, al mismo tiempo, antropólogo de la religión, retoma el tema de las bases neurobiológicas de las experiencias religiosas. En 1975 publica un articulo en la revista de Ciencia y Religion Zygon, con el titulo de “Los determinantes de la conducta ritual religiosa”, estimulando esta línea de investigación.
Cuando la experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y religiones diferentes.
El neuroteólogo Michael Persinger encontró que la espiritualidad tiene una base neurológica, y con su equipo de investigadores desarrolló un dispositivo llamado el “casco de Dios” que crea un débil campo magnético sobre los lóbulos temporal y parietal derechos del cerebro, y obtuvo como resultado el 80 por ciento de experiencias religiosas. Tres décadas más tarde, un neurocientífico budista, Todd Murphy (independiente, pero en contacto con Persinger), realizó una versión de la Máquina de Dios llamada Shakti (término hindú de la divinidad).
Herbert Benson, un cardiólogo de la Harvard Medical School estableció que el sistema de respuesta al estrés afecta a todo el sistema nervioso y que la meditación con mantras ayuda a relajarlo, baja la presión arterial, mejora la salud del corazón y prolongar la vida, además de dar felicidad y de generar el sentimiento de estar más cerca de una entidad trascendente, entre otras ventajas.
James Austin, neurólogo del Instituto Tecnológico de Massachussets, propone que las experiencias religiosas se darían por una inhibición de la amígdala y zona parieto temporal, y una activación de la corteza prefrontal. Andrew Newbwerg, neuroteólogo de la Universidad de Pennsilvania, exploró los cerebros de monjes tibetanos y franciscanos con SPECT. Observo que la meditación desactiva las zonas del cerebro que regulan la personalidad y desciende la actividad parietal. De este modo el sujeto podría sentirse fundido con la totalidad al perder la capacidad de distinguirse de los demás y la orientación corporal espacial.
Rick Strassman, un psiquiatra de Nuevo México, fue el primer investigador en obtener permiso para experimentar con drogas psicodélicas en humanos en los años 70. Y de sus estudios surgió el planteo de la hipótesis de la “molécula espiritual”: la DMT (dimetiltriptamina) sintetizada en la glándula pineal, llamada por los místicos como “el tercer ojo”. Lars Farde, profesor de psiquiatria del instituto Karolinska de Estocolmo, estudió la relación del hecho religioso con la serotonina y su receptor 5- HT1A. Concluyó que existe una alta correlación entre las funciones cerebrales y la personalidad con respecto a estos receptores. Así, podría existir una base química para creer en un ser superior.
La fe alivia el estrés ante las presiones cotidiana, fomenta actitudes de generosidad, altruismo, y mejora el comportamiento social y reduce la depresión. Estas personas tienen mayor capacidad de autocontrol y regulan de manera más eficiente sus actitudes y emociones. Las plegarias por otros potencian la capacidad de perdonar.
Roland R. Griffiths de la Universidad John Hopkins, sometió a voluntarios sin experiencia previa en alucinógenos a diferentes dosis de psilocibina (alcaloide presente en los hongos) obteniendo un 61 por ciento de experiencias místicas completas. Richard Savidson, neuroteólogo de la Universidad de Wisconsin, estudio monjes tibetanos con electroencefalogramas durante meditación y descubrió patrones mayores de ondas gamma. En 1994 el educador Laurence O. McKinney en Neurotheology: Virtual Religion in the 21st Century. Ramachandran Vilayanur, neurólogo, neuroteólogo, profesor y director del laboratorio del Cerebro y Percepción de la Universidad de California en San Diego, propuso “la maquina espiritual” en donde establecía que la intensidad de los sentimientos religiosos podría depender de aumentos de la electricidad del lóbulo temporal y llamo a éste último “Punto de Dios”.
Dean Hammer genetista del National Cancer Institutes de Estados Unidos estudió y postuló al gen VMAT2 como el de la autotrascendencia o espiritualidad. Por su parte, Rick Strassman, psiquiatra de la universidad de Nuevo México sugirió que, si dichos genes están vinculados a la dimeltitriptamina (único psicodélico que produce naturalmente el cerebro), se podría modificar artificialmente la genética para modular los niveles de religiosidad. Laura Koening estudio gemelos en Minesota en los años 90, y en 2005 observó que si bien en la niñez y adolescencia tanto los gemelos como los no gemelos practicaban la misma fe religiosa que en su casa, en la edad adulta los gemelos desarrollaron pautas religiosas comunes, mas allá de su crianza.
El neuroteólogo Michael Persinger (izq) encontró que la espiritualidad tiene una base neurológica, y con su equipo de investigadores desarrolló un dispositivo llamado el “casco de Dios” que crea un débil campo magnético sobre los lóbulos temporal y parietal derechos del cerebro.
Mario Beauregard y Vicent Paquette, neuroteólogos de la Universidad de Montreal, estudiaron con scanners de RMN a monjas mientras contaban experiencias religiosas y vio que se activaban al menos 12 regiones del cerebro, entre ellas las involucradas en registro de emociones y conciencia. Actualmente dos autores Richard Dawkins y Francis Collins, ateo y creyente respectivamente, se han opuesto en sus posturas. El primero, en El espejismo de Dios, biólogo evolutivo y profesor de Oxford, afirmó que la creencia en un ser sobrenatural evita el progreso de la ciencia y evade la responsabilidad de explicar el mundo. Opina que, como un virus, infecta a los niños con teorías incorrectas que dicen predicar la paz y generan en realidad intolerancia y guerras. El segundo, en ¿Cómo habla Dios?, director del Instituto Nacional de Investigación sobre Genoma Humano, afirmo que la ciencia y Dios están en armonía y no existen antagonismos. Para el autor, la elegancia y complejidad del genoma humano son la prueba irrefutable de un creador.
Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh (arriba, izq.), Juana de Arco (centro), Paulo de Tarso (San Pablo) (der.), Ignacio de Loyola (abajo, izq.), Sor Hildergard Von Bingen (centro), y el Dalai Lama (der.).
La historia y los textos sagrados (no sólo los cristianos) están llenos de testimonios de personas que, de manera espontánea o provocada, logran alcanzar un “estado modificado de la conciencia”. Cuando la experiencia conlleva ciertas sensaciones de de trascender lo mundano y penetrar en una dimensión espiritual se habla de éxtasis místico. Este fenómeno transcultural tiene registros en muchas sociedades y religiones diferentes. En el citado ‘Las Variedades de la Experiencia Religiosas”, William James comenta que la experiencia mística es inefable, que quienes la experimentan refieren que no puede describirse en palabras adecuadas, que debe experimentarse directamente, pues no es posible comunicarla ni transferirla a los demás. Y razona: “Por esta peculiaridad los estados místicos se parecen más a los estados afectivos que a los intelectuales”.
Muchas personalidades históricas han tenido experiencias místicas, como Vincent Van Gogh, William Bake, George Rusell, Juana de Arco, Ezequiel, San Pablo, Mahoma; Dante, Ignacio de Loyola, Bernardo de Claraval, Rumi, Jacob Bohme , Ovidio, Al-Gazzali, Ibn Arabi, Hildergard Von Bingen y el Dalai Lama, entre otros. Y es así que diferentes autores han establecido una variedad de parámetros que debe tener la experiencia mística para ser catalogada como tal y diferenciarse de las diferentes patologías neuropsicológicas, como psicosis, epilepsia, esquizofrenia, etc. Estos parámetros, similares para las diversas culturas, religiones y épocas de la humanidad sólo marcan diferencias según la formación y historia personal de lo vivido en la historia del sujeto. Las mismas podrían resumirse en las siguientes:
Sensación de unidad de todo lo existente.
Pérdida del yo y del mundo (sujeto y objeto).
Pérdida del sentido de la causalidad.
Sensaciones de fuerte tono afectivo: alegría, bienaventuranza, paz, vitalidad, bienestar físico y mental.
Sensación de estar en contacto con lo sagrado.
Sensación de objetividad y realidad.
Superación del dualismo y aceptación de la paradoja.
Inefabilidad.
Transitoriedad: dura instantes, como mucho una o dos horas.
Cambios positivos persistentes en la actitud y conducta del sujeto.
Cualidad noética: estados de conocimiento de intuición y verdad.
Sensación de elevación y/o flotar en el aire.
Referencia a la luz: fogonazos, luminosidad sostenida, presencia luminosa, fuego o calor intensos (generalmente blanca).
Numerosos autores han estudiado neurofisiológicamente el desencadenante de la experiencia mística. El resultado es una gran diversidad de teorías sobre las causas, desde pasivas a activas, naturales a provocadas, químicas a genéticas, etc. Las inducidas serían provocadas por métodos químicos como por ejemplo el peyote, o métodos naturales como la meditación. Y es así que el hombre a lo largo de la historia desarrolló diversas técnicas por activación del sistema nervioso parasimpático, o del sistema nervioso simpático para poder provocarlas.
Beneficios de la espiritualidad
La espiritualidad o la religiosidad pueden ayudar a personas con traumatismo cerebral en su rehabilitación (Waldron-Perrine y Rapport, 2011). La fe alivia el estrés del cerebro ante las presiones cotidianas (Tiger & McGuire, 2010), fomenta actitudes de generosidad, altruismo, y mejora el comportamiento social y reduce la depresión clínica (Norenzayan y Shariff, 2008). Los individuos religiosos son más amables y rectos (Saroglou, 2010), tienen mayor capacidad de autocontrol y regulan de manera más eficiente sus actitudes y emociones con la finalidad de conseguir objetivos valiosos para ellos (McCullough, 2009), y las plegarias por otros potencian la capacidad de perdonar (Lambert, 2010).
Creer en Dios puede bloquear la ansiedad y minimizar el estrés (Michael Inzlicht, 2009). La meditación con mantras ayuda a relajar el sistema nervioso, baja la presión arterial, a mejorar la salud del corazón, a prolongar la vida, a dar felicidad y generar el sentimiento de estar más cerca de una entidad trascendente, entre otras ventajas (Herbert Benson, 2009). Por lo tanto, si la meditación y la vida espiritual favorecen las tendencias a ser generosos, amar al prójimo y desear el bien a los demás sin esperar nada a cambio; y si además propenden al bienestar físico, emocional e intelectual, es indudable que este tipo de pensamiento o filosofía puede llevar a una vida más feliz.
Patricia Arca Mena
Médica y docente universitaria (Universidad Maimónides). Doctora en psicología por la UM. Es especialista en fitomedicina y medicina indigenista. Actualmente es miembro del Capítulo Psiquiatría Espiritual de la APSA (Asociacion Argentina de Psiquiatría) e investigadora en neuroteología de la Fundación DECYR.