Los riesgos para la gente y para el medio ambiente que conlleva el funcionamiento de las centrales nucleares son múltiples. Los principales peligros son: la proliferación de armamento nuclear, los residuos nucleares y los riesgos para la seguridad.
Proliferación nuclear
Para la fabricación de una bomba nuclear se requiere material fisible (uranio 235 o plutonio 239). La mayoría de los reactores nucleares utilizan uranio como combustible y producen plutonio durante su operación.
Es imposible evitar el desvío de plutonio para su uso en armamento nuclear. Una central de separación de plutonio pequeña puede ser construida en un periodo de cuatro a seis meses, por lo que cualquier país con un reactor ordinario puede producir con relativa facilidad y rapidez armas nucleares.
Como resultado de ello, la energía nuclear ha crecido pareja a la creación de armamento nuclear, como dos hermanos siameses. Desde que se iniciaron los controles internacionales sobre la proliferación nuclear, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte han fabricado armas nucleares, lo cual es una prueba del vínculo entre la energía nuclear para fines civiles y militares. Tanto la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) como el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT) contemplan una contradicción inherente: buscan promover el desarrollo de la energía nuclear para fines ‘pacíficos’ intentando, a la vez, frenar la proliferación del armamento nuclear.
Israel, India y Pakistán emplearon sus operaciones nucleares civiles para el desarrollo de su capacidad armamentística, actuando al margen de las garantías internacionales. Corea del Norte desarrolló un arma nuclear aún siendo país firmante del NPT. Uno de los retos más importantes a los controles de proliferación nuclear ha sido la propagación de la tecnología de enriquecimiento de uranio en Irán, Libia y Corea del Norte.
El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas ha advertido también que la amenaza a la seguridad que supone atajar el cambio climático con un programa global de reactores rápidos (utilizando combustible de plutonio) “sería colosal”.
La restricción en la producción de material fisible a unos cuantos países ‘fiables’ no es la solución, ya que esta medida engendraría recelos y crearía una gran amenaza para la seguridad. Es necesario crear una nueva agencia de la ONU capaz de atajar las amenazas que conllevan el cambio climático y la proliferación nuclear con un desmantelamiento de las centrales nucleares y la promoción de energías sostenibles, promoviendo con ello la paz mundial en lugar de ponerla en peligro.
Residuos nucleares
La industria nuclear afirma que puede ‘desechar’ sus residuos confinándolos en cementerios nucleares, una solución que no aislará para siempre el material radiactivo del medio ambiente. Un confinamiento bajo tierra sólo consigue ralentizar el escape de radiactividad a la atmósfera. La industria intenta predecir el tiempo que tardará en producirse algún escape para poder afirmar que las dosis radiactivas a los habitantes de las zonas cercanas en el futuro serán “aceptablemente bajas”. Pero no hay que olvidar que los avances científicos en este campo no son suficientes para determinar con certidumbre estas predicciones.
El residuo más peligroso es el combustible altamente radiactivo (usado y gastado) extraído de los reactores nucleares, con emisión de radiaciones durante cientos de miles de años. En algunos países la situación se ve exacerbada por el ‘reprocesado’ de este combustible gastado – que implica su disolución en ácido cítrico para separar el plutonio para uso armamentístico, un proceso que produce un residuo líquido altamente radiactivo. Hasta ahora, ningún país del mundo tiene la solución para tratar estos residuos altamente radiactivos.
Riesgos para la seguridad
Windscale (1957), Three Mile Island (1979), Chernobyl (1986) y Tokaimura (1999) son sólo algunos de los cientos de accidentes nucleares ocurridos hasta la fecha.
Una reacción nuclear en cadena debe mantenerse bajo control, y, dentro de lo posible, las radiaciones peligrosas deben limitarse al reactor, aislando y tratando con sumo cuidado los productos radiactivos. Las reacciones nucleares generan altas temperaturas, y los líquidos empleados para la refrigeración se mantienen a menudo bajo presión. Junto con la intensa radiactividad, estas altas temperaturas y presiones hacen que la operación de un reactor sea una tarea difícil y compleja.
Los riesgos que entraña el funcionamiento de los reactores son cada vez mayores, y la posibilidad de que se produzca un accidente es hoy día mayor que nunca. La mayoría de los reactores del mundo tienen más de 20 años, por lo que son más susceptibles de fallos debidos a su envejecimiento. Muchas compañías están intentando aumentar su vida útil de 40 años, para la cual fueron diseñados, a un máximo de unos 60 años, lo cual conlleva nuevos riesgos.
Mientras, la desregulación del sector eléctrico ha empujado las instalaciones nucleares a acortar sus inversiones en materia de seguridad y limitar la plantilla, aumenta la presión sobre los reactores, la temperatura de funcionamiento y el quemado del combustible. De este modo se acelera el envejecimiento y disminuyen los márgenes de seguridad. Los reguladores nucleares no siempre son capaces de hacer frente a esta nueva situación.
Los nuevos reactores denominados de seguridad pasiva cuentan con un gran número de sistemas de seguridad sustituidos por procesos ‘naturales’ como el sistema de agua de refrigeración de alimentación por gravedad y refrigeración con aire, sistemas que pueden hacerlos aún más vulnerables a ataques terroristas.
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