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Nick Yarris pasó más de dos décadas en el corredor de la muerte en Estados Unidos, después de que fue condenado por error por los delitos de violación y asesinato de una mujer.
Nunca recibió una disculpa oficial por haber tenido que pagar por crímenes que no había cometido. Tampoco le dieron ningún tipo de asistencia psicológica.
«Creo genuinamente que estar en el corredor de la muerte por 22 años en última instancia me salvó la vida. Fue la mayor aventura de mi vida, y sobreviví», le dice Yarris a la BBC.
Pero no siempre tuvo esta cuota de optimismo.
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La mayor parte del tiempo tras las rejas lo pasó en total aislamiento, en un cubículo en solitario y con golpizas recurrentes por parte de los guardias, tan severas que en una ocasión le produjeron desprendimiento de retina.
«Lo más difícil cuando te están lastimando es tratar de mantener tu decencia», señala el hombre, hoy con 55 años, en diálogo con el programa de Victoria Derbyshire de la BBC.
Mientras estuvo esperando su ejecución, Yarris decidió aprender de leyes y llegó a leer tres libros por día.
«Mi único objetivo era poder decir mis últimas palabras con elocuencia antes de que me mataran».
«Esas 23 horas al día en confinamiento solitario llegaron a no importarme. Después de los primeros años en prisión, cuando dejé de estar enojado y empecé a quererme y entenderme a mí mismo, estuve bien. Todavía hoy disfruto a veces de mi propia compañía cuando me quedo solo».
En 2002, estaba listo para ser ejecutado. Pedí que se cancelaran mis apelaciones para que el proceso de ejecución pudiera avanzar»
Yarris creció en un suburbio de Filadelfia, con sus padres y cinco hermanos, pero su infancia feliz se hizo trizas cuando, a los 7 años, fue atacado por un adolescente que lo golpeó en la cabeza hasta causarle daño cerebral y luego lo violó.
El niño no se lo contó a sus padres.
Depresión, drogas y una mentira fatal
El trauma de aquel ataque lo hizo caer en una espiral depresiva, que a medida que fue creciendo se transformó en adicción a las drogas y el alcohol. A los 20 años lo arrestaron, acusado de intento de secuestro y asesinato de un oficial de policía.
Luego lo absolverían de estos cargos, pero mientras esperaba el juicio estaba desesperado por conseguir su libertad y no tuvo mejor idea que inventar una historia para la policía: les dijo que sabía quién había cometido el homicidio de una mujer, Linda Mae Craig, del que en realidad sólo había leído en los periódicos.
«Era un joven desesperado y drogadicto que no sabía qué hacer para salir de la cárcel», se disculpa.
Le dijo a los oficiales que el asesino de Linda había sido un hombre con el que había compartido casa por un tiempo. Yarris pensó que el sujeto en cuestión, que en el pasado le había robado a él dinero, ya había muerto y le servía como una pista falsa para intercambiar información por libertad.
Sin embargo, el antiguo vecino todavía estaba vivo y la mentira quedó expuesta. Y en un giro inesperado, la policía terminó acusando a Yarris por esos crímenes.
En 1982, lo condenaron por la violación y muerte de Craig y lo enviaron al corredor de la muerte.
Sin contacto humano
En la celda de una cárcel en Pensilvania, sus únicas posesiones eran unas bolsas de papel llenas de documentos legales, algunas novelas, elementos básicos de aseo y una pequeña radio. Sólo salía para hacer 30 minutos de ejercicio por día en una «jaula» al aire libre en el patio de la prisión.
Pasó 14 años sin tener contacto físico con un ser humano. Solía apoyarse sobre su mano hasta entumecerla, se la llevaba a la cara y se acariciaba como si fuera una mano de otro»
Así pasó 14 años, entre 1989 y 2003, sin contacto físico con ningún ser humano. Solía apoyarse sobre su mano hasta dejarla entumecida, entonces se la llevaba a la cara y se acariciaba haciendo de cuenta que la mano pertenecía a alguien más.
En 1989, Yarris fue el primer reo en el corredor de la muerte en Estados Unidos en pedir un análisis de ADN posterior a la condena, para poder probar su inocencia.
Pero eso lo llevó por un proceso larguísimo, plagado de demoras y frustraciones, como la que ocurrió cuando un paquete con unas muestras genéticas clave se rompió mientras iba por correo hacia un laboratorio y la evidencia quedó irremediablemente destruida.
Hasta que no pudo más.
«En 2002, estaba listo para ser ejecutado. Pedí que se cancelaran mis apelaciones para que el proceso de ejecución pudiera avanzar», revela.
Pero fue entonces que un juez ordenó una última ronda de pruebas de ADN. Cuando analizaron la evidencia, descubrieron que había restos genéticos de dos desconocidos en el auto y en la ropa de Linda.
Y Yarris resultó exonerado.
El asesino de la mujer nunca fue identificado y a él le asignaron una compensación por la condena equivocada, que siente es «un poco un dinero que me dieron por pena».
«Cuando salí de la cárcel, mi madre me sentó y me dio una especie de mantra, me dijo que tenía que ser gentil y cortés de ahí en adelante y que debía ser gentil con las mujeres, de lo contrario iba a malgastar mi tan ansiada libertad».
«Me hizo un gran favor. He trabajado en generar ideas positivas en mi cabeza que han cambiado mi manera de pensar para mejor».
Yarris ahora hace campaña por la abolición de la pena de muerte, ha hablado frente a funcionarios de Naciones Unidas y de la Unión Europea y ha dado más de 300 charlas en escuelas.
También ha escrito un libro y su historia es material de un documental que distribuye Netflix.
Desde 2005, se mudó a Reino Unido, donde siente que «estoy permanentemente de vacaciones, es un escape de mis dolores».
Ahora convertido en padre, se encontró hace poco una foto de su niñez en la que salían retratados 27 amigos del barrio en la década de 1970.
Él es el único de todos ellos que sigue vivo: el resto ha muerto por abuso de sustancias, violencia o accidentes viales. Sus dos hermanos también han muerto, víctimas del alcohol y las drogas duras.
«Veo mi paso por prisión como una vieja película que alguna vez vi y que me dejó cicatrices para siempre«.
«Pero si no hubiera estado preso, mi vida seguro no sería tan buena como lo es hoy. Nunca considero mi pasado como una experiencia negativa», concluye Yarris.